Cristina debería imitar a Dilma

En Febrero de 2003, apenas asumido Lula Da Silva como Presidente de Brasil escribí un post titulado: «Duhalde, Carrió y Kirchner deberían imitar a Lula, no sólo admirarlo». Hoy, luego de leer en La Nación el artículo de Alberto Armendariz, creo que vale la pena recomendar a Cristina Kirchner que imite a Dilma Rousseff.

Cristina se regocijó con el triunfo de la candidata del PT frente a Aecio Neves tal como Duhalde, Carrió y Kirchner en 2003 se regocijaban con el triunfo de Lula frente a José Serra. Pero Dilma, como entonces Lula, en lugar de implementar políticas populistas como las que pregonaron en sus respectivas campañas electorales, demuestra mucha sensatez y se apresta a hacer lo que prometía su contrincante.

Cristina ni siquiera tiene el condicionante de haber prometido una cosa y tener que hacer otra. Es tan obvio que Argentina necesita un duro ajuste fiscal para reconquistar estabilidad y credibilidad, que si Cristina actuara con sensatez, lejos de estar defraudando a quienes la votaron, podría incluso recuperar algo de la confianza que ha perdido por perseverar en políticas que han llevado a la economía de Argentina al borde del abismo.

El nuevo régimen monetario que necesita Argentina

En una conferencia que pronuncié en el Instituto Tecnológico de México durante mi visita a ese país con motivo de la reunión anual del Foro Iberoamérica, pude explayarme sobre el régimen monetario que necesita Argentina para restablecer la estabilidad. La exposición es un poco larga, pero estoy seguro que algunos visitantes del blog la encontrarán de interés. Aprovecho para desearle a todos los amigos una muy Feliz Navidad.

 

El deterioro de la competitividad es estructural

Prácticamente todos los economistas que comentan la coyuntura económica argentina sostienen que existe un deterioro de las exportaciones que atribuyen al atraso cambiario en el mercado oficial y confían en que una fuerte devaluación podrá revertir ese fenómeno a partir de 2016, luego de que se produzca el cambio de gobierno.

Las estadísticas oficiales del intercambio comercial argentino, que traen datos hasta el mes de octubre inclusive, muestran una caída interanual (los primeros 10 meses de 2014 contra el mismo período de 2013) del 11 % en dólares corrientes. Parte de esta caída se explica por la disminución de los precios, pero se está produciendo también una importante caída de los volúmenes exportados. Los datos sobre índices de precios y cantidades del comercio exterior que reportan información hasta el tercer trimestre de 2014 muestran que en comparación con los mismos tres trimestres iniciales de 2013, los volúmenes exportados cayeron 9,4 %. Y las exportaciones a precios constantes, que reportan las estimaciones oficiales de las cuentas nacionales, muestran una caída del 7 % entre el primer semestre de 2014 y el mismo semestre de 2013.

En realidad esta tendencia a la declinación ya se había observado durante 2013. Las exportaciones a precios constantes declinaron 4 % en 2013 con respecto a 2012. Si se observa la evolución del tipo de cambio real, tanto bilateral (pesos por dólar) como multilateral (pesos por una cesta de todas las monedas importantes de nuestro comercio exterior), que había disminuido entre 2003 y 2011, osciló desde entonces alrededor de un nivel prácticamente constante, así que el deterioro de las exportaciones observado durante 2013 y, en forma más acentuada, en lo que va de 2014, debe obedecer a otras causas más que al deterioro del tipo de cambio real.

Tipo de Cambio Real 1991-2014

En realidad, el desestímulo que vienen sufriendo, de manera más evidente durante 2013 y 2014, tanto las exportaciones de origen agropecuario como las de origen industrial e incluso las de servicios, tiene un origen estructural, que sólo se va a revertir con cambios mucho más profundos e integrales. Esos cambios no van a poder ser reemplazados por una fuerte devaluación de la moneda. Por el contrario, una fuerte devaluación de la moneda puede crear la ilusión de que es posible continuar mucho tiempo sin corregir esos problemas estructurales y, por consiguiente, las exportaciones seguirán desestimuladas.

