Hoy, mientras leía los excelentes artículos con que la prensa argentina conmemoró el segundo centenario del nacimiento del Gran Sanjuanino, recordé con nostalgia la visita de José Ignacio García Hamilton a la ciudad de Boston en el año 2004. Por aquel entonces yo era profesor visitante en la Universidad de Harvard y le había organizado al talentoso escritor tucumano una conferencia patrocinada por la Asociación de estudiantes latinoamericanos y el David Rockefeller Center for Latin Anmerican Studies.
José Ignacio García Hamilton, a quien yo le había elogiado en un encuentro anterior en Buenos Aires su libro titulado “Cuyano alborotador”, me trajo de regalo una copia de un libro de Sarmiento que yo no había leído: “Viajes por África, Europa y América”. Leímos juntos las partes del libro en las que Sarmiento cuenta su primera visita a Boston y al día siguiente recorrimos los lugares que el Gran Sanjuanino menciona en su crónica. Recuerdo en particular la emoción que ambos sentimos cuando en la ciudad de Concord, a pocos kilómetros de Cambridge, visitamos el museo que recuerda a Ralph Waldo Emerson y Henry Wadsworth Longfellow los intelectuales con los que compartió muchas horas Sarmiento en su segundo viaje. Sarmiento había estado en Concord invitado por Mary Mann, quien fue la traductora al inglés de Facundo, en 1868, poco después que el Gran Sanjuanino dejara los Estados Unidos para volver a Argentina a hacerse cargo de la Presidencia de la República. Mary Mann lo introdujo a Emmerson y a Longfellow y ambos quedaron fascinados por la inteligencia del visitante argentino.
Mary Mann era la viuda de Horace Mann, el gran educador Bostoniano que despertó la atención de Sarmiento con sus ideas sobre la organización del sistema de educación primaria en Massachusetts. Sarmiento había leído escritos de Horace Mann mientras estaba en Europa, durante su primer viaje como enviado del Gobierno de Chile y esas lecturas lo indujeron a visitar los Estados Unidos. A través de Horace Mann, con quien dialogó largamente en su primera visita a Boston, conoció la exitosa experiencia de Massachusetts en materia de educación. Atribuyó el impresionante desarrollo industrial que encontró en Lowell, a la educación y la moral de los trabajadores norteamericanos, muy superior a la de los trabajadores que él había conocido en Inglaterra.
Recuerdo que estábamos precisamente en Lowell cuando releímos párrafos impactantes de su libro viajes. Los transcribo porque son especialmente relevantes en un blog que, como éste, se dedica a discutir temas económicos:
“En los alrededores de Boston, a distancia de 12 millas, unido a la ciudad por un camino de hierro para las personas y por un canal para las materias primas, está Lowell, el Birminghan de la industria norteamericana. Aquí como en todas las cosas brilla la soberana inteligencia de este pueblo. ¿Cómo luchar con la fabricación inglesa producto de ingentes capitales empleados en las fábricas, y de salarios ínfimos pagados a un pueblo miserable y andrajoso? Dícese que las fábricas aumentan el capital en razón de la miseria popular que producen.»
«Lowell es un desmentido a esta teoría. Ningunas ventajas o escasísimas llevan a los ingleses en el costo de la materia prima; pues, tanto vale llevar a Londres o Boston por mar las balas de algodón de la Florida; pero las diferencias de salarios son enormes, y sin embargo, los tejidos de Lowell sostienen la concurrencia con los ingleses en precio y les aventajan de ordinario en calidad. ¿Cómo han hecho este prodigio? Apurando todos los medios inteligentes de que el país es tan rico. El obrero, el maquinista son hombres educados; su trabajo, por tanto, es perfecto, sus medios ingeniosos; y pudiendo calcular el tiempo y el producto, producen mayor cantidad de obra y más perfecta.»
«Las hilanderas y trabajadoras son niñas educadas, sensibles a los estímulos del deber y de la emulación. Vienen de 80 leguas a la redonda a buscar por sí medios de reunir un pequeño peculio; hijas de labradores, más o menos acomodados, sus costumbres decorosas la ponen a cubierto de la disolución. Buscan plata para establecerse, y en los hombres que la rodean no ven sino un candidato marido. Visten con decencia, llevan,medias de sedas los domingos, sombrilla y manteleta en la calle; ahorran 150 o 200 pesos en algunos años y se vuelven al seno de su familia, en actitud de sufragar los gastos de establecimiento de una nueva familia (…)»
«De todo el mal que de los Estados Unidos han dicho los europeos, de todas las ventajas de que los americanos se jactan y aquellos les disputan o afean con defectos que las contrabalancean, Lowell ha escapado a toda crítica y ha quedado como un modelo y un ejemplo de lo que en la industria puede dar el capital combinado con la elevación moral del obrero. Salarios respectivamente subidos producen allí mejor obra y al mismo precio que las fábricas de Londres, que asesinan a las generaciones…»
Durante la recorrida José Ignacio García Hamilton me explicó muchos detalles de la vida de Sarmiento que yo había leído en «Sanjuanino alborotador» pero a los que no había relacionado tan estrechamente con la ciudad en la que yo mismo había estudiado 30 años antes y en la que ahora estaba trabajando como profesor. Terminamos la recorrida visitando, precisamente, el monumento a Sarmiento que se yergue altivo en medio de la «Commonwealth Avenue», la más elegante y señorial avenida de la ciudad. Con Sonia mi esposa, recordamos que mientras vivíamos en Boston, entre 1974 y 1977, cuando sentíamos nostalgia por la Argentina, solíamos ir en auto hasta el pie del monumento a entonar las estrofas del Himno a Sarmiento, tal como lo habíamos hecho cuando niños, cada mañana, antes de entrar al aula de nuestras respectivas escuelas.
Lamentablemente José Ignacio García Hamilton ya no está entre nosotros. Si viviera, hoy lo habría llamado para saludarlo y agradecerle por aquella hermosa experiencia, que me permitió darle una dimensión más humana a la profunda admiración que desde chico yo había profesado por el Sarmiento de las estatuas de bronce. Más que el bronce lo que lo ha inmortalizado es la pasión que puso para hacer de la educación popular el objetivo de su esforzada lucha. Todos los homenajes que hoy se le han tributado a lo largo y a lo ancho de nuestra Argentina son bien merecidos. Ojalá sirvan para revitalizar nuestro empeño por volver a darle a la educación la importancia que Sarmiento reclamó durante su larga y azarosa vida.