Es importante que el precio del dólar siga bajando, pero no a costa de exageradas tasas de interés

Se pasó de un atraso, a un peligroso adelanto cambiario. Para reducir el riesgo de fracaso del nuevo acuerdo con el FMI, es fundamental que el gobierno no intente frenar la caída gradual del tipo de cambio real

El nuevo acuerdo con el FMI remueve el riesgo de cesación de pagos durante el año 2019. Esto, de por sí, es un gran logro. Pero no es suficiente como para evitar un costoso fracaso del programa.

La inflación se aceleró durante setiembre a un ritmo inédito desde el año 2003 y, si el precio del dólar sigue subiendo a pesar de la fuerte contracción monetaria que se ha anunciado, existe el peligro de que esta inflación se espiralice

Las reglas de intervención (o mejor, de no intervención) en el mercado cambiario que se anunciaron, no ayudarán a que los ahorristas argentinos que tratan de proteger sus ahorros contra la desvalorización por inflación y devaluación, apuesten a la estabilidad del Peso. Tampoco ayudará la persistente prédica de muchos economistas (incluidos algunos relacionados con el gobierno), en el sentido de evitar, de aquí en más, la apreciación real del Peso. Argumentan que la mejor estrategia de crecimiento es la que se basa en un tipo de cambio real tan alto como el alcanzado en setiembre, aun cuando para sostenerlo se necesiten permanentes devaluaciones del tipo de cambio nominal.

Si el actual tipo de cambio es insuficiente para revertir el saldo de la cuenta de turismo, es mejor pensar en un impuesto al gasto turístico en el exterior que en más devaluación. Un impuesto al turismo en el exterior es menos distorsivo que el impuesto a las exportaciones.

Sin dejar de cumplir con los compromisos asumidos con el FMI, para aumentar las chances de éxito del nuevo programa, el gobierno de Macri debe tratar de negociar bilateralmente con el gobierno de Trump un apoyo especial para organizar un sistema bi-monetario que permita que los ahorros argentinos que insistan en dolarizarse, no necesiten fugarse del país.

Ajustar por inflación el tipo de cambio de 40 pesos, corre el riesgo de espiralizar el aumento de los precios y no ayudará a promover las exportaciones de manera sostenible.

La mayoría de los economistas que opinan sobre cómo debería ser la política cambiaria a partir de que el mercado llevó el tipo de cambio nominal a 40 pesos por dólar, argumentan que de aquí en más, debería ajustarse por la inflación, para impedir que el tipo de cambio real vuelva a bajar y quede nuevamente atrasado.

Esa opinión es equivocada. El tipo de cambio real que ha resultado luego de la crisis iniciada a fines de abril, no es de equilibrio. Muchos precios y salarios han quedado rezagados e, inexorablemente, se van a tener que recuperar.

Con motivo de haber inducido carry trade pagando altas tasas de interés por las LEBACs, el tipo de cambio real pasó de estar rezagado hasta abril de 2018, a estar ahora sumamente adelantado. Pretender mantener este nivel exageradamente alto del tipo de cambio real para alentar las exportaciones, lejos de ayudar a que la economía se recupere y las exportaciones aumenten de manera sostenida, puede llevar a una acentuación de la estanflación que está azotando a la economía.

Para alentar sostenidamente las exportaciones será necesario introducir cambios fundamentales en las políticas impositivas, arancelarias y regulatorias, tal como lo he explicado en varios posts anteriores. 

Por consiguiente, es correcto que el Gobierno aspire a lograr la estabilidad del tipo de cambio nominal a 40 pesos por dólar, tal como lo ha estimado para las proyecciones del presupuesto para 2019. Si en lugar de lograr esa estabilidad, sigue el consejo de sostener el nivel actual de tipo de cambio real mediante el ajuste por inflación del tipo de cambio nominal, lo único que conseguirá es acentuar la estanflación que agobia a la economía.

A continuación transcribo, en cursivas, las páginas 415 a 421 del libro «Historia Económica de la Argentina» que escribimos con mi hija Sonia Cavallo-Runde. La experiencia narrada en estas páginas, ayuda a entender porqué no es el tipo de cambio real sino la eliminación del sesgo anti-exportador de las reglas de juego de la economía, la que permite el aumento sostenido de las exportaciones.

