¿Por que fallaron los planes de estabilización del período 1975-1990?

En mi libro Estanflación, dedico varias páginas a explicar porqué fallaron los planes de estabilización durante los gobiernos de Perón, particularmente el liderado por Gómez Morales a principios de los cincuenta y el plan Gelbard de 1973. Allí enfaticé los problemas que se derivan de producir inflación reprimida mientras se mantienen políticas fiscales y monetarias demasiado expansivas. Pero releyendo Estanflación, advertí que prácticamente no expliqué cuáles son las razones por las que fallaron los planes implementados después del «Rodrigazo», siendo que los mismos no produjeron inflación reprimida. Ahora que es necesario buscar en nuestra historia experiencia relevante para evitar el fracaso del próximo plan de estabilización, traté de subsanar esa omisión.

A continuación transcribo, como anticipo, una sección del nuevo libro que ya está yendo a la imprenta y que espero esté disponible a partir de junio.

Los sucesivos intentos de estabilización del período 1975-1990 —fundamentalmente dos: el del gobierno militar entre 1977 y 1980 y el del gobierno del doctor Raúl Alfonsín entre 1985 y 1987— fallaron por varias razones concurrentes.

En el caso del programa de estabilización que aplicó el ministro José Alfredo Martínez de Hoz durante el gobierno militar, como partió de una tasa de inflación muy alta, con un gran ingrediente de inflación inercial y no contempló ningún mecanismo de reforma monetaria capaz de quebrar las expectativas inflacionarias, resultó ser un típico programa monetarista basado en muy altas tasas de interés en términos reales.

A partir de 1978 procuró influir sobre las expectativas preanunciando un ritmo decreciente de devaluación de la moneda nacional pero aun así, necesitó seguir aplicando muy altas tasas reales de interés que terminaron creando una gran crisis financiera.

Si bien el programa de estabilización fue acompañado de algunas reformas estructurales, como la reducción de los gravámenes al campo y la apertura de la economía, éstas no fueron acompañadas de un programa de ajuste fiscal que redujera significativamente el déficit. Tampoco se complementó con un programa de restructuración de empresas públicas y de  privatizaciones que, además de reducir el déficit, podría haber contribuido al aumento de la productividad, ingrediente crítico para el éxito en la apertura al comercio exterior.

El insuficiente ajuste fiscal y la inercia inflacionaria heredada del proceso post-Rodrigazo obligaron a que la contracción monetaria generara muy altas tasas reales de interés y éstas tornaron impagables muchas de las deudas de las empresas y las familias con el sistema bancario.

En la explicación habitual del fracaso de la política de estabilización del período 1977-1980, se pone mucho énfasis en señalar a la “tablita” como causante de la pérdida de competitividad y de la sucesión de devaluaciones, con la consiguiente aceleración inflacionaria que se produjo a partir de 1981. Pero este argumento no es realista.

Durante el período 1977-1980 se produjo en el mundo el reciclaje de los petrodólares acumulados por los países de la OPEC y los bancos ofrecieron fondos abundantes a todos los países de América Latina. Con las altas tasas reales de interés imperantes en Argentina y el déficit fiscal todavía elevado que existió durante todo ese período, el influjo de dólares financieros del exterior hubiera llevado a una fuerte apreciación de la moneda local, aún sin ningún tipo de tablita cambiaria. Cuando Paul Volcker comenzó a aplicar un drástico plan anti-inflacionario en el país del norte, aumentaron las tasas de interés en los Estados Unidos y los flujos de capitales se revirtieron. En consecuencia, sobrevinieron fuertes devaluaciones en todos los países de Latinoamérica, independientemente del sistema cambiario de cada uno.

Incluso antes de que se comenzara a producir la fuerte salida de capitales por el shock estabilizador de los Estados Unidos, en nuestro país ya se había desatado una crisis financiera de magnitud. En eso, Argentina se diferenciaba del resto de los países de la región. En nuestro país la crisis comenzó en abril de 1980 con la caída del Banco de Intercambio Regional y del Banco de los Andes.   

Cuando se produjeron  las devaluaciones, en 1981, la crisis financiera se agravó y llegó a su máxima expresión al finalizar la Guerra con el Reino Unido por las Islas Malvinas. Todo lo que aconteció en ese período tuvo que ver con la necesidad de encontrarle una solución a la crisis financiera que se había originado en el endeudamiento del sector privado a enormes tasas reales de interés.

