El gobierno podría conseguir que la inflación no supere el 60% anual, pero peores resultados no están descartados

Los indicadores convencionales de la coyuntura económica no parecen justificar el creciente malhumor social que condujo al fuerte retroceso electoral del gobierno.

La inflación termina el año a un nivel algo inferior que en el año 2019 y la gran caída en el nivel de actividad económica del año 2020, causado por la pandemia y el controvertido manejo que hizo de ella el gobierno, se ha recuperado en una proporción que nadie presagiaba.

Adicionalmente, la inflación, al menos la que miden los índices basados en los precios de ventas online de los supermercados, ha tendido a bajar durante noviembre y de no mediar ajustes cambiarios bruscos o aumentos de precios regulados decididos por el gobierno, algo que difícilmente ocurrirá antes del nuevo año, la inflación seguirá siendo relativamente baja durante diciembre

La causa del malhumor social, particularmente el de la clase media y de los sectores empresarios, amén del decepcionante estilo político anti republicano del gobierno de Fernández y Cristina, debe buscarse en el mal funcionamiento del mercado cambiario y de prácticamente todos los mercados de la economía, en la gran incertidumbre hacia el futuro que la falta de crédito interno y externo plantea a todos los emprendedores y en el temor de que una gran disparada del dólar en el mercado oficial, unido a un tarifazo, desate un clima como el del Rodrigazo de 1975.

Descartada la posibilidad de que el actual gobierno plantee la reorganización institucional de la economía que permitiría conquistar la estabilidad y poner en marcha un proceso sostenible de crecimiento capaz de crear empleo de alta calidad, reducir la pobreza, la informalidad y la desocupación, es por lo menos posible que el gobierno logre transitar los dos próximos años sin una explosión inflacionaria. Esa es la alternativa que trataré de explorar en esta nota.

Para que se avente el riesgo de descontrol inflacionario la clave está en un reordenamiento del mercado cambiario que remueva del horizonte el riesgo de un salto devaluatorio importante y permita el realineamiento de los precios relativos, en particular de las tarifas de los servicios públicos y de los precios controlados por el gobierno.

Si con una tasa de inflación de alrededor del 60% anual, que ciertamente no va a permitir ni el aumento del empleo formal ni la disminución de la pobreza, el gobierno logra mantener la paz social, es posible que se evite una hiperinflación antes de las elecciones presidenciales de 2023.

La cuestión clave para discernir si será posible evitar la hiperinflación en la transición del gobierno actual al que lo suceda en diciembre de 2023, como no se la pudo evitar en la transición del gobierno de Alfonsín a Menem en 1989, pasa por las ideas que predominen en la discusión entre partidarios de la dolarización voluntaria y de la desdolarización compulsiva.

Si predomina la idea de que es conveniente permitir la dolarización voluntaria y se habilita el funcionamiento de un mercado cambiario totalmente libre para todo tipo de transacciones financieras, para el turismo y el atesoramiento, se podrá evitar la hiperinflación, porque la brecha cambiaria podrá mantenerse acotada con un manejo realista de las tasas de interés en pesos.

Si, por el contrario, predomina la idea de la des-dolarización compulsiva y se acentúa el cepo cambiario, extendiéndolo a las transacciones del contado con liquidación, dejando  además que comience a cundir la sospecha de que en algún momento el gobierno avanzará hacia la pesificación compulsiva de los 15 mil millones de dólares que aún mantiene el sector privado depositados en el sistema bancario, la hiperinflación se producirá por una corrida contra esos depósitos y un aumento extremo de la cotización del dólar en el mercado paralelo.

El necesario reordenamiento cambiario

El actual sistema de cepo cambiario cada vez más duro y transacciones financieras a través del Contado con Liquidación (CCL), está demostrando creciente dificultades de manejo.

Inicialmente el cepo permitía gran número de operaciones de compra de dólares para atesoramiento y para pagos de servicios turísticos en el exterior. El cepo se fue endureciendo, primero con una fuerte limitación a la compra para atesoramiento, luego con la aplicación de un impuesto a los dólares comprados para turismo en el exterior y, últimamente, con la prohibición de que los gastos en dólares para turismo puedan ser financiados por los bancos a través del pago en cuotas con tarjetas de crédito.

