El origen monetario de la inflación

La inflación siempre tiene un origen monetario. Para entenderlo hay que comenzar diferenciando al proceso inflacionario del simple aumento de precios y salarios. Este puede provenir de shocks externos o internos e incluso de decisiones del gobierno o de algunos agentes económicos con cierto grado de poder monopólico. En economías estables, es decir no infectadas de inflación, muy a menudo se producen aumentos de precios, por diversas razones. Por ejemplo, porque aumentan en el exterior los precios de bienes  que el país exporta o importa. O porque se fusionan dos empresas importantes que antes competían y comienzan a aplicar precios de monopolio. O porque algún sindicato poderoso consigue imponer un importante aumento de salarios para sus afiliados. Pero si el Banco Central de esos países no flexibiliza su política monetaria y la mantiene firme detrás de metas precisas de inflación, esos aumentos de precios o salarios tendrán como contrapartida disminuciones de otros, con lo que sólo se producirá un cambio en precios relativos.Ese cambio de preecios relativos terminará deprimiendo la demanda del bien cuyo precio aumentó.

Normalmente, el shock inicial de precios, si no es convalidado por la política monetaria, produce un ajuste recesivo, salvo cuando los que aumentan son los precios externos y no empeoran los términos del intercambio para el país (es decir aumentan igual los precios de las exportaciones y de las importaciones o aumentan más los de las exportaciones, como ha venido ocurriendo a lo largo de los últimos ocho años) . Normalmente si el shock proviene de los precios externos y los términos del intercambio no se deterioran, la política monetaria restrictiva provoca la apreciación de la moneda local con lo que el efecto del aumento de los precios se neutraliza sin que deba caer la demanda del resto de los bienes. Pero cuando los precios o salarios que aumentan son internos, o teniendo origen externo, se deterioran los términos del intercambio, la no convalidación de los aumentos por la política monetaria obliga a que disminuya el gasto de los consumidores y de las empresas en el resto de los bienes que no aumentaron y retrae también las compras de los bienes cuyos precios aumentaron primero. Es este ajuste el que mantiene estable el nivel general de precios a pesar del aumento inicial de algunos precios o salarios. Cuando los gobiernos , para evitar estos ajustes recesivos flexibilizan la política monetaria y la acomodan al nuevo nivel general de precios resultante de los aumentos iniciales no acompañados por disminuciones del resto de los precios, entonces sí se inicia un proceso inflacionario. Por supuesto si quienes tienen poder para aumentar inicialmente los precios advierten que el Gobierno es propenso a flexibilizar la política monetaria y transformarla en acomodaticia, se verán inducidos a acentuar esa práctica, con lo que los aumentos de precios serán cada vez más frecuentes y fuertes. Lo mismo ocurrirá con los salarios, porque los sindicatos, aún cuando no sean muy poderosos, tendrán buenos argumentos para pedir aumentos de salarios compensatorios.

En mi libro Estanflación, cuando describo la historia de la inflación en la Argentina, presento diferentes ejemplos de shocks iniciales que se transformaron en procesos inflacionarios porque las políticas monetarias se flexibilizaron y transformaron a esos aumentos en causas de inflación persistente. Un caso fue el de los fuertes aumentos de salarios que decretó el gobierno entre 1943 y 1946, cuando Perón era Secretario de Trabajo y Previsión primero y Presidente de la Nación después. Esos aumentos de salarios provocaron inflación porque el Banco Central emitió mucho dinero para permitir que las empresas contaran con el capital de trabajo que necesitaban para pagarlos. El aumento de los salarios convalidado con emisión monetaria provocó un fuerte aumento de la demanda de bienes y servicios, por arriba del crecimiento que podía llegar a tener la producción. Ese aumento de la demanda se transformó gradualmente en inflación. El proceso inflacionario se acentuó cuando los controles de precios y la presión impositiva que se impuso a la producción de alimentos, llevó a caídas en la producción, como ocurrió en los últimos años con la carne y el trigo.