La resultante fue una fuerte aceleración de la tasa de inflación que continuó hasta la implementación del Plan Austral, por parte del Ministro Juan Sourrouille durante el gobierno de Raúl Alfonsín.

El Plan Austral, a diferencia del que había aplicado Martínez de Hoz, incluyó una reforma monetaria enderezada a quebrar la inercia inflacionaria, que incluyó el ingenioso mecanismo denominado “desagio”. Los contratos monetarios con fecha posterior al día en que se lanzó el Plan Austral y  la nueva moneda, debían ser corregidos del efecto de la expectativa inflacionaria que llevaban incorporados.

Gracias a este ingrediente de reforma monetaria, la tasa de inflación descendió mucho más rápidamente que lo que lo había hecho en 1977 y el plan produjo un gran alivio económico y social que le permitió al Gobierno de Alfonsín ganar las elecciones parlamentarias de 1985. Lamentablemente, esa fuerte recuperación de poder político y apoyo popular no fue utilizada para avanzar rápidamente en las reformas de fondo que la economía requería y, una vez más, el necesario ajuste fiscal estuvo ausente, como había ocurrido en el caso del plan de estabilización de 10 años antes.

A mediados de 1986 el gobierno decidió comenzar a devaluar el Austral en forma gradual, pero una vez que los sindicatos comenzaron a demandar aumentos salariales por arriba del aumento de la productividad y el gobierno perdió las elecciones de 1987, el plan Austral comenzó a naufragar.

Ambos planes, el de Martínez de Hoz y el de Sourrouille,  terminaron en una sucesión de mini y macro-golpes devaluatorios, no muy diferentes al Rodrigazo, que generaron una espiral inflacionaria, a pesar de que en ninguno de los dos intentos de estabilización se había creado inflación reprimida.

Los desafíos que plantea el manejo de las economías emergentes

Éste es el título del otro de los capítulos que redacté, originalmente en inglés, para el libro «Handbook on Emerging Economies» editado por Rudlege Taylor and Francis Group de Londres y Nueva York. La editorial me ha autorizado a publicar en mi blog la traducción preparada por Mariano Giachetti.

Cuando leí el libro completo, me agrado mucho encontrar en el prefacio, escrito por el prestigioso economista indio Deepak Lal, profesor de la Universidad de California en Los Angeles y ex- presidente de la sociedad Mont Pelerin, la siguiente opinión sobre mi artículo: «Hay una excelente presentación de este conjunto de políticas liberales clásicas en el capítulo 27 de Domingo Cavallo en este volumen… Como Myint y yo señalamos en nuestro volumen para el estudio comparativo del Banco Mundial titulado La economía política de la pobreza, la equidad y el crecimiento: un estudio comparativo (Lal and Myint, 1996, Clarendon Press, Oxford) nuestro argumento general en favor de las políticas de libre mercado se deriva no de las propiedades del modelo de competencia perfecta sino en evidencias empíricas que surgen de la experiencia y la historia» (la traducción es mía).

 

El presente de Argentina y su intrigante historia económica

Éste es el título de uno de los capítulos  que escribí para el libro «Handbook of Emerging Economies» editado por Robert E. Looney y publicado por Routledge Taylor & Francis Group en marzo de 2014. Se trata de un libro editado en inglés en Londres y Nueva York y que tiene 540 páginas. Yo escribí dos capítulos y la editorial me ha autorizado a subirlos a mi blog, traducidos al castellano. Mariano Giachetti, que colaboró conmigo en la preparación del artículo original, ya tradujo el capítulo 17, que lleva el título de este post. En los próximos días subiré el otro capítulo.

La reducción de aportes patronales va en la dirección correcta

Tanto el gobierno de Cristina como el que le suceda tendrán que reducir o eliminar muchos impuestos si es que quieren que la economía vuelva a crecer. Pero no deja de ser alentador ver que comienzan con la reducción de los impuestos que encarecen el costo laboral de las empresas que cumplen con las leyes laborales e impositivas. Se trata de un comienzo tímido, pero que va en la dirección correcta.

