Inflación y ausencia de crédito: bueno o malo?

Los economistas que dieron apoyo intelectual a la política económica de Duhalde y Kirchner, fundamentalmente los autores del Plan Fénix, argumentan que la inflación y la falta de crédito que ha sufrido la economía argentina desde 2002 en adelante, actuarán como atenuantes del impacto  sobre nuestro país de la crisis financiera global que está afectando al mundo.

El argumento, que ellos dicen se  basa en las ideas de Keynes, es el siguiente: la crisis financiera global producirá recesión y deflación en el mundo, eventualmente depresión económica y, por mucho tiempo, desaparecerá el crédito con lo que  cada país tendrá que «vivir con lo suyo». Para el caso de Argentina, lo que será deflación afuera, se transformará en estabilidad o, al menos, en «des-inflación» adentro…gracias a que partimos de inflación alta y no de estabilidad. Mientras que para otros países, «vivir con lo suyo» y perder el crédito será un drama, para nosotros, que hace 7 años «vivimos con lo nuestro», no debería serlo. No sufriremos la pérdida de crédito, simplemente porque ya lo habíamos perdido y no hicimos nada para recuperarlo. En definitiva se aplicaría aquello de que «no hay mal que por bien no venga».

Lamentablemente están muy equivocados. Y sería bueno que los dirigentes políticos argentinos lo advirtieran a tiempo. Pronto saldrá un libro mío que apunta a arrojar luz sobre esta interpretación tan peligrosa de la situación actual, pero siento que no puedo esperar a que el libro esté en las librerías para hacer, al menos, una advertencia.

La inflación y la falta de crédito son un peligroso agravante para el impacto de la crisis financiera global en pleno desarrollo y para la recesión y deflación mundial que se vienen, por una razón muy simple: a la inflación y la ausencia de crédito, que ya teníamos como problemas, ahora se agregarán un gran déficit fiscal y una fuerte demanda de dólares billete por parte de la gente que nos llevarán a un escenario muy parecido al del período 1975-1988, la época de la estanflación: inflación con recesión. Excluyo, por el momento el período 1989-1990, porque la hiperinflación aún no es inexorable. Pero a la estanflación no sólo que no la excluyo, sino que me atrevo a decir que se viene cantada.

La crisis financiera global ya ha producido una fuerte baja de los precios de nuestros productos de exportación. Esta tendencia se acentuará cuando se comiencen a percibir los efectos completos sobre el nivel de actividad económica en casi todos los países del mundo y serán extremos y muy prolongados en el tiempo si el mundo entra en depresión y deflación.

Además, en el caso particular de la producción agropecuaria, hay que advertir que en China, el principal demandante de estos productos en los últimos años, se está por producir una nueva revolución verde por incorporación de tecnologías que antes no se podían aplicar dado el reducido tamaño de las unidades agropecuarias. El nuevo régimen de propiedad rural y la posibilidad de que los pequeños agricultores vendan o arrienden su tierra y se formen unidades más grandes, puede significar el mismo aumento de productividad que en la Argentina provocaron los pooles de siembra a partir de los años 90s.

Los efectos de esta baja de los precios de nuestros productos de exportación tendrá enormes consecuencias fiscales, porque además de caer los ingresos por precios más bajos, caerán los volúmenes físicos exportados, por caídas en la producción, debido al desaliento que han provocado las retenciones y las restricciones a las exportaciones de trigo, lácteos y carnes. La única forma de revertir la caída de la producción, será eliminando las retenciones, lo que acentuará el deterioro de las cuentas fiscales. Si para dar incentivo al campo, en lugar de eliminar las retenciones se permite que el Peso se devalúe, el deterioro fiscal vendrá por el aumento de los subsidios a la energía, los transportes y todas las actividades que han sufrido congelamiento de precios y tarifas o controles que han ubicado los precios por debajo de los costos de producción.