Para entenderlo hay que observar un cuadro que incluí en mi libro Camino a la Estabilidad y que ahora he actualizado con los últimos datos anuales disponibles.  Se trata de la comparación de la performance exportadora entre dos períodos de 10 años cada uno: el de la convertibilidad (1991-2001) y el del gobierno de los Kirchner (2003-2013). Cuando se comparan los valores a dólares corrientes de las exportaciones, se obtienen resultados engañosos, porque los precios de exportación fueron mucho más altos en el período 2003-2013 que en los años de la convetibilidad. La comparación relevante es la de las exportaciones a precios constantes, o lo que es prácticamente lo mismo, los volúmenes físicos exportados.

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Como puede apreciarse en el cuadro, las cantidades exportadas aumentaron 135 % entre 1991 y 2001 y sólo 26 % entre 2003 y 2013. Las exportaciones primarias (mineras y agropecuarias) que habían aumentado 95 % entre 1991 y 2001, sólo aumentaron 28 % entre 2003 y 2013. Para las manufacturas de origen agropecuario los guarismos son 71% durante el primer período y sólo 29 % durante el segundo. Las manufacturas de origen industrial, que son probablemente el mejor indicador del desarrollo industrial sostenible en el tiempo, habían aumentado 175 % entre 1991 y 2001 y sólo 96 % entre 2003 y 2013. Y las exportaciones energéticas, que durante la convertibilidad habían aumentado 323 %, durante los años del Kirchnerismo disminuyeron 72%!

Resulta claro que, en todos los sectores de la economía, el dinamismo exportador fue mucho menor en el segundo de los períodos comparados. Esta declinación de la performance exportadora contradice el argumento de que el tipo de cambio real alto es el que determina la competitividad de la economía. Si vuelve a observarse el gráfico de la evolución del tipo de cambio real, se puede constatar que en ningún momento del período 2003-2013 el tipo de cambio real fue inferior al de diciembre del 2001 (nivel que prevaleció a lo largo de prácticamente todo el período de la convertibilidad) Incluso ahora, cuando muchos hablan de que en el mercado oficial la moneda argentina esta sobrevaluada (o lo que es lo mismo, que el tipo de cambio está fuertemente atrasado), el tipo de cambio bilateral excede al de diciembre de 2001 en un 8 % y el multilateral está un 49 % por arriba de aquel nivel.

¿Como se explica que habiendo sido el tipo de cambio real mucho más alto y, aparentemente, mucho más favorable para las exportaciones, el desempeño exportador haya sido claramente inferior en los años del Kirchnerismo? La respuesta es relevante para pensar cómo se puede resolver el problema hacia el futuro.

En primer lugar hay que tener en cuenta que durante los años de la convertibilidad hubo un gran avance en materia de infraestructura en general, en particular la infraestructura energética, de transporte y de comunicaciones. Por el contrario, este avance, que siempre hay que medirlo en comparación con el que también se da en el resto del mundo con el que tenemos que competir, fue más lento durante los años del Kirchnerismo. Y, en materia energética se produjo un importante retroceso. Sin duda la infraestructura es muy importante para la competitividad.

En segundo lugar, durante los años de la convertibilidad no existieron impuestos a las exportaciones y, por el contrario, se devolvían los impuestos internos pagados sobre los insumos. Desde 2003 en adelante se aplicaron retenciones a las exportaciones. No sólo a las agropecuarias, sino también a las industriales y a las de las economías regionales. Y los reintegros de impuestos se redujeron y, en muchos casos, se eliminaron. En general, la presión impositiva como determinante de los costos de producción, tanto de la producción interna como de la exportable, fue mucho mayor en los años del Kirchnerismo.

Las restricciones a las importaciones y la protección a la producción competitiva con importaciones, encarecen los costos de las actividades exportadoras. No sólo aumentan los precios de los productos importados y competitivos con importaciones, sino que permiten también un aumento de los precios relativos de los bienes y servicios que no entran en el comercio exterior pero que determinan el costo interno de las exportaciones. En otros términos, la política arancelaria y de restricciones al comercio exterior hicieron renacer el sesgo anti-exportador que había tenido la economía argentina durante las décadas anteriores a la convertibilidad.

