¿Que debería hacer el Gobierno en materia cambiaria?

Lo único que el Gobierno puede hacer para atenuar los efectos negativos del cepo cambiario es legalizar el mercado paralelo, transformándolo en un mercado financiero y turístico libre, sin restricciones a la compra y venta de divisas. De esa forma podría derivar hacia ese mercado la demanda de dólares para turismo, pagos de dividendos, pagos financieros y repatriación de capitales. Debería permitir que los ingresos de capital y las inversiónes directas puedan liquidarse también en ese mercado libre. De paso, la existencia de este mercado libre podría permitir una reunificación gradual, favoreciendo en el tiempo a las exportaciones que más están sufriendo el atraso cambiario, como las de las economías regionales y de las manufacturas. Ello supondría permitir que un porcentaje de las divisas generadas por estas exportaciones se pudieran vender en el mercado libre.

Quienes quieran leer los fundamentos de esta propuesta deberían volver a leer mi post anterior «¿Hay algo que el Gobierno puede hacer para atenuar los efectos negativos del cepo cambiario?»

El arreglo con Repsol es una muy buena noticia.

Quiero expresar mis felicitaciones a todos los que han participado en la negociación. Es una de las mejores noticias para la Argentina de los últimos años. Y es alentador que se haya logrado por intermediación de México. Ojalá sea el inicio de una política exterior Argentina más racional y de un manejo responsable de la política energética de nuestro país.

¿Porqué tenemos alta inflación y brecha cambiaria?

Si uno presta atención a las declaraciones de los asesores económicos de Massa (Lavagna, De Mendiguren, Martín Redrado y Peirano), el problema es que a partir de algún momento el Gobierno abandonó el «modelo de tipo de cambio real alto» con superávits gemelos para avanzar hacia una política anti-inflacionaria basada en el atraso cambiario. Para Lavagna esto ocurrió desde que él dejó el Ministerio de Economía en el 2006, para Redrado desde que dejó el Banco Central en 2010 y para De Mendiguren y Peirano desde que optaron por poner controles de cambio muy restrictivos en lugar de dejar devaluar el peso, luego de la elección presidencial del 2011.

Cualquier economista profesional que acepte esta explicación tiene que concluir que el remedio debería ser entonces volver a la política de tipo de cambio real alto y a la generación, nuevamente, de fuertes superávits fiscales y comerciales. Esto se lograría, por ejemplo, eliminando los controles de cambio y dejando flotar libremente el Peso o decretando un fuerte salto devaluatorio en el mercado oficial, si deciden mantener los controles de cambio. Es decir, con un fuerte ajuste que, si consiguieran convencer a los gremios que lo admitieran sin pedir aumentos salariales, provocaría una fuerte recesión con inflación, no muy diferente a la actual. Y si , por el contrario, los gremios trataran de resistir el ajuste, demandando aumentos de salarios del mismo orden de magnitud que la devaluación, la consecuencia sería una estanflación violenta. Ésta, sin una política monetaria fuertemente restrictiva, terminaría en hiper-inflación. Esto es lo que saben, pero no dicen, porque no les conviene políticamente decirlo, los economistas que fueron ideólogos o ejecutores de la política de tipo de cambio real alto, entre 2002 y 2010.

Que esto iba a ocurrir yo ya lo predije en el año 2007 cuando competían por la Presidencia Cristina Kirchner y Roberto Lavagna. Lo pueden ver en mis notas tituladas «La habilidad persuasiva de los ideólogos del «modelo productivo»» y «Los inevitables sobresaltos de una gestión futura de Kirchner o Lavagna«.

