Moneda y Pirotecnia.

Por Felipe Murolo.

No es lo mismo imprimir que emitir, aunque tampoco se emite cuando se entregan billetes, dado que habitualmente esas entregas se realizan contra un débito en la cuenta corriente de la entidad receptora, con lo que no se producen cambios en el volumen de la base monetaria.

Tampoco se producen en ese caso cambios en M2, dado que en la determinación de ese conjunto de agregados no se computan los billetes en poder de las entidades ni los depósitos de las entidades en el Banco Central.

No se producen tampoco cambios en M2 cuando una persona retira fondos de un cajero automático. Hubo expansión de M2 cuando se le acreditaron los fondos a esa persona en su caja de ahorros o en su cuenta corriente.

Ahora bien. ¿Cómo podría favorecer a una menor expansión de M2 la falta de billetes?
Depende de como se acrediten los fondos de planes sociales y de complementos de jubilaciones a las personas que no cobran a través de acreditación en una caja de ahorros.

Si esos fondos están acreditados en cada banco, globalmente, en una cuenta especial, y esa cuenta no se computa a los efectos de la determinación de M2, no habría expansión de M2 hasta que se entreguen esos billetes al público. Esta hipótesis es poco probable, porque los fondos de esa cuenta serían técnicamente depósitos a la vista y consecuentemente formarían parte de M2.

En cambio, si los bancos estuvieran adelantando con fondos propios (computables para el efectivo mínimo) esos recursos, no habría habido expansión de M2 porque no habría habido acreditación previa en ninguna cuenta, pero la entrega de billetes sí constituiría expansión de M2.

En este último caso, el retacear billetes a las entidades y declarar asuetos bancarios mejora la posibilidad de cumplir con las metas monetarias. Aunque parece una forma muy peligrosa de jugar con fuego, en una época del año en la que la pirotecnia está a la vuelta de cada esquina.

El origen monetario de la inflación y la falta de billetes.

Por Felipe Murolo.

Si se observa la información proporcionada por el Banco Central, puede advertirse que la Circulación Monetaria, ha crecido hasta el 17.12.2010 frente al stock existente al 17.12.2009 un 31,59%.

Hay que tener en cuenta que la Circulación Monetaria no es el origen de todos los males, si no la consecuencia de la expansión monetaria global, que partiendo de la oferta de base se multiplica en función de la parte utilizada, de la utilizable por los bancos de su propia expansión por el sistema de encaje fraccionario.

Es así que si observamos el crecimiento de todos los conceptos de dinero que incluyen hasta depósitos a la vista inclusive, veremos que el crecimiento entre las fechas apuntadas asciende al 29,89%, y si a ello agregamos el concepto depósitos a plazo fijo, esa variación se modifica hasta el 35,92%.

Hay que diferenciar la oferta física de billetes, la demanda física de billetes, y la demanda de dinero transaccional, que con carácter especialmente puntual se produce en los días previos a la Navidad y al Año Nuevo, como consecuencia del pago de aguinaldo, y este año, con el agregado de distintos tipos de bonos otorgados por el sector público y el sector privado.

Hay que diferenciar la escasez del dinero físico por falta de stock, de la escasez por problemas en la distribución con la celeridad que estas fechas requieren.

Es decir, que a los problemas derivados de la política monetaria, agravados por los relacionados con la política social, se adiciona hoy un problema de logística que no se agota en los problemas de impresión.

Esto se podría haber evitado, o morigerado notablemente, si en lugar de apelar a la impresión extraordinaria de billetes de 100 pesos se hubiera optado por agregar un nuevo valor ($ 200 o $ 500) a la actual línea monetaria. Con ello no vamos a cambiar la realidad macroeconómica, pero si se morigerarían los problemas de acceso a medios de pago con que se ha venido tropezando durante los últimos días.