Los controles de cambio y el popularmente denominado «cepo cambiario», acompañado de una fuerte emisión monetaria para financiar el déficit fiscal, al crear una brecha importante entre el tipo de cambio libre o paralelo y el tipo de cambio oficial, acentúa el sesgo anti-exportador, no tanto porque indica un atraso en el tipo de cambio sino porque induce aumentos de precios y costos internos a un ritmo mucho más parecido al del mercado paralelo que al del tipo de cambio oficial.

Quienes argumentan que los problemas de pérdida de competitividad tienen su origen en el supuesto atraso cambiario que se habría producido desde que el gobierno de Cristina Kirchner abandonó el «modelo de tipo de cambio real competitivo» y sostienen que el problema se arregla con políticas que recreen las condiciones que emergieron de la pesificación y la fuerte devaluación de 2002, pueden llegar a equivocar el rumbo del próximo gobierno. Esto ocurriría por no advertir que todos los factores que explican la pérdida estructural de competitividad aparecieron, precisamente, porque la fuerte devaluación creó colchones que el gobierno aprovechó para aplicar impuestos distorsivos, introducir congelamiento de tarifas y controles de precios, repartir protecciones ineficientes, inducir inversiones que no contribuyen a aumentar la productividad y terminó instalando el cepo cambiario como única forma de contener la fuga de capitales.

Para revertir la pérdida estructural de competitividad que se produjo a lo largo de la última década será necesario implementar, desde el vamos, un plan de estabilización que cree el espacio político para un replanteo integral de las reglas de juego de la economía. Reglas que permitan reinsertar a Argentina de manera eficiente en las corrientes internacionales de comercio e inversión y que restablezcan los equilibrios macroeconómicos, sin producir redistribuciones extremas de riqueza que sólo son un preámbulo de crecientes conflictos sectoriales y sociales. De esto trata, precisamente, mi libro «Camino a la Estabilidad».

 

 

 

 

 

El error de Duhalde y Alfonsín… según Novaro

Hoy me pasé el día contestando preguntas y comentarios a raiz del post que subí ayer sobre la Ley de Convertibilidad y la Escuela Austriaca. Ya es muy tarde, pero no puedo irme a dormir sin mencionar que me desilusionó mucho el artículo que leí ayer en La Nación, escrito por el prestigioso polítologo Marcos Novaro.

Cuando ví el título pensé que mencionaría que fue un grave error haber alterado el funcionamiento normal de nuestro sistema democrático al apoyar, como Duhalde y Alfonsín lo hicieron, el Golpe Institucional de diciembre de 2001 que forzó la renuncia de De la Rúa. Grande fué mi sorpresa cuando señala como error de Duhalde el no haber elegido a dedo a Lavagna, como candidato a la Presidencia, como lo hizo con Kirchner. Y como error de Alfonsín, haber privilegiado su intento de preservar al Partido Radical residual en lugar de seguir aliado a Duhalde y darle continuidad a su gestión a través de Lavagna, como candidato apoyado por ambos.

En todo caso, y refiriéndose a la elección del 2003, yo hubiera esperado que un polítólogo de la estatura de Novaro, que me consta que siempre bregó por la existencia de buenas instituciones políticas, hubiera señalado como error de Duhalde, no haber trabajado para que el Justicialismo unido, hubiera elegido a su candidato en internas democráticas y, como error de Alfonsín, no haber invitado a Carrió y a Lopez Murphy a volver al Partido Radical y competir en una interna entre ellos y Leopoldo Moreau. De haberse dado este proceso, que dos líderes históricos del nivel de Duhalde y de Alfonsín, actuando como estadistas, podrían haber inducido, los candidatos para la elección final hubieran, seguramente resultado ser Carlos Menem y Ricardo López Murphy. Y muy probablemente, Lopez Murphy hubiera sido elegido Presidente de la Nación. Por el contrario, el empeño de Duhalde y de Alfonsín fue, precisamente, hacer todo lo necesario para impedir la llegada de Menem y de López Murphy, simplemente porque los consideraban liberales o noventistas. Craso error!