En realidad, la razón por la que tenemos alta inflación y una brecha cambiaria del 60 % no radica en el abandono de la política de tipo de cambio real alto y de superávits fiscal y cambiario gemelos, sino todo lo contrario.  Tenemos inflación alta y brecha cambiaria por una conjunción de razones: en primer lugar por haber utilizado el golpe devaluatorio e inflacionario para revertir el déficit fiscal en 2002 en lugar de hacer una reducción transparente del nivel de gasto público. En segundo lugar, por haber adoptado la política de tipo de cambio real alto como supuesta estrategia de desarrollo y re-industrialización. Y, en tercer lugar, por haberse engolosinado el Gobierno con el congelamiento de tarifas públicas como herramienta anti-inflacionaria y redistributiva de ingresos y haber comenzado a hablar, nuevamente, de las ventajas de la pesificación.

La primera causa es fácil de entender. Para implementar un ajuste brutal y exagerado (y licuar pasivos en dólares), en 2002 el Gobierno de Duhalde (por inspiración de De Mendiguren) decidió transformar todos los contratos en dólares en contratos en pesos al tipo de cambio de la convertibilidad y luego dejar flotar el Peso. Ante semejante violación de los derechos de propiedad de los ahorristas e inversores en la Argentina, la gente decidió desprenderse de los pesos y convertiros en dólares billete , provocando una devaluación enorme que, en setiembre de 2002, llevó el precio del dólar a 4 pesos. Esto ocurrió a pesar de que entre enero y setiembre el Banco Central se desprendió de casi 5 mil millonees de dólares de los 14 mil millones que respaldaban en un 100% la base monetaria al final de la convertibilidad. Por supuesto, semejante devaluación no podía provocar, durante 2002, menos inflación que lla que provocó. Y si a inflación apenas superó el 40 % fue porque el Gobierno dispuso el congelamiento de tarifas públicas (gas, electricidad, transporte y combustibles en general) y, valiéndose de la alta desocupación, pudo evitar que los sindicatos demandaran fuertes aumentos de salarios. En definitiva se utilizó el golpe devaluatorio y la redistribución regresiva que siempre acompaña a los golpes inflacionarios para producir el ajuste que permitió que a partir de 2003 se produjeran los superávits gemelos.

La segunda causa es menos evidente, pero no menos importante. La estrategia de reactivar y hacer crecer la economía a través de «mantener el tipo de cambio real alto» impidió que la apreciación del Peso, que comenzó a producirse a partir de octubre de 2002, pari passu, con la apreciación del Real en Brasil, permitiera el proceso de re-estabilización de la economía que se logró en Brasil, pero no se logró en Argentina. En realidad, mientras estuvo Alfonso Pratt Gay en el Banco Central, aún sin decirlo, imitó la política de metas de inflación de Brasil y logró que el precio del dólar bajara de 4 pesos a 2.60, tal como lo hizo, en el mismo período, el precio del Real. Yo elogié esta política. Por supuesto la inflación comenzó a ceder, tanto en Brasil como en Argentina. En nuestro país, en 2004 la inflación bajó al 4 % anual.

Lamentablemente, la apreciación del Peso era vista por los ideólogos del modelo productivo, Lavagna desde el gobierno y De Mendiguren desde la Unión Industrial, como un peligro para la estrategia de crecimiento. De ahí que tanto Kirchner como Lavagna, alentaran a Martín Redrado a intervenir en el mercado cambiario, comprando todos los dólares que fueran necesarios para ubicar al Peso en una cotización no menor a 3 pesos por dólar. Lamentablemente Martín Redrado lo hizo, no sé si porque también creía en las «virtudes» del tipo de cambio real alto o por presión del Presidente y del Ministro de Economía. Pero la cuestión es que lo hizo y mientras el Real se siguió apreciándo y la inflación se redujo significativamente en Brasil, el Peso dejó de apreciarse y la inflación comenzó a aumentar en Argentina, a pesar de que el Gobierno mantuvo congelado los precios de los servicios públicos  y comenzó a apelar a las retenciones y los controles de precios para mantener bajo el precio de los alimentos. El aumento de la inflación comenzó en 2005, cuando Lavagna era aún el Ministro de Economía, lo mismo que las altas retenciones y los controles de precios, sobre todo los de la carne, la leche y el pan.

