Sobre la medición de la inflación.

Hoy leí dos artículos que tienen que ver con la actividad académica de mi hijo Alberto en los Estados Unidos. Los quiero compartir con los lectores de mi blog, no porque tengan que ver con uno de mis hijos, sino porque son relevantes para desmentir el «relato» de Cristina.

Uno de los artículos  es del periodista de La Nación y se refiere a la actividad académica de Alberto Cavallo y Roberto Rigobón en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Como  derivación de las ideas metodológicas por ellos desarrolladas, un grupo de economistas liderados por Pilar Iglesias han organizado una empresa llamada PriceStats que produce índices de precios diarios para muchos países. El único país para el que los índices, en lugar de anticipar la inflación medida por los organismos oficiales, mide la magnitud de las mentiras del INDEC, es Argentina. El artículo de Campanario se  titula «Vaqueros a la caza de un billón de precios«.

El segundo es un artículo de mi hijo titulado «Online and Official Price Indices: Measuring Argentina’s Inflation«. Ha sido publicado por el «Journal of Monetary Economics», una revista que reproduce sólo artículos académicos que pasan el filtro de rigurosos referís.

Córdoba perdió a su más apasionado y convencido promotor

José Ignacio Castro Garayzabal, junto a Piero Astori, Fulvio Pagani, Adrian Urquía, Piero Venturi, Lelio Lambertini y  Juan Carlos Negrini,  fue un protagonista fundamental del vigoroso desarrollo industrial que Córdoba experimentó en las últimas seis décadas, pese a todas las dificultades que planteó la inestabilidad económica y social de la Argentina.

El “Negro” Castro no era el dueño de ninguna de las empresas que aquellos pioneros crearon y desarrollaron en Córdoba, pero era su voz y el más apasionado predicador de las virtudes, no sólo de los empresarios, sino de los trabajadores y de toda la comunidad cordobesa que habían fertilizado el terreno para que, sin privilegios ni protecciones especiales, se produjera el desarrollo industrial y agropecuario que, desde la década de los 60s, puso a Córdoba en el escenario económico nacional y latinoamericano.

Descubría y articulaba las energías creativas de los emprendedores cordobeses. Alentaba con su inagotable optimismo y apoyaba con su accionar incansable a cuanto empresario, profesional o trabajador requiriera su ayuda para crear o consolidar nuevos puestos de trabajo.

Hacía esta tarea por vocación de servicio y sin esperar retribución material alguna. Ganaba su sustento con tareas profesionales y ejecutivas a las que dedicaba no más de la mitad de su tiempo, porque siempre se sentía obligado a trabajar por sus ideales y por su gente, con total desprendimiento y generosidad.

En la Fundación Mediterránea, cuando yo, que era 13 años más joven, ya me sentía agotado de tanto viajar y hablar en reuniones a lo largo y a lo ancho del País, el seguía teniendo energía para continuar intercambiando ideas con nuestros interlocutores. Muchas veces me reemplazó como disertante o intervino para clarificar explicaciones cuando detectaba que yo me había enredado en detalles no relevantes que oscurecían  la presentación. Tenía una admirable capacidad de síntesis y era un comunicador convincente.

Mientras fui Diputado Nacional y Ministro, me acompaño como asesor informal en incontables oportunidades y fue mi nexo personal con los dirigentes empresariales, gremiales y profesionales que habíamos conocido durante los años de trabajo conjunto en la Fundación Mediterránea. Siempre estaba disponible para pedir una opinión o explicar una decisión y nunca se constituyó en gestor de intereses particulares que no coincidieran con el interés general.

Desarrolló toda esta labor por el Bien Común a la par que creaba con Raquel una familia ejemplar de la que son testimonio sus hijos y nietos y administraba sus ahorros con la misma dedicación y entusiasmo que caracterizaron su vida pública. Con el fruto de su trabajo pudo invertir en su campo ganadero de Capilla del Sitón, al que viajaba todas las semanas manejando su camioneta en forma personal.

Lo enorgullecía la labor de sus ancestros, gozaba con el éxito de sus amigos, se condolía por las penurias y fracasos, incluso de sus adversarios, y reaccionaba con valentía ilimitada frente a la injusticia y la corrupción. Recuerdo cientos de episodios de su vida que permitirían llenar las páginas de un libro tan instructivo como los que narran las epopeyas de las personas más trascendentes de la historia de Córdoba.  Al Negro Castro le encantaba contar anécdotas de Ramón J Cárcano, con quien había trabajado su padre. Ojalá alguien que lo haya conocido bien y tenga aptitudes literarias, escriba pronto un anecdotario de la vida de José Ignacio Castro Garayzabal. Yo me ofrezco para contar las muchas de las que he sido testigo. Estoy seguro que un libro semejante servirá de inspiración para muchos jóvenes de esta sociedad en la que vivimos, sin demasiados modelos ejemplares para mostrar.