Pero mi mayor decepción radica en haber encontrado el siguiente párrafo en el artículo de Marcos Novaro:

«La novedad iniciada con la devaluación y la subsiguiente estabilización, conducida primero por Remes Lenicov y luego por Roberto Lavagna , residió en que por primera vez en décadas una crisis cambiaria no era seguida en la Argentina de un ajuste caótico y una aceleración prolongada de la inflación. Y que, al contrario, la ganancia para la competitividad de la producción se acompañara de un aumento sostenido tanto de la recaudación fiscal, que proveyó una base inéditamente sólida para el superávit de las cuentas públicas, como de un amplio superávit comercial y un aumento de la tasa de inversión, primero en las actividades exportadoras y al poco tiempo extendida a muchas otras.»

«Que el superávit fiscal se lograra con algunos tributos de emergencia (como las retenciones y el impuesto al cheque) no significaba que no pudiera convertirse, pasada la crisis, en una conquista más firme asentada en otros menos distorsivos. Y que el dólar se estabilizara en niveles que imponían en principio un bajo nivel salarial no significaba que, a través de la generación de empleo productivo, no se pudiera con el tiempo reequilibrar la productividad con el bienestar de la población. El círculo virtuoso de movida permitió que los capitales fugados comenzaran a volver y que un mercado libre de cambios fuera compatible, ya en la segunda mitad de 2002, con una tasa muy baja de inflación y una expansión de la actividad superior al 10%.»

La pesificación forzada de todos los contratos en dólares, que fue el verdadero default de la deuda, provocó no sólo una fortísima devaluación del Peso sino que produjo el ajuste caótico más grande que registra la historia económica de la Argentina. La PBI cayó 5 % adicional a la caída que traía desde 1999, los salarios reales y las jubilaciones, en términos de poder adquisistivo, cayeron entre 25 y 30 %, la desocupación saltó del 18% en Octubre de 2001 a 24 % en mayo de 2002, el índice de pobreza aumentó del 34 al 53 % y se mantuvo en ese nivel en los dos próximos años,  se les quitó 30 mil millones de dólares a los ahorristas que se transfirieron como beneficio a los empresarios endeudados en dólares y la inflación del año 2002 fue del 41 %.  La tasa de inversión cayó durante 2002 y durante 2003 y 2004 se mantuvo todavía por debajo de la que existió en la década de la convertibilidad. La historia económica Argentina no registra ningún otro ajuste más caótico y más extremo que el del año 2002.

Que la tasa de inflación declinara en el segundo semestre del 2002 fue el resultado de haber congelado salarios nominales, de haber impuesto retenciones a las exportaciones y congelado los precios de todas las tarifas de servicios públicos, desde la energía hasta los transportes, pasando por el agua, las comunicaciones y varios más. Violando, por cierto, todos los contratos de concesión. Todas estas medidas fueron la causa de todos los fuertes desequilibrios entre la demanda y oferta de bienes y servicios en los sectores afectados por el intervencionismo estatal que se acumularon en los últimos 12 años, además que crearon el problema de inflación reprimida que estuvo permanentemente presente a lo largo de todo ese período y que hoy es un grave obstáculo para cualquier plan de estabilización que quiera aplicar un futuro buen gobierno.

La recaudación fiscal durante 2002 aumentó sólo el 10% en términos nominales, a pesar que se impusieron retenciones a las exportaciones, el impuesto distorsivo que más efectos negativos provocó a lo largo de los últimos 12 años.

