Después de leer los comentarios que me enviaron varios visitantes al blog y de escuchar el audio de la entrevista que el periodista Marcelo Longobardi le hizo al Ministro de Energía Juan José Aranguren, volví a pasar por la estación de servicio en la que antes de ayer había cargado nafta súper para asegurarme que había reportado el precio correcto. En mi post dije que había pagado algo menos de tres dólares el galón lo que equivale a 80 centavos de dólar el litro. Reconozco que me equivoqué. El precio de la súper en Washington es de 2.40 dólares el galón lo que equivale a 62 centavos de dólar! Convertido a pesos (con un tipo de cambio de 14.5 pesos por dólar), el precio que paga el consumidor por la nafta súper en los Estados Unidos es 9 pesos, frente a los 17 pesos que paga el consumidor argentino.
Como explicó muy bien el Ministro de Energía, en los Estados Unidos el impuesto a la nafta es del 12% mientras que en Argentina es del 46%. Pues bien, es posible calcular el precio recibido por la destilería: 8.1 en los Estados Unidos (9/1.12) y 11.6 en Argentina (17/1.46). Esto significa que a precios de destilería la nafta súper es 44% más cara en nuestro país.
¿Qué es lo que explica esta diferencia? Sin duda debe haber muchos factores, pero el principal es el precio que el gobierno aceptó que las destilerías paguen a los productores de petróleo por el crudo: 70 dólares. En el mercado internacional está en 45 dólares. Es decir, los petroleros reciben en Argentina un 56 % más.
A su vez, los productores de gas y electricidad y los prestadores de servicio de transporte cobran tarifas que son entre el 20 y el 50 % más bajas que en los Estados Unidos. ¿No sería más razonable y eficiente que en lugar de permitir un sobreprecio de los combustibles, se terminara de ajustar el precio de las tarifas atrasadas? Si al mismo tiempo que se aumentan todas esas tarifas se bajara el precio de los combustibles un 30 %, el costo de la vida quedaría inalterado. Pero habría un gran beneficio fiscal: desaparecería la necesidad de pagarles millonarios subsidios a los prestadores.
La desaparición de los subsidios permitiría, por ejemplo, comenzar a eliminar impuestos distorsivos que quitan competitividad a la economía. Además de bajar los costos de transporte por el menor precio de petróleo crudo, se podría ir más allá y, como lo hice yo cuando fui Ministro de Economía entre 1991 y 1996, se podría eliminar el impuesto al gasoil.
El Ministro Aranguren sostiene que esa decisión creó una distorsión, porque se alentó el consumo de gasoil en relación al consumo de nafta (y se vendían más autos gasoleros que nafteros). La distorsión estaría en que el mayor consumo obligaba a importar gasoil y la caída en las ventas de nafta a exportar nafta. Ese habrá sido un inconveniente para las empresas petroleras, pero se trata de una distorsión insignificante en comparación con la que producen costos muy altos de transporte que perjudican a toda la economía y, en especial al sector agropecuario, gran demandante de gasoil.
Me explayo sobre este tema porque aunque tengo un gran respeto por la profesionalidad de Aranguren como por la de los demás ministros del Gobierno de Macri, observo que en la toma de decisiones falta una visión global de los equilibrios, no sólo macroeconómicos sino también sectoriales de la economía.
Argumentar que es necesario pagarle a los petroleros un 56 % más por lo que producen para evitar despidos en ese sector y no perjudicar a las provincias que cobran regalías hidrocarburíferas, no parece muy equilibrado teniendo en cuenta que, hoy por hoy, son mucho más importante que los petroleros los miles de productores de bienes y servicios que no pueden mantener los planteles de personal porque el mercado deprimido o el gobierno (en el caso de las actividades reguladas) no les permiten cobrar precios que cubran sus costos.
Por otro lado, el Ministro Aranguren tiene razón cuando dice que en el futuro los precios de la energía deberían estar alineados a los internacionales. Pero ¿Quién le va a creer que ello ocurrirá cuando el precio del petróleo sea más favorable a los productores si es que no estuvieron alineados cuando favorecían a los consumidores? Apuesto a que si dentro de algunos meses el petróleo vuelve a 100 dólares en el mundo, el gobierno se verá obligado a seguir la práctica kirchnerista de congelarlo en 70 dólares, porque la presión de la opinión pública no le permitirá hacer otra cosa.
Que los precios internos estén alineados a los internacionales, en especial parar los insumos de uso difundido de la economía, es fundamental si se quiere luchar contra la inflación con un mercado de cambio flotante.
El presidente del Banco Central siempre pone el ejemplo de Colombia para explicar que en una economía con tipo de cambio flotante el aumento del precio del dólar no tiene porqué transformarse en mayor inflación. En aquel país, mientras la moneda se devaluó un 80 %, la inflación sólo subió del 4 al 7 % anual. Pero en Colombia los precios en dólares de los combustibles y de todos los insumos de uso difundido cayeron tanto como en el mundo. Por consiguiente la devaluación del peso colombiano sólo compensó esa cabida y los precios en pesos no cambiaron. Al no cambiar los precios de los insumos, todos los demás precios de la economía casi no se movieron con la devaluación.
Pero eso no va a ocurrir en Argentina si cuando los precios del petróleo y de las demás mercancías bajan en el mundo, aquí no se las deja bajar en dólares y la devaluación hace que aumenten en pesos tanto como aumenta el precio del dólar.
Las reglas se pueden cambiar cuando el cambio favorece a la mayoría de la gente y, si las nuevas reglas se explican bien, es posible que logren mantenerse en el tiempo. Pero es muy difícil cambiar las reglas cuando el efecto inicial es perjudicial para la mayoría de la gente. Se lo está viendo con la nueva política de tarifas, un cambio inevitable para avanzar hacia el equilibrio fiscal y para asegurar el uso racional de la energía y los transportes. Como el efecto inicial es perjudicial para la gente, está generando mucha oposición.
Es una lástima que no se aproveche el bajo precio del petróleo en el mundo para facilitar todos los cambios de precios relativos que la economía necesita y no sólo los que le encarecen el costo de la vida a la gente.