Las transacciones financiaras CCL consisten en la compra con fondos radicados en el exterior de bonos en dólares y venta de los mismos bonos en pesos-para ingresar divisas- y la compra en pesos de bonos en dólares para luego venderlos en dólares radicados en el exterior-para sacar divisas del país-. Utilizar el CCL se necesita cierto grado de sofisticación financiera. Por esta razón, el sistema de CCL no es eficiente para el público en general, que, al no poder acceder al mercado oficial para atesoramiento o turismo, cuando necesita de hacerse de dólares para esos fines, termina comprándolos en el mercado paralelo. Lo mismo cuando necesita vender sus dólares, aunque sean blancos, los termina vendiendo en el mercado paralelo.

Estas dificultades se podrían superar con un desdoblamiento explícito y claro del mercado cambiario. Debería transformarse al actual mercado oficial en un mercado comercial, es decir para importaciones y exportaciones y pagos de servicios financieros por préstamos ingresados en el pasado por el mercado oficial. Simultáneamente debería habilitarse el funcionamiento legal de un mercado cambiario libre para todo otro tipo de transacciones.

En el segmento libre del mercado podrán comprar dólares quienes quieran ahorrar en esa moneda, quienes quieran viajar o hacer turismo en el exterior y para cualquier otro tipo de pagos externos. Quienes vengan a hacer turismo o viajen a nuestro país, podrán vender sus dólares en este mercado, lo mismo que quienes decidan ingresar capitales, sea por acceso privado al financiamiento externo o por inversiones directas,

Con el desdoblamiento no desaparecerá la brecha entre los dos precios del dólar, pero es muy probable que esa brecha resulte menor a la brecha que existe actualmente entre el precio del dólar en el mercado oficial y el precio en los mercados pseudo libres (CCL y Bolsa). La razón por la que la brecha podría ser menor radica en que la existencia de un mercado legal y libre facilitará la entrada de dólares para el financiamiento del sector privado y para la inversión directa.

La existencia de la brecha seguirá siendo un problema hasta que puedan reunificarse ambos mercados. Pero esto recién podrá ocurrir, cuando la brecha se haya reducido significativamente. Por lo tanto, una preocupación permanente de las autoridades económicas será la magnitud de la brecha.

La brecha cambiaria no significa que exista necesariamente un atraso cambiario. Normalmente se dice que hay ¨atraso cambiario¨ cuando existe un desequilibrio en el precio de los bienes que se comercializan internacionalmente en relación a los precios de los bienes que sólo se comercializan en el mercado interno. Ese desequilibrio se manifiesta en el estancamiento de las exportaciones que provoca un déficit comercial externo. En ese sentido no puede argumentarse que hoy exista atraso cambiario. Existe un superavit comercial elevado y las exportaciones han seguido creciendo a un ritmo parecido al de los últimos diez años.

La brecha entre el precio del dólar en el mercado oficial y el que se determina en el mercado libre es un indicador de que existen muchos desequilibrios en los precios de los bienes que sólo se comercializan internamente y también en los precios de los bienes que se comercializan internacionalmente. Pero se trata de desequilibrios que no tienen que ver con el tipo de cambio sino con los controles de precios, los congelamientos de tarifas y a los impuestos a exportaciones e importaciones, así como a las restricciones cuantitativas que el gobierno impone en los dos lados del comercio exterior. Y, además de todos estos desequilibrios de precios relativos, la brecha se explica por fuertes desajustes macroeconómicos, tanto en el plano fiscal como en el monetario.  Si no se atacan estos desequilibrios, un salto devaluatorio en el mercado oficial no reducirá la brecha cambiaria, sino que, incluso, puede aumentarla.

Para que no se amplíe la brecha cambiaria y, eventualmente, tienda a cerrarse, el gobierno debería adoptar las siguientes decisiones:

  1. Pasar del crawling peg activo a un crawling peg pasivo, es decir, devaluando el Peso al ritmo de la inflación, con la precaución de deducir de la inflación el efecto de aumentos en los precios controlados por el gobierno, en particular, las tarifas de los servicios públicos.
  2. Permitir el realineamiento de los precios relativos de las tarifas de los servicios públicos y de todos los demás bienes que sufrieron congelamientos o controles que los sacaron del equilibrio entre oferta y demanda.
  3. Remover las restricciones cuantitativas a exportaciones e importaciones y reducir la dispersión de los impuestos a las exportaciones y de los aranceles de importación
  4. Dejar que la tasa de interés sobre los depósitos y préstamos bancarios se fije libremente y la tasa de intervención del Banco Central no se aleje mucho de la tasa de inflación
  5. Reducir el déficit fiscal para mantener la expansión de la base monetaria a un ritmo no mayor al de la tasa de devaluación

