Domingo Cavallo: “La política de actual Gobierno obligará al próximo a hacer ajustes rápidos y severos”

En un diálogo con LA NACION, quien fue ministro de Economía entre 1991 y 1996 y en 2001, dijo que los políticos están tomando conciencia de la necesidad de reorganizar la economía y se mostró optimista con respecto a lo que vendrá a partir del año próximo

Sofía Diamante
29 de enero de 2023

Es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Nacional de Córdoba y tiene un PhD por la Universidad de Harvard; fue vicepresidente del Banco de la Provincia de Córdoba, presidente del Banco Central, canciller y ministro de Economía de la Nación (1991-1996 y 2001); es fundador del Ieral de la Fundación Mediterránea

A los 76 años, Domingo Cavallo se mantiene activo escribiendo en su blog personal, haciendo consultoría y dando charlas. Desde Córdoba, su provincia natal y donde ahora descansa unos días, el exministro de Economía (ejerció el cargo entre 1991 y 1996 y en 2001) dialogó con LA NACION sobre las dificultades para bajar la inflación, la posibilidad de una moneda en común con Brasil y los desafíos que enfrentará el próximo gobierno.

–Usted asumió como ministro de Economía en momentos conflictivos, en 1991 y en 2001. ¿Cómo ve la situación actual? ¿Es más difícil ser ministro hoy?

–Siempre es difícil ser ministro de Economía, sobre todo cuando se está en una situación de alta inflación o también de depresión, como se estaba en 2001. No siempre son comparables las situaciones. Lo importante, cuando alguien asume como ministro de Economía, es que haya una gran coherencia entre el partido o el movimiento que respalda al ministro, y el ministro y su equipo. Hoy veo que este Gobierno difícilmente pueda darle respaldo a un ministro de Economía. Es cierto que a Sergio Massa le está creando menos problemas que los que le creaban a Martín Guzmán, pero no se ve ningún tipo de coherencia entre las ideas que predominan en el Gobierno y lo que quiere hacer o lo que necesitaría hacer el ministro de Economía.

–¿Dice que el apoyo que recibe Massa no alcanza para hacer reformas de largo plazo?

–Exactamente. Además, se ve que Massa, para tratar de tener una especie de protección frente a los grupos de gobierno de Cristina y sus adláteres, concede cosas que van en contra de la lógica de una buena política económica. Como esto de los controles de precios a cargo de Camioneros o, por ejemplo, la recompra de deuda, que no sé bien a quién trata de satisfacer con eso.

–Massa logró igualmente subir tarifas y bajar el déficit en los últimos meses…

–Si le daban apoyo a Guzmán, hubiera hecho lo mismo. Cualquiera hubiera tratado de cumplir con las metas muy poco ambiciosas del programa con el FMI. Massa no ha hecho ningún milagro. La diferencia es que a Guzmán le ponían palos en la rueda para hacerlo fracasar, porque estaban en contra del lo que había negociado con el Fondo. Cuando se dieron cuenta de que seguir con esa política los ponía al borde del abismo, a Massa le permitieron tratar de cumplir a pie juntillas con esos compromisos.

–¿Puede ser candidato a presidente un ministro de Economía que lleva adelante un ajuste?

–Para que alguien aspire a ser candidato tiene que demostrar éxito en las políticas que aplica. De hecho, Fernando Henrique Cardozo era ministro de Relaciones Exteriores en Brasil, y después de Hacienda, y en el poco tiempo que estuvo puso en marcha el Plan Real. A los pocos meses fue elegido presidente. Pero tiene que mostrar éxito. Yo no veo que haya chance de que Massa pueda mostrar éxitos del tipo de los que mostró Fernando Henrique Cardozo.

–Massa dice que la inflación mensual podría empezar con un tres a partir de abril. ¿Lo ve posible?

