Ocurrió en 2016, al comienzo del gobierno de Macri, pero es muy instructiva en relación al tema de como avanzar hacia políticas laborales que permitan la estabilidad y el crecimiento sostenible. Armando Caro Figueroa fue el artífice del ¨Acuerdo Marco para el Empleo, la Productividad y el Bienestar Social¨ de 1994, con el que pretendimos luchar contra el desempleo luego de la crisis tequila.
Las ideas y la experiencia de Armando Caro Figureroa llevaron a ese acuerdo, denostado por Julio Bárbaro, como denosta a todas las políticas de los noventa. Pero, en mi opinión, Gustavo Béliz debería prestar atención a esta experiencia para el gran desafío de conducir el Consejo Económico y Social recientemente creado. Me permito reproducir a continuación la polémica entre Armando Caro Figueroa y Julio Bárbaro.
POLEMICA DE aRMANDO CARO fIGUEROA CON JULIO BÁRBARO, en agosto y setiembre de 2016
1.- ACTO PRIMERO: LAS LINEAS ROJAS DE LA CGT-U (Armando Caro Figueroa)[1]
Los sindicatos oficiales (vale decir, aquellos que cuentan con personería gremial) se han unificado para participar en el nuevo curso político que preside Mauricio Macri. Esta unidad, reedición de una centenaria estrategia, se apresta a defender al modelo sindical peronista así como al correlativo modelo económico autárquico y estatista que privilegia la industria, la logística y la obra pública, netos ganadores del tercio kirchnerista.
Como ocurriera en varias oportunidades anteriores, tal unidad no es unánime. Quienes no obtuvieron suficientes ventajas bajo el anterior gobierno (el sindicalismo rural, el de la energía y el de servicios, por ejemplo), expresaron disidencias y se marginaron del pacto que dio origen al nuevo Triunvirato.
Los líderes de la nueva CGT Unificada se han apresurado a marcarle “líneas rojas” al Gobierno de la Nación.
Algunas son las mismas que las defendidas -exitosamente- a lo largo de los últimos 70 años: “El modelo sindical peronista no se toca”. Otra tiene menos solera pero ha resultado igualmente exitosa: “El dinero de las obras sociales es propiedad de los sindicatos oficiales”; lo que equivale a decir que el movimiento obrero mayoritario reitera su obvio compromiso de defensa de la Ley 18.610 sancionada por Onganía.
Las líneas de exclusión que se refieren al modelo económico autárquico y estatista son bastante nítidas aun cuando hayan sido vulneradas en varios momentos de la historia argentina; así sucedió, por ejemplo, en tiempos dictatoriales y cuando las crisis extremas alentaron experimentos de liberalización (Isabel Perón, Carlos Menem).
Los triunviros y sus mentores se han expresado con el lenguaje parco, simbólico y contundente que es propio del sindicalismo oficial argentino. Han dicho (por si hiciera falta recordar posiciones ancestrales) que las paritarias seguirán persiguiendo a la inflación, y que la nueva CGT-U resistirá eventuales intentos de abrir la economía argentina para permitir el ingreso de productos extranjeros.
Aunque los sindicatos de la industria han ejemplificado este rechazo diciendo que no están dispuestos a competir con la producción china, en realidad advierten inveterada aversión a toda competencia con el exterior. De esta manera, ratifican elípticamente sus estrechos vínculos con nuestra (económicamente endeble pero políticamente poderosa) industria nacional.
Si bien los tiempos han cambiado, afortunadamente, y las reediciones de este tipo de componendas antidemocráticas son inviables, es bueno recordar que esta alianza estratégica, que nunca necesitó de pactos escritos, se activó para derribar al Presidente de la Rúa formando parte de lo que se llamó “coalición bonaerense” que reunió a peronistas y radicales de la provincia de Buenos Aires.
