Si se leen bien, los datos fiscales aterrorizan

En mis análisis anteriores, en particular cuando con Guido Salvaneschi escribimos el artículo titulado «Devaluación y dinámica inflacionaria en Argentina», resumí los datos fiscales en un cuadro como el siguiente:

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Los datos del déficit fiscal, bien calculados, es decir excluyendo de los recursos tributarios las transferencias desde el Banco Central y la ANSES al Tesoro, son el indicador fiscal más utilizado por los analistas. Mirando este cuadro, el panorama fiscal de los últimos 7 años no aparece más preocupante que el panorama fiscal de los últimos 7 años en que rigió el Plan de Convertibilidad. Las cifras del déficit fiscal como porcentaje del PBI son, en promedio, bastante inferiores a los de los períodos previos a las grandes crisis inflacionarias de los 70s y 80s.

Esta lectura de los datos fiscales podría fundamentar la poca preocupación por la situación fiscal que demuestran los candidatos presidenciales y sus asesores. Si bien algunos cuestionan el alto déficit fiscal, parecen confiados en que será relativamente fácil reducirlo e incluso eliminarlo.

Sin embargo, una lectura más completa y detallada de los datos fiscales, lleva a una conclusión muy distinta. Veamos.

En el cuadro siguiente presento los datos del déficit fiscal primario, es decir del déficit fiscal antes de pagar intereses de la deuda pública. En el pasado fue mucho más fácil reducir el gasto en intereses, sobre todo cuando se estuvo dispuesto a declarar una moratoria o una aceleración inflacionaria no anticipada que transformó a la tasa de interés en fuertemente negativa en términos reales. Bajar el déficit primario requiere recortes de gastos no financieros o incremento de recursos tributarios.

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Mirando este cuadro, el panorama comienza a desmejorar. El déficit fiscal primario de los últimos cinco años es mucho más elevado, en promedio, que el de los 11 años de la convertibilidad y el nivel que alcanza en 2015 es incluso más elevado que el que alcanzó en 1988, el año previo a la hiperinflación y casi tan alto como el de 1983, el año anterior a la aceleración inflacionaria que precedió al Plan Austral. Es todavía inferior al del año del Rodrigazo, pero prácticamente igual al de 1974, el año previo a aquella explosión inflacionaria.

Con todo, existe todavía, como aparente atenuante, la imagen de un déficit fiscal primario no tan persistente en el tiempo como el que caracterizó a los períodos 1961-1966, 1971-1991. Después de todo, los primeros años de la post-convertibilidad, 2002 al 2007, aparecen fuertes superávits fiscales primarios que bien podrían haber creado un colchón fiscal para afrontar los déficits de los últimos cinco años.

Pero si ajustamos un poco más el foco, encontramos datos fiscales complementarios que son muy preocupantes. Uno de ellos es la presión tributaria, es decir la recaudación total de impuestos como porcentaje del PBI:

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En todos los períodos de fuertes déficits fiscales del pasado, la presión tributaria había descendido a niveles relativamente bajos. Así entre 1962 y 1966 era de 22 a 23 %, lo mismo que entre 1971 y 1976 o entre 1982 y 1984. En estas tres oportunidades, parte de la reducción posterior del déficit fiscal se produjo gracias a un aumento de la presión tributaria, que fue particularmente notoria entre 1977 y 1981 (durante el plan de Martínez de Hoz) y entre 1985 y 1989 (durante los años del Plan Austral). En general estos períodos de fuerte aumento de la presión tributaria duraron no más de cinco años, porque el sector privado no los soportó y se sucedieron crisis inflacionarias que licuaron los ingresos tributarios.

La historia de lo que ocurrió durante el Plan de Convertibilidad es bastante diferente a la de los planes de estabilización anteriores. Si bien la presión tributaria aumentó algo en relación a 1990, el segundo año de hiperinflación, ese aumento no fue muy significativo porque la estrategia del gobierno fue eliminar impuestos para aumentar la competitividad. Esto se observó especialmente a partir de 1994 y esta estrategia se mantuvo hasta 2001, con un solo intento de aumentar la presión fiscal en el año 2000, cuando el Ministro Machinea intentó reducir el déficit con un aumento de impuestos que fue muy resistido por la población.

El panorama es muy diferente a partir de 2003. La presión fiscal aumenta significativamente, tendencia que es interrumpida transitoriamente en el año electoral 2007 y en los años de la crisis del campo (2008) y la crisis global (2009), pero que resurge con fuerza a partir de 2010.

En 2014 y 2015 la presión fiscal supera el 36 % del PBI, un porcentaje nunca alcanzado anteriormente y que excede en 10 puntos porcentuales la máxima presión fiscal de los años de la convertibilidad.

