Cualquiera que gobierne la economía en el futuro va a tener que llegar, más tarde o más temprano, a un presupuesto que, en promedio, resulte equilibrado a lo largo de todo un ciclo económico, a un mercado único y libre de cambios sin restricciones al movimiento de capitales y sin tratamiento diferencial a las divisas comerciales, a un comercio exterior solamente restringido por los aranceles consolidados ante la Organización Mundial del Comercio, sin retenciones ni restricciones cuantitativas, y a una estructura de precios relativos que surja de la competencia en mercados libres o que, en el caso de los servicios públicos con ingredientes de monopolio, cubran los costos de prestación y retribuyan al capital invertido. Me voy a referir a esto como “dirección inexorable”.
La primera pregunta que corresponde hacer es porqué el Gobierno de Cristina no produce estos cambios, o comienza al menos a moverse en la dirección inexorable, antes de que termine su mandato.
Una respuesta es que hacerlo sería poner de manifiesto que el “relato” es una gran mentira y que Cristina, resignada a perder la próxima elección, quiere preservar el relato como un activo político, a la vez que espera que el costo político de los ajustes, que supone muy alto, sea pagado por el próximo gobierno. Llamo «el relato» a la economía tal como la entiende Cristina y su equipo, que según ella misma manifestó, está muy bien presentado en el libro «Economía a Contramano» de Alfredo Zaiat. (Yo formulo una crítica profunda en mi libro «Camino a la Estabilidad»).
Otra respuesta, menos prejuiciosa, es que si Cristina lo hiciera, provocaría un “Rodrigazo”, con muy malos efectos inmediatos y mucha dificultad para evitar una acentuación de la estanflación después y una hiperinflación un poco más adelante. Yo prefiero pensar que ésta es la razón por la que insisten en retrasar de manera muy evidente el precio del Dólar en el mercado oficial. Porque si no, no se entiende que haya aún mucha gente en el frente para la Victoria que cree que puede ganar la elección y continuar en el gobierno a partir de diciembre de 2015.
Voy a organizar este ensayo en dos etapas: primero, explicando porqué, comenzar a moverse en la dirección inexorable durante lo que le queda del mandato, produciría un “Rodrigazo”. De paso esta explicación ayudará a pensar qué puede ocurrir a partir de 2016, si es que quien gana las elecciones, continúa manejando la economía sin abandonar el “relato”. Este sería, supuestamente el caso, si ganaran Scioli o Randazzo rodeados de kirchneristas de la Cámpora, tanto en la fórmula presidencial, como en las listas de diputados y senadores. Segundo, argumentando porqué un candidato que pueda romper con el “relato” podrá avanzar en la dirección inexorable sin riesgo de “Rodrigazo” ni hiperinflación como efecto posterior.
Mi referencia al “Rodrigazo” es pertinente. Estamos viviendo una situación económica muy parecida a la que existió en el año 1974 y en los primeros meses de 1975: muy alto déficit fiscal, fuerte expansión monetaria, ausencia de crédito público, muy elevado nivel del gasto público, alta presión impositiva y mucha inflación reprimida por atrasos tarifarios y controles de precios. El “Rodrigazo” fue el resultado de una fuerte devaluación del Peso en el mercado oficial de cambios y de un ajuste semejante en las tarifas públicas. Los sindicatos reaccionaron exigiendo aumentos de salarios nominales del mismo orden de magnitud y se acentuó de manera dramática la estanflación que había comenzado en 1974. En los 15 años siguientes no se logró salir de la estanflación y al final se llegó a la hiperinflación de 1989 y 1990.
El Gobierno de Cristina y el que le suceda, si sigue adherido al “relato”, está atrapado en la estanflación, sin salida no traumática.
El mayor condicionante que el “relato” plantea al Presidente que debe adoptar las decisiones fundamentales es el prejuicio contra los mercados libres y el rol del sector privado de la economía. Descreen de que los precios relativos deban surgir de mercados libres y consideran que el gobierno debe decidir quién puede comprar dólares y quien no, qué inversiones se deben hacer y en qué sectores, quien puede importar y quien puede exportar y a qué precio deben liquidar las divisas. También consideran que la repatriación de capitales y la distribución de dividendos debe estar controlada por el gobierno y que los capitales del exterior deben entrar por el mercado oficial de cambios.
Con este condicionante, la marcha hacia un mercado libre y único de cambios, para un presidente atrapado por el “relato”, no puede sino comenzar con una devaluación del Peso en el mercado oficial que acerque su cotización a la del mercado paralelo. Es decir, algo como lo que hicieron en enero de 2014, pero de mayor magnitud.
A su vez, el ajuste de tarifas, en el mejor de los casos, será igual al aumento del precio del Dólar en el mercado paralelo, pero significativamente menor al necesario para eliminar los enormes subsidios que hoy reciben las empresas prestadoras.
Como el gobierno querrá impedir que se contraiga el mercado interno, tendrá que ceder ante las presiones sindicales que le demandarán aumentos de salarios nominales en el mismo orden de magnitud que el aumento del precio del Dólar y las tarifas de servicios públicos.