La tercer causa puede ser menos evidente: el congelamiento de tarifas de servicios públicos y el renacimiento de la tentación pesificadora. El congelamiento de tarifas públicas, fundamentalmente las del gas, la electricidad y el transporte urbano (porque a los combustibles se los dejó aumentar), provocó dos tipos de déficits: el fiscal, porque obligó al pago de fuertes subsidios a las empresas prestadoras,  y el comercial, por el aumento de las importaciones de energía. Cuando la gente comenzó a demandar dólares para protegerse de la inflación, el gobierno volvió a hablar de pesificación. Esto alertó a quienes todavía tenían ahorros en dólares en el sistema financiero y a muchos de los que tenían ahorros en pesos, a pensar que la única forma de proteger sus ahorros líquidos era comprando dólares billete o enviando sus fondos al exterior.La reacción del Gobierno fue ampliar los controles de cambio y así nació el cepo cambiario. Como la emisión monetaria no podía dejar de aumentar, porque de alguna forma el gobierno tenía que financiar el déficit fiscal creciente, cepo cambiario y fuerte emisión fueron generando una brecha cambiaria cada vez mayor. Hoy alcanza al 60 % del precio del dólar en el mercado oficial. Por supuesto, la expectativa inflacionaria no se guía ya por el ritmo de devaluación decidida por el gobierno en el mercado oficial sino por el ritmo de devaluación en el mercado paralelo.

Como lo vengo sosteniendo desde hace mucho tiempo, la inflación tiene su origen en la devaluación de la moneda y ésta no puede ser manejada por el gobierno a través de controles de cambio sino que es el resultado de la expansión monetaria.

Por eso, la solución a los problemas actuales que tienen en mente los asesores económicos de Massa, que aún  sin decirlo, alientan una fuerte devaluación monetaria, es absolutamente equivocada. Resulta mucho más razonable pensar en eliminar los subsidios aumentando cuanto antes las tarifas de los servicios públicos (cuidando que no golpee a los sectores realmente pobres), bajar los impuestos distorsivos que hacen perder competitividad, tanto al agro como a la industria, y pensar seriamente en formas transparentes de bajar el gasto público como porcentaje del producto bruto interno, no a través del engaño de la devaluación (que, con este gobierno ya muy debilitado, los trabajadores no permitirán que sea una devaluación real), sino a través de una discusión responsable en el Congreso del presupuesto del Estado.

Después de escuchar las declaraciones de Capitanich, ayer y esta mañana, me da la impresión que él rumbea en esta dirección. Lástima que al mismo tiempo no se animan a dejar que funcione, además del mercado oficial sujeto a controles de cambios, un mercado cambiario verdaderamente libre para todo el resto de las operaciones . Ojalá la ideología anti-mercado y estatista no les cierre los ojos a los miembros del gabinete que ha quedado formado desde la designación de Capitanich al frente de la Jefatura de Gabinete.

 

 

 

 

 

 

 

 

Dos designaciones promisorias y un gran interrogante

La Presidenta volvió y decidió dos reemplazos que son alentadores: la designación de  Jorge Capitanich como  Jefe de Gabinete y la de Juan Carlos Fábrega como Presidente del Banco Central. Si la Presidenta delega en ellos o les da los espacios de poder que institucionalmente le corresponden, estos dos altos funcionarios pueden llegar a desempeñar muy bien sus funciones. El gran interrogante lo plantea la designación de Axel Kicillof en el Ministerio de Economía. ¿Seguirá con sus prejuicios ideológicos basados en sus lecturas de Marx o habrá capitalizado la experiencia práctica de los últimos años? La incognita se develará cuando anuncien el «desdoblamiento cambiario» del que se lo supone autor intelectual.