El superávit comercial no fue fruto del aumento de las exportaciones sino de la fuerte caída de las importaciones, consecuencia de la acentuación de la recesión y del bajísimo nivel de inversión del año 2002 y siguientes. Las exportaciones lejos de aumentar en 2002, como lo había seguido haciendo en 2001 luego de aumentos durante todo el período de la convertibilidad, cayeron durante el año 2002, a pesar de que ya en el segundo semestre los términos del intercambio externo comenzaron a mejorar a partir del segundo semestre de ese año. El superávit comercial, lejos de servir para aumentar el nivel de reservas sólo sirvió para que durante 2002 se fugaran 5 mil millones de dólares. Las reservas bajaron de 15 mil millones de dólares al final de la convertibilidad a sólo 10 mil millones al final del 2002.

Todo este ajuste catastrófico e injusto se podría haber evitado si con apoyo de Duhalde y de Alfonsín, De la Rúa hubiera continuado en el poder y yo hubiera podido concluir con la reestructuración ordenada de la deuda, que estaba en marcha y no iba a dejar holdouts. Terminada la reestructuración de la deuda, que iba a significar una reducción de la factura anual de intereses de 7 mil millones de dólares, podría haberse dejado flotar el peso, sin pesificar. La devaluación no hubiera resultado mayor al 30 %. El verdadero error de Duhalde y Alfonsín fue no haber defendido al gobierno que había sido elegido por el pueblo dos años antes y no haber apoyado la gestión que yo estuve haciendo hasta último momento para lograr que el FMI nos enviara los fondos que había comprometido pocos meses antes.

En fin, no sé con base en qué interpretación económica de la realidad de 2002 basa Marcos Novaro su conclusión, pero valdría la pena que lea mi libro «Camino a la Estabilidad». en especial el capítulo tercero que se titula «La explicación Lavagnista de la inflación». A pesar de que estoy en el exterior se lo voy a hacer llegar mañana a través de José Luis Gimenez.

La convertibilidad y la escuela Austríaca

Éste es el título de un muy buen trabajo de Ivan Carrino presentó en el V Congreso Internacional “La Escuela Austriaca en el Siglo XXI”, que tuvo lugar entre el 17 al 19 de noviembre en Rosario. Mi buen amigo Luis Induni me llamó la atención sobre su existencia. Se trata de un trabajo muy valioso. No contiene errores conceptuales y sobre los datos de la realidad, encontré un sólo error. Señala que la deuda pública que era de 60.048 millones de dólares en 1991, se elevó hasta los 144.200 millones de dólares, un 105%, diez años más tarde. En realidad, la deuda pública afines de 1989, bien medida, ya era de 92.0412 millones de dólares. Esto fue demostrado por Merlonián y Santangelo, que en 1996 hicieron un relevamiento de los bonos que se emitieron luego de 1989 en reconocimiento y consolidación de deuda pública devengada con anterioridad. Por ejemplo, la que se derivaba de las sentencias a favor de los jubilados por beneficios mal calculados. Pero éste es un error menor, que por otro lado se origina en las mismas estadísticas oficiales que, todavía en 1991, no registraban la deuda con el criterio de lo devengado sino sólo la que había logrado instrumentarse en forma de bonos.

También resulta interesante leer el artículo de Adrián Ravier sobre la discusión del trabajo de Carrino. Luego de presentar un comentario muy sensato de Alejandro Sala, Adrian Ravier transcribe los siguientes cuatro comentarios que él hizo en aquella conferencia:

«1. Celebro que los austriacos discutamos en el contexto de un Congreso el éxito o fracaso de la convertibilidad. Es un tema que divide a sus miembros y en el cual falta claridad.»
 
«2. Coincido con Iván en que no fue la convertibilidad la principal causa por la cual la década de 1990 terminó tan mal. Coincido también con Iván en que la causa hay que buscarla más bien en el continuo desequilibrio fiscal, agregando los desafortunados shocks externos.»
 
«3. Sin embargo, la imagen de Cavallo junto a Mises y Hayek es desafortunada y polémica (o un chiste de mal gusto como dijo Alberto Benegas Lynch), porque Cavallo no sólo contribuyó en formular la Ley de Convertibilidad, sino que también aportó en dejar las bases de su destrucción y de la mayor crisis que la Argentina haya sufrido en su historia. Muchos recordamos su frase al reemplazar a López Murphy en 2001, afirmando que “el problema no es el déficit fiscal, sino la competitividad”, agregando que había que flexibilizar la ley de convertibilidad con una canasta de monedas, entre otras propuestas. La fuga de capitales que siguió dejó al BCRA sin reservas, y poco despúes se abandonó la convertibilidad.»
 
