No subestimen a los Griegos!

Ultimamento es muy común leer comentarios peyorativos sobre los griegos y su democracia. Se dice que son improductivos y que nunca podrán acompasar al aumento de la eficiencia alemana, que no podrán seguir en la Eurozona, que terminarán defaulteando desordenadamente y tendrán que reintroducir el Dracma, que su sistema democrático no funciona porque tuvieron que designar a un Primer Ministro tecnócrata, que su economía nunca volverá a crecer, etc. etc.

Yo tenía otra imágen del Pueblo Griego y de su dirigencia, quizás porque conocía a muchos griegos que viven o vivían en Argentina, había conversado mucho con mi amiga Miranda Xafa y conocido desde tiempo atrás a Lucas Papademos además de a otros economistas griegos de muy buen nivel profesional y de mejor calidad humana. Pero debo reconocer que había entrado a dudar de mis prejuicios ante tantos comentarios desfavorables que escuchaba y leía… hasta que a mediados del año pasado hice dos viajes a Atenas, conocí a muchos de sus dirigentes y pude hablar con mucha gente común.

Debo confesar que de esos viajes y de mi participación en la discusión sobre que les convenía hacer a los griegos frente a la crisis me he convencido que mis prejuicios eran correctos.: los griegos son un gran pueblo y hacen honor a su cultura milenaria. No por nada son los inventores de la democracia. Para quienes aún tengan dudas invito a ver estos dos videos y advertirán cómo se discute en Grecia el futuro de su economía y como piensa la gran mayoría silenciosa del Pueblo Griego. Invito a que presten atención a los gestos de Nouriel Roubini que desde los Estados Unidos los quiere inducir al Default y a la Dracmización de la economía Griega.

Y con respecto a los que dicen que la designación de Lucas Papademos como Primer Ministro fue una imposición antidemocrática de Europa, no advierten el sentido de responsabilidad de la dirigencia política griega: fueron los dos principales partidos políticos : El PASOK (Partido Socialista) y Nueva Democracia (Partido Conservador) quienes decidieron formar un gobierno de Unidad Nacional y proponer a Lucas Papademos asumir como Primer Ministro. Ahora irán a elecciones parlamentarias y, si ninguno de los dos partidos obtiene mayoría absoluta, no sería raro que decidieran continuar con Lucas Papademos como líder del Gobierno. Y si ganara uno de los dos partidos, ambos responsables en igual medida de los desmanejos del pasado, es altamente probable que continúen implementando el programa de reformas que han comprometido frente a la Troika. Y lo harán, no porque se los haya impuesto Europa sino porque el Pueblo Griego exige a sus dirigentes que dejen de cometer los errores del pasado.

Me apena advertir que, lamentablemente, desde 2001 en adelante, nuestros dirigentes estuvieron muy distantes del patrón de conducta de los dirigentes griegos y me entristece que nuestro pueblo les haya permitido actuar con tanta impunidad.

Grecia eligió el camino correcto

Los economistas argentinos que consideran que el default, la pesificación y la devaluación aportaron soluciones a nuestra economía y varios economistas norteamericanos muy influyentes, con Nouriel Rubini a la cabeza, bregaron para que Grecia declarara el default de su deuda, transformara todos sus activos y pasivos financieros de Euros a Dracmas y  dejara que un golpe devaluatorio e inflacionario reconstruyera su competitividad y cerrara su brecha fiscal. Afortunadamente para los griegos, para los europeos y para todo el mundo, Grecia no prestó atención a esos consejos.

Con la ayuda de Europa, Grecia logró restructurar su deuda con acreedores privados en forma ordenada y sin que quedaran tenedores de bonos en condiciones de reclamar ante los tribunales. Consiguió una quita en el capital de más del 50 % y reducir la tasa de interés a 2 % anual por los primeros cuatro años. No me caben dudas que el resto de la deuda con el Banco Central Europeo, con el Fondo de Estabilización Europea y con varios estados nacionales también será renegociada de tal forma que Grecia pueda honrarla normalmente.

