Expansión fiscal sin aumento del gasto público.

En varios artículos anteriores sostuve que Argentina necesita implementar un programa de expansión fiscal, como lo están haciendo casi todos los demás países y como lo acordaron los jefes de Estado del Grupo de los 20 reunidos en Londres el 2 de abril pasado. Algunos de mis lectores, particularmente los que son conscientes de todos los costos que la irresponsabilidad fiscal trajo aparejado a nuestro país en el pasado, se alarmaron por mi insistencia en este punto. Escribo para tranquilizarlos.

Lo que se necesita en Argentina no es expansión fiscal basada en el aumento del gasto público sino en la disminución de los impuestos distorsivos. Son impuestos distorsivos aquellos que encarecen los costos de producción y desalientan la inversión eficiente del sector privado. En nuestro caso los ejemplos más significativo son las retenciones a las exportaciones (agropecuarias e industriales), la no devolución del IVA y otros impuestos indirectos a los exportadores, el impuesto a las transacciones financieras que no se acredita contra IVA y Ganancias, y los impuestos sobre la nómina salarial, no acreditables contra el IVA, que encarecen el costo del trabajo sin mejorar el ingreso de bolsillo del trabajador.

Cuando se reducen o, mejor, se eliminan estos impuestos, la expansión fiscal ayuda a que se reactive la economía de una manera sostenible, es decir, generando por sí misma la recaudación futura de los impuestos no distorsivos que permitirán que el déficit fiscal tienda a desaparecer. Si, por el contrario, se mantienen los impuestos distorsivos y se aumenta el gasto público, la expansión fiscal resultante acentuará el estancamiento con inflación, porque el aumento de la demanda originada en el sector público no alcanzará a compensar la caída de la inversión y el consumo privados que está siendo motorizada precisamente por las distorsiones impositivas. La perspectiva de que el déficit fiscal sólo tienda a aumentar y no a disminuir, lleva a que no haya reactivación sostenible de la economía por el temor a que el gobierno en el futuro recurra a más impuestos distorsivos y no a menos. Es decir, se entra en el círculo vicioso del estancamiento por desaliento a la inversión productiva, que, en el caso de nuestro país, va siempre acompañado de inflación.

Por supuesto que para reducir el riesgo inflacionario de una expansión fiscal basada en la eliminación de los impuestos distorsivos será necesario encontrar fuentes de financiamiento del déficit que no obliguen a la emisión monetaria descontrolada del Banco Central. Por eso, yo insisto tanto en la necesidad de recrear el crédito público cuanto antes. Si la expansión fiscal tiene chances de llevar a una reactivación sostenida, será menos difícil recuperar el crédito público. Por el contrario, es imposible pensar que alguien estará dispuesto a darle crédito al gobierno, si mantiene los impuestos distorsivos y aumenta aún más el gasto público.

También ha causado cierta inquietud entre los lectores de mi blog, especialmente entre aquellos que advierten los costos sociales y económicos de la inflación, que yo hable de liberar precios, ajustar tarifas y eliminar subsidios mientras se desmantela el esquema anti-exportador basado en restricciones cuantitativas e impuestos a las exportaciones de alimentos. La inflación reprimida que se consigue con este tipo de medidas que ha venido aplicando el gobierno de los Kirchner, lejos de contribuir a la estabilidad es una fuente crecientemente peligrosa de explosión inflacionaria futura. Cuanto antes se desactive esta bomba de tiempo menor será la severidad del fenómeno inflacionario hacia adelante. Inflación reprimida significa inflación futura inevitable. Pero mientras más inflación reprimida se acumula, mayor será la inflación a afrontar en el futuro. Este riesgo aumenta en forma geométrica.

Si el INDEC deja de mentir y se sincera la inflación, en el doble sentido: por transformación de la inflación reprimida en inflación abierta y por su correcta medición, habrá mejores chances de recuperar el crédito público y luchar eficazmente contra la estanflación. Es importante que no se demoren en advertirlo, particularmente quienes aspiran a gobernar desde 2011 en adelante.

