Es triste constatar que en materia institucional Argentina retrocede mientras casi todo el mundo avanza.

Escribo esta nota dentro del avión que me trae de regreso a Buenos Aires desde Johannesburgo, Sudáfrica. En este viaje de cinco días visité Zambia, Mozambique, Suazilandia y Sudáfrica como integrante del equipo de expertos que la Brenthurst Foundation organizó para discutir con autoridades y empresarios de esos países la forma de lograr transformar la agricultura de subsistencia en una agricultura comercial moderna, reducir la informalidad laboral y disminuir el desempleo urbano.  Quince días atrás yo había estado cuatro días en Astana, la ciudad capital de Kazakstán, en el Asia Central, por un motivo parecido.

Todos los países que visité en estos dos viajes, incluida Sudáfrica, tuvieron en el pasado regímenes políticos y económicos mucho más cerrados, autoritarios y estatistas que los de Argentina. Sufrieron y aún sufren, las mismas consecuencias que esos regímenes produjeron en nuestro país entre 1930 y 1990. Pero a pesar de que partieron de realidades peores que la nuestra a fines de los ochentas y que contaban con mucho menos experiencia empresarial y política que la que disponíamos nosotros para avanzar hacia la democracia política y la economía de mercado, todos ellos siguen empeñados en avanzar en esa dirección. El camino no les resulta fácil y los resultados que han conseguido hasta ahora no son espectaculares, pero a diferencia de nosotros, siguen tratando de perfeccionar sus instituciones políticas y económicas.

En Argentina, lamentablemente, nos movemos en la dirección opuesta. Luego de haber hecho funcionar las instituciones de la democracia cada vez mejor entre 1983 y 2001 y de haber logrado derrotar a la hiperinflación, abrir la economía y organizarla sobre la base de reglas simples y claras, la crisis de 2001-2002, ha impulsado a nuestros dirigentes políticos, empresariales y sindicales a moverse en la dirección contraria. Están recreando todos los defectos institucionales que nos hicieron perder posiciónes en el mundo y que deterioraron la calidad de vida de los Argentinos.

Todos los países que visité y muchos otros países del mundo en desarrollo sufrieron crisis mientras iban implementando las reformas de las instituciones políticas en dirección a más democracia y de las instituciones económicas hacia la apertura al mundo y la liberación de los mercados. Pero en ninguno de ellos he encontrado que el diagnóstico al que los principales dirigentes arribaron luego de las varias crisis que sufrieron, sea el de que debían variar el rumbo y abandonar la idea de que la democracia y la economía de mercado son el tipo de instituciones que permite progresar a las naciones.

Por el contrario, en nuestro país, la crisis de 2001-2002 llevó a un diagnóstico que es totalmente equivocado.  Se atribuyó la crisis a las reformas de mercado impulsadas por Carlos Menem: estabilización, apertura de la economía, privatizaciones, desregulación, eliminación de impuestos distorsivos y ajuste fiscal; y a la actitud buscadora de consenso, nunca autoritaria y respetuosa de la independencia del Poder Judicial  de Fernando  De la Rúa. Por supuesto, los dirigentes que sobrevivieron a la demanda popular de “que se vayan todos”, nunca mencionan como causa de la crisis el exceso de gastos y de endeudamiento con el sistema bancario de las provincias entre 1997 y 2000, tampoco las trabas que desde el Congreso Nacional y desde los gobiernos provinciales se le impusieron al Gobierno de De La Rúa durante 2000 y 2001,cuando el ajuste fiscal era ineludible y, mucho menos, el vergonzoso aprovechamiento que hicieron los gobernadores y empresarios endeudados de la errónea decisión del Director Gerente del FMI de quitar el apoyo a la Argentina en pleno proceso de reestructuración de su deuda pública. Prefirieron diagnosticar que la culpa era exclusivamente atribuible a la “ideología neoliberal” con la que yo, Domingo Cavallo, había supuestamente infectado a ambos presidentes y, en alguna medida, a la sociedad toda.