Gracias a la exitosa restructuración de deuda, la crisis financiera que estaba adquiriendo en Grecia características muy parecidas a las de Argentina en los meses finales de 2001, con fuertes retiros de depósitos por parte de la gente y extrema iliquidez bancaria, va a ser rápidamente superada: los depósitos volverán a los bancos y gradualmente retornarán también los capitales griegos que fugaron al exterior en los últimos dos años.

La recesión que fue muy acentuada, comenzará a ceder y pronto la economía Griega estará creciendo sostenidamente. Se pondrá de manifiesto que la recesión fue muy fuerte no tanto porque el Gobierno se hubiera visto obligado a aplicar una política fiscal más restrictiva y porque la economía griega había perdido competitividad, sino porque las expectativas de default, dracmisación y devaluación generaron un clima de crisis financiera que provocó fuertes fugas de capitales y retiro de depósitos bancarios por parte del público.

Por supuesto que Grecia tendrá que ajustar sus cuentas fiscales y tendrá que adoptar medidas para recuperar competitividad. Pero podrá hacerlo en un clima de estabilidad financiera y monetaria y a través de decisiones discutidas en su Parlamento y no a través de reducciones salvajes de sueldos, salarios y jubilaciones como las que resultan de los golpes devaluatorios e inflacionarios. Deberá, por ejemplo, decidir una fuerte reducción de los impuestos que encarecen la nómina salarial, tal como lo ha comenzado a hacer Brasil en nuestra región y como lo habíamos dispuesto también nosotros en 2001 a través de los planes de competitividad. Ninguna de estas decisiones será fácil y seguramente habrá reclamos y conflictos. Pero el costo económico y social que deberán soportar los griegos resultará muy inferior al que pagamos los argentinos en 2002 y en los años siguientes. Y esto, a pesar de que los desajustes fiscales acumulados por Grecia desde la entrada al Euro fueron tres o cuatro veces superiores a los de Argentina durante la convertibilidad y que, además, Grecia no avanzó en materia de privatizaciones, desregulación y aumento de la productividad como sí lo había hecho Argentina durante los 90s.

¿Por qué pudo Grecia lograr algo que nosotros no conseguimos en 2001 y 2002? Esta pregunta es relevante porque nuestra deuda a fines de 2001 era del 60 % del PBI en comparación con una deuda de 160 % del PBI en el caso de Grecia, nuestro déficit fiscal era un tercio del de Grecia y hacia fines de 2001 el déficit en cuenta corriente había prácticamente desaparecido. Grecia, frente a problemas mucho más agudos que los que nosotros enfrentábamos en aquella época, consiguió restructurar su deuda en forma ordenada y está a punto de restablecer la normalidad financiera.

Acá va la respuesta: Grecia consiguió el apoyo de Europa y sus dirigentes, al menos los que pertenecen a sus principales partidos políticos, advirtieron que la «solución a la Argentina» era un salto al vacío. En nuestro caso, el FMI nos retiró el apoyo en medio del proceso de restructuración ordenada de la deuda y una parte importante de nuestra dirigencia, tanto en el Partido Justicialista como en el Partido Radical escucharon el canto de sirenas de los que querían la pesificación y la devaluación para sacarse de arriba las deudas que imprudentemente habían adquirido.

Si en lugar de haber decidido la pesificación los primeros días de enero, el Gobierno Argentino hubiera ido adelante con la oferta de canje de la deuda (que no se había presentado a la transformación en Préstamo Garantizado) programada para el 15 de enero, hacia el 15 de Febrero de 2002 Argentina hubiera estado viviendo la misma sensación de éxito que hoy está viviendo Grecia. La crisis financiera se hubiera revertido rápidamente sin que los ahorristas perdieran un sólo dólar de sus depósitos. Los fondos que el FMI no había desembolsado en Noviembre más los 3 mil millones de dólares que había comprometido para apoyar la restructuración de deuda hubieran sido seguramente aportados para la normalización financiera porque para entonces Argentina habría demostrado, sin lugar a dudas, que podía manejarse con déficit fiscal cero.