La inflación que soportamos desde 2002 en adelante tuvo un punto de partida muy diferente. El Gobierno quiso que aumentaran los precios de los bienes exportables e importados así como los sustitutos de importaciones. Para ello provocó una fuerte devaluación inducida por la emisión monetaria. Inicialmente, a partir de enero de 2002, la fuerte emisión de pesos se originó en la denominada “pesificación”, porque todos los dólares que la gente tenía depositados en los bancos se convirtieron a pesos. La gente no quería tener pesos y corrió a cambiarlos nuevamente por dólares. Eso hizo que la devaluación terminara siendo mucho más fuerte que lo que hubiera sido de no mediar la pesificación. El shock inicial que significó la fuerte devaluación siguió siendo convalidada monetariamente en los años siguientes cuando el Banco Central intervino para evitar la apreciación del Peso, algo completamente distinto a lo que hizo Brasil. La consecuencia  es que mientras en Brasil la inflación tendió desaparecer, en nuestro país asistimos a un nuevo episodio de inflación persistente. No se puede argumentar que la inflación que hemos vivido desde 2002 en adelante tenga que ver con los aumentos salariales. Estos aumentos sólo persiguieron recuperar los niveles de salarios reales  que fueron fuertemente rebajados por la devaluación inicial.

En los últimos años, además de la inflación originada en la convalidación monetaria de la fuerte devaluación inicial, se ha agregado una inflación originada en el aumento del gasto público, también financiado, directa o indirectamente, por emisión monetaria. Es muy difícil descartar que el fuerte aumento de recaudación que permite financiar el gasto público adicional no tiene su origen precisamente en la inflación convalidada por la emisión monetaria. Si no existiera inflación el Banco Central no generaría las ganancias que luego aparece repartiendo al Tesoro y las empresas y los trabajadores no estarían pagando impuesto a las ganancias sobre rentas e ingresos laborales que son pura ilusión monetaria.

El Gobierno de Cristina argumenta, como lo hacían muchos gobiernos de países emergentes hasta principios de los 90s, que no es posible enfrentar a la inflación porque ello significaría enfriar la economía. Hoy casi ningún país aplica esta filosofía económica, porque todos los dirigentes responsables han advertido que la inflación crea muchas injusticias sociales y se transforma en una fábrica de pobres. Dilma Rouseff, sin ir mas lejos, lo ha dicho con todas las letras. Lamentablemente nuestra Presidente y sus colaboradores prefieren ignorar que la inflación se está transformando en una enfermedad muy peligrosa para nuestra sociedad. Ojalá la campaña electoral sirva para que nuestra dirigencia y nuestra gente tome conciencia plena de que se está recreando un problema que mientras más nos demoremos en enfrentar, más costos sociales terminará provocando.

El retorno del mercado paralelo del Dólar

A pesar de que nuestro país goza de precios excepcionalmente altos para sus principales productos de exportación y de que hay una liquidez en dólares inéditamente elevada en el mercado mundial, comenzó a aparecer una brecha entre el precio del dólar en el mercado oficial y el precio de la misma moneda en el mercado paralelo. Yo vengo advirtiendo sobre este fenómeno desde 2008, cuando publiqué mi libro Estanflación, pero recién ahora este tema ha comenzado a ser analizado por quienes siguen los acontecimientos económicos de Argentina.

La brecha entre el precio oficial del dólar en el mercado oficial y su cotización en el mercado paralelo es una señal de que existe fuga de capitales que el gobierno trata de detener con controles de cambio, a la usanza de lo que hacían muchos países en proceso de desarrollo, y por supuesto, el nuestro, hasta fines de los 80s y principios de los 90s. Hoy hay muy pocos países que tienen un sistema de control de cambios como el que ha reinstalado el Gobierno. El caso más emblemático de los que han vuelto a sufrir una enfermedad económica que se creía erradicada en todo el mundo es Venezuela. Lamentablemente nosotros, como ya lo ha hecho Venezuela, estamos en camino de agregar a la inflación, esta otra fuente de distorsión económica: la denominada  “prima en el mercado paralelo”.

A medida que esta prima aumenta se estimula la sub-facturación de exportaciones y la sobre-facturación de importaciones. Cuando un exportador puede declarar un valor inferior al real por su exportación y deja parte de su ingreso en moneda extranjera en el exterior, podrá obtener un beneficio extra vendiendo la divisa en el mercado paralelo. Cuando un importador logra comprar dólares en el mercado oficial por un importe mayor al verdadero costo de su importación, en particular cuando las importaciones no pagan arancel, como las que vienen de países vecinos, también obtiene una ganancia extra vendiendo los dólares excedentes en el mercado paralelo. Quienes demandan dólares en el mercado paralelo porque no los pueden conseguir en el mercado oficial, pagan un precio más elevado. Es ese precio el que le permite una ganancia extra al exportador que sub-factura o al importador que sobre-factura. En principio, uno podría pensar que en definitiva el mercado paralelo provoca el mismo efecto beneficioso sobre las exportaciones que un aumento liso y llano en el precio del dólar en el mercado oficial y que a ese beneficio lo financian los que quieren sacar capitales del país fuera de la ley. Pero lamentablemente no es así.  La existencia del mercado paralelo produce perjuicios económicos muy grandes. Esos perjuicios son mayores a medida que aumenta la prima del mercado paralelo.