–[Risas] Me sorprendería mucho. Creo que es una expresión de deseos y pienso que él debe confiar en los controles de precios que ha puesto en marcha, porque todas las demás medidas que viene aplicando apuntan a una inflación no inferior al 6% mensual; es decir, al 100% anual.

–¿Por qué?

–El Gobierno está obligado a mantener un ritmo de devaluación en el mercado oficial que no signifique atrasar el tipo de cambio. Por otro lado, la emisión monetaria que ya se produjo y la que se produce mensualmente crece a un ritmo de 6% mensual. Además, los sindicatos piden aumentos de sueldo que están también en ese porcentaje. Yo no veo, sinceramente, cuál es el mecanismo a través del cual logrará que la inflación sea entre el 3% y el 4%. Lo podrá lograr por un mes con algún tipo de artificio, del estilo congelamiento de precios o volviendo a atrasar el tipo de cambio o las tarifas, pero eso no es sostenible en el tiempo. Creo que él se tiene que dar por satisfecho si logra que la inflación promedio de este año no supere el 6% mensual.

–Esta semana se volvió a hablar de la posibilidad de que la Argentina y Brasil tengan una moneda en común. ¿Puede ocurrir?

–[Risas de nuevo] Una unión monetaria, como la que tiene Europa, es la última etapa de un proceso exitoso de integración económica. Algún día podríamos llegar a tener una moneda común con Brasil y quizás con toda América del Sur, pero primero tenemos que lograr avanzar mucho en materia de integración económica. En verdad, no hemos sido capaces, como país, ni nosotros ni Brasil, de lograr siquiera que funcione el área de libre comercio, que era la primera etapa del Mercosur. Nunca hemos llegado a coordinar políticas macroeconómicas. De todas maneras, hay un aspecto positivo del anuncio: cada vez se toma más conciencia por parte de la dirigencia política de la necesidad de tener un régimen monetario completamente diferente al actual. Esta toma de conciencia comenzó con la propuesta de Milei de dolarización de la economía; de alguna manera la idea era volver a un régimen como el de la convertibilidad. A partir de ahí, prácticamente todos los economistas que están pensando propuestas para el futuro han empezado a imaginar sistemas monetarios que apuntan a que volvamos a tener un régimen monetario que asegure estabilidad. Creo que lo más viable de todo es un régimen bimonetario, en el cual se permita que la gente utilice monedas extranjeras en competencia con la moneda local.

–¿Habla con los economistas de la oposición? ¿Cómo se imagina la Argentina en diciembre?

–Espero que estén bien preparados. Hay buenos economistas, incluso el propio equipo de Massa tiene buenos economistas, como es el caso de Gabriel Rubinstein [secretario de Programación Económica], pero la cuestión está en que los dirigentes políticos tengan ideas claras respecto de cómo quieren organizar la economía, cuáles son las reglas de juego con las que quieren avanzar en materia económica. Por lo tanto, economistas buenos hay.

–¿Por qué cuesta implementar un plan de estabilización? ¿Por qué los políticos en los últimos años no pudieron hacerlo?

–Porque la economía argentina, en 2002, quedó totalmente desorganizada. Las reglas de juego que se habían establecido en la década del 90 se revirtieron sin ninguna coherencia y simplemente como una forma de satisfacer demandas sectoriales del momento. Con una economía muy mal organizada, se empieza a recurrir a manejos económicos que son tipo parches y que van complicando cada vez más el funcionamiento. Cuando Macri asumió como presidente, creo que minimizó la dificultad que significaba una economía tan mal organizada, y no tomó las medidas necesarias al inicio de su gestión como para encausarla en la dirección sostenible en el tiempo; pasó a ser muy dependiente de la entrada de capitales. Por lo tanto, la economía siguió mal organizada y eso se acentuó desde que asumió Alberto Fernández, que trató prácticamente de implementar las ideas que no eran de él ni de Massa, sino de los asesores de Cristina Kirchner.