Es sabido, al menos desde que Maquiavelo lo escribió en El Príncipe, que, dentro de las estrategias que permiten conquistar y mantener el poder, está el buscar chivos expiatorios y asignarles todas las culpas, como para que los demás y, en muchas circunstancias, los verdaderos culpables, no sean identificados y gocen de impunidad. Yo no me quejo porque nos haya tocado a Menem, a De La Rúa y a mí ser elegidos chivos expiatorios. Este, al fin de cuenta, es un  riesgo de la política del que uno tiene que ser consciente. Pero lo que sí me entristece es que en el diagnóstico sobre las causas de la crisis, se hayan creado dudas sobre la eficacia de la democracia y la economía de mercado como reglas capaces de asegurar el progreso de nuestra Nación.

Se elogia a Néstor Kirchner por haber recompuesto el poder presidencial, supuestamente ausente durante el período de De La Rúa, a pesar de que él no se privó de usar métodos autoritarios, arbitrarios y coartadores de las libertades individuales. También se lo elogia por haber vuelto a encerrar la economía, estatizado empresas, confiscado ahorros de los futuros jubilados, aplicado arbitrariamente controles de precios, distribuido subsidios con mecanismos que crean enormes oportunidades de corrupción y, sobre todo, haber aumentado el gasto público sin recurrir al endeudamiento externo pero echando manos a cuanto impuesto distorsivo y ahorro acumulado pudo identificar.

Y, casi con unanimidad, los dirigentes políticos y gremiales y no pocos analistas políticos y económicos consideran a Duhalde como quien sacó al país de la crisis y volvió a ubicar a la Argentina en el camino del crecimiento. Otro craso error. Duhalde, quien ahora pregona políticas de estado para asegurar la estabilidad de un futuro gobierno radical, en realidad fue el beneficiario, si no líder, de la confabulación Peronista Radical que produjo el golpe institucional de 2001-2002, aprovechando el grueso error cometido por el entonces Director Gerente del Fondo Monetario Internacional de suspender los desembolsos que esa institución había comprometido para apoyar una reestructuración ordenada de nuestra deuda pública como solución a la terrible crisis financiera que azotaba al País.

Lamentablemente, de los candidatos que quedan en carrera para la próxima elección Presidencial con cierta presencia en las encuestas, no hay uno que tenga la interpretación correcta de las causas de la crisis de 2001-2002. Reutemann nunca entró en carrera, Macri, Cobos y Sanz se bajaron de la contienda presidencial y ni Rodríguez Saá, ni Solá, que podrían tener una mejor apreciación de las verdaderas causas de la crisis 2001-2002, logran aparecer en las encuestas.

Peor aún, todos los que quedan en carrera, contribuyeron, en mayor o menor medida, a boicotear los avances económicos del Gobierno de Menem y el diálogo democrático del Gobierno de De la Rúa.  Cuando escucho a Duhalde hablar de políticas de estado y su preocupación por asegurar la estabilidad de un eventual futuro gobierno radical me viene a la memoria las evasivas con las que respondió a mi pregunta sobre porqué se negaba a participar en el diálogo político al que había convocado el Presidente De la Rúa  en noviembre de 2001. Mientras me pedía que le enviará mas dinero al Gobernación de Buenos Aires para que pudiera pagar los sueldos de una provincia cuyas finanzas él había desquiciado, me explicaba que no podía asistir a un diálogo político al que también había sido invitado Carlos Menem que por entonces era todavía el presidente del Partido Justicialista.

En realidad, luego de escuchar el último discurso de Cristina Kirchner en la que con absoluta claridad se quejó de las presiones de las corporaciones sindicales y empresarias, pienso que probablemente sea ella la que la que está en mejores condiciones de revisar el diagnóstico equivocado de la crisis 2001-2002 y prepararse con inteligencia para la crisis que ineludiblemente se viene, como consecuencia del rumbo equivocado que ha seguido nuestro país desde enero de 2002. No creo que la bonanza externa permita encubrir, durante cuatro años más, las graves consecuencias de haber retrocedido hacia un país mucho más autoritario en lo político y mucho menos abierto, estable y eficiente en lo económico que el que habíamos logrado construir en los noventas.