Los mismos que recomendaban a Grecia seguir el camino de Argentina 2002, hoy sostienen que Grecia no podrá volver a crecer sin una devaluación de su moneda. Paradójicamente muestran nuevamente a la Argentina como prueba de sus afirmaciones. Atribuyen el crecimiento del 2003 en adelante a los «beneficios» de la devaluación. Por supuesto, aún no se han enterado de todos los desequilibrios que los desajustes de precios relativos que siguieron a la devaluación provocaron en nuestro país: no saben de nuestro déficit energético, de la liquidación del stock ganadero, del deterioro creciente de nuestra infraestructura de transporte y de la bomba de tiempo fiscal que representan los subsidios que se debieron pagar para mantener los servicios públicos en funcionamiento. Tampoco señalan que ahora la economía Argentina está nuevamente infectada de inflación y que los conflictos sociales que se avecinan tienen precisamente su origen en las pujas distributivas que reviven con la inflación.

Afortunadamente los griegos, con el apoyo de Europa, están transitando el camino correcto: el de la búsqueda de soluciones sinceras, honestas y transparentes. Ojalá sus dirigentes tengan la capacidad, que los nuestros no tuvieron, para explicarle al pueblo que la dracmisación y devaluación provocarían más sufrimiento que  el que  se deriva de las decisiones parlamentarias sobre recortes de gastos, privatizaciones y desregulación. Si lo consiguen, los griegos habrán dado un paso importante para que la mentira no se transforme en la principal herramienta política. La mentira es, precisamente, la manifestación más evidente de la degradación social que está sufriendo la Argentina desde el 2002 en adelante.

La situación fiscal en Argentina se está agravando peligrosamente

Durante el mes de Enero la diferencia entre los gastos y los ingresos totales del Gobierno Nacional, es decir, su déficit fiscal, fue de 2815 millones de pesos comparado con un superávit de 88 millones de pesos durante el mismo mes del año anterior. Este deterioro se produjo porque los ingresos nacionales aumentaron 27.4 % durante ese período y los gastos aumentaron 36.6 %. Si bien no existen aún cifras, las noticias que llegan de las provincias indican que en ellas el deterioro de la situación fiscal es aún más acentuado.

No se trata de una reversión sino de la acentuación de la tendencia al deterioro que viene de varios años atrás, a pesar de que la recaudación fiscal ha alcanzado niveles records y la demanda agregada se ha estado expandiendo a ritmo acelerado.

Las cifras fiscales oficiales para 2011 muestran un déficit fiscal del Gobierno Nacional de 30,7  mil millones de pesos lo que representa un 1,6 % del Producto Bruto Interno. Esta cifra no es real: el verdadero déficit fiscal del Gobierno Nacional  asciende a 52,2 mil millones de pesos  (2.8 % del PBI) porque las cifras oficiales incluyen dentro de los ingresos fiscales 21,5 mi millones de pesos (1.2% del PBI) de transferencias de la ANSES y del Banco Central al Tesoro que en realidad no deben computarse como ingresos sino como financiamiento del déficit. Pero esto no es todo. En el mismo período, el conjunto de provincias tuvo un déficit de 36,7 mil millones de pesos (2 % del PBI) por lo que el déficit fiscal del Sector Público en su conjunto ascendió a 88,9 mil millones de pesos, es decir un 4,8 % del PBI.

El siguiente cuadro pone las cifras fiscales en perspectiva histórica:

Los déficits fiscales de los últimos tres años son del mismo orden de magnitud (en proporción al PBI) que en los tres años finales del período de la convertibilidad y son menores a los déficits fiscales delos años de la hiperinflación.  Pero si se comparan los niveles de gasto en proporción al PBI, se observa que en 2011 el gasto representa el 41.1 % del PBI mientras en 2001 representaba 31%. Incluso el gasto en 2011 es bastante superior a los niveles que había alcanzado el gasto público en los años de la hiperinflación.