–Teniendo en cuenta los beneficios que trae una economía estabilizada, ¿por qué los políticos recurren a los parches?

–A veces, porque creen que no es necesario. Por ejemplo, si usted le pregunta a Kicillof, para él los agentes económicos son una suerte de perversos que generan todos los problemas; serían los poderes concentrados, como les llaman. No creen en el funcionamiento de una economía de mercado, con reglas claras y con un sector público suficientemente disciplinado que prioriza el gasto eficiente. Además, creen que se puede cobrar cualquier tipo de impuestos, aunque los efectos económicos sean muy malos. Hay gente que piensa que este tipo de economía es la adecuada. En mi opinión, tienen ideas equivocadas y han tenido gran influencia en los gobiernos de Cristina y de Alberto Fernández.

–¿Es solo una cuestión ideológica entonces?

–Sí, una cuestión ideológica y también un desconocimiento de la realidad. Los economistas que piensan así están absolutamente equivocados, no entienden bien el funcionamiento de la economía.

–Hay inversores en el exterior que dicen que la sociedad no está dispuesta a afrontar medidas de ajuste. ¿Comparte esa visión?

–No, la gente busca resolver sus problemas familiares y empresariales. En todo caso, el problema de la Argentina es de la dirigencia, que tiene ideas equivocadas. Una dirigencia que además es irresponsable, que recurre a defaultear, a no cumplir con sus obligaciones, a utilizar el poder público para alterar contratos firmados entre los particulares. El gran problema que hay es de inseguridad jurídica, que obviamente enfrenta cualquier inversor extranjero.

–Habló de demandas sectoriales. ¿Ve capacitados a los políticos para implementar medidas contrarias a esas demandas?

–Esas demandas son fruto de las dificultades que tienen los distintos sectores. Hay algunos que están más organizados y predominan sobre otros. Una demanda sectorial que llevó a una desorganización completa de la economía fue la de los que estaban endeudados en dólares en 2001, y presionaron para que el gobierno dispusiera la denominada pesificación de la economía. Ese fue el punto de partida de la desorganización completa de la economía, porque significó destruir toda la base contractual. El sector privado puede demandar lo que quiera. La cuestión es qué hacen los dirigentes políticos, que tienen la responsabilidad de gobernar.

–¿Es optimista a partir del año próximo?

–Quizás soy exageradamente optimista, pero veo que la dirigencia política está tomando conciencia de la necesidad de una reorganización de la economía, de un nuevo sistema monetario y de equilibrar las cuentas fiscales. También, de buscar un mejor sistema impositivo. Además, está el tema de si la economía seguirá siendo totalmente cerrada o si avanza hacia una economía más abierta, como la que funcionó en la década del 90. En general, las ideas que se están discutiendo van todas en esa dirección, que es la correcta. Por eso soy optimista respecto de lo que puede pasar desde 2024 en adelante, lo cual no significa que piense que, a partir de ese año, será una panacea, sino todo lo contrario. La política que está siguiendo el actual gobierno obligará al próximo a admitir ajustes rápidos y severos, que van a producir un clima inicial de quizás mayor inflación que la que se está dando este año. La cuestión será qué explicaciones se le dan a la gente y cómo se hace para que se entienda que eso es un sinceramiento de una situación muy perversa, y que luego se pondrán en marcha reglas de juego que van a permitir estabilizar y hacer crecer a la economía de una manera sostenible en el tiempo.

Los fundamentos de una proyección relativamente optimista de nuestro futuro económico

Durante el último cuatrimestre de 2022 la economía se comportó en línea con el escenario “optimista” de nuestra proyección del 31 de agosto para 2022 y 2023. Para imaginar cómo se desenvolverá la economía en 2024 es necesario discutir cómo se sucederán los acontecimientos políticos e institucionales durante el año electoral 2023.