La razón por la que no será posible continuar con el crawling peg activo como forma de presionar a la baja la tasa mensual de inflación, radica en que los servicios de la deuda externa son muy fuertes durante los próximos tres años y, aunque se logren diferir los vencimientos de capital, seguirán pesando mucho los servicios de intereses. Esto se puede apreciar en el Cuadro 1.

El reordenamiento del mercado cambiario y el manejo del tipo de cambio en el mercado oficial, deberán permitir un superávit en cuenta corriente, antes de pagos de intereses, de entre 4 y 5 mil millones de dólares al año durante 2022, 2023 y 2024. Esto será sólo posible si el Banco Central no se ve obligado a utilizar reservas para intervenir en el mercado CCL, ni para atender demanda de dólares para atesoramiento y para turismo, como lo ha hecho durante 2021.

Bosquejo de un mini-plan que este gobierno podría ejecutar

En este informe trato de bosquejar lo que podría ser un programa económico de corto plazo con el que el gobierno podría intentar un acuerdo con el FMI, si no para conseguir un programa de facilidades ampliadas a 10 años, al menos para conseguir una refinanciación de los fuertes vencimientos de los años 2022 y 2023 que evite que el país entre en default con aquella institución.

No incorporo ninguna reforma de fondo y mucho menos una reorganización integral de la economía, que descuento que la ideología de este gobierno las impediría. Y, además, si por imposición del FMI las anunciara, nadie creería que serán ejecutadas. Un programa que contemple este tipo de reformas tendrá que esperar a que un futuro gobierno las incluya tanto en su discurso como en su acción y cuente con el liderazgo y el equipo necesario para implementarlas con convicción.

Los ingredientes clave de este programa minimalista (mini-plan, de aquí en más) son los siguientes:

  1. Reordenar el mercado cambiario conforme describí en la sección anterior.
  2. Pasar del ajuste del tipo de cambio oficial del 1,5% mensual de los últimos ocho meses a un crawling peg pasivo, es decir que ajuste del tipo de cambio al ritmo de la inflación medida sin el impacto de los ajustes tarifarios (que estimo en alrededor del 4% mensual)
  3. Ajustar las tarifas de los servicios públicos de tal manera que los subsidios económicos se reduzcan en un 40% (1,2% del PBI)
  4. Manejar el aumento nominal de los salarios del sector público y de las jubilaciones a un ritmo semejante a la devaluación
  5. Aplicar una política monetaria que asegure que la expansión monetaria no exceda el 4% mensual

Con este mini-plan es posible conseguir que en 2021 la economía crezca alrededor del 3% y la inflación ascienda a 60% anual. El paso del crawling peg activo al crawling peg pasivo, explica por qué a pesar de la reducción del déficit fiscal primario del 3.7% al 2.5% del PBI, la inflación en 2022 termina siendo más alta que en el 2021. La situación cambiaria no permite que se siga utilizando el tipo de cambio nominal como ancla anti-inflacionaria.

Los resultados proyectados para este mini plan, que se explican en detalle a continuación, no pretenden ser un pronóstico. Se trata, en mi opinión, del mejor resultado que el gobierno de Alberto Fernández puede obtener teniendo en cuenta el punto de partida y las restricciones ideológicas y políticas que enfrenta.

Demás está decir, que la realidad puede ser mucho peor que la aquí proyectada, especialmente si no se llevan a cabo los ajustes fiscales indispensables y el gobierno sigue tratando de contener la inflación con intervenciones cada vez más distorsivas en los mercados.

El cuadro A.1 resume las proyecciones de las principales variables.

El crecimiento estimado del PBI se explica por la continuidad del crecimiento de todos sus componentes por el lado de la demanda, pero a un ritmo mucho menor que a lo largo de 2021 por dos razones: por un lado, queda poco de la caída del 2020 por recuperar y, por el otro, el aumento de la inflación, los reajustes tarifarios y el mayor ritmo de devaluación acentuarán la reducción del poder adquisitivo de los ingresos de las familias que no tienen un empleo formal.