Por lo demás, y de momento, no hay nada que permita suponer que la CGT-U esté dispuesta a sentarse a una mesa tripartita a negociar una política de rentas que abata la inflación y la pobreza. Sucede, además, que tampoco hay indicios de que el Presidente Macri se apreste a abandonar el “ordeno y mando” para abrir el diálogo social.
Así las cosas, es fácil deducir que la mayoría del sindicalismo peronista pretende que Macri se convierta en un administrador (quizá más prolijo y eficiente) del modelo económico kirchnerista. En este escenario, la CGT-U dejarían la resistencia frente a las reformas republicanas en manos de los barones y señores feudales peronistas.
En conclusión: Si el actual Gobierno se hace cargo de continuar subsidiando a los pobres (función que no cabe confundir con el objetivo “pobreza cero”), sigue permitiendo que los salarios pactados en paritarias oscilen alrededor de la inflación pasada, y mantiene los privilegios de la industria nacional que coloca a los consumidores como sus rehenes, hay que esperar un cierto idilio, no exento de ocasionales riñas, entre los tres grandes actores sociales (Estado, Patronal, Sindicatos).
Un idilio que, por cierto, no alcanzará para sosegar los desafíos que viene planteando el sindicalismo inspirado por la “familia leninista”.
Lo que equivale a decir que, más allá de los enunciados retóricos, el Triunvirato no se propone exigir el cese de la inflación, ni coordinar su acción reivindicativa para incorporar los problemas de los desocupados, de los jubilados, de los excluidos, de los trabajadores en negro o sin convenio colectivo. Quedan también fuera de su óptica centralista y masculina, los problemas del empleo de la mujer y los de los trabajadores de las provincias subdesarrolladas. Un conjunto de omisiones que no importa ninguna novedad.
Existen, no obstante, dos problemas que pudieran complicar aquel idilio imaginario entre Macri y los patrones y los sindicatos “nacional-industrialistas”: La recesión con desempleo y la devaluación del peso.
Vaqueros (Salta), 23 de agosto de 2016.
2.- ACTO SEGUNDO: EL DESAFÍO DEL PERONISMO: REHABILITARSE LEJOS DE LOS AGITADORES POPULISTAS (Julio Bárbaro)[2]
La reconstrucción del PJ tras el ocaso kirchnerista implica reconocer errores y no caer en viejas trampas y atajos. Por qué impulsar un progresismo popular es la única salida
Personalmente me esfuerzo en expresar un peronismo que sea respetable para los que piensan distinto, para los no peronistas. Imagino que para lograr una sociedad madura cada sector de pensamiento con vigencia debería atravesar el mismo esfuerzo. Este proceso implica, primero, hacerse cargo de los propios errores y luego saber que una propuesta inaplicable o insoportable para el resto de la sociedad es tan solo un gesto de provocación.
Por estos rumbos transitan demasiados, de izquierdas y derechas, marxistas o liberales, gente que alegremente se instala en su dogma sin dejar la menor posibilidad a integrar matices de la opinión del otro. Hay economistas que proponen un liberalismo absoluto donde nos quedamos en el acto sin industria y sin moneda para pagar sus sueños de importar de todo un poco. Hay dogmáticos que viven las ideas como si formaran parte de una creencia religiosa. Aferrados a sus fanatismos nos inventan «pasados» donde les corresponde toda la razón y «futuros» donde sólo ellos son conocedores de la salida del laberinto.
La década de Menem fue nefasta y además engendró a la de los Kirchner; entre ambas experiencias nos condujeron a un largo tiempo de decadencia. Alfonsín había intentado una salida; con Menem la deuda crece mientras los bienes se venden: fracaso indiscutible. A veces el inefable «Mingo» Cavallo sale a apoyar y también a opinar como si ignorara que es mucho más lo que irrita que lo que aporta. Resulta parecido a la ex Presidenta, somos una sociedad donde los que nos guiaron al fracaso se consideran facultados para ocupar la docencia. Algo parecido sucede con los violentos de los 70, con sólo referirse a las atrocidades indiscutibles de los genocidas pareciera que todos quedamos en deuda con la guerrilla.
