Hoy estuve pensando sobre el tema del post que quería escribir luego de haber leído en La Nación lo que Paul Krugman dijo en Buenos Aires durante su última visita: «Estuve a favor de abandonar la convertibilidad y de la dura negociación de la deuda, pero no de la intervención en la microeconomía. Los controles de precios nunca fueron una cosa buena; hay que ser cuidadosos porque la historia de la intervención en la exportación no es buena.»
El mensaje que me envió Fernando Díaz como comentario a mi artículo «Esperan que El Niño nos rescate: peligrosa ilusión» me ayudó a encontrar la puerta de entrada al tema abordado por Krugman. Dice Fernando: «la raíz de todos los males es la mala interpretación que se hizo en Argentina de la crisis 2001/2002 y de las consecuencias económicas de los 90’s.» Fernando se refiere a los «males» de la situación económica y social actual. Estoy convencido que tiene razón. Lamentablemente, la mala interpretación de la crisis 2001/2002 y de las consecuencias económicas de los 90’s, existe no sólo en Argentina, sino también en influyentes medios y personajes del exterior.
Durante todo el año 2002, cuando debí sufrir injustas persecuciones políticas y ataques no sólo personales sino también a mi familia, mi mayor sufrimiento no surgía de esos ataques ni de la prisión con la que quisieron «condenar» mi supuesta paternidad de la crisis, sino de la deformación de la realidad que emergía de la propaganda gubernamental que se transformó en una formidable maquinaria para el engaño. Este blog registra todos los esfuerzos comunicacionales en los que me embarqué, lamentablemente en extrema soledad, para tratar de advertir sobre el engaño y sus consecuencias. A los visitantes interesados en recordar esos esfuerzos, los invito a releer mis artículos del año 2002, que aparecen en la página «artículos en español» de este sitio y los posts que subí en aquel año.
Había dos engranajes fundamentales en esa maquinaria para el engaño: 1) la identificación de la convertibilidad con una política de ajustes permanentes para provocar una redistribución regresiva del ingreso e incrementar la pobreza, sintetizada en el eslogan «tuvieron que bajar los salarios y la jubilaciones en un 13 % y provocaron un gran aumento de la desocupación», y 2) la presentación de la pesificación y la devaluación como consecuencias inevitables de la corrida de depósitos que obligó a imponer en diciembre de 2001 el «corralito» como bancarización obligatoria de los pagos. Para confundir, denominaron «corralón» al alevoso robo a los depositantes y tenedores de activos financieros llevado a cabo para financiar una injusta y , probablemente corrupta, licuación de pasivos de grandes deudores.
Estas dos mentiras deberían haber hecho advertir a muchos la falta de escrúpulos y la perversidad de quienes se habían hecho del poder a través de un golpe institucional: mientras condenaban a la convertibilidad con el argumento de que para sostenerse había requerido una rebaja de salarios y jubilaciones, la combinación de pesificación con devaluación provocaba, a través de la inflación, una caída de más del 30 % de las remuneraciones de todos los trabajadores y las jubilaciones en términos de poder adquisitivo, no sólo de las de los empleados públicos y jubilados que cobraban más de 500 dólares mensuales; mientras atribuían a la convertibilidad el aumento del desempleo y la pobreza, provocaban más desempleo y más pobreza, tal como lo registran las estadísticas de 2002 en comparación con las de 2001; mientras argumentaban que la pesificación y la devaluación eran consecuencia inevitable del corralito y ayudarían a resolver la crisis fiananciera, disponían el congelamiento de los depósitos a plazo fijo (cosa que el corralito no había hecho) y provocaban el default de toda la deuda interna, aún cuando ésta había sido reestructurada y su costo drásticamente reducido a través del denominado préstamo garantizado.
Me cansé de repetir y explicar, en cuanto medio y foro pude hacer oir mi voz, que la pesificación y la devaluación no tuvieron ni el objetivo de mejorar la situación social ni de revertir el clima de crisis financiera, tampoco el pregonado objetivo de transformar a las exportaciones en motor del crecimiento económico y mucho menos el de alentar la inversión productiva. Todo lo contrario, la pesificación y la devaluación tuvieron dos objetivos bien definidos: 1) producir una transferencia de riqueza de ahorristas argentinos y extranjeros, especialmente los depositantes y tenedores de bonos, a deudores, especialmente a los grandes deudores que habían obtenido su financiamiento bajo ley argentina y pudieron imponer una quita alevosa a sus acreedores sin someterse a ningún tipo de negociación ni acuerdo de acreedores y 2) apropiarse, sin compensación alguna, de todo el capital que habían invertido las empresas que habían adquirido los activos o habían obtenido concesiones para la prestación de servicios públicos. Esta apropiación perseguía re-estatizar algunos servicios y, en la mayoría de los casos, pasar la propiedad de las empresas a amigos del poder de turno.