El resultado será una estructura de precios relativos igual a la precedente, un déficit fiscal de igual o mayor orden de magnitud y una fortísima expansión monetaria para tratar de financiar no sólo al sector público sino para proveer crédito al sector privado para que pueda seguir pagando salarios y cargas sociales.
Ésto es exactamente lo que ocurrió en junio de 1975. El único efecto de la decisión de devaluar será una tasa de inflación mucho más alta y una segura caída en el nivel de actividad económica. La brecha cambiaria no desaparecerá, porque al no eliminarse los controles de cambio, seguirá la demanda de divisas para atesoramiento y remisiones al exterior y en el horizonte sólo habrá una perspectiva de nuevas devaluaciones y más inflación.
Por lo que he escuchado que Miguel Bein comenta en reuniones privadas con financistas nacionales y extranjeros, lo que él haría, si le encomendaran el manejo de la economía, ahora o en una futura presidencia de Daniel Scioli, sería comenzar con una fortísima devaluación en el mercado oficial para ir, subsiguientemente, ajustando todas las demás variables en forma gradual y eventualmente converger hacia la dirección inexorable. Esto mismo pensaba Ricardo Zinn, cuando como asesor de Celestino Rodrigo, le propuso al gobierno de Isabel Perón adoptar las medidas de junio de 1975. Y esto mismo parecen pensar alguno de los asesores económicos de Sergio Massa, especialmente los que se atribuyen haber generado superávits gemelos a partir de la pesificación y extrema devaluación de 2002.
Quienes pregonan que la marcha hacia una economía sin desequilibrios debe comenzar con una fuerte devaluación en el mercado oficial, sin levantar el cepo cambiario, sin eliminar la inflación reprimida y sin eliminar los subsidios a las empresas prestadoras de servicios públicos, se valen de la experiencia con la devaluación de 2002 para argumentar que en materia de inflación habrá sólo un impacto inicial y que luego la inflación tenderá a desaparecer. En efecto la inflación que saltó a 42 % en 2002 luego bajó a 3 % en 2003.
Pero esta comparación no tiene en cuenta las grandes diferencias que existen entre la situación la economía de 2001 y 2002 y la situación actual. En aquella oportunidad, la devaluación se produjo en un momento en el que no había inflación reprimida, las empresas de servicios públicos estaban bien capitalizadas, tenían capacidad instalada excedente y el gobierno pudo congelar las tarifas. El único déficit fiscal que existía provenía del pago de intereses de la deuda pública, déficit que desapareció con la declaración de default. Funcionaba y continuó funcionando un mercado único de cambios, sin ningún tipo de restricción para la compra y venta de divisas. Además se partía de una fuerte desocupación que le permitió al gobierno resistir las demandas de aumentos salariales por casi dos años, por lo que fue posible un fuerte deterioro del salario real y de las jubilaciones superiores a mil dólares.
Además, la presión impositiva no superaba el 26 % del PBI, por lo que el gobierno pudo introducir nuevos impuestos, como las retenciones a las exportaciones, ingresos brutos en las etapas intermedias de producción, impuesto a las transacciones financieras no deducibles de IVA y Ganancias y gravar la simple valorización inflacionaria de los activos y de los ingresos a través de un impuesto a las ganancias sin ajuste por inflación.
Ninguna de estas circunstancias, que permitieron generar los supuestamente virtuosos superávits gemelos, ocurre actualmente. Por el contrario hoy hay mucha inflación reprimida por congelamiento de tarifas, controles de precios e impuestos distorsivos. Las empresas de servicios públicos están descapitalizadas y en lugar de capacidad excedente, tienen insuficiente capacidad productiva que significan importantes cuellos de botella para la economía. Existe un fuerte déficit fiscal que no se origina en pagos de intereses sino fundamentalmente en los subsidios que se deben pagar a las empresas prestadoras de servicios públicos. Existe el cepo cambiario y fuertes controles a la compra venta de divisas que da lugar a que aparezca un mercado paralelo de cambios con una brecha importante con respecto al precio en el mercado oficial. La desocupación es relativamente baja, no tanto por creación de empleos en el sector privado sino por el fuerte aumento del empleo público. No se dan las condiciones que permiten al gobierno resistir aumentos de salarios nominales y admitir una fuerte caída del salario real y de las jubilaciones. La presión impositiva alcanza casi al 40 % del PBI y lejos de poder sancionarse nuevos impuestos, será imprescindible eliminar alguno de los más distorsivos.
Para pensar en los efectos que tendría una fuerte devaluación hecha por un gobierno que dice no creer en la libertad económica, en circunstancias como las actuales, la única comparación válida es con la experiencia de 1975 y no con la de 2001-2002.
Un gobierno que crea en la libertad económica podrá encontrar una salida no traumática.
Un presidente que, lejos de quedar atrapado por el “relato”, pueda denunciarlo como responsable de todos los problemas, no debe comenzar con una fuerte devaluación en el mercado oficial sino con una eliminación completa del cepo cambiario. Se trata de una gran diferencia.