Para tratar de compensar este inexorable deterioro fiscal, el gobierno ya ha dado la señal de su accionar futuro: echará manos a cualquier ahorro acumulado que exista en la economía, siempre que esté a su alcance. Lo ha hecho con el anuncio de que se apropiará del ahorro acumulado por los trabajadores que eligieron enviar sus aportes personales jubilatorios al sistema de AFJPs. Esto no hace más que aumentar el descrédito.

El crédito, tanto público como privado requiere de dos ingredientes: el ahorro, que es la única fuente genuina de fondos para prestar y la confianza, que hace que alguien reúna la condición  necesaria para hacerse acreedor al préstamo. Las acciones del gobierno que significan una apropiación compulsiva de ahorros del pasado, hacen desaparecer el ahorro presente y del futuro, al menos el ahorro que se canaliza a través de instituciones encargadas de prestarlo y que pueden llegar a ser controladas por el gobierno. Y destruyen la confianza, tanto en el sector público como en el sector privado.

Por supuesto, el ahorro externo no viene a la Argentina desde 2001 y mucho menos vendrá a partir de ahora. Todo esto significa que no sólo el gobierno no dispondrá de crédito, sino que nadie en el sector privado conseguirá que le presten para financiar inversiones, capital de trabajo y, mucho menos, consumos o inversiones familiares. Sin crédito, la economía entrará inexorablemente en una fuerte recesión, tanto por caída de la demanda como por caída de la producción.

Los optimistas empedernidos dicen: habrá recesión, pero al menos la inflación tenderá a desaparecer. Y argumentan: ya lo estamos viendo, durante octubre los precios en los supermercados han dejado de subir y,en muchos casos, están bajando.

No me alegra terminar esta nota con una mala noticia: la inflación, luego de una breve caída, va a seguir alta e incluso podrá aumentar de la mano del aumento del precio del dólar, que terminará siendo mucho más alto que el que demandan los devalúo-maníacos, como ya ocurrió en 2002. Probablemente el precio del Dólar que primero se escape será el del Dólar billete en el mercado paralelo y por un tiempo, el efecto inflacionario se intentará atenuar con controles de cambio y la administración, por el Banco Central, del precio del Dólar para las transacciones comerciales, al mejor estilo del período 1975-1988.

Hoy he leído en la Nación una muy buena nota de Roberto Cachanosky titulada «La tormenta perfecta«. Mi única discrepancia con su pronóstico es que esta vez no habrá «corralito» sino, en todo caso algo más parecido al «corralón» de Duhalde, o en el mejor de los casos, un nuevo Plan Bonex. No habrá «corralito», porque cuando la gente quiera retirar sus depósitos de los bancos, éstos conseguirán los pesos y los dólares necesarios para entregárselos a los depositantes. Los conseguirán del Banco Central con el simple arbitrio de no renovar las LEBACs y N0BACs que tienen en sus activos. Y si no les alcanzaran, el Banco Central podrá actuar, ahora, como prestamista en última instancia de los Bancos, dado que no tiene la limitación que imponía la Ley de Convertibilidad.

Pero he aquí que éste será el Talón de Aquiles de todo el sistema: la enorme cantidad de pesos billetes que la gente obtendrá a través de la corrida contra los depósitos intentarán convertirse en dólares billete, porque la gente no sólo predecirá sino que estará viendo que el Peso se devalúa aceleradamente.

El gobierno no va a estar dispuesto a vender todas sus reservas para permitir este atesoramiento en dólares billetes. Pero tampoco aceptará que el precio del dólar para las exportaciones e importaciones aumente todo lo que la demanda de dólares billete determinaría. El resultado será un sistema de control de cambios, con un precio administrado del Dólar en el mercado oficial y un precio mucho más alto en el mercado paralelo. Algo que existió frecuentemente en Argentina entre 1975 y 1988 y que hoy es una realidad en Venezuela.

La administración del precio del Dólar en el mercado oficial permitirá que la inflación no se descontrole… por un tiempo. Pero luego de meses y quizás uno o dos años de vivir con una brecha grande entre el Dólar oficial y el Dólar paralelo vendrá un ajuste tipo «Rodrigazo». Mi única duda se refiere a los tiempos. No sé si la historia lo denominará «Kichnerazo» o estará a cargo, para el momento de la verdad, otro personaje, con tan mala suerte que aportará su apellido para tan ingrato rol.