Si yo dispusiera del mínimo dinero necesario para apuntalar una candidatura presidencial, me lanzaría a buscarla con este discurso. Al menos para abrir los ojos y las mentes de los argentinos que no quieren dejarse engañar. Pero, lamentablemente, tengo que dedicar mi tiempo a recomendar soluciones a países lejanos, como los que mencioné en el comienzo de esta nota, para poder sustentar apenas mi vida familiar y los honorarios de los abogados que me defienden de las infames acusaciones que los verdaderos corruptos y delincuentes lanzaron en mi contra para adobar la estrategia del chivo expiatorio.

Escribí esta nota pensando en aquellos visitantes de este blog que me recriminan el haber bajado los brazos en política. Tengan la seguridad que si las circunstancias lo llegan a permitir, me van a volver a ver peleando por el progreso de nuestra querida Argentina, también desde la política.

Santiago Rabasedas, un luchador incansable.

Con profundo dolor recibí en Washington la noticia del fallecimiento de mi querido amigo Santiago Rabasedas. Había nacido hace 65 años en la ciudad de San Justo, en la Provincia de Santa Fé. Además de haber nacido el mismo año, compartíamos con Santiago la misma vocación de servicio que nos llevó a ambos, desde muy jóvenes, a trabajar en nuestras respectivas provincias por el progreso de sus pueblos. El lo hizo desde la dirigencia gremial y yo como funcionario público allá por finales de los 60s y principios de los 70s.

En la década de los 90s, cuando yo fui  Ministro de Economía de la Nación, él fue Director del Banco de la Provincia de Santa Fe primero y Ministro de la Producción después. Nos conocimos ejerciendo cada uno las responsabilidades que habíamos asumido pero nuestra gran amistad se forjó, a partir de 1997, cuando juntos fundamos Acción por la República. El fue el fundador y organizador de ese Partido en la Provincia de Santa Fe y como candidato a Diputado Nacional en 1997 recorrió todos los rincones de su Provincia. No era la primera vez que lo hacía, porque muchas veces antes había hecho los mismos recorridos como dirigente rural. No llegó a ser elegido por unos pocos votos y en 1999, cuando ya nuestro partido tenía mucho mayor apoyo, resignó la candidatura en favor del Presidente de la UCEDE de ese distrito, para que ese partido apoyara también mi candidatura presidencial. De no haber tenido ese acto de generosidad y desprendimiento, hubiera sido elegido Diputado Nacional para el período 1999-2003 como lo fueron Cesar Albrisi por la Provincia de Córdoba y Guillermo Alchourrón y Franco Gaviglia por la Provincia de Buenos Aires.

Luchó denodadamente por el progreso de su Provincia y fue un apasionado defensor de los intereses legítimos del sector agropecuario. Justamente, buscando en YouTube encontré este video con su participación en un porgrama de televisión en el que habla de la preparación de un encuentro nacional lechero a realizarse en mi ciudad natal: San Francisco, en la Provincia de Córdoba.

A pesar de que como médico de profesión y ejercicio sabía que su corazón le solicitaba mayores horas de descanso, su pasión por las causas justas y su generosidad lo transformaron en un luchador incansable. Esta madrugada, su corazón dejó de latir.

Deja una hermosa familia y cientos de amigos que siempre lo recordarán. Santiago Rabasedas era una de esas personas que hacen que la amistad y el afecto estén siempre por arriba de toda otro sentimiento, por más difíciles que sean las circunstancias que rodeen los encuentros con él. Estoy seguro que hoy seremos muchos los que elevaremos una oración a Dios por el eterno descanso de su alma.

Los empresarios comienzan a extrañar la estabilidad.

Por Domingo Cavallo, para La Nación.

El título se refiere, más que a la estabilidad de precios, a la estabilidad en las reglas de juego de la economía. Los empresarios comienzan a extrañar este segundo tipo de estabilidad.