El acuerdo de canje de monedas con China es positivo

El gobierno cometió y sigue cometiendo tantos errores, no sólo de política económica, sino, lo que es más grave aún, de organización económica, que la primera reacción de la mayoría de los analistas económicos, frente a los anuncios de los funcionarios, es siempre negativa. Yo no quiero caer en esa actitud prejuiciosa, porque es tan perjudicial como la actitud complaciente de quienes se sienten obligados a apoyar cualquier cosa que el gobierno decide.

 

El Banco Central de la República Argentina y el Banco Central de China han acordado un mecanismo de crédito recíproco que se denomina “swap” (canje) de monedas. Esto significa que el Banco Central de China está dispuesto a entregar yuanes (su moneda) y aceptar pesos en pago, a los que mantendrá en su activo, por una cifra que en tres años puede llegar a equivaler 10 mil millones de dólares. Como nuestras importaciones desde China son del orden de los 6 mil millones de dólares, eso significa que están dispuestos a financiarnos el 50 % de las compras de los próximos tres años. No está claro cuál es el plazo de ese financiamiento, porque no se conoce, o al menos yo no pude aún leer la letra chica del acuerdo, a partir de que fecha puede China usar los pesos que tendrá en su poder para pagar nuestras exportaciones a ese país, que son algo superior a los 7 mil millones de dólares. Si, por ejemplo, los Chinos pudieran pagar de inmediato por lo que nos compran con los Pesos que reciben en canje, entonces no habría financiamiento sino sólamente comercio entre ambas naciones con un mecanismo de pago recíproco que no involucra el uso de dólares y, como nosotros tenemos superávit comercial con ellos, podríamos llegar a estar obligados a aceptar que nos paguen el saldo con yuanes en lugar de hacerlo con dólares. Pienso que se debe haber negociado una asimetría favorable a la Argentina y, por lo tanto, hay financiamiento de por medio.

 

Pero más allá de estos detalles técnicos, lo importante es que nuestro País demuestra estar interesado en acentuar la relación económica con China, algo que hasta ahora, por las señales que venían enviando las restricciones a nuestro comercio exterior, no parecía acontecer. Por supuesto que hubiera sido deseable que junto a este canje de monedas se anunciara la iniciación de las negociaciones para la firma de un tratado de Libre Comercio entre Argentina y China, como el que ya acordó Chile y como los que vienen negociando Perú y Colombia. Pero al menos estamos entre los pioneros de este acuerdo monetario, junto con Malasia, Corea del Sur y Pakistan…lo que no es poco.

 

China va a emerger de esta crisis global como un espacio económico mucho más relevante que en el pasado. Será muy importante como socio comercial, como inversor y financiador de inversiones y también participará activamente en la creación del sistema monetario y financiero global del futuro. Va a ser un mercado importantísimo para toda nuestra producción agroindustrial y la de aquellos productos manufacturados para los que consigamos ventajas comparativas basadas en la abundancia de recursos naturales y en la habilidad de nuestros recursos humanos, podrá ser un proveedor importante de bienes de capital que nosotros importábamos anteriormente de Europa, EEUU o Japón. Es asombroso cómo China está avanzando en la producción de bienes de capital de la más alta tecnología, especialmente en el rubro de la energía y las comunicaciones.

 

Claro que para poder aprovechar estas oportunidades que se nos abrirán en el futuro, es muy importante que cuanto antes el gobierno elimine los impuestos distorsivos que desalientan la inversión y la productividad tanto en los sectores más eficientes de nuestra agricultura y ganadería, como de nuestra industria, de nuestra infraestura y de nuestros servicios. Es lamentable que se sigan cobrando retenciones a las exportaciones, un impuesto que ningún país serio utiliza, porque, luego de la prohibición de exportar e importar, es la mayor traba al comercio exterior que puede imaginarse. Ojalá la misma inteligencia demostrada en detectar esta oportunidad de estrechar lazos con China a través de los bancos centrales, permita pronto remover el mayor factor de discordia e ineficiencia que hoy afecta a nuestra economía.

 

Inflación y ausencia de crédito: bueno o malo?