Cuando la prima del mercado paralelo aumenta, también aumentan las expectativas de devaluación y de inflación. Las expectativas aumentadas de inflación tienden a transformarse en realidad porque muchos precios internos ya no se fijan siguiendo el valor del mercado oficial sino que siguen el valor del mercado paralelo. Esto es particularmente cierto cuando el gobierno impone restricciones cuantitativas a las importaciones, práctica que el Gobierno ya venía aplicando pero que recientemente ha acentuado. Las expectativas aumentadas de devaluación pueden demorar en transformarse en una devaluación de la moneda en el mercado oficial, porque el Gobierno utilizará, por un tiempo, las reservas y los controles con ese objetivo. Pero aún demoradas, esas expectativas comienzan a influir sobre las tasas de interés. Si el Banco Central no permite que aumenten pari passu con las expectativas de devaluación, la fuga de capitales va a aumentar y con ella incrementará la prima del mercado paralelo. Esta a su vez provoca nuevos aumentos en la expectativa de devaluación y empuja aún más hacia arriba a las tasas de interés. Se trata ni más ni menos que de un círculo vicioso del que solo se sale con una devaluación fuerte de la moneda en el mercado oficial. No hace falta ir demasiado lejos para entender todos los efectos negativos que provoca una fuerte devaluación. Para los que no vivieron o ya olvidaron la experiencia argentina del período 1975-1990, basta que recuerden lo que pasó en enero de 2002. Las devaluaciones fuertes exacerban la inflación, provocan un fuerte deterioro de los salarios reales y las jubilaciones y redistribuyen el ingreso en forma muy regresiva.

Existiría una forma de hacer desaparecer de un saque el mercado paralelo del dólar: eliminar totalmente los controles de capitales, tanto para la entrada como para la salida y dejar que el precio del dólar se fije libremente en un mercado totalmente libre. El Banco Central podrá intervenir vendiendo o comprando dólares, según en que dirección quiera modificar el precio de esa moneda, pero la libertad cambiaria hará que desaparezca el mercado paralelo. Lamentablemente esto no es algo que entra dentro del sistema de pensamiento económico del Gobierno actual.

Por eso habrá que prestar atención a la prima del mercado paralelo. Servirá de advertencia sobre los problemas que las malas políticas económicas en vigencia seguirán creando hacia el futuro .

Un recuerdo personal sobre los pasos de Sarmiento

Hoy, mientras leía los excelentes artículos con que la prensa argentina conmemoró el segundo centenario del nacimiento del Gran Sanjuanino, recordé con nostalgia la visita de José Ignacio García Hamilton a la ciudad de Boston en el año 2004. Por aquel entonces yo era profesor visitante en la Universidad de Harvard y le había organizado al talentoso escritor tucumano una conferencia patrocinada por la Asociación de estudiantes latinoamericanos y el David Rockefeller Center for Latin Anmerican Studies.

José Ignacio García Hamilton, a quien yo le había elogiado en un encuentro anterior en Buenos Aires su libro titulado “Cuyano alborotador”, me trajo de regalo una copia de un libro de Sarmiento que yo no había leído: “Viajes por África, Europa y América”.  Leímos juntos las partes del libro en las que Sarmiento cuenta su primera visita a Boston y al día siguiente recorrimos los lugares  que el Gran Sanjuanino menciona en su crónica. Recuerdo en particular la emoción que ambos sentimos cuando en la ciudad de Concord, a pocos kilómetros de Cambridge, visitamos el museo que recuerda a Ralph Waldo Emerson y Henry Wadsworth Longfellow los intelectuales con los que compartió muchas horas Sarmiento en su segundo viaje. Sarmiento había estado en Concord invitado por Mary Mann, quien fue la traductora al inglés de Facundo, en 1868, poco después que el Gran Sanjuanino dejara los Estados Unidos para volver a Argentina a hacerse cargo de la Presidencia de la República. Mary Mann lo introdujo a Emmerson y a Longfellow y ambos quedaron fascinados por la inteligencia del visitante argentino.