En relación al comercio exterior, es probable que se repita en 2022 el comportamiento de exportaciones e importaciones del año 2021. Con el mismo superávit comercial, será posible atender los mayores intereses que el gobierno tendrá que pagar por la deuda externa, condición indispensable para que pueda lograrse el diferimiento de los pagos por amortizaciones sin entrar en default con los organismos internacionales de crédito. Para que ello sea posible y no disminuyan las reservas externas, el saldo neto de servicios tendrá que ser cero. Ello se logrará dejando de vender dólares en el mercado oficial para atesoramiento y gastos de servicios en el exterior, los que pasarán a ser atendidos desde el segmento libre del mercado cambiario.

La inflación, así como el tipo de cambio, aumentará al 60% anual y la tasa de intervención del Banco Central tendrá que aproximarse a esa cifra. Los salarios quedarán algo rezagados pese al esfuerzo que el gobierno y los sindicatos harán para equipararlos a la inflación.

La explicación de porqué la inflación subirá del 47% en el año 2021 al 60% en el año 2022 está claramente determinada por el aumento de la base monetaria y los demás agregados. La razón por la que la base monetaria crecerá mucho más que en 2021, a pesar de que se contemple una reducción del déficit fiscal, radica en el impacto que tendrán los intereses que el Banco Central tendrá que pagar por el stock de LELIQs y Pases y las limitaciones que la ya elevada proporción que ese stock representa de la Base Monetaria, impedirá que esos instrumentos puedan utilizarse para absorber emisión monetaria al mismo ritmo que se lo hizo a lo largo de 2021.

Además del reordenamiento del mercado cambiario, la otra pieza clave del mini-plan aquí bosquejado, es el ajuste fiscal. Como puede verse en los cuadros A.6 y A.7, la reducción del déficit fiscal se logra por la disminución del pago de subsidios al sector privado. Esto significa que el aumento de las tarifas de los servicios públicos será una herramienta fundamental. Si esto no ocurre, la disminución del déficit se producirá, como aconteció durante 2021, por licuación de los salarios públicos y las jubilaciones. Ello acontecerá si  el gobierno decide no dejar que se ajusten al ritmo de la inflación o la tasa de inflación se acelera más de lo contemplado en estas proyecciones.

CORDOBA. PARECER ALGO DISTINTO. por Héctor Huergo

(Como cordobés, me emocionó leer este mensaje del gran periodista agropecuario de Clarín- Por eso lo quiero compartir con los amigos del blog)

Hola Gabriel, ¿cómo estás?

Yo bien, y con ganas de agarrar de volea la pelota que dejó picando el presidente Alberto Fernández cuando despotricó contra Córdoba, en un intento póstumo de dar vuelta el resultado de las PASO, donde el kirchnerismo quedó relegado al tercer lugar con el 10% de los votos.

“Esa necesidad de parecer siempre algo distinto”, le espetó a los cordobeses, enfocando en el gobernador Juan Schiaretti, que había quedado segundo con el 24% de los votos, la mitad que Juntos por el Cambio (47%). Según el oficialismo, la derrota fue consecuencia de que Schiaretti “dividió los votos”. El gobernador sabía que si iban juntos la debacle hubiera sido aún peor. Simplemente, porque Córdoba no tiene la necesidad de parecer siempre algo distinto, sino que lo es. Ya te lo venimos contando.

El 29 de mayo pasado le dedicamos la edición de Clarín Rural a la provincia de Córdoba. Es que se había convertido en la líder indiscutida de todas las grandes producciones del campo: número uno en soja, en maíz y ahí nomás en trigo. Número uno mundial en producción y exportaciones de maní. Pero esto es solo la punta del iceberg. Porque lidera también aguas arriba y aguas abajo. Veamos.

Córdoba respira campo y agroindustria desde siempre. A sus hombres les debemos maravillosas creaciones. No es magia que las dos principales empresas alimentarias de la Argentina hayan nacido en ciudades de la provincia, que prosperaron al ritmo de su crecimiento: Arcor (Arroyito) y AGD (Aceitera General Deheza). En Bell Ville, Carlos Mainero, con sus amigos y socios Francisco Lambertini y Carlos Bernardi, crearon la plataforma maicera para colocar en las trilladoras automotrices. El maíz es el principal cultivo del mundo, en volumen, y todas las cosechadoras usan plataformas que evolucionaron a partir de aquella.