Los economistas que dieron apoyo intelectual a la política económica de Duhalde y Kirchner, fundamentalmente los autores del Plan Fénix, argumentan que la inflación y la falta de crédito que ha sufrido la economía argentina desde 2002 en adelante, actuarán como atenuantes del impacto  sobre nuestro país de la crisis financiera global que está afectando al mundo.

El argumento, que ellos dicen se  basa en las ideas de Keynes, es el siguiente: la crisis financiera global producirá recesión y deflación en el mundo, eventualmente depresión económica y, por mucho tiempo, desaparecerá el crédito con lo que  cada país tendrá que «vivir con lo suyo». Para el caso de Argentina, lo que será deflación afuera, se transformará en estabilidad o, al menos, en «des-inflación» adentro…gracias a que partimos de inflación alta y no de estabilidad. Mientras que para otros países, «vivir con lo suyo» y perder el crédito será un drama, para nosotros, que hace 7 años «vivimos con lo nuestro», no debería serlo. No sufriremos la pérdida de crédito, simplemente porque ya lo habíamos perdido y no hicimos nada para recuperarlo. En definitiva se aplicaría aquello de que «no hay mal que por bien no venga».

Lamentablemente están muy equivocados. Y sería bueno que los dirigentes políticos argentinos lo advirtieran a tiempo. Pronto saldrá un libro mío que apunta a arrojar luz sobre esta interpretación tan peligrosa de la situación actual, pero siento que no puedo esperar a que el libro esté en las librerías para hacer, al menos, una advertencia.

La inflación y la falta de crédito son un peligroso agravante para el impacto de la crisis financiera global en pleno desarrollo y para la recesión y deflación mundial que se vienen, por una razón muy simple: a la inflación y la ausencia de crédito, que ya teníamos como problemas, ahora se agregarán un gran déficit fiscal y una fuerte demanda de dólares billete por parte de la gente que nos llevarán a un escenario muy parecido al del período 1975-1988, la época de la estanflación: inflación con recesión. Excluyo, por el momento el período 1989-1990, porque la hiperinflación aún no es inexorable. Pero a la estanflación no sólo que no la excluyo, sino que me atrevo a decir que se viene cantada.

La crisis financiera global ya ha producido una fuerte baja de los precios de nuestros productos de exportación. Esta tendencia se acentuará cuando se comiencen a percibir los efectos completos sobre el nivel de actividad económica en casi todos los países del mundo y serán extremos y muy prolongados en el tiempo si el mundo entra en depresión y deflación.

Además, en el caso particular de la producción agropecuaria, hay que advertir que en China, el principal demandante de estos productos en los últimos años, se está por producir una nueva revolución verde por incorporación de tecnologías que antes no se podían aplicar dado el reducido tamaño de las unidades agropecuarias. El nuevo régimen de propiedad rural y la posibilidad de que los pequeños agricultores vendan o arrienden su tierra y se formen unidades más grandes, puede significar el mismo aumento de productividad que en la Argentina provocaron los pooles de siembra a partir de los años 90s.

Los efectos de esta baja de los precios de nuestros productos de exportación tendrá enormes consecuencias fiscales, porque además de caer los ingresos por precios más bajos, caerán los volúmenes físicos exportados, por caídas en la producción, debido al desaliento que han provocado las retenciones y las restricciones a las exportaciones de trigo, lácteos y carnes. La única forma de revertir la caída de la producción, será eliminando las retenciones, lo que acentuará el deterioro de las cuentas fiscales. Si para dar incentivo al campo, en lugar de eliminar las retenciones se permite que el Peso se devalúe, el deterioro fiscal vendrá por el aumento de los subsidios a la energía, los transportes y todas las actividades que han sufrido congelamiento de precios y tarifas o controles que han ubicado los precios por debajo de los costos de producción.

Para tratar de compensar este inexorable deterioro fiscal, el gobierno ya ha dado la señal de su accionar futuro: echará manos a cualquier ahorro acumulado que exista en la economía, siempre que esté a su alcance. Lo ha hecho con el anuncio de que se apropiará del ahorro acumulado por los trabajadores que eligieron enviar sus aportes personales jubilatorios al sistema de AFJPs. Esto no hace más que aumentar el descrédito.

