Los economistas que dieron apoyo intelectual a la política económica de Duhalde y Kirchner, fundamentalmente los autores del Plan Fénix, argumentan que la inflación y la falta de crédito que ha sufrido la economía argentina desde 2002 en adelante, actuarán como atenuantes del impacto sobre nuestro país de la crisis financiera global que está afectando al mundo.
El argumento, que ellos dicen se basa en las ideas de Keynes, es el siguiente: la crisis financiera global producirá recesión y deflación en el mundo, eventualmente depresión económica y, por mucho tiempo, desaparecerá el crédito con lo que cada país tendrá que «vivir con lo suyo». Para el caso de Argentina, lo que será deflación afuera, se transformará en estabilidad o, al menos, en «des-inflación» adentro…gracias a que partimos de inflación alta y no de estabilidad. Mientras que para otros países, «vivir con lo suyo» y perder el crédito será un drama, para nosotros, que hace 7 años «vivimos con lo nuestro», no debería serlo. No sufriremos la pérdida de crédito, simplemente porque ya lo habíamos perdido y no hicimos nada para recuperarlo. En definitiva se aplicaría aquello de que «no hay mal que por bien no venga».
Lamentablemente están muy equivocados. Y sería bueno que los dirigentes políticos argentinos lo advirtieran a tiempo. Pronto saldrá un libro mío que apunta a arrojar luz sobre esta interpretación tan peligrosa de la situación actual, pero siento que no puedo esperar a que el libro esté en las librerías para hacer, al menos, una advertencia.
La inflación y la falta de crédito son un peligroso agravante para el impacto de la crisis financiera global en pleno desarrollo y para la recesión y deflación mundial que se vienen, por una razón muy simple: a la inflación y la ausencia de crédito, que ya teníamos como problemas, ahora se agregarán un gran déficit fiscal y una fuerte demanda de dólares billete por parte de la gente que nos llevarán a un escenario muy parecido al del período 1975-1988, la época de la estanflación: inflación con recesión. Excluyo, por el momento el período 1989-1990, porque la hiperinflación aún no es inexorable. Pero a la estanflación no sólo que no la excluyo, sino que me atrevo a decir que se viene cantada.
La crisis financiera global ya ha producido una fuerte baja de los precios de nuestros productos de exportación. Esta tendencia se acentuará cuando se comiencen a percibir los efectos completos sobre el nivel de actividad económica en casi todos los países del mundo y serán extremos y muy prolongados en el tiempo si el mundo entra en depresión y deflación.
Además, en el caso particular de la producción agropecuaria, hay que advertir que en China, el principal demandante de estos productos en los últimos años, se está por producir una nueva revolución verde por incorporación de tecnologías que antes no se podían aplicar dado el reducido tamaño de las unidades agropecuarias. El nuevo régimen de propiedad rural y la posibilidad de que los pequeños agricultores vendan o arrienden su tierra y se formen unidades más grandes, puede significar el mismo aumento de productividad que en la Argentina provocaron los pooles de siembra a partir de los años 90s.
Los efectos de esta baja de los precios de nuestros productos de exportación tendrá enormes consecuencias fiscales, porque además de caer los ingresos por precios más bajos, caerán los volúmenes físicos exportados, por caídas en la producción, debido al desaliento que han provocado las retenciones y las restricciones a las exportaciones de trigo, lácteos y carnes. La única forma de revertir la caída de la producción, será eliminando las retenciones, lo que acentuará el deterioro de las cuentas fiscales. Si para dar incentivo al campo, en lugar de eliminar las retenciones se permite que el Peso se devalúe, el deterioro fiscal vendrá por el aumento de los subsidios a la energía, los transportes y todas las actividades que han sufrido congelamiento de precios y tarifas o controles que han ubicado los precios por debajo de los costos de producción.
Para tratar de compensar este inexorable deterioro fiscal, el gobierno ya ha dado la señal de su accionar futuro: echará manos a cualquier ahorro acumulado que exista en la economía, siempre que esté a su alcance. Lo ha hecho con el anuncio de que se apropiará del ahorro acumulado por los trabajadores que eligieron enviar sus aportes personales jubilatorios al sistema de AFJPs. Esto no hace más que aumentar el descrédito.