«4. Si nos concentramos ahora en la Ley de convertibilidad -que es el objetivo de la ponencia-, esta también fue defectuosa, porque no se trató de una caja de conversión ortodoxa y fuerte, sino en una caja de conversión heterodoxa y débil. Concretamente, la base monetaria no fue respaldada con el 100 por cien de reservas netas, sino con el 100 por cien de reservas totales, lo que incluye dólares de terceros. Este punto también lo enfaticé en la presentación de la propuesta de dolarización flexible y banca libre que desarrollamos junto a Nicolás Cachanosky. La imagen que acompaña este post puede ayudar a ver el punto. La línea de puntos que presentan las reservas netas rara vez estuvieron dentro del rango del 90 al 110 por ciento de la base monetaria, lo que habría implicado una caja de conversión ortodoxa.»
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«Más profundidad en las páginas 5-8 de este artículo.»
 
«Cavallo falló, al menos, en dos puntos centrales: a) comprender la importancia de una convertibilidad ortodoxa frente a la heterodoxa; b) que la misma fracasaría sin equilibrio fiscal.Con una convertibilidad ortodoxa, la economía argentina podría haber enfrentado mejor los shocks externos del efecto tequila de 1994/1995, la crisis asiática de 1997, el default ruso de 1998 o la devaluación de Brasil de 1999. No sólo ello, se pudo evitar también la crisis de 2001-2002, el daño a las instituciones, a las propuestas pro-mercado y en particular a los autores de la Escuela Austriaca.»
 

Luego de leer y releer estos cuatro comentarios, advierto que pese al enorme esfuerzo de Iván Carrino, hay todavía seguidores de la escuela Austriaca, algunos muy prominentes e influyentes, como Alberto Benegas Lynch, que no parecen tener capacidad de análisis histórico, como para distinguir entre las ideas que pueden llevarse a la práctica y aquellas que son imposibles frente a los condicionamientos de la realidad.

Iván entendió algo que Adrián Ravier pasó totalmente por alto: que lo más importante y a la vez, lo más «austriaco» de la ley de convertibilidad no fue la caja de conversión ni el tipo de cambio fijo sino la libre elección de la moneda. O, para ponerlo en los términos utilizados por Hayek, la «desmonopolización del dinero».

La caja de conversión y el tipo de cambio fijo fueron instrumentos apropiados para quebrar la inercia inflacionaria y lograr una baja drástica de la inflación esperada por la gente, pero debieron haberse abandonado en 1997, cuando por el éxito que habíamos logrado al superar la Crisis Tequila, los capitales que dejaron de ir, o simplemente salían de Asia a causa del clima de crisis por el que atravesaba esa región, vinieron en grandes cantidades a la Argentina. En ese momento habría que haber dejado flotar, algo que la ley de convertibilidad había previsto al no poner piso a la eventual flotación del Peso. Si se hubiera ido a la libre flotación, hubiéramos conseguido más convertibilidad: libre elección de la moneda con total flexibilidad cambiaria, tal como ha funcionado muy bien en Perú. Su sistema monetario  pone al Sol en competencia con el Dólar, como explico en detalle en mi libro «Camino a la Estabilidad».

No es cierto que una «caja de conversión ortodoxa y fuerte» hubiera permitido enfrentar mejor los shocks externos. Por el contrario, el carácter heterodoxo y débil que Adrián atribuye a nuestra caja de conversión es, precisamente, la que permitió que en  1995 pudiéramos superar la crisis bancaria. De no haber tenido ningún margen para actuar como prestamista de última instancia, hubiera quebrado el grueso del sistema bancario argentino.

