La propuesta de reforma financiera formulada por el Grupo de los 30, a la que ya me referí en un post anterior, señala cuáles deberían ser las reglas de juego futuro para el funcionamiento de los sistemas bancarios y los mercados de capitales en cada país y para la economía global. Este es un tema que seguramente abordarán los Jefes de Estado en la próxima reunión del Grupo de los 20 en Londres.
No creo que sobre este tema vaya a ver muchas des-inteligencias, salvo que algunos países no querran resignar soberanía en materia de supervisión de los mercados de capitales globales y probablemente se opongan a la creación de estructuras supervisoras supra-nacionales. Esta limitación deberá superarse con suficientes esfuerzos de cooperación y trabajo conjunto por parte de los organismos nacionales de control. Los Jefes de Estado de los países emergentes no deberían dejar de insistir sobre la necesidad de que haya un organismo supra-nacional encargado de supervisar el cumplimiento de las regulaciones financieras relevantes para el buen funcionamiento de la economía global.
Pero antes de que estas nuevas reglas de juego pasen a ser un tema relevante, tendrán que solucionarse la crisis financiera global y reestructurarse o liquidarse los intermediarios financieros de cada una de las economías nacionales que se han tornado o están en proceso de tornarse insolventes. Varios de los bancos más grandes del mundo están ya en esta situación y los esfuerzos que varios países hicieron para re-capitalizar a esas instituciones con dinero de los contribuyentes, no parecen haber sido suficientes para re-establecer la solvencia.
La re-capitalización de las entidades financieras privadas por el sector público constituye una forma de estatización (en inglés hablan de nacionalización) de esas instituciones, porque los aportes de capital del Estado se hacen diluyendo la participación del sector privado, en condiciones que terminan de desvalorizar por completo a las anteriores tenencias accionarias. De ninguna manera puede decirse que esta estatización es para salvar a los dueños de los bancos. Todo lo contrario. Basta escuchar las quejas y reclamos de Hunk Greenberg, el legendario Chairman y CEO de AIG, que dejó esos cargos en 2005, pero siguió siendo un fuerte accionista de la empresa que lideró por tanto tiempo.
Así como Greenberg y muchísimos otros accionistas de bancos, han perdido prácticamente todo el capital que tenían invertido en sus entidades financieras, los directivos y ejecutivos de los bancos, que habían cobrado el grueso de sus remuneraciones en acciones (especialmente los denominados "bonus" anuales) y por disposiciones de sus respectivos contratos laborales no podían verderlas mientras estuvieran en funciones, también han perdido prácticamente el total de su patrimonio. Esta es la lógica del capitalismo: quien se arriesga para ganar mucho, cuando las cosas van mal tienen que soportar las pérdidas. Y eso es lo que está pasando en los EEUU.
Los accionistas de las entidades financieras, que se tornaron o están tornándose insolventes, ya han tomado sus pérdidas. Pero éstas no son las únicas pérdidas que alguien va a tener que tomar. La subestimación de los riesgos en inversiones financieras, por parte de los bancos, que está en la génesis de esta crisis global, está provocando pérdidas que son muy superiores al capital accionario que tenían esas instituciones. La insolvencia de las mismas se mide por la diferencia entre los pasivos y el verdadero valor de los activos, mucho de los cuales son de tan baja calidad que han sido denomidos "tóxicos". Tradicionalmente se los denominó "incobrables".
Luego de este intento de re-capitalización, que no está resultando suficiente, muchos economistas, políticos y expertos financieros están reclamando la intervención de las entidades financieras para descomponerlas en una o varias unidades de negocios sanas y con futuro, que deberían venderse en el mercado cuanto antes y una entidad residual que sería liquidada.
Los depositantes que cuentan con garantía estatal, pasarían a ser pasivos de las unidades de negocios que seguirían funcionando, por lo que no perderían ni capital ni los intereses que se hubieran pactado. Y, por supuesto, continuarían garantizados. El resto de los acreedores de las entidades insolventes ( tenedores de bonos no garantizados y otras entidades financieras que son contraparte de los negocios de la que entró en crisis) sólo recuperarían el porcentaje de sus acreencias que pueda ser honrado mediante la recuperación de activos de la entidad residual, recuperación que incluirá el producido de la venta de la unidades de negocios viables.