La economía durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner

Cuando Néstor Kirchner prestó juramento como nuevo presidente el 25 de mayo de 2003, heredó muchas distorsiones en los precios relativos, pero estaba contento con dos acontecimientos clave que le permitirían construir poder: el superávit fiscal generado por los impuestos a la exportación y el aumento de los términos de intercambio externo.

Por supuesto, los impuestos a la exportación restablecerían la brecha entre los términos de intercambio interno y externo que habían sido endémicos en la economía argentina hasta mediados de los ochenta y corría el riesgo de desalentar la inversión y la productividad en la agricultura, como había ocurrido en el pasado.

Sin embargo, a Néstor Kirchner no le preocupaban la inversión y la productividad. Los impuestos a la exportación le darían no solo ingresos adicionales, sino también un instrumento para reconstruir el poder político, porque –como no eran coparticipados  automáticamente con las provincias– podía asignarlos de manera discrecional.

El Gráfico 16.2 muestra la mejora de los términos del intercambio externo y la creciente disparidad con los términos de intercambio interno producidos por los impuestos a las exportaciones.

Fuente: propia, basada en material originalmente publicado en Ferreres (2010).

Los economistas que respaldaron las políticas comerciales de Duhalde y, durante algunos años, de los Kirchner, argumentaron que los impuestos a las exportaciones no las desalentarían porque el peso infravalorado estaba estimulando la producción de bienes exportables. El Gráfico 16.3 detalla las diferentes políticas  de tipos de cambio antes y después de abandonar la convertibilidad.

Fuente: propia, basada en material originalmente publicado en Ferreres (2010).

Queda en evidencia que, entre 2002 y 2015, el precio real promedio del dólar fue mucho más alto que entre 1991 y 2001. El desempeño relativo de las exportaciones entre los dos períodos contradice la afirmación de que la infravaloración del peso compensó el desincentivo creado por los impuestos a la exportación.

El Gráfico 16.4 muestra que el valor de las exportaciones en dólares corrientes aumentó más durante los noventa que durante los 2000. Las exportaciones totales aumentaron un 9% anual durante el período de 1989 a 2001 y solo un 6% anual en el período de 2001 a 2015, a pesar de que los precios de exportación se incrementaron durante el segundo período. Los bienes manufacturados de origen agrícola conforman el único elemento en el que las exportaciones se elevaron durante el período comprendido entre 2001 y 2015, pero se trató únicamente de un efecto de los precios externos.

El Gráfico 16.5 compara el desempeño de las exportaciones a precios constantes. El contraste es llamativo. Mientras que las exportaciones a precios constantes habían aumentado un 10% entre 1989 y 2001, entre 2001 y 2015 aumentaron apenas un 1%.

A precios constantes, las exportaciones de productos manufacturados de origen agrícola aumentaron un 6% en el primer período, en comparación con el 3% entre 2001 y 2015. Y a pesar de la insistencia de Néstor y Cristina Kirchner de que su prioridad consistía en reindustrializar el país, las exportaciones de origen industrial a precios constantes, que en el período 1989-2001 se habían expandido al 8% anual, durante el período 2001-2015 aumentaron solo un 2% anual. Por supuesto, el contraste extremo se relaciona con las exportaciones de energía. Mientras que las exportaciones de energía se expandieron en 21% por año durante la década de 1990, durante el período 2001-2015 disminuyeron 10% por año.

Fuente: propia, basada en material originalmente publicado en indec; http://www.indec.gob.ar/nivel4_default.asp id_tema_1=3&id_tema_2=2&id_tema_3=41.

Fuente: propia, basada en material originalmente publicado en indec: https://www.indec.gob.ar/nivel4_default.asp?id_tema_1=3&id_tema_2=2&id_tema_3=41

El pobre desempeño de las exportaciones durante el período 2002-2015 se produjo porque la productividad perdió el dinamismo que había tenido en los noventa. La comparación entre el rendimiento de los cultivos en la Argentina y los Estados Unidos proporciona nuevamente una clara indicación del estancamiento de la productividad. A pesar de los términos comerciales favorables para la agricultura entre 2002 y 2015, el rendimiento de los cultivos de trigo, maíz y soja interrumpió la rápida expansión que había existido hasta 2001. Por lo tanto, la brecha entre los rendimientos en los Estados Unidos y Argentina se amplió como había ocurrido antes. El Gráfico 16.6 extiende la información ya presentada en los Gráficos 8.3 y 14.7 hasta 2015 y muestra el estancamiento de la productividad en la agricultura.

