Ámbito Financiero, lunes 18 de julio de 2005
El gobierno parece sorprendido por la inflación. Buscan culpables entre los empresarios, los sindicatos, el Banco Central y, seguramente en los próximos meses, entre todos los candidatos de la oposición al gobierno en las elecciones legislativas de octubre. Lo sorprendente es que el gobierno se sorprenda. La respuesta no puede ser otra y más simple: ¡es la devaluación, estúpido!
Cuando en enero de 2002, el gobierno decidió promover la devaluación extrema del peso, y en pocos meses le hizo perder 75% de su valor frente al dólar, reintrodujo la inflación en la Argentina, con una fuerza que nadie podía haber imaginado unos meses antes. Hacia mediados de 2002, con un aumento en el precio del dólar de casi 300%, aún suponiendo que el peso hubiera estado a fines de 2001 sobrevaluado en 30 %, los precios internos iban a subir, necesariamente, alrededor de 200%.
Aún hoy, con el dólar habiendo aumentado algo menos de 200% y no 300%, debido entre otras cosas al favorable contexto internacional, el aumento de precios implícito en el proceso devaluatorio que resultó de las medidas de enero de 2002 y los acontecimientos posteriores, sigue siendo muy elevado. Es de esperar que si el precio del dólar se mantiene cercano a los 3 pesos, los índices de inflación terminen agregando otro 70% a los aumentos de casi 70% que ya se acumularon desde diciembre de 2001.
A pesar de que los números que he mencionado hasta ahora pueden resultar de difícil interpretación para los lectores, el argumento que estoy haciendo es de sentido común. Algunas situaciones de la vida cotidiana quizá ayuden a entenderlo.
Tomemos el caso de los alimentos, la indumentaria, los artículos para el hogar y las maquinarias en general. Como muchos de ellos son productos de exportación, de sustitución de importaciones o, simplemente, importados, sus precios prácticamente se han triplicado. Es decir, son tan caros, en dólares, como lo eran en la época del 1 a 1. Si algunos aumentaron un poco menos de 200% es porque el gobierno impuso retenciones a las exportaciones y porque en la producción de bienes que sustituyen importaciones se utilizan insumos, como la mano de obra o el precio de la energía y los servicios públicos, que quedaron atrasados. Pero tan pronto desaparezcan estos atrasos, el precio de venta de todos aquellos bienes que aumentaron menos de 200%, subirán hasta ese nivel.
Algo parecido ocurre con el precio de las casas y departamentos ubicados en zonas ricas de las grandes ciudades. Sus precios han aumentado igual que el precio del dólar y, en algunos casos, incluso más. Esto es así porque la propiedad inmueble es una alternativa a la inversión financiera en todo el mundo, y mucho más en la Argentina, luego de la virtual expropiación de la riqueza financiera de sus ciudadanos que produjo la pesificación y la devaluación. El aumento del costo de la construcción y de los terrenos en barrios de menor calidad no ha sido tan alto como el de las casas y departamentos de lujo, pero la misma dinámica de la inversión en construcciones hará que el costo de la construcción y de los terrenos termine aumentando en general. Por eso, es común escuchar que, al menos para los sectores medios de la población, los salarios están 40% atrasados en relación con el precio de los inmuebles.
El precio de los servicios turísticos, para quienes nos visitan de afuera, también subió tanto como el precio del dólar. Esto ocurre con la tarifa de hoteles de cierta calidad para extranjeros y de los restoranes de lujo. Claro que las propinas les resultan más baratas y también consiguen algunas gangas si comen y compran en los mismos negocios que los argentinos. Pero esta ventaja para los turistas va a ir desapareciendo en la misma medida que los argentinos vean recomponer su poder de compra interno.
¿Quiénes son los beneficiarios de la devaluación hasta aquí? Ciertamente, los que producen y venden los bienes y servicios que han logrado subir tanto como el dólar, y aún pueden conseguir servicios públicos, servicios domésticos y algunos otros insumos a precios menores que los que se pagaban durante el 1 a 1. Sin duda, un rentista agropecuario o un empresario que sustituye importaciones que vive en Buenos Aires, tiene hoy un mejor nivel de vida, porque paga relativamente menos al personal doméstico que trabaja en su casa y tiene menores costos por los servicios privados de educación y salud. Pero la otra cara de la moneda es la gran cantidad de argentinos que resultaron perjudicados por la devaluación.
