Un ajuste fiscal como el que produjo “superávits gemelos” a partir del 2002, decidido por el actual gobierno, desataría la hiperinflación. No creo que Massa lo intente.
Si, porque no lo hace el gobierno kirchnerista, el nuevo gobierno decidiera hacerlo al inicio de su gestión, con esa misma metodología, se verá frustrado su afán estabilizador.
Lo que se necesita es una reorganización de la economía y un ajuste fiscal como el que hicimos entre 1990 y 1991.No como el de 2002 y 2003.
Prácticamente todos los economistas y dirigentes políticos no kirchneristas coinciden en que para estabilizar y volver a crecer se necesita producir un fuerte ajuste fiscal que permita dejar de aumentar el endeudamiento del Banco Central.
Algunos economistas profesionales que se desgarran las vestiduras porque argumentan que Milei con su prédica dolarizadora quiere provocar una hiperinflación, han comenzado a proponer un ajuste fiscal desdolarizador como el que aplicó Remes Lenicov en 2002. Argumentan que para ello se necesita un respaldo político como el que brindaron Duhalde y Alfonsín desde enero de aquel año.
Yo sostengo que si el ajuste fiscal no se hace como el que implemetó el gobierno de Menem entre 1989 y 1991 sino que trata de imitar al que se hizo entre 2002 y 2003, la economía va a entrar en hiperinflación y luego de ello no encontrará ningún régimen monetario capaz de derrotar a la inflación en un mandato presidencial.
La gran diferencia entre las dos estrategias alternativas para el ajuste fiscal radica en el herramental que se utiliza. Una alternativa es usar la reforma del estado, las privatizaciones y la apertura de la economía. Otra alternativa consiste en recurrir a una fuerte devaluación “desdolarizadora” que licue deudas, salarios y jubilaciones, brinde fuerte protección a la sustitución de importaciones y genere recursos fiscales a través de las retenciones agropecuarias, petroleras y mineras.
Voy a utilizar la experiencia de los dos grandes ajustes fiscales de los últimos 35 años para explicar porqué sostengo que el ajuste al que Carlos Melconian bautizó “San Remes”, es lo peor que le puede pasar a la economía argentina. Y le pido disculpas a Remes, porque es injusto utilizar su apellido cuando me consta que el ajuste que hizo no era el que él tenía planeado, aunque diga que lo había estudiado desde 1998. La verdad es que era el que buscaban algunos fuertes empresarios de la Unión Industrial Argentina representados por De Mendiguren, en coalición con los industriales que añoraban la protección del período de encerramiento económico anterior a la convertibilidad. Esos lobbies lograron engañar a Duhalde y a Alfonsín y llevaron a Remes a adoptar las decisiones que, a la postre, le hicieron un daño enorme a la economía.
Si la aceleración inflacionaria licúa los pasivos remunerados y no remunerados del Banco Central antes del cambio de gobierno y reduce gastos del sector público en términos reales y, sobre todo, permite el sinceramiento de todos los precios internos que están atrasados en relación al precio del dólar oficial, será más fácil la aplicación por parte del nuevo gobierno de un buen ajuste fiscal. Pero si nada de esto ocurre antes del cambio de gobierno y el nuevo equipo económico piensa que debe comenzar con un ajuste fiscal al estilo del que se atribuye a Remes, la gestión del nuevo gobierno estará condenada, desde el vamos, al fracaso.
El ajuste fiscal del tipo del que condujo a los “superávits gemelos” del 2002 es incompatible con un plan de estabilización posterior porque supone una violación generalizada de contratos y de derechos de propiedad de quienes ahorraron e invirtieron productivamente en el pasado y deja mucho más desalineados que antes a los precios relativos, los que en la búsqueda de su realineamiento van a generar una puja distributiva muy desestabilizadora en una economía que seguirá con alta inflación y gran inercia inflacionaria.
Formas alternativas de ajuste fiscal
Que va a ser necesario un fuerte ajuste fiscal para poder estabilizar es algo que ningún economista profesional ni ningún dirigente político responsable discute. La cuestión que vale la pena investigar es cómo se va a producir ese ajuste fiscal.
Hay dos mecanismos que en cierta medida son las alternativas extremas:
1. La reforma del estado con eliminación de los organismos, empresas y fuentes de gastos que no son esenciales y que sólo sirven para distribuir beneficios a funcionarios políticos y miembros de corporaciones que por largo tiempo lograron obtener prebendas y privilegios; y
2. Una fuerte devaluación con su consecuente salto inflacionario y default de la deuda externa e interna para licuar gastos y pasivos.
Ajuste fiscal por reforma del estado
Como ejemplo histórico de la primera alternativa se puede mencionar la reforma del estado iniciada en 1989, cuando el déficit fiscal primario ascendía a 7,2% del PBI y pasó a un superávit fiscal de 0,4% del PBI en 1993. Es decir, un ajuste fiscal de 7,6% del PBI en 4 años.
Para describir lo que supuso y significó este ajuste, copio a continuación el cuadro 14.5 del libro “Historia Económica Argentina” que escribimos con mi hija Sonia Cavallo Runde y publicó El Ateneo en 2016.