A pesar de este gran aumento del gasto público, el déficit es comparable al de los últimos años de la convertibilidad porque los favorables términos del intercambio externo y los grandes estímulos de demanda que aplicó el Gobierno desde 2003 en adelante permitieron un aumento de la presión tributaria semejante a la del gasto público. Pero esta situación es muy peligrosa: si la recaudación llegara a reducirse como consecuencia de la desaceleración del crecimiento que ya se ha comenzado a observar,  el déficit fiscal puede llegar a ser tan alto como el de los años de la hiperinflación.

Por primera vez desde 2003 el Gobierno de los Kirchner enfrenta el desafío que más tensiones creó en los gobiernos de Alfonsín, de Menem y de De la Rúa: cómo reducir un déficit fiscal que tiende a descontrolarse. Bajar el Gasto público en proporción al PBI requiere adoptar decisiones que no son populares pero que si se postergan pueden dar lugar a costos sociales mucho más altos: aquellos que se derivan del descontrol inflacionario.

¿Que piensa el Argentino que trabaja para ganarse el pan de cada dia?

A fines del año pasado llegué a Buenos Aires luego de cuatro meses de ausencia, justo una semana antes de que se cumpliera el décimo aniversario de los trágicos eventos del 19 y 20 de Diciembre de 2001. Venía con una cierta carga de angustia, no muy diferente a la que me había azotado en los últimos meses de aquella crisis, cuando yo era el Ministro de Economía.

Esa angustia no era el resultado de las opiniones y comentarios que en las tres semanas siguientes a mi regreso reflejaría la prensa argentina con motivo del décimo aniversario de aquella tragedia , sino de las vivencias que personalmente había vuelto a experimentar con motivo de  un viaje a España  y dos visitas a Grecia que había hecho en los intersticios que me dejaron el dictado de clases semanales en la Universidad de Yale. El seminario que dicté en el Master en Relaciones Internacionales de esa Universidad fue precisamente sobre «la dimensión internacional de las crisis financieras».

Tanto en las clases,  a los alumnos de Yale, como  en España y Grecia, a los funcionarios y personas preocupadas por los acontecimientos en los tres países, les tuve que hablar muchas horas sobre la experiencia de Argentina durante la crisis del 2001. Las preguntas eran siempre las mismas: “¿Cómo se compara lo que está pasando en Europa con lo que ocurrió en su País durante el año 2001?”; “¿Es cierto, como dicen algunos economistas norteamericanos y acentúan Cristina Kirchner y quienes acompañaron a Duhalde en su Gobierno, que la solución de Europa es el default, la pesificación y la devaluación que se decretó en 2002?”

Las invitaciones para visitar estos países surgieron como consecuencia del artículo que en mayo de 2010 escribimos con Joaquín Cottani y que los lectores de este blog ya conocen: «Haciendo que la consolidación fiscal funcione en España, Irlanda, Grecia y Portugal: lecciones de la experiencia Argentina«. Con motivo de estas visitas escribí varios artículos más específicos, tales como «¿Cuán costoso es para España estar en el Euro?» y  «Mirando a Grecia en el espejo de la Argentina«.

Por supuesto mis respuestas fueron contundentes: “lo que está pasando en Europa es muy similar a lo que pasó en Argentina en 2000 y 2001. Pero de ninguna manera la solución para el problema de los países en crisis es el default desordenado, el remplazo del Euro por monedas nacionales y la devaluación monetaria. La supuesta «solución» a la Argentina no es otra cosa que la destrucción del orden institucional que les permitió a los países Europeos gozar de un rápido crecimiento, modernizar su infraestructura y sus bases productivas y gozar de estabilidad por más de una década. Y si no lo creen, miren lo que ocurrió en Argentina: a diez años de aquella supuesta “solución” el país  expulsa en lugar de atraer capitales para la inversión y la inflación supera el 20 % anual.”

Sigo argumentando: “la devaluación sólo sirvió para crear empleos sobre la base de una reducción muy grande de los salarios reales, mucho mayor que la que en estos momentos está provocando huelgas y reclamos en los países europeos. Con una reducción de salarios nominales mucho más acotada, los países Europeos pueden superar la crisis de empleo. E incluso la reducción de los costos laborales, si se logra con instrumentos fiscales, no necesita significar grandes  reducciones en los salarios de bolsillo de los trabajadores.”