En Córdoba se fabrica el único tractor nacido y criado en la Argentina. Hoy es Pauny, sucesora de la sociedad de los hermanos Luis y Carlos Zanello, que nos dejaron este año pero su estela industrial seguirá impregnando a Las Varillas. Cerca de allí, en la pequeñísima El Fortín, Luis Dadomo creó Metalfor, hoy en Marcos Juárez, la empresa que lidera el mercado de pulverizadoras automotrices. Esos “mosquitos” que cimentaron el traspaso de una agricultura erosiva, basada en el laboreo de los suelos, a la siembra directa.

Enorme ahorro de emisiones de CO2, millones de litros de gasoil que ya no se queman, suelos que ya no se vuelan, malezas que finalmente se pudieron controlar. Más toneladas por milímetro de agua de lluvia. Ahí está Monte Buey, con su agricultura certificada de buenas prácticas, una creación de Santiago Lorenzatti desde Aapresid. Y si hablamos de Siembra Directa, cómo no recordar a sus pioneros cordobeses, como Heri Rosso, Y en particular al gran Rogelio Fogante, quien tras liderar la transición de la genética triguera desde el INTA Marcos Juárez (es el introductor de los trigos “mexicanos” de Norman Borlaug, de quien fuera su mejor discípulo) creó una gran organización de siembras basada en la siembra directa y la biotecnología.

Y hablando de directa, cómo no mencionar a Agrometal, una empresa creada hace 70 años en Monte Maíz, hoy liderada por Rosana Negrini, la empresaria del año 2020. Una empresa que cotiza en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Allí cerca está Monte Buey, donde de la mano de otra mujer, Cristina Monteverde, se fabrican carros mixer para atender tambos y feedlots. El mixer es la llave maestra de la nueva ola tecnológica de la ganadería, con el confinamiento, el engorde a corral y ahora la estabulación de tambos (el “free stall” que pulula en el cluster de Villa María-San Francisco).

En San Francisco, los hermanos Gaviglio, y sus sucesores de la nueva generación, fabricando agropartes de calidad y en particular toda la línea de logística de cosecha, con sus carros tolva autodescargables y el sistema de silobolsa. Que además exportan a todo el mundo.

Decenas de fábricas y talleres en todos los pueblos y ciudades de la provincia que encontró su esencia en la agroindustria. Miles y miles de puestos de trabajo. Y tranqueras abajo, la potente industria quesera y las plantas de secado de leche.

Las plantas de etanol, que hoy explican el mayor aporte argentino en materia de lucha contra el cambio climático. Paradoja irreverente: la semana pasada fueron visitadas por los candidatos del Frente de Todos, pocas semanas después de haber impulsado una ley que las iba a hacer desaparecer. Pero como dice Jorge Castro, la realidad siempre se subleva. Ahí están las plantas, ahí los empresarios, todos con planes de expansión porque saben que el maíz “viaja mal” y debe ser elaborado en origen. Y mejor si el fruto de esta elaboración implica no solo valor agregado, sino también contribución ambiental.

No hablé hasta ahora de Jesús María. Tengan paciencia: ya saben que he proclamado más de una vez que me gustaría ver allí la Capital de la Argentina. Allá se concentra la voluntad creativa, el coraje, el avance sobre la frontera, pensando en el cuidado de los recursos, en la eficiencia (que es el primer criterio de la sustentabilidad) y la integración de actividades. Como lo que nos emociona de los Aguilar, con su planteo de agricultura, ganadería intensiva desde la cría al feedlot, producción de etanol en una minidest, uso de la burlanda para alimentar los novillos. Algo que también hace en Bio4 + Bioeléctrica en Rio Cuarto. Donde desde hace unos años funciona un prolijo complejo avícola de escala, adquirido por la principal empresa argentina del rubro (Granja Tres Arroyos).

Me quedan muchos en el tintero. Perdón, vengan de a uno. Todos forman parte de una estructura que es el “modelo país” con el que muchos soñamos. El gobernador Schiaretti se quejó, hace pocas semanas, del enorme drenaje de riqueza cordobesa hacia la Nación vía retenciones. Si a pesar de esta exacción, Córdoba pudo armar semejante belleza, imaginemos lo que podría pasar si, como dijo el presidente, todos tuviéramos la necesidad de parecer algo distinto.