En todos los países las reglas de juego de la economía sufren cambios sin que esas economías pierdan estabilidad institucional, porque son predecibles y se adoptan luego de mucho estudio y largas discusiones. Los institutos de investigación sobre políticas públicas y los centros de pensamiento de las universidades, de los partidos políticos y de las corporaciones empresariales y sindicales, tienen oportunidad de aportar sus opiniones y propuestas. Y todo ese material brinda elementos para una discusión constructiva.

Pero cuando las reglas de juego de la economía cambian, inesperada y arbitrariamente, sin estudios ni discusión previa y no son adoptadas en los ámbitos jurisdiccionales en los que la Constitución Nacional establece que deben serlo, comienza a reinar la inseguridad jurídica y se eleva al máximo el “riesgo regulatorio” que miden los inversores.

Esto no ocurría entre 1991 y 2001. Ese período, se caracterizó por la discusión en el Congreso Nacional, precedida de muchos estudios e investigaciones, de todas las leyes que dispusieron cambios importantes en las reglas de juego de la economía. Desde la Ley de Convertibilidad, sancionada en marzo de 1991, hasta la Ley del Déficit Cero, sancionada en agosto de 2001.

Entre esas dos leyes, se discutieron en el Congreso Nacional la Ley de Consolidación de Pasivos; la Ley de Reforma Previsional; la Ley de Administración Financiera; las leyes que pusieron en vigencia los Pactos Federales Fiscales y la Transferencia de Servicios y de Recursos a las Provincias; la Ley de Hidrocarburos y de Reorganización y Privatización de YPF; las leyes de Reorganización de los Sistemas Eléctrico y del Gas Natural; las leyes que impulsaron Reformas Laborales; la Ley de Competitividad, de abril de 2001; la modificación de la propia Ley de Convertibilidad en junio de 2001 y muchas otras normas que llegaron a conformar las por aquel entonces elogiadas y hoy demonizadas “reglas de juego de los noventas”.

Todo ha sido diferente dese 2002 en adelante. Comenzando con la verdadera derogación del régimen de convertibilidad, que no surgió de la discusión en el Congreso Nacional de las modificaciones a dicha ley, sino de los varios decretos de necesidad y urgencia dictados a partir de febrero de 2002; en particular, el que dispuso la transformación compulsiva a pesos de todos los contratos que habían sido pactados en dólares.

En aquella oportunidad, muchos empresarios que se beneficiaron con la pesificación de las deudas en dólares, no sólo no criticaron sino que aplaudieron esta modificación arbitraria, injusta y anticonstitucional de las reglas de juego vigente. Por entonces, esos empresarios creían que los cambios perjudicarían sólo a los ahorristas y a quienes habían invertido en los sectores de infraestructura y en los servicios públicos privatizados. Pero, lamentablemente, ése era sólo el comienzo de una tendencia que cada vez cobraría más víctimas entre quienes tienen que decidir inversiones.

La decisión de utilizar el porcentaje accionario que antes tenían en forma dispersa los fondos de jubilaciones y pensiones y que ahora están en manos de la ANSSES para politizar los directorios de empresas privadas que cotizan en bolsa, es sólo la última de una tendencia iniciada en 2002. Esta tendencia incluyó, entre otros, la instalación de las arbitrarias retenciones a las exportaciones agropecuarias, las limitaciones para exportar e importar, los controles de precios, la estatización de los fondos de los futuros jubilados y el manejo arbitrario de los recursos públicos para controlar políticamente a provincias, municipios y medios de comunicación social.

Lamentablemente en Argentina no sólo ha desaparecido la estabilidad de precios, sino que los potenciales inversores sufren la peor de las inestabilidades, aquella que hace impredecible las reglas de juego y eleva el riesgo regulatorio a niveles inhibitorios de la inversión de largo plazo por parte de los empresarios privados.