Enseguida aparece otra pregunta: “El PBI de Argentina creció a tasas «chinas» desde 2003 en adelante… ¿No es eso muestra suficiente de que el cambio de régimen era necesario?».

Mi respuesta fue y sigue siendo la misma: “el crecimiento de Argentina fue resultado no de la devaluación del Peso sino de la devaluación del Dólar, el mejoramiento inédito de los términos de intercambio gracias al crecimiento de China, la apreciación del Real y, sobre todo, de la formidable capacidad instalada, especialmente en materia energética, de transportes y de comunicaciones que dejaron las inversiones de la década del 90 y que permitieron que haya habido abastecimiento a pesar de la falta de nuevas inversiones a partir de la devaluación. De todo eso, lo único que Europa puede conseguir es que el Euro se deprecie, cosa que depende de la política monetaria del Banco Central Europeo y no de la recreación de monedas nacionales.”

Quizás por la contundencia y pasión con que yo acompañé mis argumentaciones o, más probablemente, porque los razonamientos eran correctos, tuve la sensación de que todos mis interlocutores europeos se convencieron de mis afirmaciones, aunque debo reconocer que en la mayoría de los casos ellos ya habían llegado a la misma conclusión.

A pesar de mi éxito persuasivo, revivir en nuevos escenarios de crisis los acontecimientos de 2001, salí de cada una de esas reuniones y conferencias con la misma angustia y ansiedad con la que salía de las discusiones en Argentina en aquellos agitados meses de 10 años atrás.

No es para menos, porque yo también recordé que hasta noviembre de 2001, en mi País la gente también defendía la convertibilidad y no quería saber nada con las propuestas de devaluación. Y, sin embargo, cuando la falta de apoyo del FMI nos obligó a restringir el retiro de dinero en efectivo, aunque el dinero bancario podía seguir siendo utilizado para todo tipo de pagos, la gente de clase media de Buenos Aires reaccionó de una manera auto-destructiva al manifestarse en contra del Gobierno y abrir las puertas del poder a quienes habían estado agazapados, esperando el momento oportuno para pegarle al bolsillo de los Argentinos el verdadero mazazo: el que vendría con la pesificación y la devaluación. En lugar de 13 % de reducción en los salarios nominales  y jubilaciones superiores a 500 dólares mensuales, ellos iban a decretar un 40 % de reducción de todos los salarios reales y las jubilaciones, claro que a través del engaño inflacionario. «Total, la gente sufre de «ilusión monetaria» y los políticos con «habilidad», tienen que aprovecharla.»

Con esta carga de angustia, tuve que soportar los programas de televisión y los artículos de prensa, que describían los acontecimientos de aquellos fatídicos 19 y 20 de diciembre y sus causas con el mismo sesgo interpretativo que los publicitarios de Duhalde y de los endeudados en dólares que se beneficiaban con la pesificación, inventaron a partir de enero de 2002: “ que el ajuste fiscal discutido y aprobado por el Congreso Nacional era injusto y acentuaba la recesión;que la convertibilidad era la causa del problema; que la actitud del FMI era criticable, no porque nos hubiera retaceado el apoyo cuando mas la necesitábamos, sino porque no le habían quitado antes el apoyo a la convertibilidad; que la solución del problema de Argentina vendría de un precio permanentemente alto del Dólar (por supuesto, nunca decían que eso significaba salarios permanentemente bajos); etc. etc…”

Había sido invitado a participar en varios programas de televisión y a escribir en varios medios, pero viendo que la línea editorial de todos ellos, no sólo de los controlados por el Gobierno, sino también de los que están sufriendo el ataque sistemático y arbitrario del Poder, pensé que la mejor estrategia de mi parte era no prestarme a reditar una discusión inconducente en un momento en que todo el poder mediático sigue comprometido en transformarme en el chivo expiatorio de los desmanejos de una dirigencia política argentina que, en lugar de buscar la verdad,  se dedica a inventar relatos que esconden su ineficiencia y su corrupción.