¿Quiénes resultaron perjudicados? Sin lugar a dudas los millones de hombres y mujeres que prestan servicios en la economía informal y los trabajadores de las empresas que, aún operando en la economía formal, no han podido actualizar el precio de los servicios que prestan, como es el caso de los docentes, profesionales de la salud y profesionales independientes en general. Además de los millones de jubilados y empleados públicos que aún no recibieron aumentos significativos.
Se suele argumentar que los que salieron perjudicados, gozan de todas maneras del beneficio de seguir pagando por el transporte público, la electricidad, el gas y las comunicaciones telefónicas las mismas tarifas en pesos que durante la convertibilidad. Pero esto es fruto de una distorsión que se pondrá de manifiesto en un desmejoramiento progresivo en la calidad de los servicios o en crecientes subsidios a cargo de quienes pagan sus impuestos.Todas estas situaciones de atrasos en los ingresos frente a los aumentos de precios provocados en forma casi inmediata por la devaluación del peso tendrán que irse revirtiendo, no sólo por una razón de justicia, sino como condición indispensable para que la economía pueda seguir funcionando normalmente.
Cada vez que aumente un salario o un precio de los que quedaron atrasados, se producirá algún aumento en las mediciones oficiales de la inflación, hasta que todos los aumentos acumulados se ubiquen en 200% de aumento del dólar desde enero de 2002.
Así descrito y explicado, la inflación que ya se produjo, más la que se observará en los próximos meses y años, puede parecer inofensiva. Al fin y al cabo, cuando todo haya aumentado como el dólar, volveremos a tener los ingresos per cápita, en dólares y en pesos ajustados por inflación, que teníamos en los noventa, es decir, del orden de 50% del ingreso per cápita de los españoles, algo mucho más justo y realista que 25% que tenemos ahora. Pero lamentablemente no es así, por el momento.
Tal como se está dando la discusión ideológica en la Argentina, desde el golpe institucional que tuvo lugar desde el 20 al 30 de diciembre de 2001, lo más probable es que antes de que se complete el proceso de reequilibrio de la economía argentina, con todos los precios y salarios aumentados a un ritmo parecido al del dólar, los nuevos profetas del «dólar alto», a los que mejor sería llamar «devalúomaníacos», habrán pregonado, y probablemente logrado, nuevas devaluaciones.
La consecuencia será para entonces no un proceso sostenido de estabilidad de precios, sino una inflación depredadora, cada vez más alta y crecientemente devaluadora,no sólo de la moneda,sino también de las aspiraciones y las esperanzas de los argentinos.Por eso es necesario volver a dar la batalla ideológica.
Cuando los argentinos comprendan que lo que pregonan bajo el título «dólar alto», no es otra cosa que «salarios bajos», para bienestar de unos pocos y la pobreza de muchos, es posible que los «devalúo-maníacos» comiencen a ser identificados como los verdaderos responsables de la pobreza y de la desesperanza. Mientras ello no ocurra, seguiremos enredados en la trampa en la que hemos caído.
No quiero dejar la impresión de que los argentinos deberíamos resignarnos a la inflación adicional implícita en la devaluación que se ha
producido desde enero de 2002. Todo lo contrario. Si hoy los argentinos fuéramos capaces de descubrir la verdad detrás de tanta mentira y confusión, bastaría con restablecer las reglas de juego económicas de los ’90, eliminar de cuajo los impuestos distorsivos, dejar flotar genuinamente la moneda y posibilitar el reequilibrio inmediato de la economía.
Se trataría de aquel proceso que los frigeristas llamaban de «sinceramiento», pero que ahora, con tipo de cambio genuinamente flotante y con las actuales circunstancias internacionales, podría dar lugar a un reajuste de precios relativos equitativo y eficiente, sin inflación. Claro que ello provocaría una caída del precio del dólar a 2,20 o, a lo sumo, a 2,40. Un pecado capital para los profetas del «dólar alto».