En materia económica, nuestro pronóstico para 2023 no prevé avances en la eliminación del desequilibrio fiscal ni en las distorsiones de precios relativos, pero, al mismo tiempo, argumenta que los desequilibrios no se agudizarán.

Los anuncios de los principales candidatos de la oposición sobre un gran cambio en la organización de la economía que incluye la eliminación total del déficit fiscal y la emisión monetaria ayudan a reducir el riesgo de un episodio hiperinflacionario como el ocurrido en la transición del gobierno del presidente Alfonsín al presidente Menem en 1989. Pero, al mismo tiempo, la presencia de fuertes grupos organizados de beneficiarios de los subsidios sociales y económicos alimenta el escepticismo de los agentes económicos sobre la viabilidad de un proceso rápido de reformas exitoso.

Por esa razón, pronosticamos que en términos de inflación y crecimiento el 2024 no será muy diferente al 2023. La gran diferencia se manifestará en cuanto a las reformas organizacionales y microeconómicas que surgirán de la eliminación de los controles cambiarios y de precios, la eliminación de subsidios, las reprivatizaciones de empresas que fueron estatizadas durante los gobiernos kirchneristas y la reforma del sistema monetario, para evitar una emisión excesiva en el futuro. La posibilidad de una fuerte desinflación y el inicio de un proceso de crecimiento sostenible se contempla para la segunda mitad de 2024 y sobre todo, para el año 2025.

Muy probablemente, las reformas que se producirán tras el cambio de gobierno en diciembre de 2023 se parecerán mucho más a las de los noventa que a las que prevalecieron a partir de 2002.

Los cuatro gobiernos kirchneristas y el interregno de Macri.

El actual gobierno es la cuarta edición de la versión kirchnerista del peronismo que conquistó el poder en 2003 con un discurso antineoliberal. Ese discurso identificó a las reformas de mercado y a las políticas de estabilidad de los 90 como responsables de la crisis que en 2002 produjo un fuerte aumento de la pobreza y un renacer de la inflación.

La interpretación contrapuesta que achacaba la crisis financiera a la falta de disciplina fiscal y a la decisión de default de la deuda externa e interna, que en líneas generales compartían la versión menemista del peronismo, con el propio Menem como candidato y la coalición liberal que encabezaba Ricardo López Murphy, en conjunto capturó casi el doble de los votos obtenidos por Néstor Kirchner. Pero el desgaste político de Menem, más la satanización de las políticas neoliberales que se había impulsado durante el gobierno interino de Eduardo Duhalde, desalentó la participación de Menem en la segunda vuelta y Néstor Kirchner fue electo presidente con sólo el 22% de los votos.

La primera edición del kirchnerismo con el presidente Néstor Kirchner acumulando poder rápidamente, se benefició de circunstancias muy favorables. Por el lado interno, ayudaron la alta y eficiente inversión de la década de los noventa y la desindexación que había resultado de 10 años de estabilidad de precios. En el lado externo, la ayuda provino del auge de las materias primas que benefició a las exportaciones argentinas desde 2003 hasta 2010. Esas circunstancias permitieron al presidente Kirchner no sólo reactivar la economía sino iniciar un período de rápido crecimiento, incluso con políticas que gravaron fuertemente a los sectores más productivos de la economía, desincentivaron la inversión privada eficiente y no buscaron recuperar el crédito público.

La evolución relativamente exitosa de la economía en los cuatro años de gobierno de Néstor Kirchner ayudó a reforzar el discurso antineoliberal y desacreditó aún más la experiencia de los 90.