Pero esto no significa que haya decidido abandonar mi propio compromiso con la verdad. Muy por el contrario, aproveche la paz y la tranquilidad que me brindó el haberme sustraído a la demanda mediática para conversar, tanto en Buenos Aires como en Córdoba, con mucha gente común,  que trabaja para ganarse el pan de cada día.

Fui encontrando a la gente de manera casual, a lo largo de caminatas que emprendí con amigos y familiares. Mi primera sorpresa agradable es que no recibí ninguna muestra de rencor sino todo lo contrario. Me sorprendió, porque habiendo visto los programas de televisión, escuchado programas de radio y leído los diarios en esos días, esperaba recibir insultos y agresiones como las que había tenido que soportar en enero y febrero de 2002.

Pero lo más alentador fueron las muchas opiniones espontaneas que recogí: porteros de edificios que recordaron con nostalgia la estabilidad de los 90’s y la mejor relación entre ingresos laborales y costo de la vida de aquella época; jóvenes recién casados que me comentaron que estaban pagando un alto alquiler y que, a diferencia de lo que ocurría en los 90s, según habían escuchado de amigos mayores, ahora era imposible pensar en comprarse un departamento por la falta de crédito hipotecario y porque la relación entre los sueldos y los precios de los departamentos era mucho más desfavorable que en aquella época; jubilados que hasta el año 2001 habían cobrado una jubilación superior a 1000 dólares y que durante 6 años no habían tenido aumento alguno, a pesar de al fuerte inflación desde 2002 al 2007; exportadores industriales a los que la AFIP les descuenta 5 % de retenciones (que no existían en la década del 90) pero luego le demoran varios meses para pagarles los reintegros, además de dificultarles el abastecimiento de insumos con demoras burocráticas en el proceso de importación; gente de campo a los que les obligan a vender sus productos con grandes descuentos, no sólo por las retenciones sino también por prohibiciones  y limitaciones a la exportación, trabas y gravámenes que no existían en la época de la convertibilidad; pequeños comerciantes a los que la inflación les devora el capital de trabajo y los impuestos y cargas sociales se les tornan impagables; industriales y comerciantes a los que agobian con controles de precios y a los que obligan a sobrecargar los precios de los productos no controlados para compensar las pérdidas que les originan los controles de Moreno; familias a las que golpean los tarifazos ya anunciados y asustan los tarifazos que están por venir; pasajeros de los trenes suburbanos y de los subterráneos que tienen que viajar hacinados y con grandes riesgos de seguridad, algo que no recuerdan que existiera en la década del 90; trabajadores que consideran que es una burla pretender limitar los aumentos salariales a partir de los dibujos del INDEC sobre la inflación; profesionales liberales que tienen que aplicarles aumentos de honorarios por la prestación de servicios a sus clientes para compensar la inflación, pero que no consiguen que los clientes se los paguen; inmigrantes de países vecinos que antes podían enviar algunos dólares a sus familiares en el exterior y que ahora tienen grandes dificultades para hacerlo, amén de que es muy poco lo que pueden ahorrar dada la desproporción entre los ingresos que obtienen y el alto costo de la vida: y así sucesivamente, una lista interminable de problemas creados por la inflación y por la intervención arbitraria y distorsiva del Estado en los mercados.

Ante mi pregunta sobre porqué cree que el Gobierno sacó tantos votos en las últimas elecciones, la respuesta fue siempre la misma: la gente de trabajo sostiene que a los candidatos del Gobierno los vota mucha gente que vive sin trabajar pero que goza de subsidios, empleados públicos que han sido designados sin que tengan algo útil que hacer en el Estado y jubilados  de clase media que nunca habían aportado pero a los que se les dio una jubilación a costa de no cumplir con los jubilados que aportaron toda su vida. Además me explicaron que algunos de ellos, aun sufriendo todos los contratiempos que me narraban, no encontraron candidatos en la oposición que interpretaran sus quejas y necesidades: todos parecían empeñados en criticar a la década de los 90s y sugerir que si llegaran al gobierno harían lo mismo que los Kirchner.