Claro está que el Gobierno no aceptará fácilmente esta propuesta solución. Prefiere apelar, como siempre lo ha hecho, a la falsificación de la realidad, mediante la adulteración o escamoteo de las imágenes.

Pero todavía estamos a tiempo para evitar futuros incendios. Se debería aprovechar la impresión oficialmente anunciada de 130 millones de billetes de 100 pesos, con lo que quedaría regularizado el actual cuello de botella, al menos una vez que disminuya la demanda puntual, estacional, de efectivo, para decidir la impresión de nuevos valores en la actual línea monetaria.

Si se repitiera el incremento de circulación monetaria, por aumento de la demanda transaccional, consecuencia del aumento de los precios (inflación) en un 30%, se necesitarían 36.000 millones de pesos mas en efectivo durante el próximo año, para llegar sin sobresaltos a la Navidad del año 2011, y ello siempre que la inflación no se continúe espiralizando, cosa que no se puede descartar.

“Infla-adicción”

Puse al título de este artículo entre comillas para destacar que acabo de inventar una palabra compuesta que aún no existe en el diccionario de la Real Academia, pero que es la más apropiada para describir el tipo de inflación que ha infectado a la economía argentina. Los lectores advertirán de inmediato que la nueva palabra apunta a trazar un paralelo con el vocablo “drogadicción”. Justamente, se me ocurrió llamar así a la enfermedad más grave de nuestra economía, porque hay enormes paralelos entre ella y la enfermedad más peligrosa que afecta a nuestra sociedad: la creciente adicción a las drogas impulsada por los narco-traficantes para ampliar las bases de su infame negocio.

La inflación, como la drogadicción, tuvo introductores. En 2002 fueron los empresarios y dirigentes políticos que estaban preocupados por el alto nivel de endeudamiento de sus empresas y provincias y que pensaron que la solución era la combinación de pesificación y mega-devaluación, mientras controlaban los precios de los servicios públicos y conseguían que la desocupación extrema demorara el ajuste de los salarios nominales.

Desde 2003 en adelante, cuando la inflación comenzó a ceder porque el Banco Central insinuó, como en Brasil, que comenzaría a aplicar una política monetaria enderezada a metas de inflación cada vez menores y el Peso, como el Real, comenzó a apreciarse, el Gobierno de Néstor Kirchner se transformó en infla-traficante con el objetivo de recaudar a través de las retenciones a las exportaciones. Las retenciones no podrían haber generado el nivel de recaudación que proveyeron desde entonces hasta el presente si en Argentina se hubiera dejado apreciar el Peso al mismo ritmo que se apreció el Real. Que hoy suframos más del 25 % de inflación anual mientras en Brasil la inflación es menor al 5 % por año, es el precio que pagamos los argentinos por esta decisión de nuestros gobernantes.

A medida que la desocupación fue disminuyendo, resultado claro de la fuerte rebaja de los costos laborales que significó la devaluación de 2002, los dirigentes sindicales se transformaron también en infla-traficantes, no porque la inflación beneficie a los trabajadores, sino porque refuerza el papel que les toca jugar a los dirigentes sindicales en las renegociaciones salariales que se tornan cada vez más frecuentes a medida que aumenta la tasa de inflación.

Así como la droga destruye progresivamente a la sociedad, tal como lo estamos viendo a través de la creciente inseguridad ciudadana, la inflación destruye a la economía porque la desorganiza y crea un clima de creciente inseguridad económica de las familias. La droga destruye la mente y el físico de quienes se transforman en adictos. Los narco-traficantes tratan de corromper a los estamentos del Estado encargados de reprimirlos. Por eso buscan infiltrar a las fuerzas de seguridad, a los poderes ejecutivos, a los parlamentos y a la justicia.

La inflación carcome el ingreso real de las familias de trabajadores y de los jubilados, en especial de quienes no gozan de la protección de fuertes sindicatos vinculados al gobierno. Como los narco-traficantes, los infla-traficantes también tratan de infiltrar a los diversos poderes del Estado.