Otro engaño alevoso

 

Porqué el gobierno decidió ahora dar por terminado el sistema jubilatorio de ahorro y capitalización? Si ésta era su idea, porque no lo hizo en el momento en que publicitó la libre opción para la gente? La respuesta es muy clara: el gobierno enfrenta un enorme agujero fiscal para los próximos tres años y ha decidido resolverlo apelando a los ahorros del sistema previsional.

Pruebas al canto: Es sabido que enfrenta vencimientos de capital de la deuda pública para los que no tiene financiamiento y además ha elaborado un presupuesto para 2009 con un estimado de recaudación por retenciones de 50 mil millones de pesos en comparación con una recaudación de 35 mil millones durante el año en curso. Obviamente esta estimación involucra no menos de 20 mil millones de exageración, porque los precios y los volúmenes de exportaciones para 2009 se presentan bastante más bajos que los que se lograron en 2008. Podría citar muchos otros mecanismos que complicarán el panorama fiscal para 2009, pero para explicar el punto central de este artículo, por su dimensión, me basta con el que acabo de mencionar.

 

La desaparición del sistema de ahorro y capitalización, elegido por 3 millones 600 mil aportantes activos, significa para el gobierno apropiarse de 95 mil millones de pesos ahorrados por aquellos trabajadores más el ingreso mensual de algo más de mil millones de pesos mensuales. Digamos 13 mil millones anuales, es decir, otros 39 mil millones de aquí al final del gobierno de los Kirchner.

De los 95 mil millones de ahorros acumulados, aproximadamente la mitad están invertidos en títulos públicos. El gobierno podrá entonces decir que la deuda pública bajó en aproximadamente 48 mil millones de pesos. Un primer gran engaño, porque deja de contabilizar una deuda con los futuros jubilados que es al menos igual a los 95 mil millones que ahora les sustrae.

El resto de los fondos ahorrados están invertidos en acciones y títulos privados, fondos de inversión y activos extranjeros por aproximadamente 41 millones y depósitos a plazo fijo en el sistema bancario por 7 mil millones.

Con los 7 mil millones de depósitos a plazo fijo más los 13 mil millones anuales de ingresos adicionales que ahora obtendrá el gobierno al apropiarse de lo que debería ser el aumento anual del ahorro de los jubilados, ya podrá cubrir el agujero creado por la menor recaudación de retenciones.Como probablemente aparecerán otros agujeros fiscales, podrán ir vendiendo primero los activos externos y luego los fondos comunes de inversión y las acciones y títulos privados, con lo que podrán cubrir hasta 41 millones adicionales de pérdida de recaudación y mayores gastos a los previstos en el presupuesto. Incluso le podrán alcanzar para amortizar buena parte de la deuda pública que vence a lo largo de 2009 y para la que no hay perspectivas de renovación, dado que Argentina ha perdido completamente el crédito público.

 

Es una estrategia fiscal muy “ortodoxa”, tal como le gusta decir a Kirchner y como se lo demandaría el FMI si siguiera con sus viejas recetas fiscalistas de corto plazo. Pero no deja de ser otro gran engaño, como los tantos que se vienen sucediendo desde 2002 en adelante.Esta forma de resolver los problemas fiscales atenta contra la solvencia de largo plazo de la Argentina. Del stock de ahorros de los jubilados el Estado se puede apropiar una sola vez, no podrá hacerlo todos los años, porque ya no habrá ahorros acumulados. Así que en el 2010 y 2011 no contarán con esos recursos. Es probable que tampoco puedan contar con los 13 mil millones anuales de nuevos aportes.

No sería sorprendente que esos 13 mil millones anuales terminaran yendo a las provincias, porque debe recordarse que el argumento con la que éstas cedieron 10 % de sus recursos de coparticipación y otros porcentajes de la recaudación del IVA al sistema previsional, fue precisamente para compensar la reducción de recaudación por aportes personales que en 1993 comenzaron a ir al sistema jubilatorio de ahorro y capitalización. Ahora que el sistema de reparto recupera esos ingresos, no creo que las provincias sigan resignando sus recursos de coparticipación federal de impuestos, máxime teniendo en cuenta la precaria situación fiscal en la que se encuentran.