La gente comenzó a extrañar la estabilidad de precios de los noventas hace ya varios años, algo que no parece afligir mucho a quienes aún consiguen financiamiento a tasas de interés negativas. Pero era hora de que los empresarios comenzaran a extrañar el clima de estabilidad institucional de la década anterior, que si bien era exigente, los obligaba a competir y no les ofrecía tasas de interés negativas, al menos les aseguraba que no se producirían cambios inesperados e impredecibles, capaces de echar por la borda el esfuerzo de inversión y el consiguiente aumento de la productividad.

¿Podría la «Era del Dólar» terminar en inflación global?

Esta es la pregunta que tendré que responder en un panel sobre el futuro de la “Era del Dólar” en el “Astana Economic Forum 2011” que se realizará en Astana, la capital de Kazakstán el 3 y 4 de Mayo de 2011. Para responderla escribí el artículo que acabo de subir a la página de “artículos en inglés” y cuya traducción al español realizada por Fernando Díaz también aparece en la página respectiva.

Mi experiencia, a partir del estudio y la acción sobre la economía Argentina, me indica que la inflación se transforma en un problema crónico cuando una crisis de deuda se resuelve tratando de evaporar los pasivos a través del mecanismo de la emisión inflacionaria de dinero.

Sostengo en el artículo, que la crisis global iniciada en 2008 en los Estados Unidos es una típica crisis de deuda, provocada por el exceso de endeudamiento de las familias, las empresas y algunos gobiernos estaduales. Si los Estados Unidos trataran de resolverla abandonando la meta de inflación del 2 % que vino siguiendo el Banco de la Reserva Federal hasta hace poco y emitiera dólares como para llevar la inflación al 4 o 5 % anual, provocando tasas de interés negativas por un período largo de tiempo, entonces sí, la «Era del Dólar» podría terminar en inflación global.

En mi opinión, será muy difícil que el resto de los países, incluida la Unión Europea, puedan sostener políticas monetarias apuntando a la meta tradicional de inflación del 2 % si los Estados Unidos apuntan a una del 4 ó 5 %. Si lo hicieran, sus monedas se apreciarían en una magnitud que dificultará la resolución de las crisis de deuda que afectan a algunos países y las que podrían sobrevenir en los demás, como consecuencia de la apreciación exagerada de sus monedas.

Para evitar que la «Era del Dólar» termine en una inflación global, es necesario que tanto en los Estados Unidos como en los países que están sufriendo crisis de deuda, éstas se resuelvan con reestructuraciones ordenadas de los pasivos. Los países afectados deben evitar transformar a las deudas privadas en deudas públicas y, si el nivel de deuda pública es ya excesivo, como ocurre en Grecia, Portugal e Irlanda, las reestructuraciones de deuda pública deben permitir reducir el nivel de las mismas por concesiones de los acreedores, sin tener que recurrir a la emisión monetaria desmedida.

Sobre un post de Cachanoski en el que habla de la Convertibilidad en su blog «Economía para todos»

Los visitantes de este sitio que leen los comentarios, van a encontrar que este post repite una de mis respuestas. Pero luego que terminé de escribir mi respuesta al comentario de Sergio, me pareció útil postearla.

Sergio me envió el siguiente comentario: Dr. Cavallo: Que lindo sería un respetuoso debate entre Ud. y el Dr. Cachanosky sobre el artículo que publica hoy en su revista virtual. Saludos
Mando nota publicada 04/04/2011. Al inicio de la semana / Roberto Cachanosky.A 20 AÑOS DE LA CONVERTIBILIDAD: LAS ENSEÑANZAS QUE NOS DEJA.

Esta fue mi respuesta a Sergio:

Yo lo respeto mucho a Cachanoski, pero siempre consideré que sus opiniones son, al menos, un poco ligeras y superficiales.

Yo leí sus artículos desde que él comenzó a escribir, en la época en la que yo ya había dirigido durante más de 10 años el principal Instituto de investigación económica de la Argentina, me había Doctorado en Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Córdoba y en Economía en la Universidad de Harvard, había sido profesor Universitario por más de 20 años , había sido Diputado Nacional, había manejado durante un año y medio la política exterior de la Argentina y comenzaba a manejar la política económica en medio de una crisis hipeinflacionaria provocada por un un Estado ineficiente, corrupto y totalmente desorganizado.

