Argentina sufre estanflación

(continúa del post anterior)

Hoy, cuando el gasto público (como porcentaje del Producto Bruto Interno) alcanza los niveles máximos de la historia Argentina y el déficit fiscal es más del 5 % del PBI, puede parecer que nuestra política fiscal es suficientemente expansiva. Para la definición correcta, hoy la política fiscal no es expansiva. Si sumamos a la recaudación impositiva la emisión monetaria, como medida del impuesto inflacionario que paga la gente y detrae los ingresos reales de las familias (igual que cualquier otro impuesto legislado) no hay déficit fiscal financiado con crédito público.

La política fiscal que se necesita para que, junto a una política monetaria restrictiva, se pueda sacar al país de la estanflación, es una en la que el déficit fiscal no se origine en el aumento del gasto público sino en la reducción de los impuestos que desalientan la inversión y encarecen los costos de producción.

Las retenciones a las exportaciones, el impuesto a las transacciones financieras que no se puede descontar de IVA y Ganancias, los altos impuestos sobre los salarios, el impuesto a los ingresos brutos en las etapas intermedias de producción reintroducido por las provincias, son los mecanismos fiscales que hoy desalientan a la inversión productiva y destruyen el espíritu de empresa.

Para tener éxito en la lucha contra la estanflación, el déficit fiscal que resultará de la eliminación de estos impuestos distorsivos no se debe financiar con emisión monetaria (es decir con recaudación del impuesto inflacionario) sino con endeudamiento a largo plazo y a tasas reales de interés que no superen el crecimiento de la economía. Lamentablemente, hoy no se puede aplicar este tipo de política fiscal en nuestro país porque nuestra economía no tiene crédito público.

 

Breve historia de la política monetaria y su relación con la política fiscal.

(continúa del post anterior)

Hasta la revolución keynesiana, sólo se prestaba atención a la política monetaria: básicamente el manejo monetario del Banco de Inglaterra. La política monetaria tenía, en primer lugar, la misión de proveer un ancla nominal para el nivel de precios, es decir asegurar que no existiera ni inflación ni deflación.

Si bien la libra esterlina estaba pegada al oro, el Banco de Inglaterra manejada la tasa de interés para expandir el crédito bancario cuando había tendencia a la deflación y para contraerlo cuando había tendencia a la inflación. Habían existido períodos de déficit fiscal y emisión de deuda pública, básicamente en los años de guerra. Las compras y las ventas de deuda pública por parte del Banco de Inglaterra (llamadas operaciones de mercado abierto) eran el mecanismo para manejar la tasa de interés que influía sobre el crédito bancario.

Keynes argumentó que en el caso de la deflación, la política monetaria, por más expansiva que fuera, no lograba resolver el problema, porque se producía la trampa de liquidez. Los bancos acumulaban liquidez y no expandían el crédito bancario. Por eso insistió en la importancia de valorizar la política fiscal.

Por supuesto, Keynes sostenía que en caso de tendencia al recalentamiento de la economía había que aplicar política fiscal restrictiva para eliminar la inflación y reestablecer la estabilidad de precios, pero no prescribió política monetaria restrictiva, porque descreía del efecto de la política monetaria sobre el nivel general de precios.

La existencia de herramientas fiscales (gastos públicos e impuestos), no significa que el gobierno pueda hacer política fiscal en el sentido keynesiano del término. Para que exista política fiscal es necesario que haya crédito público y el gobierno pueda colocar deuda a tasas normales de interés. Keynes sostuvo que cuando había recesión y deflación la política monetaria expansiva debía ser complementada con la política fiscal también expansiva, es decir, recurrir al endeudamiento público para financiar un déficit fiscal. Cuando había recalentamiento de la economía e inflación Keynes recomendaba la contracción fiscal, es decir, retirar deuda pública mediante la generación de un superávit fiscal.

Keynes nunca discutió el problema de la estanflación, porque no era un fenómeno común. Sí, el de la hiperinflación, para el cual siempre recomendó lo que se denomina una reforma monetaria. Así resolvieron la hiperinflación los países Europeos que habían caído en hiperinflación en los primeros años de la década de los 20.

Cuando comenzó a aparecer el fenómeno de la inflación persistente, los monetaristas enfatizaron el papel determinante de la política monetaria y comenzaron a poner en duda que el crecimiento de la economía fuera impulsado por la demanda agregada. Se revitalizó la teoría del crecimiento por el lado de la oferta, más ligada a las tradiciones clásica y de la escuela austríaca. Fue este marco conceptual anti-keynesiano el que permitió descubrir la solución al problema de la estanflación.