 

En fin, la eliminación del sistema jubilatorio de ahorro y capitalización, apunta a una solución fiscal que no es sostenible en el tiempo. El Gobierno se está auto-engañando. Pero el engaño a los futuros jubilados es el verdaderamente alevoso. Le están diciendo que todo este cambio se hace para que ellos cobren mejores jubilaciones en el futuro. Y Esto es una burda mentira. Lo que están haciendo es escondiendo la deuda que el Estado tiene con los jubilados y, por supuesto, evitando documentarla. Así, en el futuro, bastará un golpe inflacionario para volver a licuar esas deudas y reducir las jubilaciones, como ya lo hicieron en 2002.

 

Para advertir que la estrategia de este gobierno es el engaño, basta recordar que el señor Boudou, en su presentación de esta iniciativa, aludió a que “el sistema de ahorro y capitalización que ahora se da por terminado fue inspirado por el mismo personaje que en 2001 bajo en un 13 % las jubilaciones”. Lo que no dijo el señor presidente de la ANSES es que con una medida del mismo cuño conceptual que la que él ahora impulsa- la pesificación combinada con devaluación, que expropió un 70 % de los ahorros privados- provocó una caída de las jubilaciones, en términos de poder adquisitivo del 30 %, más del doble que la reducción del 13 % del año anterior, que por otro lado sólo alcanzaba a las jubilaciones mayores a 500 dólares mensuales. Parece que en la universidad privada en la que estudió economía, no aprendió a distinguir entre reducciones nominales y reducciones reales de los salarios y jubilaciones. Cosa que sorprende porque el CEMA es una buena escuela. Quizás, como Boudou estudió mientras no existía inflación en la Argentina, sigue razonando como si no la hubiera. Debe estar entre los que creen en las índices del INDEC intervenido por la Secretaría de Comercio.

 

La confiscación de los ahorros de los 3 millones 600 mil futuros jubilados que están disponiendo ahora, va a provocar para ellos un deterioro mayor aún a aquel que en 2002 provocó la pesificación con devaluación.

 

 

 

 

 

 

Los Premios Nobel y el Capitalismo.

Ayer leí un muy buen artículo de Paul Krugman en la Nación. Se titula: «La economía real también necesita un gran rescate«. Los lectores de este sitio habrán advertido cómo Paul Krugman cambió de opinión sobre los riesgos que significa el endeudamiento público en los Estados Unidos. Mientras en el artículo de 2004, que comenté en mi nota del 14 de octubre, alerta sobre el riesgo de que Estados Unidos caiga en una crisis como la de la Argentina, por exagerados déficits y su consecuencia: el aumento del endeudamiento público, hoy después de reconocer que la crisis que finalmente se produjo no tiene ese origen sino el exceso de endeudamiento privado, particularmente de las familias, recomienda no preocuparse por el déficit fiscal y evitar no sólo la quiebra generalizada del sistema  bancario sino también rescatar a la economía real.

Yo estoy de acuerdo con su recomendación, porque existe fuerte demanda de dólares y de títulos del Tesoro Americano por parte de los que tratan de deshacerse de los bonos e hipotecas privadas y porque la economía real necesita financiamiento y demanda efectiva para evitar una depresión económica y ponerle un piso a la recesión inevitable. Algo que no podíamos hacer ni México, ni Brasil, Ni Rusia, ni los países asiáticos ni, por supuesto, Argentina, sin ayuda de los EEUU y los organismos financieros internacionales. Sin embargo, puede ser hecho por los EEUU, sin ayuda del resto del mundo en materia de recursos fiscales, por el simple hecho de que sigue siendo la economía y el Estado que más confianza inspira. Claro que dado el caracter global de la crisis iniciada en los EEUU, los demás estados deben hacer algo parecido, con sus propios recursos fiscales. Y lo podrán hacer en la medida que sus monedas y los títulos de sus respectivos tesoros inspiren confianza. Sin duda es imprescindible que las acciones de los distintos estados sea coordinada, como afortunadamente ha comenzado a ocurrir en la última semana.