Armando Caro Figueroa, ex ministro de Trabajo de Menem, escribió recientemente una columna contra la unidad del movimiento obrero como si él hubiera sido ministro de un gobierno exitoso. Escrito desde un liberalismo casi tan exagerado como inexistente, uno lo lee e imagina que a esta gente le quedó todavía alguna empresa nacional por vender, alguna nueva dependencia del extranjero por instalar. Casi no existen quienes valoricen el tiempo de Menem, apenas algunos que lo definen como menos nefasto que su descendiente directo, el kirchnerismo. No me opongo a que Caro Figueroa opine, tiene la misma agresividad y consecuencia que los discursos de Cristina Kirchner: terminan ayudando al actual Gobierno a transitar sus dificultades, nos recuerdan que mucho del pasado fue peor.
Y el eterno tema del populismo, palabra que sirve tanto para un barrido como para un fregado, como decían nuestras abuelas. A veces me pregunto desde dónde hablan los que denuncian populismo por todos lados. Pareciera que es una pulseada entre los liberales absolutos y el resto del espectro ideológico. Perón hizo un gobierno íntegramente productivo, defendió el nivel de los salarios pero nunca el de los beneficios sin obligaciones. Y, sin duda, defendió la industria nacional, se fabricaron aviones, y también los vagones que más tarde los Kirchner -enamorados de la coima- terminaron comprado a los chinos, incluyendo hasta los durmientes.
El populismo de izquierda de los Kirchner, malo para el país y para el futuro del peronismo, según el autor
Es necesario separar el populismo de lo popular. Perón y Gardel fueron populares, cada vez cantan mejor; Menem y Cristina fueron populistas; el resultado es que el paso del tiempo los va diluyendo en la memoria colectiva. Lo popular existe y tiene enorme vigencia, arraiga en los trabajadores y en todos los sectores productivos. El populismo puede ser de izquierda como los Kirchner o de derechas como con Menem, en ambos casos siempre aporta un evidente y doloroso atraso social. La sociedad integrada que dejó Perón tuvo vigencia hasta el golpe del 76, ni las primeras dictaduras se atrevieron a modificar sus logros.
Personajes tan retrógrados como Cavallo y Caro Figueroa destruyeron y vendieron todo. Ellos fueron sin duda alguna el punto más grave de nuestra decadencia como sociedad integrada. La miseria que engendraron es visible con sólo recorrer las calles de la ciudad tal como quedó después del bombardeo extranjero al que semejantes personajes nos sometieron.
Venta de patrimonio, deuda y atraso, eso dejaron los Menem y su gente. La inseguridad nació cuando estos «vende patrias» dejaron a decenas de miles en la calle para que puedan ganar más los supuestos inversores extranjeros. Pareciera que si se hablaba de inversores sólo se esperaba que fueran extranjeros; eso sí, siempre lejos de defender a la empresa nacional. Necesitamos que no aconsejen a nadie, salvo que imaginen que con un poco más de miseria habría sublevación social y ellos, apostaran a un proceso revolucionario.
Hoy hay algo claro, el Gobierno necesita limitar las ganancias de los grandes grupos, los ciudadanos ya no pueden dar más de lo que dan. Y que los productores se impongan sobre los intermediarios, a los comerciantes. Si siguen dominando los intermediarios como los supermercados y los servicios privatizados, la sociedad va a quedar al borde del estallido.
No soy de izquierda, pero sí soy consciente que si no les paran el carro a los ricos monopólicos ellos nos conducen a una revolución con mucha más violencia que la que pueda imaginar la izquierda. El problema no está en la inversión sino en la distribución de la riqueza. Y eso no lo asume Macri y tampoco lo asumió el kirchnerismo. En lo relativo a las ganancias, ambos son de derecha. Necesitamos forjar una fuerza progresista en serio, esa es la única salida.Tweet
3.- TERCER Y ÚLTIMO ACTO: EL DESAFÍO ES ABRIR LA CABEZA
Mis opiniones acerca de la reciente reunificación del sindicalismo peronista (El Tribuno y Clarín) han merecido una réplica descalificatoria a cargo de mi respetado Julio Bárbaro (INFOBAE 28/VIII[3]).