La política monetaria contractiva implementada por Paul Volcker a partir de 1980 se combinó con un tipo especial de política fiscal decidida por Ronald Reagan. La política fiscal expansiva se basaba en un déficit fiscal que no se originaba en el aumento del gasto público sino en la reducción de los impuestos. Los Estados Unidos (y luego la mayor parte de los países europeos) lograron reducir hasta prácticamente eliminar la inflación y la economía no sólo se reactivó sino que tuvo muchos años de crecimiento sostenido.

Claves para salir de la Estanflación

Con este título la revista Noticias publicó en su sección Clases Magistrales un artículo mío. Como no puedo remitir a los seguidores de mi blog a la versión digital de esa publicación, voy a reproducir el artículo en varios posts sucesivos. De paso mantengo algunos párrafos y subtítulos de la versión original que no aparecen en la publicación de Noticias, pero que considero valiosos para una mayor claridad expositiva. A continuación transcribo la introducción con el título original.

Para salir de la Estanflación se necesita crédito público y moneda sana .

La estanflación, un fenómeno que en el mundo recién se conoció en la década de 1970, fue solucionado en los Estados Unidos por Paul Volcker y Ronald Reagan sin teorizaciones, pero con mucho pragmatismo. Los inspiradores intelectuales de Volcker y Reagan no fueron los keynesianos sino los monetaristas, con Milton Friedman a la cabeza, y los teóricos del crecimiento por el lado de la oferta, liderados por Robert Mundell.

A pesar de que hoy en el mundo, las políticas monetarias y fiscales se vuelven a discutir dentro del marco conceptual planteado por Keynes en su Teoría General, en nuestro país, si queremos salir de la estanflación, tenemos que volver al esquema conceptual desarrollado por los monetaristas y los teóricos de la economía por el lado de la oferta.

Desde la crisis de 2008 en adelante, el problema del mundo avanzado ha sido el riesgo de que la recesión se trasforme en deflación y desemboque en una gran depresión económica. Fue precisamente para ese tipo de circunstancias que Keynes desarrollo su teoría. Pero nuestro problema es diferente. Nosotros estamos sufriendo estanflación, es decir, recesión con inflación, un problema que ya azotó a nuestra economía entre 1975 y 1988 y que terminó en la hiperinflación de 1989-1990.

Para salir de la estanflación, hoy, en Argentina, deberíamos imitar la combinación de política monetaria restrictiva y política fiscal expansiva, basada en la reducción de la presión impositiva, que impulsaron Volcker desde la Reserva Federal en 1980 y Ronald Reagan desde el Gobierno de los Estados Unidos en 1981. Pero, para hacerlo, se necesita contar con crédito público y moneda sana, instituciones económicas que la pesificación compulsiva de 2002 y las políticas económicas de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner se encargaron de destruir. Por consiguiente, implementar una reforma monetaria que sanee la moneda y recree el crédito público será el primer gran desafío que enfrentará el gobierno que asuma el 10 de diciembre de 2015.

Sólo demostrando que sabe cómo derrotar a la estanflación, conseguirá consolidar el respaldo político obtenido en las elecciones y conquistar el apoyo popular necesario para encontrar soluciones a los muchos problemas económicos y sociales estructurales que heredará de las gestiones anteriores.

En mayo de 2014 Editorial Sudamericana publicó el libro titulado “Camino a la Estabilidad” que escribí, precisamente, para proponer una reforma monetaria basada en la rica experiencia histórica de nuestro país en materia de inflación y planes de estabilización. Pero también en la experiencia de otros países que, como el nuestro, sufrieron hiperinflación y sus ciudadanos recurrieron a la dolarización, aun cuando no era legal, como forma de proteger sus ahorros líquidos.

Breve historia de la política monetaria y su relación con la política fiscal.

Hasta la revolución keynesiana, sólo se prestaba atención a la política monetaria: básicamente el manejo monetario del Banco de Inglaterra. La política monetaria tenía, en primer lugar, la misión de proveer un ancla nominal para el nivel de precios, es decir asegurar que no existiera ni inflación ni deflación.

Si bien la libra esterlina estaba pegada al oro, el Banco de Inglaterra manejada la tasa de interés para expandir el crédito bancario cuando había tendencia a la deflación y para contraerlo cuando había tendencia a la inflación. Habían existido períodos de déficit fiscal y emisión de deuda pública, básicamente en los años de guerra. Las compras y las ventas de deuda pública por parte del Banco de Inglaterra (llamadas operaciones de mercado abierto) eran el mecanismo para manejar la tasa de interés que influía sobre el crédito bancario.