Eliminar el cepo significa ir de inmediato a un mercado único y libre de cambios, sin restricciones a la compra y a la venta de divisas, cualquiera sea su origen, comercial, financiero, turístico o de inversión directa.
Hay quienes sostienen que en caso de eliminarse el cepo se estará admitiendo una devaluación del Peso en el mercado oficial incluso mayor que la que decidiría un gobierno condicionado por el relato. Se sostiene que permitir la repatriación de capitales, la remisión de dividendos y la compra ilimitada de divisas para atesoramiento o turismo significará un fuerte aumento de la demanda de divisas.
Pero como se estará permitiendo también la entrada de divisas al precio único, es probable que incluso el aumento de la oferta sea mayor al de la demanda, especialmente cuando hay tantos dólares de argentinos atesorados dentro y fuera del país. Una vez que se advierta que la compra venta de dólares es libre y el precio es único, todos esos dólares comenzarán a reciclarse en operaciones dentro del país. Además, entrarán muchos capitales para inversiones directas y financieras y se favorecerá el turismo receptivo al permitírsele a los turistas pagar en dólares o venderlos en el mercado libre, sin los inconvenientes y riesgos que significa operar en un mercado paralelo.
Quien decida ir de inmediato a un mercado único y libre de cambios, sin ningún tipo de restricciones a las exportaciones e importaciones ni al movimiento de capitales, seguramente adoptará al mismo tiempo otras medidas liberalizadoras de la economía.
La eliminación de cuajo de la inflación reprimida a través del descongelamiento de las tarifas públicas, el desmantelamiento de los controles de precios y la fuerte reducción (o, mejor, eliminación) de las retenciones a las exportaciones, también ayudará a que se acentúe la entrada de capitales y aumenten las exportaciones, y si bien puede haber un impacto en el índice de precios, éste será de una sola vez y por unos pocos meses.
La eliminación de los subsidios a las empresas prestadoras de servicios públicos permitirá eliminar los impuestos más distorsivos sin aumentar el déficit fiscal. La recreación del crédito público, que será inmediata al anunciarse la puesta en vigencia de una economía libre y conectada con el mundo, permitirá que el déficit fiscal remanente, hasta su desaparición, pueda financiarse con endeudamiento a largo plazo y no requiera de emisión monetaria.
Se podrá implementar la combinación de política monetaria restrictiva y política fiscal expansiva, basada no en el aumento del gasto público sino en la reducción de los impuestos que es la única receta capaz de sacar a una economía de la estanflación.
Un gobierno no atrapado por el “relato” podrá conseguir que los sindicatos acepten un aumento de suma fija para compensar el aumento de las tarifas públicas y la eliminación de cuajo de la inflación reprimida, amén de que a las familias más pobres se podrá no sólo continuar abonándoseles los subsidios sociales sino subsidiarles el consumo de gas, electricidad y transporte por las cantidades definidas como necesidades básicas. Las negociaciones salariales podrán basarse en la inflación esperada hacia el futuro y no en la inflación pasada. Esto se hará posible porque el conjunto de medidas implementadas y las que se anuncien para reducir gradualmente el déficit fiscal, producirán una fuerte caída en la expectativa de inflación.
Se habrá aventado el riesgo de Rodrigazo y el costo del ajuste en términos de nivel de actividad económica será mínimo. Es posible que de inmediato la economía comience a recuperarse porque aumentará el flujo de inversiones, que se direccionarán a los sectores que más las necesitan para eliminar los cuellos de botella, y la producción dejará de estar restringida por escasez de insumos y de bienes de capital.
En síntesis, para 2016 pueden preverse dos escenarios diferentes según que el próximo gobierno esté condicionado o no por el “relato” kirchnerista.
En el primer caso, es decir si el próximo gobierno está comprometido a continuar con el manejo económico kirchnerista, se va a producir una fuerte devaluación en el mercado oficial que producirá los mismos efectos que el Rodrigazo de 1975. Esto podrá no ocurrir en los primeros meses, pero en algún momento de 2016 ocurrirá, porque el Banco Central se quedará sin divisas. Los exportadores van a esperar una fuerte devaluación, aunque el gobierno la niegue, y sólo liquidarán las divisas indispensables para afrontar los pagos internos ineludibles. Cuando se quede sin reservas, el gobierno intentará acercar el tipo de cambio oficial al paralelo, sin eliminar el cepo cambiario.
En el segundo caso, si el gobierno puede echarle la culpa al relato kirchnerista de todos los problemas heredados, hace un buen inventario inicial y elimina el cepo cambiario como prueba de que confía en la libertad económica, puede lograr de inmediato una eliminación de los desequilibrios más condicionantes y poner en marcha un plan de estabilización y crecimiento basado en una virtual eliminación de las expectativas inflacionarias hacia el futuro. No sólo no habrá Rodrigazo sino que es posible que los ajustes puedan realizarse sin costo en términos de caídas adicionales en el nivel de actividad económica.