Algunas economías emergentes, como la nuestra, tienen en la actualidad la suerte de que no será necesario que rescaten a sus respectivos sistemas bancarios, porque al estar sub-expandidos, como consecuencia de las crisis financieras anteriores, ahora no corren muchos riesgos. Pero no debemos cantar victoria. Nuestra economía está muy mal posicionada para llevar a cabo el rescate de la economía real, tal como lo propone Paul Krugman en esta nota. Incluso en comparación con otras economías emergentes. La razón? Muy sencilla: nadie demanda los títulos de la deuda pública argentina. No tenemos crédito, ni como sector privado ni como sector público. Si el gobierno Argentino siguiera la recomendación de Krugman, sin conseguir antes recuperar el crédito público, se vería obligado a una emisión monetaria enorme que provocaría una fuerte devaluación y mucha más inflación de la que hoy existe. Por eso es que alegrarse de la crisis global y pensar que no nos afectará, es una grave equivocación.

Pero comencé a escribir esta nota pensando no tanto en el artículo de Krugman, sino en el que Paul Samuelson publica hoy en Clarín. Se titula «Adiós al capitalismo de Friedman y Hayek». Está en el suplemento iECO, pero no lo he encontrado en internet, por eso no pongo el respectivo link. Estoy seguro que muchos estatistas que quieren que desaparezca la economía de mercado gozarán con lo que Samuelson dice en este artículo, a pesar de que el mismo aclara: «Acaso es este el final del sistema de mercado? Como ciudadano común espero que no. Mil años de historia económica avalan objetivamente cuán indispensables son los sistemas de mercado». Y continúa:»Marx, Lenín, Stalin, como economistas fueron tontos de la aldea. Y Mao peor. Ni que hablar de Castro en Cuba, Chávez en Venezuela y quienquiera que llevó a Corea del Norte al hambre y estancamiento».

Pero a renglón seguido se pregunta: «Qué fue entonces lo que provocó el suicidio del capitalismo de Wall Street a partir de 2007? En el fondo de esta hecatombe financiera, la peor de todas, está el capitalismo de laissez faire de Milton Friedman y Friedrich Hayek, sin ningún tipo de regulación. Fue la raíz de todos los males de hoy. Los dos están muertos pero sus legados venenosos perduran».

Milton Friedman y Friedrich Hayek, ambos premios Nobel como Samuelson, no podrán defenderse personalmente, pero cómo ya habrán apreciado los visitantes de este sitio que leen los comentarios, estoy seguro que muchos seguidores de la Escuela Austriaca  saldrán a defenderlos.

Hoy voy a ayudar a mis visitantes  de la Escuela Austriaca. Voy a utilizar un argumento en contra de la regulación y el estatismo que traté de neutralizar en mis respuestas a los Hayekianos  pero que, paradójica mente, Samuelson utiliza en contra de Friedman y Hayek. Me explico: Quienes me enviaron mensajes con argumentos de la Escuela Austriaca y un video titulado «‘El dinero es deuda»,  sostienen que la crisis financiera tiene su origen en el sistema de encaje fraccionario de los bancos, que les permite a éstos emitir dinero a través de otorgar préstamos con un alto porcentaje de los fondos de sus depositantes. Atribuyen el origen de este sistema a regulaciones que se pusieron en marcha en Inglaterra en el siglo XIX y que a partir de allí no han hecho más que ampliarse, en el sentido de aumentar los márgenes de creación de dinero bancario sin respaldo. Este es el argumento de los Hayekianos.