Keynes argumentó que en el caso de la deflación, la política monetaria, por más expansiva que fuera, no lograba resolver el problema, porque se producía la trampa de liquidez. Los bancos acumulaban liquidez y no expandían el crédito bancario. Por eso insistió en la importancia de valorizar la política fiscal. Por supuesto, Keynes sostenía que en caso de tendencia al recalentamiento de la economía había que aplicar política fiscal restrictiva para eliminar la inflación y reestablecer la estabilidad de precios, pero no prescribió política monetaria restrictiva, porque descreía del efecto de la política monetaria sobre el nivel general de precios.

La existencia de herramientas fiscales (gastos públicos e impuestos), no significa que el gobierno pueda hacer política fiscal en el sentido keynesiano del término. Para que exista política fiscal es necesario que haya crédito público y el gobierno pueda colocar deuda a tasas normales de interés. Keynes sostuvo que cuando había recesión y deflación la política monetaria expansiva debía ser complementada con la política fiscal también expansiva, es decir, recurrir al endeudamiento público para financiar un déficit fiscal. Cuando había recalentamiento de la economía e inflación Keynes recomendaba la contracción fiscal, es decir, retirar deuda pública mediante la generación de un superávit fiscal.

Keynes nunca discutió el problema de la estanflación, porque no era un fenómeno común. Sí, el de la hiperinflación, para el cual siempre recomendó lo que se denomina una reforma monetaria. Así resolvieron la hiperinflación los países Europeos que habían caído en hiperinflación en los primeros años de la década de los 20.

Cuando comenzó a aparecer el fenómeno de la inflación persistente, los monetaristas enfatizaron el papel determinante de la política monetaria y comenzaron a poner en duda que el crecimiento de la economía fuera impulsado por la demanda agregada. Se revitalizó la teoría del crecimiento por el lado de la oferta, más ligada a las tradiciones clásica y de la escuela austríaca. Fue este marco conceptual anti-keynesiano el que permitió descubrir la solución al problema de la estanflación.

La política monetaria contractiva implementada por Paul Volcker a partir de 1980 se combinó con un tipo especial de política fiscal decidida por Ronald Reagan. La política fiscal expansiva se basaba en un déficit fiscal que no se originaba en el aumento del gasto público sino en la reducción de los impuestos. Los Estados Unidos (y luego la mayor parte de los países europeos) lograron reducir hasta prácticamente eliminar la inflación y la economía no sólo se reactivó sino que tuvo muchos años de crecimiento sostenido.

Argentina sufre estanflación.

Hoy, cuando el gasto público (como porcentaje del Producto Bruto Interno) alcanza los niveles máximos de la historia Argentina y el déficit fiscal es más del 5 % del PBI, puede parecer que nuestra política fiscal es suficientemente expansiva. Para la definición correcta, hoy la política fiscal no es expansiva. Si sumamos a la recaudación impositiva la emisión monetaria, como medida del impuesto inflacionario que paga la gente y detrae los ingresos reales de las familias (igual que cualquier otro impuesto legislado) no hay déficit fiscal financiado con crédito público.

La política fiscal que se necesita para que, junto a una política monetaria restrictiva, se pueda sacar al país de la estanflación, es una en la que el déficit fiscal no se origine en el aumento del gasto público sino en la reducción de los impuestos que desalientan la inversión y encarecen los costos de producción.

Las retenciones a las exportaciones, el impuesto a las transacciones financieras que no se puede descontar de IVA y Ganancias, los altos impuestos sobre los salarios, el impuesto a los ingresos brutos en las etapas intermedias de producción reintroducido por las provincias, son los mecanismos fiscales que hoy desalientan a la inversión productiva y destruyen el espíritu de empresa.

Para tener éxito en la lucha contra la estanflación, el déficit fiscal que resultará de la eliminación de estos impuestos distorsivos no se debe financiar con emisión monetaria (es decir con recaudación del impuesto inflacionario) sino con endeudamiento a largo plazo y a tasas reales de interés que no superen el crecimiento de la economía. Lamentablemente, hoy no se puede aplicar este tipo de política fiscal en nuestro país porque nuestra economía no tiene crédito público.

¿Por qué Argentina hoy no tiene crédito público?

