El próximo gobierno deberá enfrentar un contexto externo muy diferente al que vivimos desde 2003 en adelante.

El cambio comenzó a insinuarse desde mediados del año pasado. Los precios de las principales materias primas producidas por los países ricos en recursos naturales tienen desde entonces una tendencia declinante. Desde mediados de 2002 habían mostrado una clara tendencia ascendente. En forma paralela y no independiente, el Dólar de los Estados Unidos comenzó a apreciarse frente a la mayor parte de las monedas mientras que desde mediados de 2002 en adelante la tendencia había sido a la depreciación.

Las políticas monetarias que fueron en general muy laxas, fundamentalmente en los Estados Unidos y luego en la mayor parte de los países del mundo, están comenzando a endurecerse. Por consiguiente las tasas de interés en casi todas las monedas importantes fueron y siguen siendo muy bajas, pero se insinúa una tendencia al aumento, que ya se observa en las economías emergentes y que, a partir de 2016, muy probablemente se observará también en los Estados Unidos.

Entre las economías más avanzadas, la única que consiguió tasas de crecimiento parecidas a las históricas es la economía de los Estados Unidos. Japón no ha conseguido aumentar significativamente su ritmo de crecimiento, y Europa parece condenada a un crecimiento muy bajo por muchos años no sólo por las crisis de endeudamiento excesivo de las economías del sur de Europa, sino por una cuestión de envejecimiento y estancamiento poblacional.

Los países de Asia del Este y del Sur mantienen su dinamismo. Es probable que China crezca 3 o 4 puntos porcentuales menos que en los últimos 30 años porque su crecimiento ya no se basará tanto en la acumulación rápida de capital y en la producción de bienes exportables sino en la expansión de actividades más trabajo-intensivas orientadas a su mercado interno. Al mismo tiempo, India, beneficiada por el menor costo de las materias primas y el proceso desregulatorio y modernizador de la infraestructura que ha comenzado a implementar el nuevo gobierno es probable que logre aumentar su crecimiento en 2 o 3 puntos porcentuales anuales. Por consiguiente, Asia, en su conjunto, seguirá siendo el área más dinámica de la economía global.

Las economías emergentes de América Latina, de la Ex Unión Soviética y de África, casi todas ellas muy importantes productoras y exportadoras de materias primas, van a sufrir el impacto del deterioro de sus términos del intercambio y, en la medida que no tengan una relación comercial suficientemente fluida con las áreas dinámicas, básicamente El Este y el Sur de Asia y los Estados Unidos de América, van a encontrar un techo bajo para sus perspectivas de crecimiento, amén de que van a sufrir presiones inflacionarias por la tendencia a la depreciación de sus monedas frente el Dólar y las monedas asiáticas.

En América Latina, México, Colombia Perú y Chile van a poder compensar el impacto negativo de la baja de los precios de sus productos primarios de exportación con una intensificación del comercio con los Estados unidos de América y con los países del Este y del Sur Asiático porque han negociado tratados de libre comercio con los Estados Unidos, son miembros de la APEC (Asia Pacific Economic Cooperation) y están participando activamente en las negociaciones comerciales de la cuenca del Pacífico (TPP, Transpacific Partnership). Los países de América Central también se beneficiarán de su estrecha relación comercial con los Estados Unidos.

Las economías a las que les resultará más difícil encontrar motores de crecimiento son las de Brasil, Argentina y Venezuela, donde, además de no tener ningún tipo de tratamiento preferencial para sus exportaciones de manufacturas a los mercados más dinámicos, la bonanza de los últimos 12 años sirvió para financiar políticas populistas y se crearon desequilibrios macroeconómicos serios, extremos en Venezuela, agudos en Argentina y menos acentuados pero igualmente difíciles de revertir en Brasil debido, fundamentalmente, a razones políticas.