Por lo que escribe ahora sobre la convertibilidad, está claro que él no lee lo que yo escribía entonces y lo que escribí durante los últimos 10 años. En particular, es claro que no ha leído mi libro Estanflación ni mi artículo “Régimen Monetario y políticas cambiarias” que puede ser bajado de la página “artículos en Español” de este sitio. Digo todo esto porque para que sea útil un debate respetuoso entre Cachanoski y yo, él debería al menos leer lo que yo escribo, tanto como yo lee lo que él publica en su blog y en el diario La Nación.

Cahanoski dice que la convertibilidad no podía resolver todos los problemas de la Argentina porque era “sólo” una regla monetaria que yo no impuse sino que impuso la gente al elegir el dólar como moneda para proteger sus ahorros. Tiene razón, aunque lo que la gente había elegido era la dolarización, no la convertibilidad.

Pero su falta de experiencia lo lleva a subestimar todo lo que la convertibilidad permitió hacer en la década de los 90s, al menos mientras yo estuve en el Gobierno.

Sin convertibilidad no podríamos haber eliminado las retenciones agropecuarias para ser reemplazadas por recaudación efectiva del Impuesto al Valor Agregado y a las Ganancias, no podríamos haber abierto la economía al mundo, tanto para el comercio como para la inversión y la importación de tecnologías avanzadas, no podríamos haber privatizado y transformado en unidades productivas eficientes a las viejas empresas del Estado.

Cachanoski dice que  en aquellos años aumentamos el gasto público. Craso error. Desde 1990 hasta 1996 al menos, el Gasto público se redujo en casi el 10 % del PBI (tanto como ha vuelto a aumentar desde 2003 en adelante) y desapareció el déficit fiscal, gracias, precisamente, a la privatización de las empresas públicas. Las inversiones (muy ineficientes, mal planeadas y plagadas de corrupción) y el alto costo operativo de las viejas empresas del Estado eran las principales responsables del descontrol del gasto público durante las décadas del 70 y del 80. Todo el déficit fiscal estaba explicado por la ineficiencia y la corrupción de las Empresas del Estado. Esto no se podría haber revertido de no haber sido posible eliminar la inflación de cuajo y si no se hubiera conseguido el respaldo político que significó para el Gobierno de Menem el éxito de la convertibilidad.

La inconsistencia del análisis que hace Cachanoski salta a la vista cuando menciona como error el que el tipo de cambio se hubiera fijado a 10.000 australes (o un Peso convertible) por dólar y nó a un tipo de cambio nominal más alto. A renglón seguido dice que la inflación no bajó a cero de inmediato sino que, durante el primer año de la convertibilidad, fue del 20 %, argumentando que esto era inconsistente con el tipo de cambio fijo. Si el tipo de cambio se hubiera fijado a 20.000 australes por dólar (a 2 pesos convertibles por dólar) cualquiera que entienda cómo funciona una economía monetaria de mercado debería saber que en el primer año la de esa convertibilidad la inflación hubiera sido del 120 %!. Esto es lo que ocurrió precisamente cuando Ecuador dolarizó su economía con un Sucre inicialmente extremadamente devaluado. Y ésto ocurre, porque el tipo de cambio real nunca es decidido por el Estado sino por las circunstancias reales por la que atraviesa una economía.

Quienes han estudiado cuáles son los determinantes del tipo de cambio real, en todas las economías, como lo hicimos varios de mis colaboradores y yo durante la década de los 70 y de los 80s, en la Fundación Mediterránea, sabe que el tipo de cambio real depende al menos de las siguientes variables reales: los términos del intercambio externo, la política comercial externa del país (retenciones, aranceles, restricciones cuantitativas al comercio exterior), el nivel y composición del gasto público, el tamaño del déficit fiscal y su fuente de financiamiento, la liquidez internacional y el grado de confianza que inspira la economía (como determinantes de la entrada o salida neta de capitales).