Porque vive en default desde enero de 2002. El default más pernicioso fue la pesificación compulsiva de enero de aquel año. Se defaulteó la deuda pública y privada con millones de ahorristas que habían depositado sus ahorros en dólares en el sistema bancario Argentino. Y luego se completó el default con la suspensión de pagos de todos los servicios de la deuda pública, salvo la deuda con los organismos financieros internacionales, la que incluso se pagó por adelantado. La reestructuración de deuda de 2005 y su reapertura en el 2010 no permitió recrear acceso a los mercados de capitales más importantes porque dejó abierto el conflicto judicial con los holdouts. Además, las mentiras del INDEC sobre el CER destruyeron lo poco que quedaba de crédito público interno luego de la pesificación forzada de la economía.

Sin crédito público no puede haber moneda sana, salvo que el Gobierno genere muy fuertes superávits fiscales. Tan pronto el Gobierno comienza a generar déficits fiscales, la emisión monetaria se transforma en una herramienta fiscal, más precisamente en una herramienta impositiva: es el mecanismo para recaudar el impuesto inflacionario. Y el impuesto inflacionario tiene, al menos, el mismo efecto contractivo que cualquier otro impuesto. Hay evidencias de que tiene incluso más efectos contractivos, porque agrega incertidumbre y crea muchas oportunidades de corrupción.

Cuando la moneda tiende a ser la base del impuesto inflacionario, la gente trata de desprenderse de los pesos lo más rápidamente posible, precisamente para no pagar el impuesto inflacionario. Se desprende de los pesos transformándolos en bienes o en monedas extranjeras. Es decir, disminuye la demanda de moneda en términos reales. Es decir la moneda deja de ser creíble. Para financiar un mismo porcentaje del PBI de déficit fiscal se necesita cada vez más emisión e inflación porque cae la base del impuesto inflacionario.

¿Cómo se recrea el crédito público y una moneda sana?

Con una reforma monetaria, igual que cuando debe salirse de la hiperinflación. La única ventaja de que se inicie con estanflación y no con hiperinflación, es que la reforma monetaria no necesita comenzar con el establecimiento de un tipo de cambio fijo. Al contrario, requiere que, desde el inicio, el nuevo sistema monetario sea con tipo de cambio flotante.

La reforma monetaria que se necesita para recrear el crédito público y sanear la moneda tiene tres ingredientes:
1) Un mercado único y libre de cambios, sin ninguna restricción a la compra y venta de divisas; 2) La puesta en competencia de la moneda local con las monedas extranjeras, al menos con el Dólar, en todo tipo de transacciones financieras y comerciales. Es decir autorizar que todas la monedas sean de curso legal (al menos el Peso y el Dólar). Este régimen se denomina de plena convertibilidad o de libre elección de la moneda; 3) La política monetaria debe apuntar a estabilizar el tipo de cambio, bajando gradualmente las tasas nominales de interés y sin evitar la apreciación nominal del Peso.

El sistema monetario que resulta de esta reforma no es inédito ni, mucho menos, esotérico. Existe desde 1991 en Perú y funciona muy bien. Con ligeras variantes, también existe en Uruguay, en Bolivia y en Paraguay. Consigue las ventajas de los países totalmente dolarizados, como Ecuador, Panamá y el Salvador, sin sujetar su estructura de precios relativos a una inflexibilidad extrema frente a shocks externos en los términos del intercambio.

¿Por qué se necesita legalizar la dolarización?

Legalizar la dolarización parcial o total de las economías es imprescindible en todos los países que durante la hiperinflación tuvieron una fuerte dolarización informal y en los que la indexación financiera no logró evitar ese fenómeno. Si no se lo hace, la estabilización tiene un fuerte costo recesivo que la más de las veces lleva a interrumpir la política monetaria restrictiva.

En los países que, como Brasil, sufrieron hiperinflación pero no habiendo tenido dolarización informal, prefieren no autorizar el uso del dólar en la intermediación financiera, si quieren mantener baja la inflación, deben aplicar en forma permanente muy altas tasas reales de interés. Ello acentúa el costo recesivo de la estabilización y limita las posibilidades de crecimiento sostenido de la economía.

Los países que dejan plena libertad para elegir la moneda por parte de sus ciudadanos pueden evitar que las tasas reales de interés sean muy altas.

La reforma monetaria y las posibilidades de éxito del próximo gobierno

Si la estrategia de quien resulte elegido Presidente en Octubre de 2015 incluye la eliminación inmediata de todo vestigio de inflación reprimida y una política de estabilización que comience con una reforma monetaria, el nuevo gobierno acrecentará su poder político y contará con apoyo popular como para implementar buenas soluciones a los otros problemas económicos heredados.