Lamentablemente, en Argentina lo han conseguido: hoy el Gobierno y una gran mayoría de dirigentes políticos se han transformado en poderosos infla-traficantes. La mejor prueba es la decisión de quitarle al Banco Central la responsabilidad de luchar contra la inflación. Es exactamente lo mismo que si el Gobierno y la dirigencia Argentina decidieran instruir a las fuerzas de seguridad que dejaran de luchar contra el narco tráfico. Afortunadamente eso no ha ocurrido en nuestro País, pero debemos estar precavidos: los incentivos que utilizan los narcotraficantes para evitar que el Estado identifique a la drogadicción como el enemigo público número 1 de la sociedad, son los mismos que utilizan los infla-traficantes para transformar al Estado en su aliado. En ambos casos se utiliza el poder económico y político que se consigue a través del dinero mal-habido.

Las elecciones del año próximo nos ofrecen a los ciudadanos una oportunidad para ejercer nuestros derechos y elegir un Gobierno que sea capaz de luchar frontalmente contra la infla-adicción y la drogadicción como las dos enfermedades más virulentas y peligrosas de nuestra sociedad. Por eso será muy importante que en el proceso electoral la inflación y la inseguridad se transformen en el centro de la discusión y de la atención de los electores. No debemos dejar que nos confundan con promesas demagógicas y apelaciones a supuestas ideologías progresistas. No hay nada más retrógrado en economía que el tipo de inflación que ya sufrimos y no hay nada más destructivo del orden social y moral que la creciente inseguridad que se origina en el narcotráfico.

La inflación ya es una enfermedad crónica.

Por Domingo Cavallo, para La Nación.

Cuando en una economía que tiene estabilidad de precios, algún shock externo o alguna decisión de política económica interna provoca un aumento repentino de un conjunto de precios, ese episodio puede resultar una suerte de golpe inflacionario reversible o, mucho peor, puede constituirse en el inicio de un proceso inflacionario crónico. Lo que determina que sea una cosa o la otra es la política monetaria que sucede al aumento inicial de precios.

Si la política monetaria es restrictiva, de tal forma de retrotraer la economía al estado previo de estabilidad de precios, se puede evitar que la economía quede infectada de inflación crónica. Eso ocurrió en Brasil cuando después de cuatro años de estabilidad conquistada por el Plan Real, sobrevino un golpe inflacionario precipitado por una fuerte devaluación que alcanzó su pico a mediados de 2002, precisamente cuando los Brasileros estaban votando para elegir al Gobierno de Lula en reemplazo del Gobierno de Fernando Enrique Cardozo. El Presidente Lula, al brindarle respaldo a su Banco Central mientras éste aplicaba una política monetaria restrictiva que llevaría gradualmente a una fuerte apreciación del Real, logró que la economía de su país reconquistara la estabilidad de precios. Ello le permitió implementar una exitosa política social enderezada a disminuir sostenidamente los niveles de extrema pobreza.

En nuestro país, la historia resultó, lamentablemente, diferente. A lo largo de poco más de un año desde el último trimestre de 2002, el golpe inflacionario que sucedió al abandono de la convertibilidad, comenzó a revertirse gracias a una política monetaria restrictiva que, como en Brasil por la misma época, también condujo a una apreciación inicial del Peso. Pero la decisión adoptada por la administración del Presidente Kirchner de impedir que continuara la apreciación del Peso y comenzar a recaudar crecientes retenciones a las exportaciones para financiar, supuestamente, su política social, llevó a que la inflación, lejos de tender a desaparecer, se transformara en una enfermedad crónica de nuestra economía. Como no podía ser de otra forma, la aceleración inflacionaria lejos de contribuir a hacer efectiva la política redistributiva que pregonaba el Gobierno, pasó a constituirse en el principal mecanismo generador de pobreza e injusticia social.