Hoy por ejemplo, el tipo de cambio real no es bajo en Argentina porque el Banco Central haya decidido no sostener el tipo de cambio nominal. Todo lo contrario, el Banco Central ha estado comprando dólares casi continuamente. Hoy el tipo de cambio real es bajo porque los términos del intercambio del país son muy favorables, porque hay mucha liquidez externa y porque el gasto público es muy alto. Pero sería más bajo aún si el gobierno no cobrara las retenciones a las exportaciones, si hubiera confianza en la economía Argentina y si el gobierno no financiara subrepticiamente su déficit fiscal con emisión monetaria. No es difícil descubrirlo. Los países de América Latina que gozan de la misma bonanza externa que Argentina, pero tienen políticas monetarias y fiscales más ortodoxas y no han creado desconfianza, tienen hoy monedas mucho más apreciadas, en términos reales, que la moneda argentina . Me refiero a Brasil, a Chile, a Perú, a Colombia, a Uruguay y a México.

El único gasto público que aumentó como porcentaje del PBI mientras yo fui ministro, es el que corresponde al pago de Jubilaciones y Pensiones. Y aumentó porque desde septiembre de 1992 comenzamos a cumplir con las leyes que habían sido aprobadas muchos años antes y que habían creado derechos adquiridos. No sólo aumentaron esas erogaciones en 2 % del PBI, sino que a partir del año 1994, cuando las empresas privatizadas comenzaron a pagar sueldos mucho más altos a sus gerentes, los jubilados de las viejas empresas del Estado que aún mantenían sus beneficios como porcentaje de los sueldos cobrados por el personal en actividad, recibieron enormes aumentos. Tuvimos que discutir la Ley de Solidaridad Previsional para poner límites a ese aumento del Gasto, cosa que es muy difícil de hacer en cualquier democracia, como se está viendo hoy en Europa y en los propios EEUU. Cumplir con los Jubilados significó también reconocer la deuda que estaba escondida, pero que había sido devengada durante la década del 80 y tenía sentencia firme de la Justicia que obligaba a su pago. Todo el endeudamiento público contabilizado desde 1991 hasta fines de 1995 se originó en el reconocimiento de ese tipo de deudas devengadas con anterioridad. Por eso, decir que la convertibilidad se sostuvo por vía del endeudamiento es, al menos, una ligereza.

El orígen de la crisis Argentina está en el aumento del gasto público y del déficit de las provincias desde 1997 en adelante, aumento que fue financiado con préstamos a tasa flotante del sistema financiero argentino y que fueron garantizados con los recursos de la coparticipación federal de impuestos, algo que las provincias no podían hacer cuando yo fui Ministro, porque se lo habíamos prohibido por decreto. No recuerdo que Cachanoski haya argumentado contra ese fenómeno, al menos no con el énfasis con que yo lo hice en aquellos años, cuando fui el principal crítico del Gobierno de Menem.

Cachanoski cree que no es posible volver a un régimen de convertibilidad monetaria. Yo creo que no sólo es posible sino que será imprescindible hacerlo cuando la inflación se haya transformado en un fenómeno insoportable para la gente. Ya no será convertibilidad con tipo de cambio fijo, sino convertibilidad con tipo de cambio flotante, acompañado por la regla monetaria que se denomina de “metas de inflación”.

Cuando ello ocurra, si los términos del intercambio siguen siendo tan favorables como ahora, la liquidez internacional tan abundante, pero al mismo tiempo,un gobierno comprometido con la estabilidad elimina subsidios y retenciones, crea confianza, disminuye el nivel de gasto público y deja de financiar déficit fiscal con emisión monetaria, el Peso Argentino, en términos reales, estará mucho más apreciado que ahora, es decir el precio del dólar en términos reales será tan bajo como lo es hoy en Brasil, en Chile, en Perú, en Uruguay y en México. Claro que, por entonces, tendremos también la baja inflación que hoy beneficia a los ciudadanos de esos países. Igual que durante los años 90s.