El argumento de que el abandono de la convertibilidad y la implementación de la pesificación y la devaluación perseguía producir alivio a la situación social y solucionar la crisis financiera era para consumo interno, dado que la gente estaba agobiada por la desocupación, la pobreza y la pérdida de sus ahorros. Era una burda mentira, pero con habilidad política y un gran despliegue propagandistico, lograron convencer a la mayoría de la gente a punto tal de que que hoy es lugar común escuchar que la convertibilidad y el corralito fueron los responsables de la extrema pobreza, el record de desocupación y la confiscación de ahorros que se produjo durante el año 2002.
El argumento de que la pesificación y la devaluación iban a permitir recuperar el crecimiento a traves del impulso exportador era el que más convencía a quienes nos observaban del exterior. Recuerdo muy bien que en varias oportunidades durante el año 2002 tuve que discutir con Krugman. Yo le decía que la mejor demostración de que la devaluación no se había hecho para promover las exportaciones y la inversión, era la utilización de intervenciones microeconómicas del Estado en forma de violación de contratos que inexorablemente llevarían a destruir los incentivos a la inversión, impuestos distorsivos y restricciones cuantitativas con claro sesgo anti-exportador, que frenarían, en lugar de estimular, a las exportaciones y controles de precios (entre los cuales, el más alevoso de todos era el congelamiento de las tarifas de servicios públicos al nivel que habían tenido antes de la devaluación) que, simple y llanamente, llevarían a una desaparición de la inversión en servicios públicos. Krugman, en aquel entonces, no me creía. O, quizás, pensaba que yo exageraba.
Desde mediados de 2002 y, sobre todo, desde 2003 hasta 2008, Argentina fue bendecida por la devaluación del Dólar frente a casi todas las demás monedas y por el inédito aumento de los precios de los principales productos de exportación. Fueron estos acontecimientos externos, sumados a las fuertes inversiones de los años 90s, los que permitieron a nuestra economía aumentar su producción y disminuir la desocupación y la pobreza, pero lo hicieron en forma precaria y no sostenible, porque la pesificación y todas las demás intervenciones microeonómicas del Estado en la economía actuaron como freno tanto de las exportaciones como de la inversión productiva. La mejor demostración de que el aumento de las exportaciones y de la recuperación económica fue la bonanza internacional y no las políticas económicas puestas en marcha en 2002, surge de comparar la evolución de las exportaciones argentinas con las de Chile y Brasil en dos períodos relevantes: la década de los 90s y lo que va de esta primera década del siglo XXI: mientras entre 1990 y2000 las exportaciones Argentinas crecieron al mismo ritmo de las de Chile y superaron ampliamente al ritmo de crecimiento de las de Brasil, en los 9 años transcurridos desde 2000 las exportaciones argentinas quedaron muy rezagadas, tanto en comparación con las de Chile como en comparación a las de Brasil. Y la misma conclusión se extrae cuando se comparan las inversiones de los tres países en las dos décadas.
Me imagino que Paul Krugman ha estado observando estas comparaciones y, quiero también creer, que debe haber recordado mis prevenciones a su optimismo sobre el efecto promotor de las exportaciones y de la inversión que él le atribuía en 2002 al abandono de la convertibilidad. Por eso ha venido a advertir que él «no apoyó las intervenciones microeconómicas. Los controles de precios nunca fueron una cosa buena; hay que ser cuidadosos porque la historia de la intervención en la exportación no es buena». Lástima que recién lo advierte nueve años después, cuando la introducción del virus se produjo, precisamente, a través del abandono de la convertibilidad y mediante el peor de los agentes transmisores de la enfermedad: la destrucción de la base contractual de la economía que resultó del denominado proceso de «pesificación».
Para quienes los argumentos de este artículo no resulten suficientemente convincentes, invito a releer el post que subí a este sitio el 30 de junio de 2007 titulado: «Con Convertibilidad hoy estaríamos mucho mejor».