Fuente: propia, basada en material originalmente publicado en el Departamento de Agricultura de EE. UU. y Ferreres (2010).

Sobre el concepto de convertibilidad y su diferencia con el tipo de cambio fijo

En el año 1996, Daniel Naszewski, entonces periodista de El Cronista Comercial, organizó una conferencia sobre la convertibilidad en la que participamos Ricardo López Murphy, Roberto Lavagna y yo. El que aplaude a mi izquierda, al final de mi presentación, es Roberto Lavagna. Poco después, el organizador de la conferencia publicó un libro con la transcripción de las exposiciones de quienes compartimos la mesa y de varios economistas más.

Me parece apropiado poner a disposición de los visitantes del blog este video, con dos propósitos. Para ayudar a entender que la convertibilidad no es necesariamente tipo de cambio fijo y para destacar cómo el periodismo, en aquella época, promovía discusiones serias de los temas económicas. Cuando prendo el televisor en estos días, añoro la calidad del periodismo estilo Daniel Naszewski.

Convertibilidad, dolarización y tipo de cambio fijo no son la misma cosa

Ninguno de los comentarios que he escuchado o leído en los medios alrededor de las declaraciones de Larry Kudlow, director del Consejo Económico Nacional del gobierno del Presidente Trump, acierta en diferenciar los conceptos de convertibilidad, dolarización y tipo de cambio fijo.  Si el gobierno del Presidente Macri fuera capaz de hacer esta distinción, descubriría que puede aprovechar la opinión de Kudlow, que estoy seguro, describe lo que piensa la mayoría de los economistas a los que presta atención Trump.

Sólo voy a insistir aquí que en un país que por haber sufrido décadas de inflación, estanflación e hiperinflación, se ha transformado de hecho en una economía bimonetaria, convertibilidad es permitir que la gente pueda elegir libremente la moneda con la que quiere llevar a cabo todo tipo de transacciones, incluida la intermediación financiera a traves de los bancos.

No voy a explayarme sobre estos temas en una comunicación a través de los medios de difusión, porque no veo que el clima en el que en ellos se discute permita clarificar ideas. Invito a quienes quieran realmente entender que es la convertibilidad, y eviten confundirla con la dolarización y el tipo de cambio fijo, que lean con cuidado mi libro «Camino a la Estabilidad», publicado en mayo de 2014. Para alentar esta lectura, me permito transcribir aqui el epílogo de ese libro.

Epílogo

A fines de marzo de 2014, cuando estoy terminando de escribir este libro en la ciudad de Cambridge y he podido seguir desde acá la visita a Estados Unidos de Daniel Scioli, Mauricio Macri, Sergio Massa y un grupo grande de políticos que participaron en un seminario en la Universidad de Harvard, incluidos Ernesto Sanz y Juan Manuel Urtubey, no me caben dudas que el nuevo gobierno, cualquiera sea su signo político, va a producir un giro importante en la política exterior de Argentina. La virtual alianza ideológica de los gobiernos de los Kirchner con el régimen venezolano y el denominado Socialismo del Siglo XXI desaparecerá y Argentina retomará la línea de política exterior de los gobiernos de Menem y De la Rúa.

Será muy importante que Argentina, que en 1998 consiguió ser incluida en el G-20, aproveche esa pertenencia para demostrar que está dispuesta a respetar las reglas de juego que emergen de los tratados internacionales que el país firmó y ratificó y a apoyar un creciente proceso de integración global en el que prevalezca la paz y todas las naciones puedan avanzar hacia el mejoramiento de la calidad de vida de sus pueblos.

Será también muy importante todo lo que un nuevo gobierno pueda hacer de inicio para normalizar nuestras relaciones con los países del Mercosur, con los países miembros de la Alianza del Pacífico, con Estados Unidos, Japón y los países de Europa, en particular Alemania, España e Italia, también con Gran Bretaña, Canadá y Australia y, por supuesto con China, India y el resto de los países emergentes de Asia que se están constituyendo en los motores de la economía mundial.