La crisis económica actual se parece mucho más a la de 1974 que a la de 2001

Para salir del atolladero en el que se encuentra Argentina se necesita un giro de 180 grados en la organización económica y un gran compromiso con la ética y la justicia. Sólo un gobierno que tenga esto en claro y que convenza primero a sus partidarios y elabore una propuesta sincera y generosa, puede liderar este giro.

No puede esperarse que la propuesta surja de una o de varias reuniones de las fuerzas políticas y de las representaciones corporativas donde cada uno lleve sus ideas e intereses sin que antes el propio gobierno haya unificado su visión.

A partir del 15 de noviembre, más que una convocatoria a las demás fuerzas políticas y a los sectores sociales, el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner tiene que unificar personería y lograr que todos sus integrantes demuestren pertenecer a un equipo que ha saldado sus diferencias internas y que están dispuestos a trabajar durante los dos años que le quedan de mandato sin peleas ni contradicciones. Si esto no se logra, lejos de avanzar hacia un futuro mejor, se seguirá profundizando la decadencia y agravando la inflación.

La experiencia de la crisis de 1974-1975 (post Plan Gelbard) mucho más que la de la crisis 2001-2002 (post Plan de Convertibilidad), es la que puede aportar elementos de juicio para entender los peligros que Argentina enfrentará en el período 2022-2023.

El anuncio de la ¨iniciativa¨ que hoy reporta La Nación en su primera página, recuerda la descripción de la ¨mesa del diálogo argentino¨ que, en el relato oficial, permitió, supuestamente, salir de la crisis del 2001 y 2002.

Iniciativa. El Gobierno reflota la idea de un «gran acuerdo» para después de las elecciones. La Casa Rosada convocará a empresarios, sindicalistas y legisladores de la oposición para encarar los últimos dos años de la gestión de Alberto Fernández; “Es el momento”, dijo el Presidente; coinciden Cristina Kirchner, Massa y Manzur

Amén de que la mesa del diálogo argentino del 2002, lejos de aportar soluciones, permitió producir la transferencia de riqueza (desde ahorristas a endeudados en dólares) y de ingresos (desde trabajadores y jubilados a la industria sustitutiva de importaciones) más injusta de toda la historia argentina, la situación actual es totalmente diferente a la que existía en 2001.

Una comparación mucho más relevante es entre la situación que se vive hoy con la que se vivió entre el segundo semestre de 1974 y el primer semestre de 1975. El peligro para 2022 y 2023 es que se repita la experiencia de 1975-1976.

La crisis actual es completamente diferente a la del 2001

Es muy frecuente escuchar a economistas argumentar que antes de que el actual gobierno pueda avanzar hacia una estabilización exitosa, se necesita que algún ¨Remes Lenicov¨ haga la ¨tarea sucia¨ de devaluar fuertemente el Peso. Y es aquí donde se filtra el argumento de que fue la ¨mesa del diálogo argentino¨ la que permitió sentar las bases de la recuperación económica y el crecimiento que se logró durante el gobierno de Néstor Kirchner. Se sostiene que la clave fue generar los famosos superávits gemelos.

Lo que no se dice, y más bien se esconde, es que no fue el aumento del precio del dólar de 1 a 1,40 que dispuso Remes Lenicov la que generó los superávits gemelos, sino la pesificación compulsiva de todos los contratos pactados en dólares que pregonó y consiguió el entonces ministro de la producción, Ignacio de Mendiguren, el lobista de los industriales que siempre vivieron de la protección arancelaria y del encerramiento de la economía. Fue la decisión de ¨des-dolarizar¨ compulsivamente la economía, la que llevó que el precio del dólar saltara a casi 4 pesos, provocando una brutal reducción de los salarios y de las jubilaciones en términos de poder adquisitivo y un aumento inédito en la historia argentina de los índices de pobreza y de desocupación.

La crisis del 2001 fue una crisis bancaria y de deuda pública provocada fundamentalmente por el endeudamiento de las provincias con el sistema financiero y por las dificultades de los deudores privados para cumplir con sus obligaciones debido a la recesión, al aumento de las tasas reales de interés y al deterioro de los términos del intercambio externo.