Hablé con él por teléfono el último día de 2012 para desearle felices fiestas. No sabía de su enfermedad y lo noté con la vitalidad de siempre. Estaba en sus “ranchos” de Nono, esperando el nuevo año con su familia. Me contó que acababa de bañarse en el río que rodea a su propiedad. Recordé las hermosas jornadas que en varias oportunidades habíamos pasado con él en ese trozo de serranía cordobesa  en el que despuntaba el vicio de cabalgar.

Desde que el martes pasado, de regreso de unos días de descanso durante los que no recibí e-mails ni llamadas telefónicas, me enteré de su fallecimiento, me agobia un dolor que recién hoy pude superar como para escribir esta nota.

Muchas gracias Negro por toda la felicidad que con tu entusiasmo y amistad nos brindaste a tanta gente. Descansa en Paz.

Un consejo sincero para Cristina

«»Estanflación», el libro que escribí en 2008, tenía como subtítulo «Cómo evitar un nuevo «Rodrigazo»y otros peligros de la economía kirchnerista». En los tres primeros párrafos del Epílogo se puede leer cual fue mi intención al escribirlo:

«No deseo que este libro se transforme en un pronóstico acertado de las catástrofes que ocurrieron en la Argentina después de ser escrito. Por el contrario, pretendo alertar sobre los riesgos, pero también las oportunidades que enfrentamos como Nación.»

«Ojala Néstor Kirchner lo lea y preste atención a su contenido, como escuchaba cuando venía a visitarme a mi despacho en el Ministerio de Economía o me invitaba a su casa de Río Gallegos y El Calafate.»

«Como lo he reiterado varias veces a lo largo del texto, si él y Cristina dejan de usar las anteojeras ideológicas que desafortunadamente han elegido y comienzan a ver la realidad tal cual es, todavía están a tiempo de luchar eficazmente contra la inflación y prestarle un gran servicio a nuestra patria.»

A pesar de la intención que tuve en 2008 y de la gran actualidad del diagnóstico y pronóstico que hice cinco años atrás, hoy no puedo aconsejarle a Cristina que implemente mi propuesta, porque nadie le creería y además, no cuenta con, ni está en condiciones de, armar un equipo de gobierno capaz de implementarla con consistencia.

El mejor consejo que puedo darle es que convoque a los economistas profesionales, con experiencia de las décadas del 70, 80 y 90 y que, desde 2002 en adelante, contribuyeron a la toma de decisiones claves de la economía. Acá van los tres nombres principales: Roberto Lavagna, Javier Gonzalez Fraga y Mario Blejer.

Roberto Lavagna tiene gran experiencia de los 70’s, cuando fue Director de Precios en la Secretaría de Comercio durante los años que precedieron al Rodrigazo y aplicaba el mismo tipo de políticas de control de precios que aplica ahora Guillermo Moreno, claro que con más profesionalidad. Además fue también Secretario de Comercio Exterior durante los años previos a la hiperinflación, durante el Gobierno del Doctor Alfonsín, y también aplicó políticas muy activas de administración del comercio exterior, no muy diferentes de las que aplica ahora Moreno, pero, nuevamente, con mucho más profesionalidad. Y su actuación más reciente, luego de la pesificación y libre flotación decidida por Duhalde e implementada por Remes Lenicov, logró reactivar la economía y reducir la fuerte inflación que se había desatado en 2002. Lo hizo apelando al congelamiento de tarifas de la energía, la introducción de retenciones a las exportaciones agropecuarias y controlando precios, como el de la carne y otros alimentos clave.

Javier Gonzalez Fraga fue un gran promotor de la idea del tipo de cambio real alto en 2002. Recuerdo que incluso criticaba la intervención en el mercado cambiario que llevaba a cabo desde el Banco Central Mario Blejer, utilizando reservas. Gonzalez Fraga sostenía que el Peso se tendría que haber devaluado mucho más y, por lo que acaba de escribir en la Nación, él piensa que desde 2007 el error del Gobierno ha sido no devaluar el Peso al ritmo del aumento de los precios internos, de tal forma de evitar que el tipo de cambio real haya tenido la apreciación que experimentó desde entonces. Estoy seguro que Ignacio de Mendiguren coincide plenamente con su visión. Parece sugerir que en lugar de los 6 pesos que Moreno ha dicho que valdrá el dólar a fin de año, hoy el gobierno debería elevarlo a 7.5o pesos, que es el resultado de ajustar el tipo de cambio de diciembre de 2007 por el índice de la inflación real. El mercado paralelo parece darle la razón.