Esta realidad hace mucho más difícil pensar en soluciones rápidas e indoloras al déficit fiscal que heredará el próximo gobierno. Es inimaginable un aumento de la presión tributaria y, por el contrario, recuperar la competitividad y crear un clima favorable para la inversión productiva va a demandar la eliminación o al menos una reducción de los impuestos más distorsivos. Por lo tanto, por el lado de los impuestos, más que una solución al problema del déficit fiscal desbordado, debe esperarse un agravamiento.

Para advertir la magnitud del desafío fiscal que enfrentará el próximo gobierno se debe prestar la máxima atención al cuadro del gasto público como porcentaje del PBI:

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Los niveles que ha alcanzado el gasto público como porcentaje del PBI son inéditos. Asciende a casi 42% del PBI el gasto primario y a casi 46 % el gasto total (el que incluye intereses de la deuda). Nunca antes habían alcanzado esos niveles, en particular el gasto primario, que es el más difícil de reducir. El máximo nivel de gasto primario se había alcanzado en 1985 y 1989 pero ascendió a 34% del PBI. Es decir que en la actualidad se ubica 8 puntos porcentuales del PBI por arriba del máximo anterior y 12 puntos porcentuales por arriba del máximo gasto primario de los años de la convertibilidad.

Para pensar en el ajuste fiscal que se necesitará para poner al país en situación de aspirar a sostener una baja tasa de inflación, vale la pena comparar lo que ocurrió entre los años de la hiperinflación y los años de la convertibilidad: el gasto público primario descendió de 34% del PBI a alrededor de 27% en 1991 para alcanzar un mínimo de algo más de 22% en 1997 y situarse todavía en alrededor de 26 % en 2001. Este descenso del gasto público requirió todas las reformas del Estado y las privatizaciones que hoy se critican de izquierda a derecha. Y, en aquella época, había economistas que para explicar las causas de la crisis sostenían que no se había disminuido suficientemente el gasto público!

Supongamos que los avances tecnológicos, el alto grado de bancarización de los pagos y la informatización de la AFIP permitan, en la actualidad, que la presión tributaria soportable por la economía sea del 30% del PBI, como lo fue en 2007 y 2011. Es decir 7 puntos porcentuales del PBI más que en el promedio de los años de la convertibilidad. En ese caso, la reducción del gasto público necesaria para eliminar el déficit primario ascendería a 12 puntos porcentuales del PBI, casi el doble de los puntos porcentuales en los que, con todas las reformas de los 90s, logró descender el gasto público primario entre 1989 y 2001.

El desafío que enfrentará el próximo gobierno, si quiere crear las condiciones para que Argentina vuelva a crecer en estabilidad, es titánico. Obviamente, los candidatos y sus asesores, aun cuando fueran conscientes de la magnitud del ajuste fiscal que será necesario para sacar a Argentina del atolladero en que se encuentra, no pueden hacer campaña asustando a la gente. Eso es entendible. Pero sería lamentable que realmente crean en los mensajes tranquilizadores que se ven obligados a enviar. Ojalá tengan gente preparada para planear y ejecutar las complejas reformas que demandará la realidad.

La demonización de los 90 obliga a los candidatos a esconder lo que realmente piensan

Ni Scioli ni Macri piensan lo que dicen sobre las privatizaciones de los 90. Ambos mienten y lo hacen inducidos por las encuestas de quienes les organizan sus respectivas campañas.

Yo he hablado muchas veces, tanto con Scioli como con Macri. Ambos fueron fuertes entusiastas de las privatizaciones de la energía, los transportes y los servicios públicos. Sobre la privatización de Aerolíneas Argentinas y de los teléfonos, que se hicieron cuando todavía había un enorme desorden inflacionario, nunca fueron más críticos que lo que fui yo mismo. Y los contratos originales de Aerolíneas y de la vieja Entel fueron renegociados luego de la puesta en marcha de la convertibilidad, de tal forma que se corrigieron muchos de los errores iniciales.

Por supuesto que todo el mundo sabe que los Kirchner, en particular Néstor, fue más entusiasta aún que Scioli y que Macri, porque él jugó un rol activo muy especial, tanto en la sanción de las leyes de reestructuración y privatización de YPF como, en general, de todas las reformas del Estado de los 90.

También fueron entusiastas de la convertibilidad y de la apertura de la economía. Son conscientes, como lo era también Néstor Kirchner, que gracias al clima de confianza que logramos a partir de 1991 se produjeron importantes inversiones que modernizaron la economía y crearon la capacidad productiva que nos ha permitido crecer, no sólo en aquella década, sino también durante los últimos 15 años. Y me refiero no sólo a las inversiones en el sector de la energía y la infraestructura en general, sino también a la inversión en el campo y en la industria. La innovación tecnológica que produjo una verdadera revolución verde se dio en los 90s y todas las nuevas plantas de producción de automóviles también se instalaron en aquella década.

