En los dos últimos meses estuve en Italia, Turquía, Estados Unidos, China, Indonesia, Perú e Israel. En todos estos países tuve oportunidad de conversar con economistas ,funcionarios gubernamentales y con muchos ciudadanos. Además de las conferencias en las que participé y de las reuniones de trabajo con profesionales y funcionarios, que en general razonan con esquemas conceptuales generalmente rígidos, aproveché todas las oportunidades que tuve, para averiguar la opinión de la gente común, la que razona en base a la experiencia cotidiana y no a prejuicios ideológicos. Me formé una idea bastante precisa sobre el estado de ánimo de los dirigentes y de la gente en cada uno de estos países. En materia económica, percibí varios elementos comunes a todos los países que visité.
En los ambientes gubernamentales, en todos estos países existe una preocupación fundamental: encontrar los mejores mecanismos monetarios y fiscales para impulsar la economía, sin preocuparse mucho, por el momento, por la magnitud del respectivo déficit fiscal o de la expansión monetaria, en el entendimiento de que ambos fenómenos tenderán a revertirse cuando la economía se haya reactivado. Todos están aplicando políticas monetarias y fiscales expansivas, fuertemente expansivas algunos, como China, EEUU e Israel, que no tienen prácticamente ninguna limitación en materia de acceso al crédito público y moderadamente expansivos otros, como Italia, Turquía, Perú, Indonesia, que no tienen tanto crédito público como los anteriores, pero que, si llegaran a necesitarlo, pueden contar con acceso a préstamos entre bancos centrales o de organismos multilaterales.
Entre la población hay preocupación por la recesión y el aumento del desempleo, pero predomina la esperanza de que el gobierno encuentre pronto la forma de revertir la situación y vuelva el crecimiento económico vigoroso. En todos estos países, incluso en Perú y en Italia, donde hay problemas políticos que no tienen que ver con la recesión global, la gente no ha perdido confianza en la capacidad del gobierno para enfrentar la recesión. En ninguno de estos países existe preocupación popular por la posibilidad de una aceleración inflacionaria.
Por supuesto, el clima que se vive es muy diferente al de dos años atrás, cuando predominaba el optimismo por doquier. También se nota más preocupación que hace un año, cuando ya había comenzado la recesión en EEUU pero recién comenzaba a percibirse en Europa y aún no se notaba ni en Asia ni en América Latina. Pero en ninguno de estos países observé el grado de angustia y desesperanza que se vive en Argentina.
La diferencia con nuestro país no tiene que ver con la magnitud del impacto negativo de la crisis global en las respectivas economías nacionales. Más aún, todos estos países han sufrido un impacto negativo de la crisis global por la contracción del comercio exterior, mucho mayor que el que ha sufrido Argentina. Nuestro país, gracias a que el precio de la soja no disminuyó tanto como el de otras “commodities”, ha sufrido un deterioro menor de sus términos del intercambio externo.
¿Porqué entonces el clima que se vive en Argentina es mucho peor que el que se percibe en el resto de los países? La respuesta es clara: el gobierno de Argentina ha perdido la confianza de todo el mundo, empezando por la confianza de los propios argentinos.
En el exterior todos perciben que Argentina no tiene ni suficientes reservas externas, ni crédito externo, ni crédito interno como para intentar aplicar políticas monetarias y fiscales expansivas. A cualquier observador objetivo de nuestra realidad le resulta inmediatamente claro que, en un país que ha usado y abusado de impuestos distorsivos, como las retenciones agropecuarias, los impuestos sobre los salarios y a las transacciones financieras, la mejor política fiscal expansiva consistiría en reducir o eliminar esos impuestos, aún a costa de incurrir en un déficit fiscal significativo. Pero de inmediato surge a la vista la limitación: Argentina no tiene forma de financiar ese déficit fiscal, que no sea mediante emisión monetaria. Y, la expansión monetaria encuentra como severo factor limitante la existencia no sólo de alta inflación explícita, sino de una fuerte inflación reprimida y expectativas de devaluación, que podrían llegar a espiralizar la inflación, aún frente a un clima fuertemente recesivo en casi todos los mercados de bienes y servicios.
La diferencia entre Argentina y todos aquellos países es que en el nuestro, a causa de la desorganización económica que resultó de la violación de contratos y falta e respeto a los derechos de propiedad que comenzó en 2002 y de las políticas económicas arbitrarias y distorsivas que se aplicaron desde entonces, ya sufríamos estanflación aún antes de que se desatara la crisis global. El Gobierno de los Kirchner quiso hacerle creer a la gente que nuestros problemas eran consecuencia de lo que esta ocurriendo en el mundo y no de los desmanejos internos, pero prácticamente nadie que le preste atención a Argentina le cree en el exterior y sólo una minoría, no mayor al 30 % de la población argentina le demostró confianza en las últimas elecciones.
Para que Argentina pueda luchar contra la recesión y el desempleo como lo están haciendo en los demás países, la oposición, que ahora tiene mayoría en el Congreso Nacional, no tiene que ayudar a conservar los ingresos fiscales en base a impuestos distorsivos, como lo solicita el gobierno, si no todo lo contrario. Tiene que obligarlo a que sincere la situación fiscal, eliminándolos de cuajo, aún cuando se genere un gran déficit. Sí tiene que ayudar al Gobierno a recuperar el crédito interno y externo, para atenuar el riesgo inflacionario de esa expansión fiscal.
La mejor forma de que Argentina recupere el crédito público es que se vaya perfilando, para después de la elección del 2011, un nuevo gobierno responsable y sensato, que prometa abocarse a reorganizar la economía a partir de reglas de juego claras y simples, y esté dispuesto a producir el máximo de transparencia. Mientras tanto, la mejor forma de ayudar a que el gobierno actual recupere algo del crédito público es obligándolo a sincerar la situación inflacionaria. Esto significa liberar los precios controlados, eliminar los impuestos distorsivos y las restricciones para exportar productos agropecuarios, eliminar los subsidios generalizados implícitos en las tarifas de servicios públicos (manteniendo sólo aquellos que benefician a las familias pobres). Y, por supuesto, dejar de mentir sobre los índices de precios.
Cuando los potenciales compradores de bonos emitidos bajo ley argentina adviertan que la defraudación cometida por el gobierno a partir del dibujo de los índices de precios no queda impune, volverán a demandar bonos indexados. Eso significará que se volverá a abrir el crédito interno. Una negociación inteligente con los tenedores de bonos externos que no se presentaron al canje en 2005 y con el Club de París y, sobre todo, una presentación sincera y responsable de un buen programa económico capaz de recibir la aprobación del FMI, permitirá recrear el crédito externo. Esto no se conseguirá de la noche a la mañana, pero será posible lograrlo en forma gradual, sobre todo si hay evidencias de que previamente se recreó el crédito interno.
El gobierno y la oposición deberían abocarse a esta tarea de inmediato, sin especulaciones electoralistas. Si por el contrario, el gobierno se auto-impone un callejón sin salida y pretende seguir reprimiendo y mintiendo sobre la inflación y la oposición, en lugar de facilitarse una salida, trabaja para que se caiga antes de cumplir con su mandato, los que corremos el riesgo de terminar en un callejón sin salida seremos todos los argentinos.