Si el segundo mercado cambiario es realmente libre de controles y sin intervención del Banco Central, para que se liquiden por allí todas las divisas que no están obligadas a venderse o no se permitan comprar en el actual mercado oficial, entonces se podrá concluir que el nuevo Ministro de Economía ha aprendido a reconocer las virtudes de los mercados libres. Como expliqué en un post anterior, este tipo de desdoblamiento ayudará a que la transición hacia un mercado único y libre de cambios para todas las transacciones pueda llegar con un nuevo Gobierno a partir del 10 de diciembre de 2015 sin saltos traumáticos. También contarán con un posible mecanismo de recuperación de la competitividad de, al menos, las economías regionales y las exportaciones más intensivas en el uso de la mano de obra, a las que podrán ofrecer un tipo de cambio que resulte de mezclar en proporciones que pueden variar en el tiempo, la cotización en los dos mercados.

Si, por el contrario, el desdoblamiento sólo persigue crear dos mercados oficiales con cotizaciones diferentes pero en ambos casos intervenidos por el Banco Central y con restricciones de acceso, la consecuencia será que seguirá existiendo un mercado paralelo, tal como ocurrió en Venezuela cuando adoptaron este tipo de arreglo cambiario.

Ojalá Axel Kicillof haya aprendido las virtudes de los mercados libres, como los comunistas chinos lo hicieron desde 1978 bajo el liderazgo de Deng Xiao Ping, o, si ello no ha ocurrido, al menos que  prevalezca la experiencia de Capitanich y de Fábrega por sobre los prejuicios ideológicos de Kicillof.

 

Salto devaluatorio, inflación y competitividad externa

 Por Domingo Cavallo, para Perfil. Publicado en la edición especial de «Noticias» por los 30 años de democracia, bajo el título «El mágico poder de la ilusión».

La competitividad externa que se gana con una fuerte devaluación de la moneda, si no es seguida por una política monetaria enderezada a tasas muy bajas de inflación, es ilusoria: dura poco y termina llevando a la economía a un nivel de competitividad externa  inferior al inicial.

Esto ocurre porque la devaluación de la moneda, seguida por una política monetaria que no restringe el aumento de los precios, termina introduciendo en la economía niveles de inflación más altos que los anteriores. La mayor inflación y la intervención del Estado en los mercados que normalmente la acompaña crea muchas distorsiones en el sistema de precios relativos, desalienta la inversión y reduce la productividad de los factores de la producción.

Esta premisa ayuda a entender lo que pasó en la economía argentina entre 2002 y la actualidad. En 2001 y prácticamente desde principios de 1999 la economía argentina había perdido competitividad externa, no por descenso de la productividad ni por falta de inversión, sino por los déficits de las provincias financiados con endeudamiento bancario a tasas de interés flotantes y muy altas en términos reales; y por acontecimientos externos muy desfavorables: la devaluación de muchas monedas frente al Dólar, en particular del Real y del Euro a partir de principios de 1999.

La fuerte devaluación de los primeros meses del 2002, provocada por la decisión de dejar flotar el Peso luego de “pesificar”  compulsivamente todos los depósitos en dólares, pareció resolver los problemas de competitividad externa de la economía. La esperanza de que esta fuerte devaluación permitiría aumentar la competitividad externa de una manera permanente, llevó al Gobierno de Duhalde y luego al de Néstor Kirchner a sostener que se había puesto en marcha un modelo de “tipo de cambio real alto” que aseguraría superávits gemelos de la cuenta corriente de la balanza de pagos y de las cuentas fiscales. Estos superávits gemelos iban a ser la clave de un crecimiento sostenido de la economía.

A algo más de 10 años de aquella experiencia, resulta claro que los resultados no son los que se habían predicho. Hoy la economía argentina, a pesar de que las condiciones externas siguen siendo mucho más favorables que lo que fueron en el período 1999-2001, presenta problemas de competitividad externa más graves que los que existían antes de la gran devaluación de 2002.