Cuando entre 1999 y 2001, el exceso de gasto y endeudamiento de las provincias con el sistema bancario y los bajos precios internacionales de nuestros productos de exportación llevaron al país a la recesión, los tradicionales intereses proteccionistas y las empresas fuertemente endeudadas en dólares hicieron un lobby descomunal para achacar todos los problemas a la convertibilidad, a la apertura de la economía, a las privatizaciones y a la desregulación. Con gran apoyo mediático, aprovecharon un grave error del FMI, que nos quitó el apoyo justo cuando estábamos en medio de un complejo proceso de reestructuración ordenada de la deuda, para dar un golpe institucional y conquistar el poder.

A partir de allí, para justificar el ajuste brutal y tremendamente injusto que provocaría la pesificación compulsiva de la economía y la extrema devaluación que le sucedió, tuvieron que demonizar a la década del 90. Néstor Kirchner no compartía esta interpretación, pero como su objetivo probó ser más la acumulación de poder que la búsqueda del bien común, cuando vio la posibilidad de hacer campaña para Presidente compitiendo con Menem y Lopez Murphy, se sumó a la interpretación demonizante de los 90, contradiciendo todo lo que había pensado y contribuido a hacer en la década anterior.

Los dos años de Duhaldismo y los 12 años de Kirchnerismo han dado lugar a una interpretación de la historia que, lamentablemente, se va a constituir en una mochila muy pesada, probablemente por muchos años.

Lo estamos viendo. No sólo asistimos al increíble relato Kirchnerista, predicado por Scioli como si fuera un creyente fervoroso, sino que nos quedamos perplejos frente a pronunciamientos de Macri que desconciertan hasta el más alertado. Justo cuando miles de pasajeros sufrían el caos generado por la pésima administración demagógica e irresponsable de Aerolíneas Argentinas, Mauricio Macri aparece como abanderado de la estatización y crítico de las privatizaciones de los 90s. También desconcierta que no sostenga el argumento con el que se opuso a la confiscación de los fondos de los futuros jubilados para aceptar ahora la idea de que es bueno que esos fondos hayan pasado al pozo común de la Anses, desde el que distraen los ahorros de los trabajadores para financiar un alevoso esquema de clientelismo político.

No se va a preparar un buen gobierno con mentiras. Seguro que no con las mentiras del Kirchnerismo. Para ver lo que puede ocurrir cuando la realidad de 2016 le haga descubrir a Scioli (si es elegido Presidente) la necesidad de introducir ajustes impostergables, le va a pasar lo que le está ocurriendo a Dilma Rousseff.

Pero tampoco le va a resultar fácil a Macri, sobre todo si en lugar de sacar al pueblo del engaño al que ha sido sometido, acepta la presión amordazante de las encuestas en las que la gente vuelca opiniones que se formaron sobre la base de la repetición goebelliana de mentiras durante 14 años.

Mi participación en el programa «El Timón de la Economía»

Desde hace algunos meses no participo en programas de televisión en razón de que el clima electoral no facilita una discusión franca de los problemas económicos. Pero decidí aceptar esta entrevista porque encontré que tanto el conductor como los panelistas son economistas que actúan con mucha seriedad. Para quienes no lo hayan visto, decidí subir el video.

Tanto el gobierno Griego como el FMI están actuando con sensatez. Ojalá El gobierno Alemán también lo haga.

Los visitantes de mi blog me reclaman que siga opinando sobre la crisis griega. Pido disculpas por no haber subido ningún post en los últimos quince días, pero traté de responder los pedidos de opinión de varios medios del exterior que leyeron los post que publiqué en español el 28 de junio y en inglés al día siguiente.

Para quienes estén interesados en lo que respondí a esos medios, subo a continuación los tres reportajes más importantes. El primero fue un programa radial de la BBC de Londres. El segundo un reportaje del ABC de Madrid. El tercero un reportaje telefónico que me hizo el medio digital «diario.es» de España.

Las preguntas de quienes me reportearon y sus comentarios en la introducción de cada reportaje, ponen de manifiesto que los periodistas partían de posiciones muy diferentes a las mías, reflejando probablemente la opinión mayoritaria de los economistas a quienes habían consultado con anterioridad.

El curso que han tomado los acontecimientos desde la época de esos reportajes demuestran que está primando la sensatez. Si bien el pueblo griego votó en contra de la aceptación del programa de reformas propuestos por la Troika, queda claro que lo hizo porque Tsypras les dijo que lejos de buscar la dracmización de la economía, con el apoyo del pueblo Griego votando no en el referéndum, él conseguiría mejores términos en una nueva negociación.