En la campaña electoral del año pasado en Brasil, el candidato de la oposición, Aesio Neves, planteó reformas profundas, tanto en la política exterior como en las políticas macroeconómicas y de organización económica interna. Eran, sin lugar a dudas, las reformas que Brasil necesitaba para enfrentar al nuevo contexto externo y resolver los desequilibrios creados por las políticas populistas del segundo gobierno de Lula y el de Dilma Rousseff. Lamentablemente para los brasileros y, creo yo, para la misma Dilma Rousseff, el candidato de la oposición no logró ganar la elección. Ahora, la presidenta reelecta no tiene otra alternativa que aplicar las reformas con las que había hecho campaña Aesio Neves, pero sufre graves problemas de credibilidad y enfrenta la oposición de quienes la votaron atraídos por sus promesas electorales. Por eso, a pesar de que intentará aplicar las políticas necesarias, es probable que los resultados sean magros. Ello significa que nuestro principal socio comercial va a enfrentar varios años de estancamiento y presiones inflacionarias.

En mi próximo post, utilizaré esta descripción del contexto externo para referirme a la oportunidad que las próximas elecciones nos brindan a los argentinos.

Si se mantienen las distorsiones de precios la economía no volverá a crecer.

Desde que el Kirchnerismo perdió las elecciones de 2013, los mercados de bonos y acciones de Argentina han tenido una clara tendencia ascendente. Más allá de las vicisitudes externas que han comenzado a afectar negativamente a nuestra economía y la perseverancia del gobierno en acentuar los desequilibrios macro y micro económicos, la tendencia observada en los mercados de bonos y acciones refleja la expectativa de los inversores financieros de que se producirá una fuerte entrada de capitales y ello permitirá a la economía volver a crecer sin que se acentúe el problema inflacionario.

La apuesta es a que Argentina podrá colocar nueva deuda a tasas inferiores a las que viene pagando hasta ahora y que los activos del sector privado se revalorizarán en forma casi automática. Ambas cosas tienen una cierta probabilidad de ocurrencia, pero, en mi opinión, el mercado sobreestima el efecto beneficioso, per se, de la entrada de capitales.

Para que la entrada de capitales contribuya eficazmente a la recuperación del crecimiento económico es imprescindible que el nuevo gobierno elimine las muchas distorsiones de precios relativos que hoy desalientan y desorientan a la inversión real. Cuando los precios relativos no reflejan el equilibrio entre la oferta y la demanda en los mercados competitivos o no cubren costos de producción más la rentabilidad del capital en los servicios regulados, así como cuando impuestos y subsidios indirectos crean una brecha entre el precio que recibe el productor y el precio que paga el consumidor, la inversión real, en lugar de orientarse hacia los sectores donde la demanda excede a la oferta, se desorienta y se torna improductiva o de muy baja productividad. En otros términos, para que vuelva el crecimiento, no sólo se necesita inversión sino que la inversión se lleve a cabo en aquellos sectores donde existe insuficiente capacidad productiva y se constituyen en cuellos de botella para la economía.

Los mecanismos que distorsionan la estructura de precios relativos y desorientan a la inversión son varios: los congelamientos de tarifas y los subsidios mal diseñados y plagados de corrupción, los controles de precios, las restricciones cuantitativas a importaciones y exportaciones, los impuestos que gravan a las exportaciones y encarecen los costos de producción de los sectores que tienen que competir con el exterior y, por supuesto, el cepo cambiario que lleva a que exista una brecha entre el precio del dólar en el mercado oficial y el precio del dólar en el mercado libre o paralelo.

Aunque se produzca entrada de capitales, si se mantienen todas estas distorsiones, la inversión real no aumentará o, si aumenta, irá hacia empresas y proyectos incapaces de remover los cuellos de botella de la economía. Por el contrario, en la medida que aumente la inversión en sectores favorecidos por las distorsiones de precios, aumentará la demanda de bienes y servicios en aquellos sectores donde la capacidad productiva es insuficiente y se acentuarán los desequilibrios de precios relativos y la inflación.

Por eso, para que la entrada de capitales permita la recuperación del crecimiento sostenido, se necesita: 1)dejar de lado el congelamiento de las tarifas de servicios para que, sin subsidios o con subsidio mínimos y bien diseñados, esas tarifas cubran los costos de prestación y brinden una rentabilidad adecuada al capital invertido; 2) eliminar los controles de precios: 3)eliminar todas las restricciones cuantitativas a exportaciones e importaciones; 4) eliminar las retenciones a las exportaciones y los impuestos a los ingresos brutos en las etapas intermedias de producción; 5) volver a aplicar el impuesto a las transacciones financieras como pago a cuenta de IVA y Ganancias: y 6) eliminar el cepo cambiario y dejar que funcione un mercado único y libre de cambios, sin uso de reservas por parte del Banco Central.

