Yo vine sosteniendo, como varios otros economistas, que era conveniente orientar al mercado cambiario mediante el anuncio de una banda de flotación. Pensaba básicamente en una banda que fuera, por ejemplo, de 36 a 40 pesos por dólar, cuando el precio del dólar estaba en 38 pesos. ¡Pero nunca se me ocurrió que, en lugar de una banda semejante, anunciarían una zona de no intervención de 34 a 44 pesos!
El sólo mencionar la cifra de 44 pesos por dólar, en un mercado tan predispuesto a pensar que el precio del dólar siempre va a ser más alto, fue un gran error. Pero, por si eso fuera poco, se anunció que la intervención admitida a partir de ese precio no sería para evitar que siga subiendo, sino para abastecer al mercado con una cifra de 150 millones de dólares por día, a subastar fuera de la operación normal del mercado.
Y un error más grave aún, fue anunciar que los límites de la zona de no intervención se ajustarán diariamente a un ritmo del 3% mensual hasta fin de año, sugiriendo que el Banco Central está más preocupado por una eventual apreciación real del Peso que por estabilizar el precio del dólar.
El conjunto de estos anuncios en materia de operatoria cambiaria, sólo tendrá efectos anti-inflacionarios si es capaz de provocar una acentuación de la recesión del mercado interno que accione la segunda de las únicas dos vías a través de las cuales la política monetaria puede llegar a afectar a la tasa de inflación. Y aún, estando abierta esta posibilidad, nada asegura que la inflación no siga escalando por una tendencia cada vez mayor a la fuga de capitales.
Yo no tengo dudas, que si éstos eran los únicos anuncios que permitía hacer el FMI en materia cambiaria, mejor hubiera sido decir que el mercado cambiario funcionaría con un régimen de flotación totalmente limpia. No hago estos comentarios en tono de crítica destructiva. Lo hago como alerta de un problema que creo puede llegar a ser muy grave.
¿Qué puede hacer el Gobierno para aumentar las chances de éxito del programa anunciado?
Es obvio que a esta altura no es posible pensar en otra cosa más que cumplir con las metas fiscales acordadas con el FMI en el nuevo programa y que también deberán respetarse las reglas sobre operatoria cambiaria. Ceder a los planteos de la oposición, en el sentido de relajar la disciplina fiscal o, peor aún, sugerir que debe declararse una moratoria de la deuda para aliviar el pago de intereses, sería abrir las puertas del caos económico, social y político. En otros términos, sería caer en hiperinflación. Por consiguiente, el gobierno no tiene otra alternativa que hacer los máximos esfuerzos por cumplir con el programa.
Pero aún con esta restricción, hay cosas que el gobierno puede hacer para aumentar sus chances de éxito. Por de pronto tiene que dejar de elogiar la devaluación del Peso y nunca más mencionar que su estrategia de salida de la crisis es mantener el tipo de cambio real al nivel alto que ha conseguido en septiembre de 2018. Por el contrario, su discurso debe ser que espera que el tipo de cambio nominal, primero se estabilice y luego, tienda a bajar. Tiene algunos instrumentos para inducir esta tendencia, a pesar de que el Banco Central está inhibido de intervenir en el mercado cambiario.
El gobierno seguramente va a acumular un buen stock de dólares en sus cuentas del Banco Nación y necesitará venderlos para hacerse de los pesos necesarios para financiar sus pagos en esa moneda. También estará abierta la posibilidad de que el Tesoro emita letes en dólares, no sólo para atender el vencimiento de las ya emitidas, sino por montos mayores (si es que el mercado los absorbe). Por otro lado, podrá intervenir en el mercado de futuros, aunque tendrá que hacerlo con prudencia para no acentuar la idea de que sólo está postergando una devaluación inevitable.
Si no se observa una reversión completa del saldo cambiario negativo del rubro turismo, es preferible que el gobierno ponga un impuesto al gasto en turismo en el exterior que seguir favoreciendo la devaluación nominal del Peso.
Pero más allá de estos manejos, la mejor chance del gobierno de convencer a quienes demandan dólares para proteger sus ahorros, es comenzar a cimentar las bases para que en el futuro sistema monetario de la Argentina permita que el Peso y el Dólar puedan jugar el mismo papel en todo tipo de transacciones y contratos, como ocurre, por ejemplo, en Perú o en Uruguay. Entre las opciones que existen, es sabida mi predilección por un sistema bi-monetario a la peruana. Perú le está ganando la batalla a la dolarización de su economía, pero no por decreto o por la fuerza, sino recurriendo a un sistema bi-monetario en el cual la moneda local compite con el Dólar y eventualmente le gana la batalla. Los argumentos están explicados en detalle en mi libro Camino a la Estabilidad.
En esta coyuntura el gobierno argentino debería aprovechar el objetivo de los economistas conservadores de los Estados Unidos, que predominan en el entorno de Trump, de consolidar el rol del Dólar como moneda global, para convencerlos que les conviene ayudar a Argentina a organizar un buen sistema bi-monetario. Habrá que explicarle, que, de otra forma, se corre el riesgo de que un futuro gobierno, reintroduzca controles de cambios y busque el apoyo de China en lugar de seguir integrado al sistema monetario y financiero global.
Vale la pena que el gobierno preste atención a la valiosa opinión de Guillermo Calvo, quien acaba de responder un muy buen reportaje en El Mercurio de Chile