Mary Mann era la viuda de Horace Mann, el gran educador Bostoniano que despertó la atención de Sarmiento con sus ideas sobre la organización del sistema de educación primaria en Massachusetts. Sarmiento había leído escritos de Horace Mann mientras estaba en Europa, durante su primer viaje como enviado del Gobierno de Chile y esas lecturas lo indujeron a visitar los Estados Unidos. A través de Horace Mann, con quien dialogó largamente en su primera visita a Boston, conoció la exitosa experiencia de Massachusetts en materia de educación. Atribuyó el impresionante desarrollo industrial que encontró en Lowell, a la educación y la moral de los trabajadores norteamericanos, muy superior a la de los trabajadores que él había conocido en Inglaterra.

Recuerdo que estábamos precisamente en Lowell cuando releímos párrafos impactantes de su libro viajes. Los transcribo porque son especialmente relevantes en un blog que, como éste, se dedica a discutir temas económicos:

“En los alrededores de Boston, a distancia de 12 millas, unido a la ciudad por un camino de hierro para las personas y por un canal para las materias primas, está Lowell, el Birminghan de la industria norteamericana. Aquí como en todas las cosas brilla la soberana inteligencia de este pueblo. ¿Cómo luchar con la fabricación inglesa producto de ingentes capitales empleados en las fábricas, y de salarios ínfimos pagados a un pueblo miserable y andrajoso? Dícese que las fábricas aumentan el capital en razón de la miseria popular que producen.»

«Lowell es un desmentido a esta teoría. Ningunas ventajas o escasísimas llevan a los ingleses en el costo de la materia prima; pues, tanto vale llevar a Londres o Boston por mar las balas de algodón de la Florida; pero las diferencias de salarios son enormes, y sin embargo, los tejidos de Lowell sostienen la concurrencia con los ingleses en precio y les aventajan de ordinario en calidad. ¿Cómo han hecho este prodigio? Apurando todos los medios inteligentes de que el país es tan rico. El obrero, el maquinista son hombres educados; su trabajo, por tanto, es perfecto, sus medios ingeniosos; y pudiendo calcular el tiempo y el producto,  producen mayor cantidad de obra y más perfecta.»

«Las hilanderas y trabajadoras son niñas educadas, sensibles a los estímulos del deber y de la emulación. Vienen de 80 leguas a la redonda a buscar por sí medios de reunir un pequeño peculio; hijas de labradores, más o menos acomodados, sus costumbres decorosas la ponen a cubierto de la disolución. Buscan plata para establecerse, y en los hombres que la rodean no ven sino un candidato marido. Visten con decencia, llevan,medias de sedas los domingos, sombrilla y manteleta en la calle; ahorran 150 o 200 pesos en algunos años y se vuelven al seno de su familia, en actitud de sufragar los gastos de establecimiento de una nueva familia (…)»

«De todo el mal que de los Estados Unidos han dicho los europeos, de todas las ventajas de que los americanos se jactan y aquellos les disputan o afean con defectos que las contrabalancean, Lowell ha escapado a toda crítica y ha quedado como un modelo y un ejemplo de lo que en la industria puede dar el capital combinado con la elevación moral del obrero. Salarios respectivamente subidos producen allí mejor obra y al mismo precio que las fábricas de Londres, que asesinan a las generaciones…»

Durante la recorrida José Ignacio García Hamilton me explicó muchos detalles de la vida de Sarmiento que yo había leído en «Sanjuanino alborotador» pero a los que no había relacionado tan estrechamente con la ciudad en la que yo mismo había estudiado 30 años antes y en la que ahora estaba trabajando como profesor. Terminamos la recorrida visitando, precisamente, el monumento a Sarmiento que se yergue altivo en medio de la «Commonwealth Avenue», la más elegante y señorial avenida de la ciudad. Con Sonia mi esposa, recordamos que mientras vivíamos en Boston, entre 1974 y 1977, cuando sentíamos nostalgia por la Argentina, solíamos ir en auto hasta el pie del monumento a entonar las estrofas del Himno a Sarmiento, tal como lo habíamos hecho cuando niños, cada mañana, antes de entrar al aula de nuestras respectivas escuelas.

Lamentablemente José Ignacio García Hamilton ya no está entre nosotros. Si viviera, hoy lo habría llamado para saludarlo y agradecerle por aquella hermosa experiencia, que me permitió darle una dimensión más humana a la profunda admiración que desde chico yo había profesado por el Sarmiento de las estatuas de bronce. Más que el bronce lo que lo ha inmortalizado es la pasión que puso para hacer de la educación popular el objetivo de su esforzada lucha. Todos los homenajes que hoy se le han tributado a lo largo y a lo ancho de nuestra Argentina son bien merecidos. Ojalá sirvan para revitalizar nuestro empeño por volver a darle a la educación la importancia que Sarmiento reclamó durante su larga y azarosa vida.