Si estas medidas no se adoptan de una sola vez y en forma simultánea, será muy importante estudiar detenidamente cuál es la secuencia y el ritmo adecuado para los ajustes graduales, porque cuando hay tantas distorsiones, la eliminación parcial y gradual puede acentuar las distorsiones.

Hay quienes piensan que la entrada de capitales va a permitir que se financie el déficit fiscal actual sin mucha emisión monetaria, con lo que será posible aplicar una política monetarista de estabilización sin cambios grandes en los precios relativos ni en el nivel y estructura del gasto público y la presión impositiva. Esta estrategia, que es la que parece sugerir el actual equipo económico si ganara el candidato del Frente para la Victoria, lejos de resolver los problemas, los va a acentuar en el tiempo e incrementará los costos económicos, sociales y políticos del ajuste que ineludiblemente será necesario encarar más adelante.

Por eso, no aprovechar la fuerte entrada de capitales que se puede producir por la confianza inicial en el nuevo gobierno para financiar la inversión real orientada a remover los muchos cuellos de botella que hoy sufre la economía, será perder otra oportunidad para inaugurar un período de estabilidad y crecimiento sostenido, como tantas veces ha ocurrido en el pasado.

Un esquema para pensar qué puede pasar en la economía en 2016

Cualquiera que gobierne la economía en el futuro va a tener que llegar, más tarde o más temprano, a un presupuesto que, en promedio, resulte equilibrado a lo largo de todo un ciclo económico, a un mercado único y libre de cambios sin restricciones al movimiento de capitales y sin tratamiento diferencial a las divisas comerciales, a un comercio exterior solamente restringido por los aranceles consolidados ante la Organización Mundial del Comercio, sin retenciones ni restricciones cuantitativas, y a una estructura de precios relativos que surja de la competencia en mercados libres o que, en el caso de los servicios públicos con ingredientes de monopolio, cubran los costos de prestación y retribuyan al capital invertido. Me voy a referir a esto como “dirección inexorable”.

La primera pregunta que corresponde hacer es porqué el Gobierno de Cristina no produce estos cambios, o comienza al menos a moverse en la dirección inexorable, antes de que termine su mandato.

Una respuesta es que hacerlo sería poner de manifiesto que el “relato” es una gran mentira y que Cristina, resignada a perder la próxima elección, quiere preservar el relato como un activo político, a la vez que espera que el costo político de los ajustes, que supone muy alto, sea pagado por el próximo gobierno. Llamo «el relato» a la economía tal como la entiende Cristina y su equipo, que según ella misma manifestó, está muy bien presentado en el libro «Economía a Contramano» de Alfredo Zaiat. (Yo formulo una crítica profunda en mi libro «Camino a la Estabilidad»).

Otra respuesta, menos prejuiciosa, es que si Cristina lo hiciera, provocaría un “Rodrigazo”, con muy malos efectos inmediatos y mucha dificultad para evitar una acentuación de la estanflación después y una hiperinflación un poco más adelante. Yo prefiero pensar que ésta es la razón por la que insisten en retrasar de manera muy evidente el precio del Dólar en el mercado oficial. Porque si no, no se entiende que haya aún mucha gente en el frente para la Victoria que cree que puede ganar la elección y continuar en el gobierno a partir de diciembre de 2015.

Voy a organizar este ensayo en dos etapas: primero, explicando porqué, comenzar a moverse en la dirección inexorable durante lo que le queda del mandato, produciría un “Rodrigazo”. De paso esta explicación ayudará a pensar qué puede ocurrir a partir de 2016, si es que quien gana las elecciones, continúa manejando la economía sin abandonar el “relato”. Este sería, supuestamente el caso, si ganaran Scioli o Randazzo rodeados de kirchneristas de la Cámpora, tanto en la fórmula presidencial, como en las listas de diputados y senadores. Segundo, argumentando porqué un candidato que pueda romper con el “relato” podrá avanzar en la dirección inexorable sin riesgo de “Rodrigazo” ni hiperinflación como efecto posterior.