Estoy persuadido de que las descalificaciones basadas en rótulos ideológicos o en trayectorias reales o presuntas, no sirven para avanzar en los intercambios de ideas. Por tanto, no me detendré en las que con cierta acritud me dedica Julio. Ha pasado para mí el tiempo de situarme en el mundo mirándome el ombligo o creando exclusiones a derecha e izquierda.
En realidad, tenemos dos preocupaciones diferentes, aunque igualmente legitimas: Mientras que Julio reflexiona acerca del “desafío del peronismo” (cómo “rehabilitarse lejos de los agitadores populistas”), mis inquietudes apuntan a imaginar cómo la Argentina puede superar las decadentes versiones del peronismo tal y como se expresan en este segundo milenio.
A mi modo de ver nuestro país tiene tres grandes desafíos reconducibles al ideario de la Constitución Nacional: Construir una democracia republicana y federal; integrarse cultural y económicamente en el mundo; desarrollar sus potencialidades para hacer posible el bienestar general.
Sucede, en mi opinión, que aquellas versiones decadentes del peronismo funcionan como obstáculos a los empeños por resolver positivamente cada desafío. No es casual, por ejemplo, que todos los barones del conurbano y todos los señores feudales del norte sean o se digan peronistas.
Para ceñirme a los asuntos que han irritado a Julio, diré que el modelo sindical peronista, que funciona con el beneplácito de la patronal, no condice con los enunciados y garantías de nuestra Constitución. Me refiero a las leyes y a las prácticas que han consolidado monopolios contrarios a la libertad sindical y comportamientos antidemocráticos, centralistas y dinásticos (FATERYH, por ejemplo).
En el terreno de la historia social, la acción desplegada por los sindicatos con personería gremial merece reflexiones críticas, incluso desde una óptica peronista como lo intentó el propio Perón en varias oportunidades. A mi modo de ver, la acción sindical bajo los gobiernos de Isabel Perón (1974/1976) y Raúl Alfonsín (1983/1989) fue irresponsable pues el peronismo sindical condujo a los trabajadores a participar en los trágicos y tristes avatares por todos conocidos. En contraste, la CGT expresó comportamientos altamente responsables en tiempos de Eduardo Vuletich (1954, “Congreso de la Productividad y el Bienestar”), en 1973 (cuando José I. Rucci suscribió el “Pacto Social”) y en 1994 al negociar, bajo el liderazgo de Antonio Cassia, el “Acuerdo Marco para el Empleo, la Productividad y el Bienestar Social”.
El bagaje intelectual que inspiró a aquella conducción es casi idéntico al que hoy expresa el vértice sindical reconstituido, con el visto bueno o la indiferencia de las versiones estrictamente políticas del peronismo del segundo milenio.
El modelo de negociación colectiva -unitario, centrado en el salario, y de baja cobertura en relación con el total de asalariados-, alimenta la inflación y tolera el autoritarismo patronal. La estrategia de utilizar la (imprescindible) capacidad de presión de los trabajadores para perseguir la “inflación pasada”, se ha revelado cien veces ineficaz: los trabajadores pierden poder adquisitivo, hasta que la espiral explosiona con devaluaciones monetarias, una herramienta que los trabajadores del mundo rechazan y que, en la Argentina, nunca controlaron los sindicatos peronistas, aunque si sus sigilosos partenaires.
El unitarismo salarial (consecuencia del verticalismo organizacional y de consignas demagógicas) condujo a la parálisis industrial del norte argentino en beneficio del núcleo pampeano, y forzó migraciones interiores. A su vez, el ceñir la negociación colectiva a los salarios niega la participación de los trabajadores en el control de las condiciones de trabajo y cierra los caminos a acuerdos centrados en la productividad, el empleo y la inversión; un exclusivismo que -en un contexto de feriados y jornadas excesivos- impide pactos sobre duración y distribución de la jornada, o sobre modos de conciliar la vida laboral y familiar.