El crédito, tanto público como privado requiere de dos ingredientes: el ahorro, que es la única fuente genuina de fondos para prestar y la confianza, que hace que alguien reúna la condición  necesaria para hacerse acreedor al préstamo. Las acciones del gobierno que significan una apropiación compulsiva de ahorros del pasado, hacen desaparecer el ahorro presente y del futuro, al menos el ahorro que se canaliza a través de instituciones encargadas de prestarlo y que pueden llegar a ser controladas por el gobierno. Y destruyen la confianza, tanto en el sector público como en el sector privado.

Por supuesto, el ahorro externo no viene a la Argentina desde 2001 y mucho menos vendrá a partir de ahora. Todo esto significa que no sólo el gobierno no dispondrá de crédito, sino que nadie en el sector privado conseguirá que le presten para financiar inversiones, capital de trabajo y, mucho menos, consumos o inversiones familiares. Sin crédito, la economía entrará inexorablemente en una fuerte recesión, tanto por caída de la demanda como por caída de la producción.

Los optimistas empedernidos dicen: habrá recesión, pero al menos la inflación tenderá a desaparecer. Y argumentan: ya lo estamos viendo, durante octubre los precios en los supermercados han dejado de subir y,en muchos casos, están bajando.

No me alegra terminar esta nota con una mala noticia: la inflación, luego de una breve caída, va a seguir alta e incluso podrá aumentar de la mano del aumento del precio del dólar, que terminará siendo mucho más alto que el que demandan los devalúo-maníacos, como ya ocurrió en 2002. Probablemente el precio del Dólar que primero se escape será el del Dólar billete en el mercado paralelo y por un tiempo, el efecto inflacionario se intentará atenuar con controles de cambio y la administración, por el Banco Central, del precio del Dólar para las transacciones comerciales, al mejor estilo del período 1975-1988.

Hoy he leído en la Nación una muy buena nota de Roberto Cachanosky titulada «La tormenta perfecta«. Mi única discrepancia con su pronóstico es que esta vez no habrá «corralito» sino, en todo caso algo más parecido al «corralón» de Duhalde, o en el mejor de los casos, un nuevo Plan Bonex. No habrá «corralito», porque cuando la gente quiera retirar sus depósitos de los bancos, éstos conseguirán los pesos y los dólares necesarios para entregárselos a los depositantes. Los conseguirán del Banco Central con el simple arbitrio de no renovar las LEBACs y N0BACs que tienen en sus activos. Y si no les alcanzaran, el Banco Central podrá actuar, ahora, como prestamista en última instancia de los Bancos, dado que no tiene la limitación que imponía la Ley de Convertibilidad.

Pero he aquí que éste será el Talón de Aquiles de todo el sistema: la enorme cantidad de pesos billetes que la gente obtendrá a través de la corrida contra los depósitos intentarán convertirse en dólares billete, porque la gente no sólo predecirá sino que estará viendo que el Peso se devalúa aceleradamente.

El gobierno no va a estar dispuesto a vender todas sus reservas para permitir este atesoramiento en dólares billetes. Pero tampoco aceptará que el precio del dólar para las exportaciones e importaciones aumente todo lo que la demanda de dólares billete determinaría. El resultado será un sistema de control de cambios, con un precio administrado del Dólar en el mercado oficial y un precio mucho más alto en el mercado paralelo. Algo que existió frecuentemente en Argentina entre 1975 y 1988 y que hoy es una realidad en Venezuela.

La administración del precio del Dólar en el mercado oficial permitirá que la inflación no se descontrole… por un tiempo. Pero luego de meses y quizás uno o dos años de vivir con una brecha grande entre el Dólar oficial y el Dólar paralelo vendrá un ajuste tipo «Rodrigazo». Mi única duda se refiere a los tiempos. No sé si la historia lo denominará «Kichnerazo» o estará a cargo, para el momento de la verdad, otro personaje, con tan mala suerte que aportará su apellido para tan ingrato rol.