Mi referencia al “Rodrigazo” es pertinente. Estamos viviendo una situación económica muy parecida a la que existió en el año 1974 y en los primeros meses de 1975: muy alto déficit fiscal, fuerte expansión monetaria, ausencia de crédito público, muy elevado nivel del gasto público, alta presión impositiva y mucha inflación reprimida por atrasos tarifarios y controles de precios. El “Rodrigazo” fue el resultado de una fuerte devaluación del Peso en el mercado oficial de cambios y de un ajuste semejante en las tarifas públicas. Los sindicatos reaccionaron exigiendo aumentos de salarios nominales del mismo orden de magnitud y se acentuó de manera dramática la estanflación que había comenzado en 1974. En los 15 años siguientes no se logró salir de la estanflación y al final se llegó a la hiperinflación de 1989 y 1990.

El Gobierno de Cristina y el que le suceda, si sigue adherido al “relato”, está atrapado en la estanflación, sin salida no traumática.

El mayor condicionante que el “relato” plantea al Presidente que debe adoptar las decisiones fundamentales es el prejuicio contra los mercados libres y el rol del sector privado de la economía. Descreen de que los precios relativos deban surgir de mercados libres y consideran que el gobierno debe decidir quién puede comprar dólares y quien no, qué inversiones se deben hacer y en qué sectores, quien puede importar y quien puede exportar y a qué precio deben liquidar las divisas. También consideran que la repatriación de capitales y la distribución de dividendos debe estar controlada por el gobierno y que los capitales del exterior deben entrar por el mercado oficial de cambios.

Con este condicionante, la marcha hacia un mercado libre y único de cambios, para un presidente atrapado por el “relato”, no puede sino comenzar con una devaluación del Peso en el mercado oficial que acerque su cotización a la del mercado paralelo. Es decir, algo como lo que hicieron en enero de 2014, pero de mayor magnitud.

A su vez, el ajuste de tarifas, en el mejor de los casos, será igual al aumento del precio del Dólar en el mercado paralelo, pero significativamente menor al necesario para eliminar los enormes subsidios que hoy reciben las empresas prestadoras.

Como el gobierno querrá impedir que se contraiga el mercado interno, tendrá que ceder ante las presiones sindicales que le demandarán aumentos de salarios nominales en el mismo orden de magnitud que el aumento del precio del Dólar y las tarifas de servicios públicos.
El resultado será una estructura de precios relativos igual a la precedente, un déficit fiscal de igual o mayor orden de magnitud y una fortísima expansión monetaria para tratar de financiar no sólo al sector público sino para proveer crédito al sector privado para que pueda seguir pagando salarios y cargas sociales.

Ésto es exactamente lo que ocurrió en junio de 1975. El único efecto de la decisión de devaluar será una tasa de inflación mucho más alta y una segura caída en el nivel de actividad económica. La brecha cambiaria no desaparecerá, porque al no eliminarse los controles de cambio, seguirá la demanda de divisas para atesoramiento y remisiones al exterior y en el horizonte sólo habrá una perspectiva de nuevas devaluaciones y más inflación.

Por lo que he escuchado que Miguel Bein comenta en reuniones privadas con financistas nacionales y extranjeros, lo que él haría, si le encomendaran el manejo de la economía, ahora o en una futura presidencia de Daniel Scioli, sería comenzar con una fortísima devaluación en el mercado oficial para ir, subsiguientemente, ajustando todas las demás variables en forma gradual y eventualmente converger hacia la dirección inexorable. Esto mismo pensaba Ricardo Zinn, cuando como asesor de Celestino Rodrigo, le propuso al gobierno de Isabel Perón adoptar las medidas de junio de 1975. Y esto mismo parecen pensar alguno de los asesores económicos de Sergio Massa, especialmente los que se atribuyen haber generado superávits gemelos a partir de la pesificación y extrema devaluación de 2002.

Quienes pregonan que la marcha hacia una economía sin desequilibrios debe comenzar con una fuerte devaluación en el mercado oficial, sin levantar el cepo cambiario, sin eliminar la inflación reprimida y sin eliminar los subsidios a las empresas prestadoras de servicios públicos, se valen de la experiencia con la devaluación de 2002 para argumentar que en materia de inflación habrá sólo un impacto inicial y que luego la inflación tenderá a desaparecer. En efecto la inflación que saltó a 42 % en 2002 luego bajó a 3 % en 2003.