Los resultados finales dependerán de cómo aproveche su poder político y apoyo popular para avanzar con las reformas capaces de reinsertar a Argentina en el mundo, reducir el gasto público, eliminar impuestos distorsivos, recuperar el crédito público interno y externo, conseguir inversiones eficientes, aumentar la productividad y crear empleos de alta calidad.

Si el plan de estabilización con reforma monetaria inicial tiene éxito en reducir la inflación, pero el gobierno no aprovecha el poder político reforzado y el apoyo popular para llevar a cabo las otras reformas estructurales indispensables, los resultados inicialmente favorables se pueden evaporar rápidamente y ocurrir algo parecido a lo que pasó en las postrimerías del Plan Austral.

Si, por el contrario, el éxito inicial del plan de estabilización con reforma monetaria que refuerza el poder político y aumenta el apoyo popular, es aprovechado para llevar a cabo aquellas reformas, tendrá asegurado un éxito duradero. El carácter más flexible pero igualmente estable del nuevo sistema monetario en comparación con el régimen de convertibilidad con tipo de cambio fijo (o su equivalente, la dolarización completa), junto a los esfuerzos que se hagan para evitar los errores de los ´90 (que detallé tanto en “Estanflación” como en mi nuevo libro al describir la historia de la inflación en Argentina), permitirá que se obtengan éxitos iniciales como los que se consiguieron en aquella década, sin arriesgar una crisis deflacionaria como la del período 1999-2002.

Si el nuevo gobierno no introduce un gran cambio en la organización económica de la Argentina y continúa con las políticas de Cristina Kirchner, es probable que, antes de las elecciones de 2017, la gente comience a temer una explosión inflacionaria. Con semejantes resultados el nuevo gobierno perderá esas elecciones y, ya con un poder muy debilitado, una hiperinflación no quedará fuera del horizonte. Por supuesto, en esos escenarios el nuevo gobierno no logrará resolver ninguno de los muchos problemas que habrá heredado de la gestión de Cristina Kirchner.

Algo parecido le ocurrirá si, aun anunciando un giro importante en la organización económica, decide no llevar a cabo una reforma monetaria que quiebre de cuajo la inercia inflacionaria y aplica una política monetarista de estabilización basada en muy altas tasas reales de interés. Estará reeditando los resultados de la política de estabilización del gobierno militar en el período 1977-1980. Perderá el poder político y la posibilidad de resolver la mayoría de los problemas heredados de la gestión anterior.

Es cierto que la historia no se repite, pero sería necio que al pensar el futuro no prestemos atención a lo mucho que nuestra historia tiene para ayudarnos a encontrar los rumbos adecuados y evitar los errores que provocaron pasadas frustraciones.

El debilitamiento político del gobierno acentúa la resignación social…por ahora

El creciente debilitamiento del gobierno y la convicción de mucha gente de que cualquiera de los candidatos que hoy aparecen en las encuestas, cuando resulte elegido presidente, introducirá los cambios necesarios para mejorar la situación económica y social, está llevando a un grado de resignación social que no se observó en anteriores crisis de naturaleza parecida a la que estamos viviendo.

No ocurrió mientras gobernaba la Presidenta María Estela Martínez de Perón, cuando en el primer trimestre de 1975 la economía sufría un clima de estanflación y de desequilibrios económicos no muy diferentes a los que vive ahora, ni ocurrió al comenzar el último año de Gobierno del Presidente Raúl Alfonsín, cuando la situación económica era, incluso, mejor que la actual.

Hay varias razones que pueden explicar la diferencia. En primer lugar, la capacidad financiera para armar un  sistema de subsidios sociales  fue muy superior para el Gobierno Kirchnerista que para el Gobierno Peronista de la década del 70 y para el Gobierno del Dr Alfonsín en la década del 80. En este sentido casi 10 años de términos del intercambio externo, inéditamente favorables, le han dado al Gobierno de los Kirchner una fortaleza política más parecida a la del Peronismo de la década 1946-1955 que a los gobiernos a que me refiero en esta comparación.