Tsypras comprobó pocos días después, que lejos de haber ganado margen de negociación, sólo consiguió minar su credibilidad. Pero a partir de ese momento y luego de pedirle la renuncia a su Ministro de Economía, comenzó a actuar con pragmatismo y sensatez y terminó aceptando un programa más duro aún que aquel al que el pueblo Griego había votado en contra. Tsypras perdió el apoyo de alrededor de 30 miembros de su bancada parlamentaria, pero consiguió el voto favorable de la mayor parte de los parlamentarios de la oposición.

La actitud del Parlamento Griego fue muy diferente a la del Congreso Argentino a fines del 2001, cuando lejos de ayudar al gobierno de De la Rúa a buscar una salida ordenada de la crisis, provocó su caída y llevó a que el corralito se transformara en el terrible corralón: el origen más importante de todos los problemas que hoy vive la economía argentina.

También la actitud del FMI con respecto a la crisis griega está siendo muy diferente y mucho más sensata que la que tuvo frente a nuestra crisis a fines de 2001. Hoy el FMI insiste frente a Europa, en particular frente a Alemania, que Grecia debe recibir un importante alivio para su deuda.

Ojalá el gobierno Alemán escuche esta opinión del FMI y no cometa el error que el entonces Director Gerente del FMI, Horst Köhler, cometió con relación a Argentina, boicoteando el proceso de restructuración ordenada de su deuda.

Si el gobierno Alemán se contagia de la sensatez Griega y del FMI, la crisis Griega encontrará una solución dentro de la Eurozona. Eso es lo mejor que puede ocurrir, tanto para Grecia como para Europa y para todo el mundo.

 

Greece can still avoid a catastrophic exit from the Eurozone

Greece has imposed exchange controls and restrictions to withdraw cash from its banks. Once negotiations with the Troika got interrupted by the decision of the Greek Government to call for a referendum next Sunday, Greece had no alternative to avoid a complete collapse of its banking system. Argentina had to do the same on December 3, 2001, after the banks ran out of US dollars that the public had been withdrawing since the end of 2000. The restrictions were popularly denominated “corralito” or “little fence”.

Given the Argentine experience, the worst for the Greek people has not yet happened, and can still be avoided. What produced a sharp deterioration of real wages and economic activity in Argentina was the compulsory conversion of Dollar assets and debts into Pesos at the preexisting exchange rate. This forced conversion was decreed in January 2002, after the fall of the Fernando de lka Rúa’s Government, and it was popularly called “corralón” or “strong fence”. The “corralón” provoked a drastic fiscal adjustment and deterioration of the standard of living of Argentineans as a consequence of the inflationary burst that followed the massive devaluation of the Peso. It was the worst and more unequitable redistribution of incomes and wealth in Argentina’s history.

The exit of Greece from the Eurozone and the transformation of all contracts from Euros into Drachmas would produce a sharp devaluation of the Drachma. Inflation would follow and it would generate a sharp reduction of real wages and pensions, far worse than the reductions that could have occurred as a consequence of the policies proposed by the Troika.
But resuming negotiations and continuing with measures to achieve fiscal consolidation and carrying out adequate structural reforms, Greece could reverse the current situation in a sustainable way. Greece has the great advantage that the ECB, most European governments and the IMF are willing to resume negotiations.

In Argentina we had the bad luck of having Horst Köler at the head of the IMF. Without consulting with the Board of Directors, he withdrew the IMF from the negotiations—the exact opposite of what has happened in Greece up until now. Fortunately for Greece, Christine Lagarde has said that the IMF is willing to cooperate to reach an agreement that would allow Greece to recover the support of the ECB, find a sustainable solution for Greek Debt, continue with a viable process of fiscal consolidation and finish structural reforms. If Greece resume negotiations, Europe should be smart enough to provide debt relief as to reassure debt sustainability compatible with growth and stability.

The suffering of the Argentinean people during 2002 and the long term consequences of the forced conversion of contracts from Dollars into Pesos, should serve as a painful and inefficient example to avoid for the Greeks.

Those that argue that “the growth” of the Argentinean economy between 2003 and 2012 (after a 10% real GDP collapse in 2002 and a 25 % total fall between 1999 and 2002) originated in the compulsory conversion of the Dollars into Pesos, ignore the fact that in 2003 Argentina had a under-utilized well-capitalized and competitive private sector economy that had been built up in the previous decade, and that starting in mid-2002 Argentina enjoyed the most striking improvement in foreign terms of trade of its economic history. But in spite of all of the “growth” in this period, Argentina remains isolated from the global capital markets and its private sector remains disadvantaged because of persistent stagflation.

Greece does not have such a built up private sector nor underused capacity waiting to be utilized in a devaluation. Greece, therefore, cannot expect a similar “sugar high” of growth from a compulsory conversion of Euros to Drachmas. If Greece follows the same path of Argentina, it will suffer decades of more pain and stagflation.