Veamos cuál es el argumento central de Samuelson para condenar a Friedman y Hayek. El sostiene que el problema se originó en: «La ingeniería financiera es lo que nos permite ir de un apalancamiento cero a otro de, digamos, 50 a 1». Los austriacos dirían, el sistema de encaje fraccionario (que es de la misma naturaleza que lo que aquí Samuelson llama ingeniería financiera) permite llevar el apalancamiento de cero a 10 (si el encaje fraccionario es 10 % de los depósitos). La ingeniería financiera hizo que de 10, en los bancos comerciales, el apalancamiento llegara a 50 en los bancos de inversión. Pero esto no tiene nada que ver con las ideas de Friedman y Hayek.

Para que los lectores de este sitio no se mareen con las discusiones ideológicas entre premios Nobel y puedan hallar explicaciones prácticas, les recomiendo que lean las que da Felipe Murolo, en respuesta a mensajes de visitantes de este blog. Él explica porqué, la Banca de Inversión, funcionando no como banca comercial de depósitos y descuentos sino como un sistema de creación de títulos de deuda sin responsabilidad alguna del banco originador, que puede desprenderse del 100 % de los títulos que origina, lleva al tipo de excesos que provocaron la crisis que el mundo está viviendo.

La responsable no es ni la falta ni la ausencia de regulaciones en la economía de Mercado. Todas las economías de mercado han siempre tenido y vivido con un marco regulador. Las crisis se originan en las malas regulaciones. Y hay que aprender de las crisis, no para empeorar las regulaciones sino para mejorarlas. Entre paréntesis, luego de la crisis de 2001, nuestros Gobiernos en lugar de mejorar las regulaciones, las eliminaron o empeoraron. Por esa razón el Estado Argentino no podrá llevar a cabo lo que propone Krugman para los EEUU.

Krugman, la Argentina y la actual crisis de los EEUU

El artículo titulado «EEUU corre el riesgo de ser otra Argentina» firmado por Paul Krugman y publicado por La Nación el 4 de enero de 2004, que el prestigioso matutino reprodujo ayer, sirve para entender algunos aspectos muy importantes de Krugman y sus opiniones sobre la Argentina y los Estados Unidos.

Sobre nuestro país la opinión de Krugman es muy clara. Dice textualmente: «La Argentina retuvo la confianza de los inversores internacionales casi hasta el fin de los noventa. Los analistas le restaban importancia a sus grandes déficit fiscal y comercial; insistían en que las políticas favorables a las empresas y el libre mercado permitirían al país superar todo eso con crecimiento. Pero cuando la confianza se hundió, ese optimismo se demostró tonto.» No habla de que la convertibilidad fue un disparate, como acaba de afirmar Javier Gonzalez Fraga. Critica la presencia de grandes déficit fiscal y comercial, algo que tiene que ver con el exceso de gasto público y privado y no con un supuesto déficit keynesiano de demanda efectiva. Mas bien sugiere lo mismo que vine sosteniendo yo desde 1997 en adelante: que las provincias estaban gastando demasiado y que el financiamiento que le proveían los bancos se basaba en un falso optimismo.

Por supuesto que haber abandonado el tipo de cambio fijo en 1997, como yo lo he sostenido reiteradamente, hubiera impedido que se produjera la fuerte entrada de capitales de ese año y el primer semestre de 1998, cuando los fondos que se iban de Asia, asustados por la crisis de aquella región, venían precisamente a la Argentina, que había superado con éxito el efecto contagio de la Crisis Tequila. En ese momento se podría haber ido a la libre flotación y ello hubiera determinado no una devaluación del Peso sino una apreciación, como ocurre cuando hay fuerte entrada de capitales. La apreciación tiene la virtud de evitar que entren capitales de corto plazo, porque al apreciarse la moneda, se desalienta la entrada de esos capitales: los dólares se convierten en menos pesos y aumenta el riesgo de que cuando los quieran sacar tengan que pagar por los dólares un precio mayor. De haberse dejado flotar la moneda y de haberse pasado al régimen de convertibilidad flotante, al que yo me he referido muchas veces en este sitio, la política monetaria le habría puesto freno al financiamiento abundante para cubrir el gasto provincial y hubiera impuesto una muy necesaria disciplina fiscal, que lamentablemente no existió.