Como Lavagna, Javier Gonzalez Fraga tiene también vasta experiencia, si no de los 70s y 80s, sí de los 90s. Fue Presidente del Banco Central durante 1990, justo antes del nuevo rebrote hiper-inflacionario de enero de 1991 y, según recuerda ahora, aunque yo no se lo había escuchado decir durante los 90s, siempre se opuso a la «nefasta»» convertibilidad. Lo más interesante de la opinión actual de Javier Gonzalez Fraga es que está convencido que «es posible salir del actual laberinto cambiario sin  mayores costos».

Mario Blejer  nunca se mostró distante de los Gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner  y es uno de los economistas que mejor conoce cómo funciona el mercado internacional de capitales y cómo se puede reconstruir confianza en los organismos multilaterales de crédito. Boudou ya intentó ofrecerle el Banco Central cuando lo sacaron a Redrado y estoy seguro que desde esa posición Blejer nunca hubiera cometido los graves errores de la que es responsable Mercedes Marcó del Pont. Como Lavagna, tiene fresca la experiencia de los 70s y 80s porque si bien no estuvo en el país, siguió los acontecimientos desde el FMI y el Banco Mundial, entidades de las que fue alto funcionario. Y , me consta, que conoce muy bien lo que ocurrió en la economía Argentina entre 1970 y la actualidad.

El mejor consejo que yo puedo darle hoy a Cristina Kirchner es que nombre a Roberto Lavagna Jefe de Gabinete, a Mario Blejer Presidente del Banco Central y a Javier Gonzalez Fraga Ministro de Economía. Si continúa con el actual Gabinete va a terminar muy mal.

La gran ventaja de producir este cambio es que en la práctica Cristina podría recuperar parte del apoyo que con bastante frecuencia le brindó el Partido Radical. No hay que olvidar que Lavagna fue el candidato a Presidente por ese partido en el 2007 y que Javier Gonzalez Fraga fue candidato a Vice-Presidente en 2011. Creo que la incorporación de Blejer le ayudaría a Cristina a recuperar algo de credibilidad en el exterior. Y estoy seguro que el control de precios y el control de cambios manejados por el equipo Lavagna-Gonzalez Fraga va a ser mucho más racional y efectivo que manejado por Guillermo Moreno. Mario Blejer en el Banco Central es el que está en mejores condiciones de minimizar el costo recesivo de cualquier política de estabilización, porque al menos inspira alguna confianza en el exterior.

Yo no estoy seguro, más bien diría que soy excéptico, de que este nuevo gabinete tenga un éxito claro en materia de estabilización y crecimiento, pero al menos, lograrán atenuar alguno de los fuertes desequilibrios acumulados y evitarán que sigan aumentando.

A otros buenos economistas profesionales con vocación política, tales como Carlos Melconián, Alfonso Pratt Gay, Federico Sturzenegger, Luciano Laspina, Miguel Braun, Martín Lusteau y Santiago Montoya, entre otros, les recomiendo que dejen de hablar de lo que Cristina debería hacer ahora y se preparen para reorganizar la economía a partir del 10 de Diciembre de 2015, cuando los argentinos hayamos elegido a un nuevo Gobierno. A ellos sí les aconsejo leer, o releer si ya lo han hecho, mi libro «Estanflación». La oportunidad que Cristina tuvo en 2008, cuando yo escribí ese libro, y que hoy ella ya no tiene porque perdió la credibilidad imprescindible para pegar un viraje semejante, volverá a tenerla un nuevo Presidente que haya ganado las elecciones haciendo campaña con la verdad.

«El País Imaginario de Cristina Kirchner»

Por Rodrigo Botero Montoya, publicado en «El Colombiano» de Medellín.

Los regímenes autoritarios terminan creando un mundo de ensueño, al cual sólo llegan buenas noticias.  Durante la dictadura de Oliveira Salazar, se dice que su círculo íntimo hacía imprimir un diario con un ejemplar, para que el líder del Estado Novo pudiera apreciar el progreso de Portugal.  Los aduladores de Cristina Kirchner han diseñado una variante no menos ingeniosa.  Una vez consolidado el control político del organismo oficial de estadística, se falsean los índices en forma desvergonzada para que produzcan los resultados que la Presidenta desea.