Yo creo que las naciones en las que se han presentado estas situaciones de insolvencia bancaria, muy pronto tendrán que dar este paso, porque es impensable que los estados puedan hacerse cargo de las pérdidas para asegurar el valor pleno de todos los pasivos de entidades financieras, más allá de los que están protegidos por el régimen de garantía estatal.
La reactivación de las economías nacionales y de la economía global no se producirá hasta tanto hayan quedado asignadas y aceptadas las fuertes pérdidas a que han dado lugar las sub-estimaciones de riesgo de los operadores financieros. Si se mantiene la indefinición sobre quienes soportan las pérdidas y muchos inversores mantienen la expectativa ( o, mejor sería decir, la ilusión) de que los estados (es decir, los contribuyentes) se harán cargo de esas pérdidas, seguramente una gran parte del dinero y los títulos públicos que emitan los estados no se transformará en demanda de bienes y servicios por parte de las familias y de las empresas, sino que terminará intentando tapar los agujeros patrimoniales de las instituciones financieras insolventes. Estás seguirían operando como "sombis", sin ninguna capacidad para administrar riesgos nuevos y canalizar adecuadamente el crédito, tal como ocurrió en Japón durante la década de los 90s.
Este tipo de intervención del Estado en la economía, es exactamente la que permitió a la Argentina superar con éxito, en apenas un año, la "Crisis Tequila", a pesar de que la salida de capitales que se dio a partir de la devaluación del Peso Mejicano, significó para nuestro país una crisis financiera que llevó a la insolvencia o al borde de la insolvencia a muchas instituciones financieras. Algunas de estas instituciones, las que no tenían muchos depósitos del público, sino básicamente deuda con acreedores financieros del país o del exterior, fueron liquidadas. Los acreedores tomaron la pérdida que les correspondía asumir por los riesgos que habían tomado.
Las entidades que se habían tornado insolventes, pero tenían muchos depósitos del público y jugaban un rol importante en el sistema de pagos y canalización del crédito a familias y empresas, fundamentalmente los bancos provinciales, fueron intervenidos con recursos de un fondo de capitalización bancaria, financiado por los organismos multilaterales de crédito. Las entidades intervenidas y manejadas desde este fondo fueron reestructuradas separando la unidad de negocio viable del banco residual. Las unidades de negocios viables fueron reprivatizadas de inmediato y los bancos residuales liquidados.
Todo este operativo se hizo con el asesoramiento de Jerry Corrigan, ex Presidente del Banco de la Reserva Federal de New York y fue conducido localmente por Roque Maccarone como Secretario de Finanzas, Horacio Liendo como Secretario Legal y Técnico del Ministerio de Economía, Jorge Baldrich, como Subsecretario de Políticas Regionales y Pablo Guidotti como miembro del directorio del Banco Central. El costo para el Estado de todo este proceso de reestructuración bancaria fue de sólo 1 % del PBI y los depositantes mantuvieron la titularidad y el valor de todos sus depósitos.
Si bien la crisis financiera en los EEUU es de una magnitud muchas veces superior a la de la economía argentina en 1995, la naturaleza de la crisis no es muy diferente y tampoco lo será su solución. Lo importante es que la solución se implemente rápidamente, como lo hicimos en Argentina en 1995.
En un próximo post me voy a referir a otra experiencia de intervención del Estado Argentino en su economía, que nadie en el mundo debe imitar: Aquella a la que Mario Blejer, en un reportaje publicado el domingo pasado en Enfoques de La Nación, denomina la "solución" de los problemas de balances que encontró Argentina en 2002. Me voy a referir a ella no porque crea que hay alguna chance de que en los EEUU intenten aplicarla, sino porque es una "solución" que si llegaran a imitar las economías emergentes, por ejemplo, las de Europa del Este, provocaría un retroceso trágico en el proceso de desarrollo e integración en que ha estado embarcado el mundo desde la Caída del Muro de Berlín.