Además, un régimen de convertibilidad flotante habría permitido amortiguar el impacto de la Crisis Rusa y sobre todo de la Crisis Brasilera de 1999, a través de una devaluación del Peso que, lejos de haber consistido en una crisis monetaria, hubiera tenido el mismo efecto que tiene hoy, en Brasil, la devaluación del Real: amortigua el deterioro de los términos del intercambio, pero no provoca pánico ni acelera la inflación. En este sentido yo siempre sostuve, lo mismo que Krugman, que el cambio flotante tiene ventajas en un país sometido a shocks externos de naturaleza real más que a shocks internos de naturaleza monetaria. Pero para que el cambio flotante no conduzca a la hiperinflación se necesita que el país haya conseguido previamente la capacidad de tener una moneda nacional, algo que después de una hiperinflación sólo se consigue con convertibilidad y tipo de cambio fijo. Vuelvo a reiterar a todos los que aún no los hayan leído, que estos conceptos están explicados en detalle en dos de mis artículos: «La calidad del dinero» y «Régimen monetario y políticas cambiarias«.

Todo lo que dice Javier Gonzalez Fraga sobre Krugman y la convertibilidad, demuestra que el ex Presidente del Banco Central  no conoce a Krugman y nunca habló largamente con él. Yo si lo hice, desde hace 35 años, porque ambos fuimos alumnos de Rudiger Dornbush y Stanley Fisher cuando él era estudiante en MIT y yo en Harvard. Mientras fui Ministro de Economía hablé con él no menos de 20 veces. Yo sugerí que lo invitaran en 1994 a hablar en la convención de Bancos en la que no habló en contra de la convertibilidad, sino todo lo contrario. En aquella oportunidad comparó las experiencias de América Latina y de Asia, señalando que éstas últimas tenían menos propensión a las crisis y más crecimiento por tener tasas de ahorro más elevadas y mejores índices de aumento de la productividad, opinión que tuvo que revertir tres años después, cuando la crisis de las economías asiáticas probó ser más grave que las que hasta ese momento habían enfrentado los países de América Latina en los primeros seis años de los 90s.

Cuando yo dejé el Ministerio de Economía, en 1996, seguí hablando con Krugman y discutiendo la situación de Argentina no menos de tres veces al año, dado que ambos integramos el Grupo de los 30 y siempre participamos en sus reuniones plenarias.

En la única oportunidad en la que no coincidimos fue en abril de 2001, cuando él nos visitó para darnos su opinión sobre la conveniencia de salir en ese momento del tipo de cambio fijo. Hablo en plural porque luego de reunirse conmigo y con los principales miembros de mi equipo, fue a verlo al Presidente de la Rúa y le dio su opinión. Yo coincidí con él sobre la necesidad de mejorar el tipo de cambio real para las exportaciones argentinas, pero le pregunté si él consideraba que además de devaluar Argentina debía declarar el default de su deuda. El me contestó con un contundente no. En su opinión, defaultear sería un desastre para nuestro país. Yo le expliqué que como nuestro problema era más una cuestión de desconfianza de los acreedores, incluidos los depositantes en el sistema bancario, que una cuestión de excesivo déficit de la cuenta corriente no podíamos pensar en devaluar mientras no tuviéramos resuelto el problema de la deuda. De otra manera se produciría el mismo desastre que en México a principios de 1995, con el agravante de que Argentina no iba a recibir de Bush el apoyo que Clinton le brindó a aquél país después de la devaluación.

Krugman, como persona muy seria y responsable que es, se fue de la Argentina sin hacer ningún tipo de declaración y sólo en diciembre de 2001, cuando ya estaba claro que el FMI nos había bajado el pulgar, se pronunció públicamente a favor de una devaluación. El desastre que acompañaría a la devaluación en enero de 2002 era exactamente lo que yo le había señalado como riesgo cuando en abril le expliqué porqué pensaba que debíamos mejorar el tipo de cambio real a través de los planes de competitividad y del factor de convergencia, pero no a través de una devaluación traumática.  Es sorprendente que hoy Javier Gonzalez Fraga se rasgue las vestiduras presentándose como el que siempre bregó por la devaluación y poniéndose a la par de Krugman, cuando mucha gente debería recordar sus declaraciones a favor de la estrategia que yo había adoptado y explicado en aquella oportunidad. Hay muchos artículos y videos de TV que permitirían a cualquier periodista de investigación constatar que lo que digo sobre Javier Gonzalez Fraga es la pura verdad.