El problema de la inflación se resuelve reconociendo un aumento de precios de cerca de un tercio del verdadero.  Se persigue judicialmente a quienes produzcan cifras de inflación fidedignas.  Al mentir acerca de la inflación, el gobierno cosecha dividendos adicionales.  El PIB aparece mayor de lo que es y la proporción de pobres aparece menor.  Se obtiene un ahorro fiscal defraudando a los tenedores de bonos soberanos indexados a la tasa de inflación.   Sin embargo, el uso sistemático de la mentira  como herramienta de gobierno presenta algunos inconvenientes, tales como el desprestigio internacional y la pérdida generalizada de credibilidad.

En la medida en que el gobierno opta por creer sus propias mentiras, y actuar en función de ese auto-engaño, ingresa al reino de la fantasía.  El discurso esquizofrénico se convierte en verdad oficial.  Cristina Kirchner construye un relato ficticio de la historia de Argentina y lo proclama ante auditorios seleccionados para que aplaudan.  Como advierte uno de sus colaboradores cercanos: ‘A la Presidenta no se le habla. Se le escucha.’  Sus conferencias de prensa son un monólogo.  Cuando pontifica sobre temas económicos, puede decir cualquier disparate, como cuando anuncia que el índice de precios al consumidor de Estados Unidos no incluye alimentos ni gasolina.  Por estar acostumbrada al aplauso incondicional,  sus actuaciones en el exterior resultan desconcertantes.  Su comportamiento en la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard produjo estupor entre los asistentes norteamericanos y vergüenza ajena entre los latinoamericanos.

El manejo económico  consiste en una mezcla de rentismo de amigos y capitalismo de Estado, con altas dosis de intervencionismo discrecional y corrupción.  La Presidenta se ha aficionado a pronunciar el imperativo ‘exprópiese’ sin orden judicial o indemnización.  La combinación de prepotencia e ineptitud gerencial convierte a las empresas estatizadas en máquinas de destrucción de valor.  Aerolíneas Argentinas acumulan pérdidas del orden de US$ 2 millones diarios.  Luego de confiscar la inversión de Repsol en la empresa petrolera nacional,  el valor deYPF se ha reducido en 60%.

La Argentina no se merece este estilo de gobierno.  La gobernadora del banco central declara que la emisión monetaria no produce inflación. Y el secretario de Comercio anuncia que prefiere la arbitrariedad a las reglas claras.   Como consecuencia, tanto la inversión  extranjera como la de los argentinos huyen de semejante conducción de la política económica. Los hechos son tozudos. La dura realidad va rumbo a una colisión con la visión surrealista dibujada por Cristina Kirchner.

En la etapa estanflacionaria la inflación se transforma en la causa del estancamiento productivo.

A esta altura del proceso inflacionario argentino, reiniciado en 2002, los efectos facilitadores del crecimiento de las políticas monetarias expansivas han desaparecido y cobran  mucha fuerza los efectos que frenan al crecimiento.

Las políticas monetarias expansivas son un arma de doble filo. Cuando una economía está en recesión, con tendencia a la deflación, las políticas monetarias expansivas pueden ayudar a la re-activación económica. Las evidencias en este sentido son muy discutidas, pero se ha teorizado sobre ello y forma parte del fundamento de las denominadas «políticas Keynesianas».

Pero cuando luego de años de inflación persistente se desemboca en estanflación, las políticas monetarias expansivas se transforman en la causa principal del estancamiento productivo y prolongan el fenómeno estanflacionario por muchos años, acentuando cada vez más el riesgo de hiperinflación.

Para colmo de males, cuando el gobierno decide comenzar a aplicar una política monetaria anti-inflacionaria, tal como una reducción en el ritmo de crecimiento de la oferta de dinero y el aumento de las tasas reales de interés, el efecto inmediato de estas políticas es también estanflacionario. Es por eso que dichas políticas normalmente se abandonan antes de que produzcan los efectos des-inflacionarios que las motivaron. Por eso la estanflación es una trampa de la que no resulta fácil salir.

En mi opinión, la inflación Argentina entró en su etapa estanflacionaria en 2008, pero la recesión del 2009 que fue provocada por un shock de demanda externa y no por políticas monetarias anti-inflacionarias, creó la ilusión de que la economía argentina podía retomar el crecimiento con sólo aplicar nuevamente políticas monetarias expansivas. Se produjo una recuperación del nivel de actividad económica en 2010 y una expansión en 2011 que alentó la ilusión de que la economía argentina podía seguir creciendo a «tasas chinas». Pero en el año que está a punto de finalizar, la estanflación se puso de manifiesto con todas sus lacras.