¿Cuál es la causa de semejante resultado? Sin lugar a dudas, la reintroducción de la inflación como problema crónico de la economía y las numerosas distorsiones en la estructura de precios relativos que resultaron de las intervenciones  en los mercados que decidió el Gobierno para tratar de atenuar la inflación sin recurrir a políticas macroeconómicas restrictivas.

Esta experiencia puede ayudar a entender qué es dable esperar si en algún momento del futuro, el gobierno de Cristina Kirchner decide que debe producir un salto devaluatorio importante en el precio oficial del Dólar.

Hay que distinguir dos situaciones diferentes: una, si se mantienen los controles de cambio que existen hasta este momento; otra, si el salto devaluatorio es el resultado de la eliminación de los controles de cambio y la unificación del mercado cambiario para que funcione en forma completamente libre.

En el primer caso, el salto devaluatorio probablemente deje como resultado un aumento proporcional en la tasa de inflación sin que cambie para nada la estructura de precios relativos. Si se acompaña la devaluación con un tarifazo equivalente para evitar que aumente el monto de los subsidios, no es dable esperar que los sindicatos acepten mansamente la aceleración inflacionaria sin demandar aumentos de sueldos de magnitud semejante a l salto devaluatorio. Tarifazo más aumento salarial producirán un efecto “Rodrigazo”: el precio del Dólar en el mercado paralelo aumentará más que en el oficial y la inflación se acelerará.  Por consiguiente, la competitividad externa en lugar de aumentar puede llegar a disminuir. 

En el segundo caso, si bien la unificación del mercado cambiario y la eliminación de los controles de cambio probablemente lleven el precio único del  Dólar al nivel del mercado paralelo, los efectos sobre la tasa de inflación dependerán crucialmente de la política monetaria que se anuncia y de la credibilidad que la misma inspire. Si el Banco Central, con pleno respaldo del Gobierno, anuncia que perseguirá metas de inflación cada vez más bajas y deja que la tasa de interés sobre los depósitos suba a niveles positivos en términos reales, el precio del Dólar se estabilizará y el Peso puede incluso comenzar a apreciarse. En este contexto, el gobierno puede encontrar espacio para ajustar los precios atrasados de los servicios públicos sin que la inflación aumente y los aumentos salariales pueden mantenerse dentro de los porcentajes históricos. Si el Gobierno goza de suficiente credibilidad puede incluso convencer a los sindicatos que acepten aumentos salariales en línea con la inflación esperada y no con la inflación retrospectiva. De esa forma se puede evitar el efecto “Rodrigazo” y la competitividad externa de la economía comenzará a recuperarse.

Los anuncios del Gobierno de Cristina Kirchner no gozan de credibilidad y es por ello que no puede intentar un salto devaluatorio del segundo tipo. Al primer tipo de salto devaluatorio, mientras pueda, va a posponerlo, porque no quiere pagar el costo político de un “Rodrigazo”.

Lo mejor para el Gobierno de Cristina y también para aumentar las chances de que un próximo gobierno pueda decidir un salto devaluatorio asociado a la unificación del mercado cambiario acompañado por un anuncio creíble de política monetaria anti-inflacionaria, es que se admita que el actual mercado paralelo funcione como un mercado legal y libre de cambios. A este mercado deberían derivarse las compras y ventas de dólares con motivos financieros y turísticos, manteniendo el mercado oficial y controlado sólo para las operaciones asociados a la balanza comercial. Esta metodología, podría permitir mejorar selectivamente la competitividad externa para algunas producciones (por ejemplo para las manufacturas y las producciones regionales) mediante el arbitrio de dejar que se liquiden en el mercado libre un cierto porcentaje de las divisas provenientes de las exportaciones.

No tengo muchas esperanzas de que Cristina siga este consejo, pero siendo consciente de los peligros que acechan en el horizonte, no me perdonaría dejar de brindarlo. Estoy convencido que es el mejor consejo que se le puede dar al Gobierno para sortear la encrucijada en la que se ha metido.