Pero esta comparación no tiene en cuenta las grandes diferencias que existen entre la situación la economía de 2001 y 2002 y la situación actual. En aquella oportunidad, la devaluación se produjo en un momento en el que no había inflación reprimida, las empresas de servicios públicos estaban bien capitalizadas, tenían capacidad instalada excedente y el gobierno pudo congelar las tarifas. El único déficit fiscal que existía provenía del pago de intereses de la deuda pública, déficit que desapareció con la declaración de default. Funcionaba y continuó funcionando un mercado único de cambios, sin ningún tipo de restricción para la compra y venta de divisas. Además se partía de una fuerte desocupación que le permitió al gobierno resistir las demandas de aumentos salariales por casi dos años, por lo que fue posible un fuerte deterioro del salario real y de las jubilaciones superiores a mil dólares.

Además, la presión impositiva no superaba el 26 % del PBI, por lo que el gobierno pudo introducir nuevos impuestos, como las retenciones a las exportaciones, ingresos brutos en las etapas intermedias de producción, impuesto a las transacciones financieras no deducibles de IVA y Ganancias y gravar la simple valorización inflacionaria de los activos y de los ingresos a través de un impuesto a las ganancias sin ajuste por inflación.

Ninguna de estas circunstancias, que permitieron generar los supuestamente virtuosos superávits gemelos, ocurre actualmente. Por el contrario hoy hay mucha inflación reprimida por congelamiento de tarifas, controles de precios e impuestos distorsivos. Las empresas de servicios públicos están descapitalizadas y en lugar de capacidad excedente, tienen insuficiente capacidad productiva que significan importantes cuellos de botella para la economía. Existe un fuerte déficit fiscal que no se origina en pagos de intereses sino fundamentalmente en los subsidios que se deben pagar a las empresas prestadoras de servicios públicos. Existe el cepo cambiario y fuertes controles a la compra venta de divisas que da lugar a que aparezca un mercado paralelo de cambios con una brecha importante con respecto al precio en el mercado oficial. La desocupación es relativamente baja, no tanto por creación de empleos en el sector privado sino por el fuerte aumento del empleo público. No se dan las condiciones que permiten al gobierno resistir aumentos de salarios nominales y admitir una fuerte caída del salario real y de las jubilaciones. La presión impositiva alcanza casi al 40 % del PBI y lejos de poder sancionarse nuevos impuestos, será imprescindible eliminar alguno de los más distorsivos.

Para pensar en los efectos que tendría una fuerte devaluación hecha por un gobierno que dice no creer en la libertad económica, en circunstancias como las actuales, la única comparación válida es con la experiencia de 1975 y no con la de 2001-2002.
Un gobierno que crea en la libertad económica podrá encontrar una salida no traumática.

Un presidente que, lejos de quedar atrapado por el “relato”, pueda denunciarlo como responsable de todos los problemas, no debe comenzar con una fuerte devaluación en el mercado oficial sino con una eliminación completa del cepo cambiario. Se trata de una gran diferencia.
Eliminar el cepo significa ir de inmediato a un mercado único y libre de cambios, sin restricciones a la compra y a la venta de divisas, cualquiera sea su origen, comercial, financiero, turístico o de inversión directa.

Hay quienes sostienen que en caso de eliminarse el cepo se estará admitiendo una devaluación del Peso en el mercado oficial incluso mayor que la que decidiría un gobierno condicionado por el relato. Se sostiene que permitir la repatriación de capitales, la remisión de dividendos y la compra ilimitada de divisas para atesoramiento o turismo significará un fuerte aumento de la demanda de divisas.

Pero como se estará permitiendo también la entrada de divisas al precio único, es probable que incluso el aumento de la oferta sea mayor al de la demanda, especialmente cuando hay tantos dólares de argentinos atesorados dentro y fuera del país. Una vez que se advierta que la compra venta de dólares es libre y el precio es único, todos esos dólares comenzarán a reciclarse en operaciones dentro del país. Además, entrarán muchos capitales para inversiones directas y financieras y se favorecerá el turismo receptivo al permitírsele a los turistas pagar en dólares o venderlos en el mercado libre, sin los inconvenientes y riesgos que significa operar en un mercado paralelo.

