En ausencia de un plan de estabilización y desarrollo, es imprescindible que, al menos, el gobierno defina una política cambiaria y concentre el esfuerzo en frenar el aumento del gasto público

En materia económica, el gobierno aparece como desorientado. La gente también. Esto era previsible ante la ausencia de un plan de estabilización y desarrollo explícito, bien explicado y gestionado con perseverancia y coraje.

Yo creí, a lo largo de todo el año 2017, que luego de las elecciones parlamentarias y con la experiencia de dos años de gestión, el gobierno de Macri anunciaría un plan y designaría un líder del equipo económico, encargado no sólo de coordinar las decisiones de los ministros y secretarios sino también del Banco Central y de los bancos oficiales. Ese plan contemplaría reformas impositivas, del aparato estatal y de las regulaciones, implementadas a un ritmo capaz de convencer a los agentes económicos que se trata de reformas inexorables, por las que el gobierno trabajaría con tesón, contra viento y marea. El primer discurso posterior a la elección, en el CCK, el Presidente Macri pareció insinuar que iban por ese camino. Pero, hoy por hoy, parece que no será así.

Frente a este panorama y si fuera cierto que el gobierno decidió postergar para un segundo mandato el lanzamiento de un plan completo de Estabilización y Desarrollo, la única alternativa que queda para que el gobierno de Macri no termine en una frustración económica, es que, al menos, concentre sus esfuerzos en dos frentes cruciales: a) contener el crecimiento del gasto público para que no exceda los límites aprobados en el presupuesto de 2018 y b) explicitar la política monetaria-cambiaria, de tal forma de reducir la incertidumbre sobre el precio futuro del dólar y eliminar la volatilidad de su precio en el mercado de contado (“spot”, en la jerga financiera).

El Banco Central debe continuar con la reducción de la tasa de LEBACs y tender a eliminar este mal instrumento de su bagaje de herramientas. Ningún banco central de economías bien organizadas emite deuda remunerada para colocar fuera del sistema bancario en competencia con la emisión de deuda pública y privada. Como contrapartida de la emisión monetaria por cancelación de LEBACs, tendrá que absorber dinero vendiendo reservas toda vez que el precio del dólar tienda a subir más de un centavo por día, mientras la meta de inflación sea del 15% anual.

Si algún evento externo demanda un salto cambiario, el Banco Central tendrá que permitirlo, pero explicando claramente por qué lo hace y señalando que su objetivo no es sorprender a los ahorristas y mucho menos, licuar pasivos en pesos. Los argentinos intuyen que los problemas económicos, en particular los asociados al endeudamiento ´privado y público, siempre se terminan resolviendo con una fuerte devaluación y una explosión inflacionaria, es decir, con un default de la deuda interna, normalmente acompañado del default de la deuda externa. Para colmo, los mismos voceros de la supuesta “solución” instrumentada en enero de 2002, Eduardo Duhalde e Ignacio de Mendiguren, ya están pregonando que el mismo tipo de solución habrá que aplicar a la crisis que se estaría gestando en la actualidad.

La tasa de inflación sigue fluctuando alrededor del promedio observado desde julio de 2017. Parece insensible a la tasa de LEBACs

La tasa de inflación de los precios libres no aumentó en febrero. Por el contrario, está terminando el mes con un descenso a 1,5% mensual desde un 2% en el mes de enero (Gráfico 1).

La tasa de inflación IPC medida por el INDEC, mucho más alta, refleja el efecto de los ajustes de precios regulados, tal como se observó en diciembre, se viene observando en febrero y, seguramente, se seguirá observando hasta el mes de abril, incluido. En el Gráfico 2 comparamos las distintas tasas de inflación. La cifra estimada para la inflación IPC en febrero según fuentes privadas llegará al 2,5% mensual a causa de los aumentos de los precios regulados.

A estos aumentos de la tasa de inflación originados en el ajuste de las tarifas de servicios públicos que aún están atrasadas, no los puede contener el aumento de la tasa de interés pagada por las LEBACs. En todo caso, las podría neutralizar, en parte, una contracción del crédito bancario al sector privado, pero sólo con un costo recesivo significativo. Por consiguiente, la mejor política es dejar que los ajustes remanentes de precios regulados se produzcan cuanto antes y los subsidios económicos queden reducidos a un mínimo, o, mucho mejor, desaparezcan.

La tasa de inflación se encaminará hacia la meta del 15% anual cuando hayan terminado los ajustes tarifarios por arriba de ese ritmo. Mientras tanto, es crucial que los ajustes salariales se ubiquen en el entorno del 15% y, si para llegar a acuerdos es necesario aceptar una cláusula gatillo anual, es razonable que se la acepte.