Como siempre ocurre, al principio la aceleración inflacionaria pareció contribuir a la expansión de la demanda y a la reactivación de la economía. Los trabajadores y jubilados creyeron encontrar en los ajustes de salarios y jubilaciones nominales conseguidos por sus dirigentes sindicales o decididos por el Gobierno un paliativo efectivo al deterioro del poder adquisitivo de sus ingresos. Pero a poco de andar la inflación comenzó a poner en evidencia sus costos económicos y sociales.

Los aumentos de precios y de remuneraciones no fueron uniformes sino que reflejaron de manera cada vez más intensa la diferente capacidad negociadora de los sectores y su variado peso político. El Gobierno debió crear numerosos mecanismos de subsidios a las empresas prestadoras de servicios públicos o productoras de precios artificialmente controlados. Como siempre ocurre, a estos mecanismos de subsidios a empresas con fines de lucro se les sumó la corrupción de los intermediarios, con lo que se hicieron crecientemente onerosos e inefectivos. Tendió a desaparecer la inversión productiva de mediano y largo plazo y sólo se llevaron a cabo inversiones de rápida maduración o emprendimientos inmobiliarios destinados a proteger a los ahorristas de la desvalorización monetaria. Desaparecieron los créditos hipotecarios para vivienda al alcance del asalariado promedio y se alentó la compra a crédito subsidiado de electrodomésticos y automóviles, único mecanismo mínimamente protector del ahorro familiar del que pudieron disponer las familias.

A pesar de todas estas distorsiones económicas y los costos sociales asociados, hay todavía personas y dirigentes que no ven en la inflación el principal problema económico de nuestra realidad, porque creen que la política monetaria expansiva y el crédito subsidiado permiten conseguir altas tasas de crecimiento económico que, de otra manera, serían inalcanzables. Esta ilusión se desvanecerá tan pronto como la carrera de los precios alcance a eliminar totalmente el fuerte colchón cambiario que crearon la devaluación inicial del Peso y el debilitamiento del Dólar a escala mundial. Cuando la gente espere que el ritmo de devaluación del Peso ya no podrá ser muy diferente al ritmo de la inflación, las tasas de interés subirán a un nivel superior al de la inflación esperada y se comenzará a sufrir la carrera entre tasas de interés, devaluación monetaria y brecha cambiaria que caracterizó al largo período de estanflación que ya sufrimos entre 1975 y 1990.

Para ese entonces ya no van a quedar dudas de que la inflación es, junto a la inseguridad, la principal enfermedad que aqueja a nuestra sociedad. En ambos casos, inflación e inseguridad, existen promotores tan diabólicos como seductores. En el caso de la inflación el promotor es la emisión monetaria. En el caso de la inseguridad es la droga. La emisión monetaria y la droga, producen durante un cierto tiempo una sensación de bienestar individual, pero además de terminar destruyendo a quienes se tornan adictos, dejan terribles secuelas en el cuerpo social.

Está en la dirigencia política advertir estos peligros y ponerse al frente de la lucha contra estos males sociales. Ojalá el próximo período pre-electoral sirva para que dirigentes y ciudadanos tomen conciencia de estos peligros y resulte elegido el Gobierno mejor preparado para erradicar estas plagas.

Conferencia en la Universidad Torcuato Di Tella

En octubre del año pasado participé en el ciclo de conferencias «Los Ministros de Economía de la Democracia», organizado por las escuelas de Gobierno y de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella. Fernando Díaz descubrió hace algunos días que en el sitio de la Universidad están posteados dos videos con la grabación de mi conferencia. Decidí subirlos a mi blog porque pueden ser de interés para quienes lo visitan.

Domingo Cavallo@UTDT Parte 1 from Universidad Torcuato Di Tella on Vimeo.

Domingo Cavallo@UTDT Parte2 from Universidad Torcuato Di Tella on Vimeo.