La inflación viene desalentando la inversión eficiente en todos los sectores en los que el control de precios provocó la virtual confiscación del capital invertido por inversores y productores. Esto viene pasando desde 2002 en adelante en áreas como la de la energía, los transportes y la producción de alimentos de primera necesidad, fundamentalmente la producción de carnes, leche y trigo. El efecto de la des-inversión en estos sectores es acumulativo y se refleja en un creciente déficit de abastecimiento que eventualmente provoca aumentos estrepitosos de precios, justo en momentos en que los cuellos de botella ya no pueden paliarse con importaciones y subsidios.

Cuando el ritmo esperado de devaluación monetaria inducido por la inflación supera a la tasa de interés que los bancos pagan en el país por los depósitos en moneda local, se pone en marcha un proceso de fuga de ahorros locales al exterior. Este fenómeno, que se viene observando desde 2007, determina un saldo negativo de la balanza de pagos, aún cuando haya superávit en la balanza comercial. Esto significa que existe menos ahorro disponible para financiar la inversión, la que se resiente en todos los sectores productivos de la economía, salvo en inmuebles. Si bien la inversión en bienes raíces puede aumentar por las mismas causas que alientan la fuga de ahorros, no se trata de inversiones decididas para ampliar la capacidad productiva, sino sólo como forma de protección contra la desvalorización monetaria. Por consiguiente la inversión neta que aumenta la capacidad productiva tiende a disminuir y puede incluso tornarse negativa, es decir, no alcanzar a reponer ni siquiera la depreciación del capital.

Cuando la inflación aumenta, el consumo de las familias, en términos reales, también se resiente, aún cuando el personal sindicalizado logre aumentos de salarios nominales del mismo orden de magnitud  o incluso mayores que la inflación. Esto ocurre porque una buena parte de la población ocupada está en la economía informal, donde los ingresos no se ajustan al ritmo de la inflación. Tampoco aumentan al ritmo de la inflación los subsidios sociales que llegan a los sectores de menores recursos.

El superávit de la cuenta corriente, que es el componente externo de la demanda global, también tiende a desaparecer por efecto de la misma inflación. Pierden competitividad las exportaciones, amén de que una parte de ellas se terminan liquidando en el mercado negro, en la medida que los exportadores logran sub-facturar sus ventas al exterior y se inducen importaciones innecesarias o sobre-facturadas en aquellos rubros en los que el gobierno otorga licencias previas de importación. El turismo receptivo también se resiente y aumenta el turismo argentino en el exterior.

La única componente de la demanda global que puede continuar aumentando en términos reales es el gasto público, como ocurrió durante 2011 y 2012, pero este aumento provoca a su vez aumento del déficit fiscal y, por consiguiente, de la emisión monetaria. Esto significa que en algún momento esta expansión  real del gasto público encuentra su límite, porque la aceleración inflacionaria provocada por el déficit le termina ganando la carrera al aumento del gasto público nominal. Ese límite parece estar ya operando en la segunda parte de 2012 y se percibirá claramente durante 2013.

En síntesis, la inflación termina restringiendo el crecimiento de la capacidad productiva (restricción de oferta) y al mismo tiempo disminuye la demanda global en términos reales con lo que los efectos contractivos se potencian sin que la caída de la demanda ayude a ponerle freno a la inflación porque luego de diez años de persistencia, esta lleva incorporada una importante componente inercial. Además se adicionan crecientes expectativas de que en algún momento el Gobierno deberá dejar que la inflación reprimida se transforme en inflación abierta.

Para sorpresa de quienes creyeron encontrar en la inflación una solución a los problemas de endeudamiento, recesión y desocupación que la economía sufría hasta 2001 y de los que , desde siempre, creen que la inflación contribuye al crecimiento económico, cuando se entra en la etapa de la estanflación, en la que lamentablemente estamos ahora, la inflación se transforma en el principal factor limitante del crecimiento de la capacidad productiva y del empleo en el sector privado. Por eso, la gran tarea inicial de un gobierno que pretenda re-vigorizar de manera sostenida a la economía argentina debe ser encontrar una forma creíble de detener la escalada inflacionaria. Tarea que no puede encararse desde la demagogia y la mentira, sino que requiere una alta dosis de austeridad y sinceridad, ingredientes de los que el Gobierno de Cristina carece por completo.