La normalización de las relaciones con los organismos financieros internacionales habrá probablemente comenzado durante la etapa final del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, pero va a ser facilitada por un discurso más serio y coherente del nuevo gobierno.

Todo este giro será muy importante, pero de por sí no asegurará el éxito del futuro Gobierno. La clave de ese éxito estará en el cambio que el nuevo gobierno produzca en la organización económica y social y en si será capaz de derrotar a la inflación desde el inicio mismo de su gestión.

A esta altura, sobre el tema de la conquista de la estabilidad, sólo me resta resumir lo que la historia de la inflación y de los planes de estabilización nos pueden decir sobre la estrategia que decida aplicar el gobierno que asuma el 10 de diciembre de 2015.

Si la estrategia incluye una política de estabilización que comience con una reforma monetaria que ponga al Peso en competencia con el Dólar y logre estabilizarlo sin que las tasas reales de interés sean demasiado elevadas, el nuevo gobierno acrecentará su poder político y contará con apoyo popular como para implementar buenas soluciones a los otros problemas económicos heredados.

Los resultados finales dependerán de cómo aproveche su poder político y apoyo popular para avanzar con las reformas capaces de reinsertar a Argentina en el mundo, reducir el gasto público, eliminar impuestos distorsivos y cerrar el déficit fiscal, recuperar el crédito público interno y externo, conseguir inversiones eficientes, aumentar la productividad y crear empleos de alta calidad.

Si el plan de estabilización con reforma monetaria inicial tiene éxito en reducir la inflación, pero el gobierno no aprovecha el poder político reforzado y el apoyo popular para llevar a cabo las otras reformas estructurales indispensables, los resultados inicialmente favorables se pueden evaporar rápidamente y ocurrir algo parecido a lo que pasó en las postrimerías del Plan Austral.

Si, por el contrario, el éxito inicial del plan de estabilización con reforma monetaria que refuerza el poder político y aumenta el apoyo popular, es aprovechado para llevar a cabo aquellas reformas, tendrá asegurado un éxito duradero.

El carácter más flexible pero igualmente estable del nuevo sistema monetario en comparación con el régimen de convertibilidad con tipo de cambio fijo (o su equivalente, la dolarización completa), junto a los esfuerzos que se hagan para evitar los errores de los ´90 (que detallé al describir la historia de la inflación en Argentina), permitirá que se obtengan éxitos iniciales como los que se consiguieron en aquella década, sin arriesgar una crisis deflacionaria como la del período 1999-2002.

Si no introduce un gran cambio en la organización económica de la Argentina y continúa con las políticas del gobierno de Cristina Kirchner, es probable que, antes de las elecciones de 2019, la gente comience a temer una explosión inflacionaria. Con semejantes resultados el nuevo gobierno perderá esas elecciones y, ya con un poder muy debilitado, una hiperinflación no quedará fuera del horizonte. Por supuesto, en esos escenarios el nuevo gobierno no logrará resolver ninguno de los muchos problemas que habrá heredado de la gestión de Cristina Kirchner.

Algo parecido le ocurrirá si, aun anunciando un giro importante en la organización económica, decide no llevar a cabo una reforma monetaria que quiebre de cuajo la inercia inflacionaria y aplica una política monetarista de estabilización basada en muy altas tasas reales de interés. Estará reeditando los resultados de la política de estabilización del gobierno militar en el período 1977-1980. Perderá el poder político y la posibilidad de resolver la mayoría de los problemas heredados de la gestión anterior.

Es cierto que la historia no se repite, pero sería necio que al pensar el futuro no prestemos atención a lo mucho que nuestra historia tiene para ayudarnos a encontrar los rumbos adecuados y evitar los errores que provocaron pasadas frustraciones.

 Cuando decidí escribir este libro me propuse trasmitir mi interpretación de la historia de la inflación y aplicarlo a pensar cuál debería ser la estrategia de un futuro gobierno que quiera resolver los problemas más graves de nuestra economía… y pueda lograrlo. El lector que llegue hasta aquí con su lectura, podrá juzgar si conseguí lo que me propuse. Si se siente frustrado, le pido disculpas.