He escuchado argumentos de la oposición que me parecen absurdos. Por ejemplo el del diputado radical Miguel Giubergia, secretario de Legislación del Trabajo de la Cámara de Diputados, recordó que la rebaja de los aportes patronales a las empresas “forma parte de las recetas que implementaron en la década del 90 Carlos Menem y Domingo Cavallo”. Y se preguntó: “¿Será esto lo que consiguió (Axel) Kicillof en su visita al Fondo Monetario Internacional? Obviamente Giubergia está muy mal informado. Primero la misma receta, aunque perfeccionada como aportes patronales tomados como pago a cuenta del IVA, fue también aplicada durante el gobierno de  Fernando de la Rúa. Fue el instrumento fundamental de los planes de competitividad. Segundo, porque el FMI lejos de haber apoyado esta medida, condicionó el apoyo que necesitábamos frente a la crisis Tequila en 1995 a que la derogáramos.

Las críticas de Claudio Lozano, del bloque de la Unidad Popular de la Cámara Baja va en la línea de insistir en la interpretación de la historia como lucha de clases.“Tiene la lógica de Cavallo: con la excusa de blanquear el mundo laboral, beneficia a los patrones”, apuntó. También, aseguró que “es mentira que el proyecto sólo beneficia a las PYMES, porque le abre la ventana a las grandes empresas”. Y, por último, puso en duda su implementación. “¿Cómo se va a controlar? Esto no se resuelve con inspectores del Ministerio de Trabajo, que en su mayoría son trabajadores contratados, por lo tanto son absolutamente vulnerables a las intenciones de las grandes empresas”, graficó.

En el Senado, donde comenzará a tratarse la iniciativa, con la Comisión de Trabajo y Previsión Social como cabecera, el socialista Rubén Giustiniani admitió que “es un hecho positivo que se reconozca el problema del trabajo en negro y que hay que combatirlo”, aunque se mostró cauteloso respecto al contenido del proyecto y adelantó que desde su espacio analizarán a fondo el texto antes de decidir su voto. De todos modos, en línea con Giubergia y Lozano, advirtió: “El camino de quitar aportes patronales ya se implementó en los 90 y quedó demostrado que no es correcto. Fue la solución que implementó Cavallo y fue un beneficio para las empresas y no para los trabajadores”. ¡Otro que está mal informado!. Cuando en los 90 se reimplantó la reducción de aportes patronales (luego de que el FMI nos obligara a derogar la reducción y la tasa de desocupación saltara al 18.5 % de la población activa) la tasa de desocupación comenzó a bajar hasta el 12.5%. Y esta baja se explica, precisamente por la reducción de aportes patronales combinada con las medidas de flexibilización laboral que impulsó el Ministro Armando Caro Figueroa.

Desde UNEN, Fernando “Pino” Solanas consideró positivo que se ataque el trabajo no registrado, aunque insistió en la necesidad de discutir el tema a fondo”, advirtió el legislador. Y concluyó en que hay que implementar una desgravación impositiva por regiones y estimular el apoyo tecnológico y crediticio”. La posición de Pino Solanas es constructiva, pero seguro la van a atacar sus propios compañeros de bancada cuando se den cuenta que la reducción de aportes patronales que implementamos a partir de 1993 era, precisamente, una desgravación impositiva por regiones. Se desgravaba prácticamente el 100% para las regiones menos desarrolladas y más alejadas de Buenos Aires y de sólo un 33% para la empresas radicadas en la Capital Federal.

 

Mi consejo a los turcos: no fuercen una des-dolarización de su economía.

La  Asociación de Bancos de Turquía me invitó por segunda vez a dar una conferencia en el «Istambul Forum». Con ese motivo, luego de leer las discusiones más recientes sobre estrategia de crecimiento para la economía turca, decidí escribir el artículo titulado «La desdolarización forzada no es una buena opción para promover el crecimiento«. Quienes hayan leído el artículo que escribí para la conferencia que pronuncié el año pasado en Almaty, Kazakhstán, invitado por el Banco Central de ese país, advertirán que sigo el mismo hilo argumental.

Se trata de un tema muy relevante también para nosotros. Como argumento en el nuevo libro que pronto saldrá publicado, nuestro país, si quiere recuperar la estabilidad de manera duradera, además de eliminar totalmente el cepo cambiario, deberá volver a permitir la dolarización voluntaria.