El sistema de obras sociales sindicales atenta contra el bienestar general. Lo entendió así Perón cuando, en 1973, intentó crear el Sistema Integrado de Salud[4] y tropezó con los intereses del vértice sindical. Por lo demás, que las obras sociales estén dirigidas por los mismos que mandan en los sindicatos expresa un enorme déficit democrático y de transparencia. En consecuencia, si queremos mejorar los servicios de salud deberemos -sin afectar la propiedad obrera de las obras sociales- conectarlas con otros prestadores de salud (comenzando por aquellos sin fines de lucro), y democratizar su gestión.
El pacto implícito entre la CGT y la patronal – reiterado en recientes declaraciones de la UOM y de TECHINT- que sostiene el nacional-industrialismo tiene una cuota de responsabilidad en los problemas estructurales que paralizan nuestra economía (lo expresó el peronista Gobernador de Córdoba[5], frenan el desarrollo del interior empobrecido, y castigan a trabajadores, a consumidores y a los industriales situados en escalones inferiores de la cadena productiva.
Esa versión anacrónica del nacionalismo económico importa una manipulación del ancestral ideario peronista sobre sustitución de importaciones surgido como inexcusable en tiempos de posguerra. Las toneladas de dinero que los contribuyentes y los consumidores han volcado en los regímenes de promoción industrial no han servido para construir un sólido aparato productivo, aunque si para enriquecer a algunos. Existen, sin duda, excepciones, pero no hacen sino confirmar la regla.
En este sentido, la Argentina y no solo el peronismo, debe abrir un urgente debate acerca de un modelo productivo que sustituya los excesos del libre mercado y su réplica (los excesos del populismo industrialista). Para avanzar, tendremos que encontrar modos de integrar las políticas agropecuarias, industriales, logísticas, ambientales, de infraestructura, de investigación y desarrollo, de integración regional y de comercio exterior; así como definir cronogramas, metas de integración, y medidas compensatorias.
El desarrollo integrado y equitativo de la Argentina encuentra escollos en instituciones y convicciones que ni los partidos políticos ni las organizaciones de intereses tradicionales han sido capaces de revisar.
¿Alguien piensa que podemos abatir la pobreza y el desempleo estructural con la actual ecuación energética, con la precariedad y costos de nuestra logística, o con las estructuras de comercialización, de impuestos y de financiación? ¿Podemos avanzar con la mochila de un Estado que pone barreras al ingreso de nuevas tecnologías, que anida corrupción, que carece de una justicia independiente y que nos agobia con una burocracia morosa e intrincada?
Por lo tanto, no se trata sólo de que los peronistas se actualicen (lo que bien vendría), sino de que la Argentina y los argentinos asumamos los nuevos y viejos desafíos con la mente abierta, cordialmente, sin odios.
Es preciso reconocer que las soluciones llegarán a buen fin sólo con el concurso activo de los trabajadores organizados (democráticamente organizados). La Argentina reclama un nuevo Pacto Productivo que reemplace al que dio origen y sustento al industrialismo subdesarrollado.
[1] CLARIN, (también en El Tribuno de 28/08/2016)
[2] 28 de agosto de 2016. Por Julio Bárbaro. Politólogo y Escritor. Fue diputado nacional, secretario de Cultura e interventor del COMFER.
[3] “El desafío del peronismo: rehabilitarse lejos de los agitadores populistas”.
[4] En línea con el pensamiento de Ramón Carrillo primero y Domingo Liotta después. Un intento de similar propósito –también fracasado- fue realizado por Raúl Alfonsín de la mano de Aldo Neri.
[5] La Voz, 20/05/2016: “Schiaretti acusó a Techint de frenar el desarrollo de las autopartistas”.