Justamente, el talón de Aquiles del sistema de caja de conversión es precisamente que cierra toda posibilidad de que exista un prestamista de última instancia para el caso de las crisis bancarias. Por eso quienes proponen un sistema de caja de conversión ortodoxa y fuerte, siempre lo hacen acompañada de la propuesta austriaca, de veto absoluto al sistema de banca con encaje fraccionario. Obviamente, Argentina continuaba, como todos los países del mundo, con un sistema bancario que permite la expansión múltiple del crédito. Ese sistema bancario no puede funcionar sin un prestamista de última instancia. Yo conozco una sola propuesta práctica de reforma financiera ajustada a las premisas completas de la escuela austriaca: la de Larry Kotlikoff en su libro «James Struart is dead» y a pesar del rigor y la inteligencia con que ha sido formulada, aún no ha logrado vencer las barreras históricas que en la práctica han creado más de cinco siglos de desarrollo del sistema de banca basada en el encaje fraccionario. Es inimaginable que nosotros o cualquier otro equipo económico argentino hubiera podido implementar semejante reforma en un contexto democrático.

El otro aspecto que Adrián Ravier, a diferencia de Iván Carrino, no ha evaluado bien, es la cuestión del aumento del gasto público y del déficit fiscal. Atribuirme ese aumento significa no haber mirado las estadísticas o no haberlas entendido. Mientras fui Ministro de Economía en el Gobierno de Menem, entre febrero de 1991 y agosto de 1996, sólo hubo déficit fiscal en el año 1995 y ese déficit se originó en la caída de recaudación que provocó la recesión que vino de afuera. El grueso del déficit fiscal, que dio lugar al endeudamiento desestabilizador que hizo crisis en 2001 se produjo entre 1997 y 1999, fue el déficit de las provincias que resultó de la competencia entre Menem y Duhalde por la candidatura presidencial del Peronismo. Ese déficit se financió con créditos del sistema bancario, algo que a propuesta mía había estado prohibido mientras yo fui Ministro de Economía. Ese financiamiento fue a tasas flotantes (BADLAR mas 700 puntos básicos). Esas deudas de las provincias fueron los activos bancarios tóxicos que dieron origen a la crisis financiera de 2001.

Cuando yo volví al Ministerio de Economía, ya en el gobierno de De la Rúa, convencí al Congreso que aprobara reducciones del gasto público por el doble del monto que había propuesto Ricardo López Murphy. Sin embargo siguió habiendo déficit, porque los intereses sobre la deuda pública ascendieron en 2001 a 12 mil millones de dólares. De esos 12 mil millones de dólares, 4 mil correspondían a la deuda de las provincias, que diferencia de la deuda de la Nación, pagaba intereses tres veces más altos. La solución obviamente era una re-estructuración de pasivos que redujera la factura de intereses a no más de 5 mil millones de dólares, algo que planeamos y pusimos en marcha el 1 de noviembre de 2001.

Terminada la re-estructuración de pasivos se podría haber dejado flotar el Peso y la devaluación no hubiera superado el 20 o 2l 30 %. Además se hubiera revertido a poco que mejoraran los términos del intercambio y se debilitara el dólar en el mundo, como comenzó a ocurrir a mediados de 2002. Hubiéramos seguido teniendo convertibilidad y la máxima flexibilidad cambiaria, además de equilibrio presupuestario votado en el Congreso y no resultado de una terrible e injusta devaluación. Esta posibilidad se frustró con el golpe institucional de diciembre de 2001. Es asombroso constatar que ningún economista austriaco señala a la pesificación compulsiva, dispuesta por Duhalde, como la verdadera destrucción de la más austriaca característica de la convertibilidad: la libre elección de la moneda.

Me gustaría algún día discutir estos temas con Alberto Benegas Lynch, que, por lo que comenta Adrián Ravier, es quien dentro de los austriacos argentinos considera chiste de mal gusto mi figura al lado de las de Von Mises y Hayek. Claro, según el razonamiento de Adrián, mi incapacidad para advertir errores llevó a que, entre otras cosas, se desprestigiaran los autores de la Escuela Austriaca.