El riesgo país aumenta no tanto por la magnitud del déficit primario sino por el riesgo de que la situación económica y política actual pueda terminar en una “solución” como la que trajo la “Mesa del Diálogo Argentino” al final del 2001

Los acreedores externos e internos de Argentina (tenedores no bancarios de LEBACs, LETES en pesos, LETES en dólares, Bonos en dólares y en pesos bajo ley argentina y bonos bajo ley extranjera) tienen crecientes temores de que, apenas asuma un nuevo gobierno el 10 de diciembre de 2019, se produzca el default de la deuda interna y externa tal como ocurrió apenas asumido el gobierno de Duhalde en enero de 2002. Incluso, si se generaliza este temor, algunos predicen que el gobierno de Macri, aunque esté determinado a evitar el default, no podrá resistir la licuación de la deuda interna en pesos, mediante la aceleración inflacionaria extrema, lo que sería sólo el inicio del proceso de default de la deuda emitida bajo ley argentina.

Este temor de los acreedores se funda no tanto en la existencia del déficit fiscal primario y al riesgo de que el gobierno pueda no cumplir con las metas fiscales comprometidas en el acuerdo con el FMI, sino en el deterioro del apoyo popular al gobierno de Macri y la aparición como alternativa de una corriente de opinión que bregue por una salida semejante a la de la “Mesa del Diálogo Argentino” del final del 2001, inspirada por Duhalde y que, esperan, será bendecida por el Papa Francisco.

Quienes están llevando a cabo la campaña comunicacional para abonar esta alternativa, utilizan la imagen de Roberto Lavagna como ministro de Duhalde y de Kirchner, pero esconden, con lógica inteligencia goebbelliana, que los superávits gemelos que tanto cautivan a muchos economistas, incluso a buenos profesionales, fue producto del default de la deuda interna por la que bregó con éxito Ignacio de Mendiguren y que tuvo que implementar, aun a disgusto, Jorge Remes Lenicov.

Para abonar aún más la perspectiva de que el gobierno de Macri pierda el apoyo del electorado y no sea reelegido, se ha comenzado a instalar, incluso con la complicidad de algunos economistas que dicen querer apoyar al gobierno, que la estrategia de crecimiento debe basarse en el “tipo de cambio real alto”, aunque sea logrado a partir de la indexación del tipo de cambio nominal, a partir de un nivel tan alto como el actual, sin preocuparse por eliminar el sesgo anti-exportador estructural que ha sido, desde siempre, el responsable del estancamiento de nuestras exportaciones.

Hasta ahora, y a pesar de los mensajes que ha enviado la realidad desde abril en adelante, muchos economistas profesionales que quieren apoyar al gobierno, incluidos varios miembros actuales y anteriores del equipo económico y parte del staff del FMI, siguen argumentado que el tipo de cambio flotante y la no intervención del Banco Central en el mercado cambiario, va a permitir que la crisis de la deuda derivada de la interrupción repentina del flujo de capitales hacia el país, sea más fácil de resolver de lo que era en el año 2001. Mucho convendría que estos mismos profesionales analicen, además de la experiencia del 2001, la de 1995, cuando la salida de capitales provocada por el impacto de la crisis mejicana, fue incluso mucho mayor de la que se está produciendo en la actualidad.

Además de advertir cual es la causa más importante del pesimismo de los acreedores reflejado en la tasa de riesgo país, es importante que el gobierno renegocie con el FMI no sólo el cronograma de desembolsos y se comprometa a un ajuste fiscal más fuerte del que había prometido en mayo, sino, sobre todo, que consiga un compromiso firme del FMI para apoyar una política monetaria y cambiaria que logre estabilizar el peso y remover del horizonte el riesgo de una acentuación y prolongación indefinida de la estanflación.

Dado el actual clima político, la única concertación que me parece conducente es la del Gobierno Nacional con todos los gobernadores y con las centrales empresarias y gremiales. Los dirigentes políticos del Peronismo pueden ayudar, pero no lo harán aquellos que ya están embarcados en la estrategia Duhaldista de bregar por una solución como la del 2002 o en la del regreso de las políticas económicas kirchneristas.