El artículo de Krugman que publicó la Nación en enero de 2004 también es claro respecto a qué tipo de crisis él predecía para la economía norteamericana. Transcribo los párrafos más relevantes: «La inmunidad tradicional de los países avanzados como EE.UU. de crisis financieras al estilo del Tercer Mundo no es un derecho de nacimiento. Los mercados financieros nos dan el beneficio de la duda sólo porque creen en nuestra madurez política, en la disposición de nuestros líderes a hacer lo necesario para reducir déficit, pagando un costo político si fuera necesario. Y en el pasado esa confianza se ha justificado. Hasta Ronald Reagan elevó los impuestos cuando el déficit fiscal se fue por las nubes».

«¿Pero tenemos aún esa clase de madurez? He aquí la frase inicial de un artículo reciente de The New York Times sobre los planes presupuestarios de la administración: «Confrontados con un déficit fiscal record, funcionarios de la administración Bush dicen que han preparado un presupuesto para el año electoral que reducirá el crecimiento del gasto interno sin alienar sectores con influencia política»»

«Si esta clase de irresponsabilidad continúa, los inversores terminarán por concluir que EE.UU. se ha convertido en un país del Tercer Mundo y comenzarán a tratarlo como tal. Y los resultados para la economía de EE.UU. no serán bonitos.»

Obviamente Krugman predecía que los inversores dejarían de confiar en el dólar y se desprenderían de los bonos del Tesoro, de la misma forma que en 2001 habían dejado de confiar en el Peso Argentino y  decidieron desprenderse de los bonos del Tesoro Argentino. No es eso lo que pasó en los EEUU. Todo lo contrario, los inversores dejaron de confiar en los deudores del sector privado, nada menos de los que tenían sus deudas garantizadas con hipotecas, un tipo de financiamiento que los políticos demócratas, a los que Krugman elogiaba en ese artículo, nunca habían hablado de restringir. Y es precisamente la confianza en el Tesoro de los Estados Unidos y en los Estados Unidos como Nación, lo que ha llevado a que la gente tome al Dólar y a los títulos públicos americanos como refugios.

Señalo este error de predicción, no para desmerecer a Krugman, sobre suyos méritos académicos no tengo ninguna duda y ha recibido el Premio Nobel de Economía en estricta justicia, sino para que la gente se dé cuenta que en economía, sobre cómo se debe actuar frente a una determinada situación, así como sobre las predicciones de lo que acontecerá en el futuro, siempre se pueden encontrar varias opiniones, muchas veces muy divergentes. Y no es raro de que esas opiniones sean lideradas por economistas que han recibido el Premio Nobel.

Samuelson y Friedman en materia política, las más de las veces, tenían oponiones opuestas. Y los dos recibieron el Premio Nobel. Lo mismo ocurre con Mundell y Stiglitz. Los dos profesores de la Universidad de Columbia y ambos premiados con el Nobel. Casi siempre tienen opiniones divergentes. Y si hoy le preguntan a Phelps (premio Nobel del año pasado) y a Krugman sobre los riesgos futuros de inflación, seguro que escucharíamos predicciones muy distintas entre sí. Al premio se los dan por sus contribuciones científicas, no por sus opiniones políticas.

Inteligente reacción de un dirigente empresario brasilero…

Ojalá los nuestros pensaran así… Recomiendo a mis lectores no pasar por alto un artículo que acabo de leer en La Nación. Tiene el sugestivo título «La Argentina no debería preocuparse«. Me gustaría leer respuestas semejantes de nuestros dirigentes empresarios. No sólo es bueno que Cristina hable mucho con Lula, sino también que nuestros industriales de la UIA hablen con sus pares de la FIESP. Al menos con don Ricardo Martins.