La solución menos traumática para aquella crisis hubiera sido la conclusión de la reestructuración ordenada de la deuda pública, que, préstamo garantizado mediante, ya había alcanzado a más del 50% del stock en circulación y disponer la libre flotación del peso manteniendo inalterados todos los contratos en dólares, es decir, dejando que el dólar siguiera siendo la moneda principal de la economía hasta tanto el peso adquiriera confianza como moneda fiduciaria. Pero la tragedia fue que en la ¨mesa del diálogo argentino¨ resonara como solución atractiva la ¨desdolarización¨ que pregonaba De Mendiguren y los industriales que añoraban el proteccionismo del pasado y la evaporación de sus deudas a través de la inflación.

Era cantado que la ¨desdolarización¨ compulsiva de la economía abriría la puerta a la estanflación, el estado típico de la economía argentina en todos los períodos durante los cuales el Banco Central utilizó la emisión monetaria para financiar déficits fiscales o crear artificialmente crédito para el sector privado. Si la estanflación demoró varios años en hacerse evidente fue por el fenomenal ¨boom de las commodities¨ que se produjo entre 2003 y 2010 y por la utilización hasta su agotamiento, por parte del gobierno y de los sectores protegidos de la economía, de los ahorros del sector privado que se habían depositado en el sistema bancario y en los fondos de pensiones, además de las reservas del Banco Central.

También ayudaron a demorar la aparición de la estanflación varias características de la economía de aquellos años, que son muy diferentes a las de hoy.

En 2001 veníamos de 10 años de estabilidad y dos años de deflación. No había atraso tarifario ni controles de precios. Hoy el principal problema a resolver es el de la inflación. La inflación no sólo es elevada (50% anual), sino que está reprimida por congelamiento de tarifas y controles de precios.

En 2001, la economía estaba totalmente des-indexada y no existía inercia inflacionaria. Hoy, la inercia inflacionaria, potenciada por más de 10 años de inflación alta y creciente, se refleja en la indexación generalizada de los contratos pactados libremente y las altas tasas de interés nominales

En 2001, la base monetaria, el único pasivo monetario del Banco Central, era igual a las reservas de libre disponibilidad. Hoy los pasivos monetarios del Banco Central son 2 veces y media más altos que las reservas externas de libre disponibilidad.

En el 2001. los ahorros de los argentinos estaban depositados en el sistema bancario, fundamentalmente en dólares y en los fondos de pensiones. En total representaban el 60% del PBI. Hoy los ahorros están invertidos en dólares, pero muy pocos en el sistema bancario. Están en cajas de seguridad, en los domicilios o en el exterior. Los depósitos en dólares en el sistema bancario representan sólo el 4% del PBI y los depósitos totales menos del 30%.

En los años anteriores al 2001, los precios de exportación habían sido muy bajos, mientras que, en la actualidad, los precios de exportación son cinco veces más altos. Por consiguiente, ya hace varios años que existe un superávit comercial importante. El problema es que pese a un impresionante aumento de la presión tributaria, el déficit fiscal es más alto que el que existía en 2001.

En la actualidad los bancos están muy líquidos y el endeudamiento del sector privado con los bancos es muy reducido (menos del 10% del PBI). No hay crisis bancaria en puerta, pero el peligro de que se reedite un fenómeno parecido al del 2002 existe a causa de que es muy frecuente escuchar en los círculos del gobierno decir que el problema de la economía es el bi-monetarismo y que la solución va a pasar por otra des-dolarización compulsiva. Volveré sobre este tema, luego de comparar la situación actual de la economía con la de 1974-1975.

Semejanzas con la crisis post Plan Gelbard

La situación actual de la economía argentina tiene rasgos comunes con la que precedió al fenómeno que la historia económica denominó ¨el Rodrigazo¨.

El plan Gelbard que se elaboró en base a una negociación entre la CGT de entonces y la Confederación General Económica que era el ámbito empresarial donde siempre había militado José Ber Gelbard, generó fuertes desequilibrios macro-económicos y de precios relativos que recién se pusieron de manifiesto luego de la muerte de Perón. Esos desequilibrios eran muy parecidos a los que se observan hoy en la economía argentina.

Con un gobierno débil, desgastado además por fuertes diferencias ideológicas y políticas internas, un sector del gobierno liderado por López Rega compró la idea de que era necesario pegar un giro de 180 grados en el rumbo de la economía reemplazando al Pacto Social de Gelbard por un programa “ortodoxo”. Este incluía un tope del 30% a los aumentos salariales a acordarse en las convenciones colectivas de trabajo, con un 150 % de aumento en las tarifas de servicios públicos y una devaluación que significó la duplicación del precio del dólar en el mercado oficial.