Quien decida ir de inmediato a un mercado único y libre de cambios, sin ningún tipo de restricciones a las exportaciones e importaciones ni al movimiento de capitales, seguramente adoptará al mismo tiempo otras medidas liberalizadoras de la economía.

La eliminación de cuajo de la inflación reprimida a través del descongelamiento de las tarifas públicas, el desmantelamiento de los controles de precios y la fuerte reducción (o, mejor, eliminación) de las retenciones a las exportaciones, también ayudará a que se acentúe la entrada de capitales y aumenten las exportaciones, y si bien puede haber un impacto en el índice de precios, éste será de una sola vez y por unos pocos meses.

La eliminación de los subsidios a las empresas prestadoras de servicios públicos permitirá eliminar los impuestos más distorsivos sin aumentar el déficit fiscal. La recreación del crédito público, que será inmediata al anunciarse la puesta en vigencia de una economía libre y conectada con el mundo, permitirá que el déficit fiscal remanente, hasta su desaparición, pueda financiarse con endeudamiento a largo plazo y no requiera de emisión monetaria.

Se podrá implementar la combinación de política monetaria restrictiva y política fiscal expansiva, basada no en el aumento del gasto público sino en la reducción de los impuestos que es la única receta capaz de sacar a una economía de la estanflación.

Un gobierno no atrapado por el “relato” podrá conseguir que los sindicatos acepten un aumento de suma fija para compensar el aumento de las tarifas públicas y la eliminación de cuajo de la inflación reprimida, amén de que a las familias más pobres se podrá no sólo continuar abonándoseles los subsidios sociales sino subsidiarles el consumo de gas, electricidad y transporte por las cantidades definidas como necesidades básicas. Las negociaciones salariales podrán basarse en la inflación esperada hacia el futuro y no en la inflación pasada. Esto se hará posible porque el conjunto de medidas implementadas y las que se anuncien para reducir gradualmente el déficit fiscal, producirán una fuerte caída en la expectativa de inflación.

Se habrá aventado el riesgo de Rodrigazo y el costo del ajuste en términos de nivel de actividad económica será mínimo. Es posible que de inmediato la economía comience a recuperarse porque aumentará el flujo de inversiones, que se direccionarán a los sectores que más las necesitan para eliminar los cuellos de botella, y la producción dejará de estar restringida por escasez de insumos y de bienes de capital.

En síntesis, para 2016 pueden preverse dos escenarios diferentes según que el próximo gobierno esté condicionado o no por el “relato” kirchnerista.

En el primer caso, es decir si el próximo gobierno está comprometido a continuar con el manejo económico kirchnerista, se va a producir una fuerte devaluación en el mercado oficial que producirá los mismos efectos que el Rodrigazo de 1975. Esto podrá no ocurrir en los primeros meses, pero en algún momento de 2016 ocurrirá, porque el Banco Central se quedará sin divisas. Los exportadores van a esperar una fuerte devaluación, aunque el gobierno la niegue, y sólo liquidarán las divisas indispensables para afrontar los pagos internos ineludibles. Cuando se quede sin reservas, el gobierno intentará acercar el tipo de cambio oficial al paralelo, sin eliminar el cepo cambiario.

En el segundo caso, si el gobierno puede echarle la culpa al relato kirchnerista de todos los problemas heredados, hace un buen inventario inicial y elimina el cepo cambiario como prueba de que confía en la libertad económica, puede lograr de inmediato una eliminación de los desequilibrios más condicionantes y poner en marcha un plan de estabilización y crecimiento basado en una virtual eliminación de las expectativas inflacionarias hacia el futuro. No sólo no habrá Rodrigazo sino que es posible que los ajustes puedan realizarse sin costo en términos de caídas adicionales en el nivel de actividad económica.