El crédito, tanto público como privado requiere de dos ingredientes: el ahorro, que es la única fuente genuina de fondos para prestar y la confianza, que hace que alguien reúna la condición necesaria para hacerse acreedor al préstamo. Las acciones del gobierno que significan una apropiación compulsiva de ahorros del pasado, hacen desaparecer el ahorro presente y del futuro, al menos el ahorro que se canaliza a través de instituciones encargadas de prestarlo y que pueden llegar a ser controladas por el gobierno. Y destruyen la confianza, tanto en el sector público como en el sector privado.
Por supuesto, el ahorro externo no viene a la Argentina desde 2001 y mucho menos vendrá a partir de ahora. Todo esto significa que no sólo el gobierno no dispondrá de crédito, sino que nadie en el sector privado conseguirá que le presten para financiar inversiones, capital de trabajo y, mucho menos, consumos o inversiones familiares. Sin crédito, la economía entrará inexorablemente en una fuerte recesión, tanto por caída de la demanda como por caída de la producción.
Los optimistas empedernidos dicen: habrá recesión, pero al menos la inflación tenderá a desaparecer. Y argumentan: ya lo estamos viendo, durante octubre los precios en los supermercados han dejado de subir y,en muchos casos, están bajando.
No me alegra terminar esta nota con una mala noticia: la inflación, luego de una breve caída, va a seguir alta e incluso podrá aumentar de la mano del aumento del precio del dólar, que terminará siendo mucho más alto que el que demandan los devalúo-maníacos, como ya ocurrió en 2002. Probablemente el precio del Dólar que primero se escape será el del Dólar billete en el mercado paralelo y por un tiempo, el efecto inflacionario se intentará atenuar con controles de cambio y la administración, por el Banco Central, del precio del Dólar para las transacciones comerciales, al mejor estilo del período 1975-1988.
Hoy he leído en la Nación una muy buena nota de Roberto Cachanosky titulada «La tormenta perfecta«. Mi única discrepancia con su pronóstico es que esta vez no habrá «corralito» sino, en todo caso algo más parecido al «corralón» de Duhalde, o en el mejor de los casos, un nuevo Plan Bonex. No habrá «corralito», porque cuando la gente quiera retirar sus depósitos de los bancos, éstos conseguirán los pesos y los dólares necesarios para entregárselos a los depositantes. Los conseguirán del Banco Central con el simple arbitrio de no renovar las LEBACs y N0BACs que tienen en sus activos. Y si no les alcanzaran, el Banco Central podrá actuar, ahora, como prestamista en última instancia de los Bancos, dado que no tiene la limitación que imponía la Ley de Convertibilidad.
Pero he aquí que éste será el Talón de Aquiles de todo el sistema: la enorme cantidad de pesos billetes que la gente obtendrá a través de la corrida contra los depósitos intentarán convertirse en dólares billete, porque la gente no sólo predecirá sino que estará viendo que el Peso se devalúa aceleradamente.
El gobierno no va a estar dispuesto a vender todas sus reservas para permitir este atesoramiento en dólares billetes. Pero tampoco aceptará que el precio del dólar para las exportaciones e importaciones aumente todo lo que la demanda de dólares billete determinaría. El resultado será un sistema de control de cambios, con un precio administrado del Dólar en el mercado oficial y un precio mucho más alto en el mercado paralelo. Algo que existió frecuentemente en Argentina entre 1975 y 1988 y que hoy es una realidad en Venezuela.
La administración del precio del Dólar en el mercado oficial permitirá que la inflación no se descontrole… por un tiempo. Pero luego de meses y quizás uno o dos años de vivir con una brecha grande entre el Dólar oficial y el Dólar paralelo vendrá un ajuste tipo «Rodrigazo». Mi única duda se refiere a los tiempos. No sé si la historia lo denominará «Kichnerazo» o estará a cargo, para el momento de la verdad, otro personaje, con tan mala suerte que aportará su apellido para tan ingrato rol.