Los sindicatos no aceptaron el tope salarial y consiguieron igualar el ajuste salarial a la devaluación. En un clima infernal de conflictividad social y descomposición política del gobierno, la inflación saltó del 50 al 800% anual y se produjo una fuerte recesión.

Una pregunta frecuente de quienes quieren saber qué es lo que puede ocurrir en los dos próximos años, se refiere a la posibilidad de que se dé algo parecido al Rodrigazo.

A pesar de que la imagen del gobierno de Alberto Fernández tiene ciertos parecidos al de Isabel Perón, especialmente en materia de diferencias ideológicas y de posicionamiento político de sus principales integrantes, no es imaginable que pueda intentar un viraje hacia la ¨ortodoxia¨ como el que quiso implementar Celestino Rodrigo. El gobierno se niega a presentar un plan que permita negociar con el FMI porque sospecha que el mismo exigiría incluir medidas como las que provocaron el Rodrigazo.

Mi impresión es que la iniciativa de la que ha comenzado a hablar el gobierno para después de las elecciones, apunta más bien a un Pacto Social como el que logró Gelbard bajo el liderazgo de Perón. El problema es que ni Cristina Fernández de Kirchner y mucho menos Alberto Fernández tienen hoy un liderazgo indiscutible y esperanzador como el de Perón en su regreso al País en 1973. Amén de que cuando se negoció el Pacto Social la economía no estaba aún plagada de desequilibrios.

La cuestión que cabe preguntarse es qué tipo de acuerdos puede buscar el gobierno en la nueva mesa del diálogo argentino.

La estrategia probable en materia cambiaria

Así como es seguro que el gobierno no admitirá avanzar hacia la eliminación de los controles de cambio, tampoco aceptará pegar un salto devaluatorio significativo en el mercado cambiario oficial porque temerá que la devaluación precipite un Rodrigazo. En realidad, las tarifas de los servicios públicos, especialmente energía y transporte, están más rezagados que el precio oficial del dólar. Una devaluación significativa, sin un aumento al menos equivalente en las tarifas de los servicios públicos significa un agravamiento del déficit fiscal por el aumento de los subsidios que se pagan a los prestadores para asegurar su provisión.

Este dilema se transará aumentando el ritmo de devaluación mensual del 1% al 3% o a lo sumo al 4% mensual. Probablemente se pacte también que el aumento de los salarios y el de las tarifas de servicios públicos sea igual al ritmo de devaluación. Si al mismo tiempo el gobierno logra mantener el aumento del gasto público y la emisión monetaria alrededor de esos porcentajes, puede ocurrir que la inflación anual se mantenga dentro del rango del 50% al 60% anual.

Si con esta tasa de inflación, que no va a permitir ni el aumento del empleo formal ni la disminución de la pobreza, el gobierno logra mantener la paz social, es posible que se evite una hiperinflación antes de las elecciones presidenciales de 2003.

La cuestión clave para discernir si será posible evitar la hiperinflación en la transición del gobierno actual al que lo suceda en diciembre de 2023, como no se la pudo evitar en la transición del gobierno de Alfonsín a Menem en 1989, pasa por las ideas que predominen en la discusión entre partidarios de la dolarización voluntaria y de la desdolarización compulsiva.

Si predomina la idea de que es conveniente permitir la dolarización voluntaria y se habilita el funcionamiento de un mercado cambiario totalmente libre para todo tipo de transacciones financieras y pagos y cobros de servicios, se podrá evitar la hiperinflación, porque la brecha cambiaria podrá mantenerse acotada con un manejo realista de las tasas de interés en pesos.

Si, por el contrario, predomina la idea de la des-dolarización compulsiva y se acentúa el cepo cambiario, extendiéndolo a las transacciones del contado con liquidación, dejando  además que comience a cundir la sospecha de que en algún momento el gobierno avanzará hacia la pesificación compulsiva de los 15 mil millones de dólares que aún mantiene el sector privado depositados en el sistema bancario, la hiperinflación se producirá por una corrida contra esos depósitos y un aumento extremo de la cotización del dólar en el mercado paralelo.