El alto déficit en cuenta corriente, el estancamiento de las exportaciones, el déficit fiscal y la baja inversión no tienen solución monetaria-cambiaria. Sólo se resolverán con reformas organizativas y estructurales.

Por el momento, el gobierno sólo intenta tímidas reformas parciales, soluciones caso por caso sin estrategias claras y anuncios sobre reformas legislativas que luego se postergan o se minimizan.

La eliminación de impuestos distorsivos, las privatizaciones en condiciones de competencia y transparencia, la apertura de la economía, la reducción del empleo público improductivo, el enfoque no clientelista de la política social que impida abusos e injusticias, no parecen ser ideas fuerzas que el gobierno esté dispuesto a adoptar. Está demasiado condicionado por su temor a que sus reformas se identifiquen con las de los 90s. Una lástima, porque aquellas reformas permitieron que, por ocho años, Argentina consiguiera avances importantes en todos los frentes. Y, lamentablemente, cuando el endeudamiento excesivo, la desaparición del espíritu reformador y las estrategias electorales se antepusieron a la buena gestión gubernamental, el proceso comenzó a estancarse y finalmente se revirtió con decisiones que supusieron un regreso a las peores prácticas de manejo económico del pasado.

No pierdo la esperanza de que algún equipo, dentro o fuera del gobierno, pero que quiera no desaprovechar la oportunidad de progreso que significa el gobierno de Macri, trabaje en la formulación de un plan que reciba todo el respaldo del presidente y sea implementado con convicción y coraje antes de que sea demasiado tarde. Que en el 2020 se reedite el 2002 de Duhalde, De Mendiguren y compañía, sería una nueva tragedia para Argentina.

El atraso cambiario ya se revirtió. De aquí en más, al Banco Central le tiene que preocupar más la escapada del dólar que el aumento de las tarifas de los servicios públicos que aún están atrasadas

El aumento del precio del dólar de 17,5 a mediados de diciembre a 20 pesos hasta hace pocos días, no parece haber influido en la tasa de inflación, porque durante 2017 la alta tasa de LEBACs había provocado un atraso que la gente no veía como sostenible y, por ende, ya se había reflejado en los precios libres. Pero ahora que dicho atraso se revirtió, como lo muestra el gráfico, escaladas rápidas del precio del dólar deben preocupar, porque el riesgo de que provoquen aceleración inflacionaria es alto.

Esto no quiere decir que el Banco Central deba aumentar la tasa de LEBACs para contener el aumento del precio del dólar como lo hizo desde abril de 2017. Lo que quiere decir es que el Banco Central debe estar dispuesto a reemplazar la absorción de pesos mediante la renovación de LEBACs por venta de reservas toda vez que el precio del dólar tienda a aumentar a un ritmo superior a 1 centavo por día.
Hacia el futuro, la escalada del precio del dólar es mucho más peligrosa, en términos de riesgo inflacionario, que el aumento de las tarifas de los servicios públicos que aún están atrasadas. Eliminar el atraso tarifario significa tender a eliminar los subsidios económicos como rubro importante del gasto público. Por consiguiente, aun cuando en lo inmediato pueda provocar aumentos en la tasa mensual de inflación, hacia adelante permitirá una mejor lucha frontal contra la inflación por menor déficit fiscal y mayor contención del aumento nominal del gasto público.
Si a causa de algún shock externo, el peso necesitara devaluarse significativamente, el Banco Central deberá permitir que ello ocurra, pero explicando la razón del salto devaluatorio y no como una medida sorpresiva para erosionar el valor de los ahorros en pesos o licuar pasivos.
Mientras el Banco Central pueda contener el ritmo devaluatorio en el entorno de un centavo por día, estará contribuyendo a que la tasa planeada de inflación del 15 % se haga más creíble y se evite un distanciamiento demasiado grande de la realidad con respecto a esa meta.
En ausencia de un plan más integral de estabilización y desarrollo, aumentos salariales alrededor del 15% anual, ritmo devaluatorio compatible con esa meta y crecimiento del gasto público en línea con el presupuesto aprobado para 2018, constituyen la única forma de encausar la marcha de la economía hacia resultados, tanto en materia de inflación como de crecimiento del PBI, como los que el gobierno pretende conseguir para 2018 y 2019.
No creo que estos resultados, poco ambiciosos, sean suficientes para crear mucho entusiasmo respecto de la política económica del gobierno, pero al menos ayudarán a que no se acentúe el clima de desorientación y desaliento que ha comenzado a difundirse desde el mes de diciembre pasado.