En varias oportunidades el Presidente Eduardo Duhalde y los candidatos presidenciales Elisa Carrió y Néstor Kirchner se han desvivido en elogios para el nuevo Presidente de Brasil y hasta sugirieron que él haría en el país hermano lo que ellos piensan que hay que seguir haciendo en la Argentina: mantenernos en cesación de pagos, aislarnos de los mercados de capitales, atacar al sistema financiero, atacar las privatizaciones y tratar que la moneda se mantenga muy depreciada o se deprecie aún más.
Sus expectativas sobre las políticas que aplicaría el Presidente Luis Ignacio “Lula” da Silva en Brasil podían tener fundamento en el discurso del entonces candidato, hasta tres meses antes de la elección. Pero cualquier observador atento de su campaña electoral debía llegar a la conclusión de que lejos de cambiar el modelo económico puesto en marcha por Fernando Enrique Cardozo, Lula se preparaba para profundizarlo. Ni pensar en la cesación de pagos! En cambio, comenzó a decir que honraría todos los compromisos financieros de Brasil y que mantendría el superávit primario, es decir, el esfuerzo que el país hace para pagar intereses de la deuda pública. Todo lo contrario a lo que fue en 1999 la campaña electoral de Eduardo Duhalde. Más bien, la campaña de Lula terminó pareciéndose a la de la Alianza, al menos en lo que respecta al ajuste fiscal y el servicio de la deuda pública. Por supuesto, como De la Rúa y Duhalde, Lula prometió mejores planes sociales y lucha contra la pobreza. En estos temas todos los candidatos hacen las mismas promesas. Pero algunos terminan siendo más creíbles que otros, por eso ganan.
Yo estoy convencido que una de las razones por las que Lula cambió de discurso en los últimos meses de la campaña, es porque quiso dejar en claro que el no haría en Brasil lo que Duhalde hizo en la Argentina. Es decir, el no declararía la cesación de pagos de la deuda externa y mucho menos licuaría la deuda interna a costa de los ahorristas de su país. ¿Qué lo hizo cambiar de opinión? Precisamente las consecuencias que estaba sufriendo la Argentina.
Era obvio que nuestro país, por no extender a las provincias un recorte del 13 % en los salarios del sector público y las jubilaciones de más de 500 dólares y no cerrar una reestructuración de la deuda que iba a rebajar a la mitad la factura de intereses, terminó declarando la cesación de pagos de la duda pública con un resultado terrible para la gente: 30 % de caída en términos reales de todos los sueldos y jubilaciones y un aumento inusitado de la pobreza y la indigencia. Este ajuste feroz fue consecuencia no tanto de la cesación de pagos externos como de la combinación de pesificación con devaluación, que fue el mecanismo utilizado para imponer una fuerte quita a la duda interna, tanto del sector público como del sector privado. Los asesores de Lula le explicaron algo que Duhalde y los izquierdistas locales aún parecen no haber comprendido. Que son muchos más los acreedores internos que los externos, y que la cesación de los pagos produce una desarticulación tal del sistema financiero y de los mercados de capitales, que termina provocando un ajuste mucho mayor que el que requería una solución ordenada para el problema de la deuda.
Por eso, Lula, ya Presidente del Brasil, designó a un equipo económico que habla de reformar el sistema de seguridad social, es decir, bajar el gasto jubilatorio del sector público, controlar mejor el gasto de los estados y mejorar la recaudación impositiva, para generar un superávit primario superior al que había comprometido el gobierno anterior. Por supuesto que la clave para el éxito de su estrategia pasa por la reducción tanto de la tasa de interés que pretenden los tenedores de bonos externos, como la del mercado financiero interno. Si el FMI, que también debería haber aprendido de la traumática experiencia Argentina, ayuda a Brasil a generar buenas expectativas que permitan esa reducción de tasas y se remueva del horizonte el riesgo de cesación de pagos de Brasil, Lula habrá ganado la batalla que los izquierdistas y populistas locales, acompañados por la insensatez de algunos conservadores de Washington y las dudas fatales del FMI, nos hicieron perder durante 2001 a los argentinos.
Así como Lula ha observado lo que pasó en Argentina a partir de la decisión de cesar los pagos del servicio de la deuda, sería bueno que los dirigentes locales que admiran a Lula, sobretodo por su discurso contra el modelo económico, observaran el comportamiento de Lula ya como Presidente del Brasil. Advertirán de inmediato que Lula no quiere una moneda extremadamente devaluada, no esta preocupado por la apreciación del real y lejos de tratar al sistema financiero y a los mercados de capitales como enemigos, está tratando de ganar su confianza. La razón es muy simple: el sabe, por la penosa experiencia argentina, que hacer lo contrario es aumentar la pobreza. Y hay un aspecto de su discurso que no está dispuesto a sacrificar: que no quede ningún brasileño sin tener desayuno, almuerzo, merienda y cena.