Hoy estoy escribiendo esta nota desde el avión que me lleva nuevamente a los Estados Unidos porque mañana tengo que dar mi primera clase del segundo semestre en la Universidad de Yale. Y habiendo hecho un balance de los casi 30 días que pasé entre Buenos Aires y Córdoba, 10 de los cuales fueron en compañía de todos nuestros hijos y nietos que vinieron a visitarnos para Navidad y Ano Nuevo, llegué a la conclusión que no me equivoqué cuando en lugar de gastar mis energías en discusiones en los medios con personajes a los que les pagan para mentir, valió la pena caminar por las calles de Buenos Aires y de Córdoba, hablar con la gente común, que no se apega a prejuicios ideológicos ni lealtades partidistas, pero que vive y sufre los problemas de todos los días.

Tengo la sensación de que no pasará mucho tiempo hasta que quienes quieran captar el voto de la gente deban reconocer que los sufrimientos que están provocando las políticas de los últimos 10 años son mucho más gravosos que los que el poder mediático  le sigue atribuyendo a la década del 90. No creo que el viento de cola siga permitiendo al Gobierno tapar los estragos que provocarán las cenizas del volcán que ha comenzado a entrar  en erupción. Y se trata de un volcán en la que la presión no podrá atribuirse a la naturaleza por más esfuerzos que hagan los escribas a sueldo de 6, 7 y 8.

Sincerar precios para reestablecer una buena organización económica.

Todo proceso de sinceramiento de precios que habían sido artificialmente congelados o controlados para reprimir la inflación es siempre peligroso e impopular. Peligroso porque puede desatar una espiralización de la inflación. Para atenuar este peligro es necesario que la política monetaria sea restrictiva. Y para que el aumento de tasas de interés que resulta de la restricción monetaria no sea excesivamente recesivo, es necesario que el sinceramiento de los precios sea acompañados por otras medidas y, sobre todo, por un discurso coherente que ayuden a disminuir las expectativas de inflación.

Impopular porque significa disminuir el poder adquisitivo de quienes consumen los bienes y servicios cuyos precios estaban artificialmente comprimidos. Para compensar este efecto negativo es oportuno dejar que al mismo tiempo se ajusten los ingresos que han venido siendo arbitrariamente deprimidos. El mejor ejemplo de este tipo de ingresos es el de los jubilados que en diciembre de 2001 tenían un haber superior a 1000 pesos. A esos jubilados les corresponde un ajuste del 88 % sobre sus jubilaciones actuales según lo ha determinado la justicia en respuesta al reclamo por la injusta falta de movilidad entre 2002 y 2007.

Los peligros y la impopularidad del sinceramiento no debe llevar a que se lo siga postergando o que se lo intente hacer en forma gradual y arbitraria. Si se lo sigue porstergando el peligro y la impopularidad  inevitable sólo tenderán a aumentar exponencialmente. Si se lo intenta hacer de manera gradual y arbitraria, no resultarán claras las futuras reglas de juego para el manejo de esos precios ni surgirán los incentivos adecuados para que renazcan la inversión y el aumento de la productividad en los sectores afectados.

En Octubre de 2010 sostuve que ese era un buen momento para sincerar la economía, y di algunos consejos sobre como hacerlo que tienen plena vigencia.

Algo similar ocurre con la determinación del Gobierno de comenzar a resolver el costoso problema que significa la desorganización y el desmanejo de Aerolíneas Argentinas. Como lo vengo advirtiendo desde la reestatización de esa empresa, cuando escribí sobre lo que nadie se anima a decir sobre Aerolíneas Argentinas, mientras el objetivo de la empresa sea mantener prebendas a sus sindicatos en lugar de prestar un buen servicio a los usuarios, la aerolínea de bandera, lejos de servir al progreso del País, se constituirá en una carga cada vez más pesada y difícil de sobrellevar.