Peligrosa evolución del stock de LEBACs

Mariano Giachetti ha escrito un interesante artículo mostrando la peligrosa evolución del stock de LEBACs. En síntesis el demuestra que:

«La falta de crédito público a mediano y largo plazo obliga a la monetización del creciente déficit fiscal. Para evitar una explosión inflacionaria y del tipo de cambio paralelo el gobierno ha venido esterilizando una gran parte de la emisión de dinero. Lo que trajo como consecuencia un efecto desplazamiento del crédito privado. El gobierno sacrificó el nivel de actividad por cierta tranquilidad cambiaria e inflacionaria. Además el enorme stock de LEBACs constituye una especie de bomba de tiempo para el inicio de la próxima gestión presidencial.»

 

Tanto Macri como Massa prometen eliminar el cepo apenas asuma el nuevo gobierno.Urrah!

Macri prometió que si él es Presidente, el 11 de diciembre desaparece el cepo cambiario. Unos días antes, Massa había prometido eliminar el cepo en los 100 primeros días de su eventual Presidencia. Se trata, prácticamente, del mismo compromiso. La diferencia de días es irrelevante. Carlos Melconian explicó muy bien que el momento exacto de la eliminación del cepo no se puede definir con 10 meses de anticipación, pero enfatizó que Macri instruyó a su equipo para estudiar la eliminación más rápida posible de las restricciones a la compra y venta de divisas, que no significa otra cosa que levantar el cepo. En mi opinión es muy alentador que los dos candidatos presidenciales coincidan en la importancia de levantar el cepo cambiario y se comprometan a hacerlo, más allá de las precisiones sobre el momento exacto. Por eso el Urrah! del título.

Quienes hayan leído mi libro «Camino a la Estabilidad» saben que yo considero que avanzar rápidamente hacia un mercado único y libre de cambio es imprescindible para lograr tanto a la estabilización de la economía como la normalización de nuestras relaciones comerciales y financieras con el mundo. Las ganancias en términos de menor inflación y más crecimiento que se van a lograr con estos avances son enormes.

Este mismo tema se discutía en 1988 cuando ya se comenzaba a visualizar que al Gobierno de Raúl Alfonsín lo podría suceder un Gobierno Justicialista. Justamente sobre este tema tuvimos un debate con Adolfo Canitrot, por entonces uno de los integrantes del equipo económico del gobierno, que   era de muy buen nivel profesional y debatía con altura con los opositores de entonces. Lo subo para completar la serie de conferencias de 1988 en las que tratábamos los mismos temas que hoy vuelven a estar a la orden del día, por el grado de desorganización que ha vuelto a tener nuestra economía: «Cómo y cuando abrir la economía, una discusión con Adolfo Canitot«.

Lamentablemente el equipo económico de Cristina, en lugar de sostener una discusión seria con quienes se proponen como alternativa, manda a sus voceros a despotricar contra quienes hacen propuestas superadoras. De aquel intercambio de ideas con Canitrot, trancribo a continuación las referencias al sistema cambiario:

«No se puede pensar en una economía más abierta desde el punto de vista real, comercial, si no se acepta el principio de un mercado cambiario libre y preponderantemente único.»

«No se justifica que el mercado cambiario esté desdoblado, salvo en situaciones muy anormales de abundancia excesiva de capitales financieros en el exterior-caso en el cual la unificación total del mercado cambiario podría llevar, como ocurrió en los años ’78, ’79 y ’80, a una sobrevaluación del peso-, o cuando el gobierno deba impulsar tasas negativas de interés- caso que espero no sea necesario reeditar en el futuro.»

«Pero fuera de estas dos circunstancias excepcionales, y que no veo en el horizonte cercano, no hay ninguna justificación para establecer restricciones en el movimiento de divisas en el mercado cambiario, sobre todo si se piensa en una economía abierta al flujo de bienes y servicios.»

«El argumento de que el Banco Central puede no tener divisas para controlar las variaciones diarias del tipo de cambio en ese mercado, lejos de ser un argumento para seguir controlando el mercado cambiario, lo es para liberarlo efectivamente.»

«Una verdadera liberación del mercado cambiario no necesita divisas en manos del Banco Central. Es suficiente que no opere en ese mercado, para que operen en él agentes económicos privados, se organicen los mercados de futuro y  haya una especulación que lejos de ser desestabilizante, ayudará a estabilizar las cotizaciones.»