En el cuadro se puede ver que el gasto primario pasó de representar el 33,1% del PBI en 1989 a 23% promedio entre 1991 y 1993 y se mantuvo en ese nivel hasta 1996. Esto se logró por la implementación de todas las reformas que fueron posibles por la aplicación de las Leyes de Emergencia Económica y de Reforma del Estado aprobadas en 1989 con apoyo de la bancada radical de la Cámara de Diputados.
Los ingresos totales se redujeron del 27,5% en 1989 a 24,4% en 1991 (cuando se eliminaron las retenciones a las exportaciones y se derogaron 24 impuestos menores) y a alrededor de 23% entre 1993 y 1996 cuando se dispuso que los aportes personales jubilatorios dejaran de ingresar al Tesoro y fueran a las cuentas individuales de las AFJPs.
A pesar de la baja en la recaudación impositiva, el ajuste en el gasto primario había sido tan importante que el déficit primario se revirtió totalmente y generó un superávit que hasta el año 1994 permitió cubrir los intereses de la deuda, lo que permitió que el déficit total prácticamente desapareciera. Reapareció, en forma muy moderada, a partir del impacto de la crisis tequila de 1995.
La razón por la que estos fenómenos se desplegaron en forma lenta a partir de 2003 se explica porque la economía había quedado desindexada desde la vigencia de la convertibilidad y porque los gobiernos que se sucedieron pudieron seguir manoteando ahorros que se habían acumulado durante lo años de la convertibilidad para financiar los déficits que reaparecieron a partir de 2007. Pero que la inflación no se iba a detener, está a la vista a 22 años de aquel ajuste, porque, además de que los “superávits gemelos” se han transformado en grandes “déficits gemelos”, los desajustes de precios relativos son tan graves como los que surgieron de las medidas adoptadas en 2002 y el país se encuentra estancado, sin crédito interno ni externo. Y con pobreza extrema. Y todo esto ocurrió durante años en los que Argentina gozó del período más largo de altos precios de exportación de toda su historia.
Este comportamiento de las cuentas fiscales permitió que se pudiera aplicar el régimen de convertibilidad, que eliminó la inflación crónica de la economía argentina.
Ajuste fiscal por fuerte devaluación y salto inflacionario
El ejemplo histórico más cercano de la segunda alternativa para el ajuste fiscal es la fuerte devaluación de 2002, implementado a través de la desdolarización compulsiva de la economía y el default de la deuda externa e interna, que permitió pasar de un déficit fiscal del 5,2% del PBI en 2001 a un superávit fiscal del 3,4% del PBI en 2004. Es decir, un ajuste fiscal de 8,6% del PBI en cuatro años.
En los cuadros 16.2 y 16.3, se puede observar que el gasto primario, que en 2001 era del 23,8 del PBI, sólo bajó a alrededor del 22,4% entre 2002 y 2003 y ya en 2004 había vuelto a 23,6% y a 24,8% en 2005.
La disminución del gasto total se produjo por la reducción drástica de la factura de intereses desde el 4,8% del PBI en 2001 a alrededor del 2% en los años siguientes, Esto fue resultado del default de la deuda y de la desdolarización compulsiva de la economía, que le sustrajo una buena parte de sus ahorros a los depositantes.
Lo notable de este ajuste fiscal es que para lograr una tímida reducción del gasto primario (de 23,6% a 22,4%) necesitó reducir los salarios reales entre un 10 % (para los trabajadores formales) y un 30% (para los trabajadores informales) en el período 2001 a 2003 y, en el caso de los ingresos de los informales, todavía abajo en un 30% hacia 2005. Esto se puede ver en el gráfico 16.7
Este comportamiento de los salarios reales explica el impresionante aumento de los índices de pobreza entre mayo-octubre de 2001 y mayo -octubre de 2002, tal como lo muestra la Tabla 16.1
Para poner la evolución del índice de pobreza en perspectiva vale la pena observar el gráfico 16.11 que cubre el período 1988-2015. Ahí se observa que el ajuste fiscal por Reforma del Estado y la estabilización posterior permitió reducir significativamente el índice de pobreza y a pesar de que hacia el final de la década y en los años 2000 y 2001 ya fue tan alto como había sido en 1988 y 1989, el gran salto se produjo con motivo del ajuste fiscal por devaluación, golpe inflacionario y default del año 2002. Luego bajó, pero bien medida (a partir del 2007, estimada por la UCA porque las cifras del INDEC fueron fruto de la mentira sobre la tasa de inflación) estuvo siempre en el nivel más alto de la década del 90 y, en promedio, permanentemente por arriba de la pobreza durante la convertibilidad.
Conclusión
La reforma del Estado, las privatizaciones, la eliminación de impuestos distorsivos, la apertura de la economía y el anclaje nominal de las expectativas de inflación son indispensables para que se pueda derrotar definitivamente a la inflación en un período de dos años.
Si en lugar de ello se confía en que la licuación de gastos y pasivos hará el trabajo sin que sean necesarios aquellos cambios organizativos de la economía, no habrá forma de anclar nominalmente las expectativas y la inflación seguirá azotando a la ya muy empobrecida economía argentina.