En segundo lugar, el alto grado de bancarización de los pagos y la eficaz informatización de los organismos de recaudación que se logró gracias a los avances tecnológicos de las últimas décadas ha ampliado el margen de efectividad operativa de los mecanismos de represión económica, sean controles de precios, impuestos distorsivos o regulaciones administrativas sobre los mercados que, aunque entorpezcan la asignación eficiente de los recursos y desalienten la inversión productiva, le permiten al gobierno controlar el comportamiento de los agentes económicos y hacerlos soportar pérdidas por períodos más largos de tiempo que en el pasado.

En tercer lugar, el contraste tan claro entre las políticas del Gobierno Kirchnerista con las que predominan en la mayoría de los países, incluidos nuestros vecinos, que han logrado funcionar con economías más ordenadas y mejor conectadas con el exterior, lleva a la comunidad de negocios de Argentina y a los potenciales inversores extranjeros a pensar que el nuevo gobierno, cualquiera sea el candidato que resulte elegido, producirá un cambio significativo en las políticas, en la dirección de aquellas que han dado buenos resultados en el resto del mundo. Paradójica-mente, esta expectativa lleva a que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner encuentre formas de financiar, en un clima de calma chicha, un déficit fiscal que en otras épocas hubiera provocado con seguridad una fuerte aceleración inflacionaria.

¿Significa ésto que el tránsito por la estanflación durante lo que resta del gobierno de Cristina y el primer año del próximo gobierno va a ser mucho más tranquilo que el que se dio en 1976 y en 1989? Ojalá que sí. Pero yo no estoy muy seguro.

La intensificación de la represión económica que impulsa y sostiene el gobierno junto a las actitudes cada vez más autoritarias a las que viene recurriendo para tratar de lograr impunidad a los múltiples casos de corrupción que se denuncian, pueden llevar a la misma comunidad económica local, a los inversores extranjeros y, sobre todo, a la gente que tiene ahorros líquidos, a tomar conciencia de que el próximo gobierno se verá obligado a permitir cambios en los pecios relativos  que pueden detonar la explosión que las políticas del gobierno actual han estado incubando. Cuando la gente advierta ese riesgo, no debe descartarse que la bomba detone antes del cambio de gobierno.

Para consuelo de los optimistas, si ello ocurre, es posible que el nuevo gobierno asuma con más conciencia de la complejidad de los desafíos que tendrá que enfrentar. Si uno se guía por los discursos de hoy, esa conciencia no existe. Yo creo que tanto los operadores económicos como los operadores políticos están pecando de exceso de optimismo. Por eso insisto en que lean mi libro «Camino a la Estabilidad».

 

 

 

 

Lecciones de la Historia para salir de la Estanflación

Hoy salió publicado en La Nación el artículo que lleva este título. Lo preparé a partir del epílogo de «Camino a la Estabilidad». Me sorprende que se haya dejado de discutir cómo va a resolver el próximo gobierno el problema de la estanflación. La muerte del Fiscal Nisman ha puesto en la agenda un tema institucional y de seguridad que es absolutamente prioritario. Pero no es bueno que el gobierno e incluso los candidatos a reemplazarlo, actúen con despreocupación frente a un problema que puede llegar a tener graves consecuencias sociales y políticas.

Las políticas que están aplicando el equipo económico y el Banco Central acentúan día a día la represión financiera y cambiaria de una manera que no sólo perjudica a los exportadores y a quienes necesitan insumos importados para producir, sino que acentúa el fenómeno de inflación reprimida y exceso de oferta monetaria. El riesgo de que en algún momento esa inflación reprimida haga saltar la tapa de la olla a presión, aumenta día a día. Y si esa tapa salta en la cara del nuevo gobierno sin que éste esté preparado para manejar sus consecuencias, la destrucción institucional que estamos viviendo como resultado de la falta de escrúpulos del gobierno actual, puede terminar siendo agravada por la falta de preparación del gobierno que asuma el 10 de diciembre.

Me parece importante poner este tema en la agenda, porque veo con preocupación que demasiada gente, no sólo de la política sino también de la economía, piensa que, para encontrar soluciones, bastará con cambiar la política exterior y las relaciones comerciales y financieras externas. Yo creo que, frente a la crisis de confianza hacia nuestro país que existe en el exterior, la ausencia total de credibilidad interna sobre nuestra moneda y la magnitud de los desequilibrios fiscales y de infraestructuras, la tarea del próximo gobierno va a ser más difícil aún que la que enfrentamos con el Presidente Menem al inicio de su gestión. Además, el Gobierno del Dr Alfonsín había dejado un sistema institucional funcionando sin la fragmentación y el desprestigio que se ha venido acrecentando, año a año, desde el golpe institucional de diciembre del 2001.