La segunda edición del Kirchnerismo comenzó en diciembre de 2007 y llevó a Cristina Kirchner a la presidencia. Néstor Kirchner decidió que alternando candidaturas con su cónyuge podrían seguir gobernando por tiempo indefinido, evitando la limitación constitucional de dos mandatos consecutivos de cuatro años. Durante 2008 y 2009 la economía sufrió las consecuencias de un grave conflicto con el campo por el intento del gobierno de aumentar los impuestos a la exportación de soja y del impacto local de la recesión mundial que siguió a la crisis financiera en los Estados Unidos. Pero, para 2010, la economía se estaba recuperando porque el gobierno decidió financiar una fuerte expansión fiscal utilizando los ahorros acumulados de los fondos de pensiones privados y las reservas de divisas del Banco Central. Néstor Kirchner siguió siendo el “verdadero poder detrás del trono” y era visto por la oposición como el jefe de una asociación ilícita de funcionarios corruptos que robaban al Estado para su propio beneficio.

Luego de la muerte de Néstor Kirchner, a un año de las elecciones presidenciales en las que seguramente él hubiese sido el candidato para reemplazar a su esposa en la presidencia, la opinión pública se volcó a favor de Cristina aceptando el argumento de que no había estado involucrada en las prácticas corruptas que se habían vuelto cada vez más evidentes en los últimos años. La reactivación de la economía y la expectativa de que con Cristina recuperando el control total del gobierno cesarían las prácticas corruptas que se identificaron con su esposo, ayudaron al kirchnerismo a mantenerse en el gobierno con el 54% de los votos, el mayor respaldo obtenido por cualquier candidato desde el regreso a la democracia en 1983.

La tercera edición del kirchnerismo, contrariamente a las expectativas del electorado que llevó a Cristina al poder para un segundo mandato, vio un dramático deterioro del clima institucional tanto político como económico. La economía entró en un período de estanflación cuando las políticas económicas se volvieron cada vez más intervencionistas y populistas siguiendo la ideología económica de Axel Kicillof y los dirigentes más izquierdistas del Frente de Todos.

La política se volvió cada vez más conflictiva cuando el gobierno trató de silenciar a la prensa opositora y atacó a los jueces que procesaban a los funcionarios del gobierno acusados de corrupción, incluidos los miembros de la familia presidencial. Fue en este período que porciones significativas de la militancia peronista se alejaron del kirchnerismo y se involucraron ya sea en el PRO, el espacio político creado por Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires, o en el llamado “Frente Renovador” liderado por Sergio Massa, el exjefe de Gabinete de Néstor Kirchner que había comenzado a confrontar con Cristina Kirchner en cuanto esta comenzó a mostrar sus impulsos autoritarios.

En las elecciones de 2015, el candidato kirchnerista fue derrotado por Mauricio Macri que criticó la corrupción y los desórdenes institucionales de los gobiernos kirchneristas pero que en materia económica achacó la estanflación sólo al control de cambios y a las malas relaciones con los mercados globales de capital, sin prestar mucha atención a los retrocesos de las reformas del mercado y el abandono de la estrategia de estabilización de los años 90. Por el contrario, aconsejado por su asesor Duran Barba que recomendaba no asustar al electorado con promesas de ajustes, durante la campaña Macri dijo que no reprivatizaría las empresas que habían sido nacionalizadas por el gobierno kirchnerista ni enfatizó el problema creado por el extremo intervencionismo estatal en los mercados privados y el gran aumento del gasto público, los déficits fiscales y expansión monetaria.

Si bien Macri había sido un empresario que en los 90 había demostrado entusiasmo con las llamadas políticas neoliberales, él y sus ministros se comportaron como si aceptaran la visión de que esas reformas habían sido las responsables de la crisis de 2001-2002, algo que el kirchnerismo había argumentado todo el tiempo e incluso había vuelto a enfatizar durante la campaña presidencial de 2015.

Las expectativas favorables iniciales y el apoyo de los capitales financieros nacionales y extranjeros tendieron a desaparecer al inicio del tercer año de gobierno de Macri. Para evitar un nuevo default de la deuda, Macri tuvo que pedir un fuerte apoyo al FMI que vino condicionado a un ajuste fiscal muy necesario pero difícil de implementar.

Cristina Kirchner, que estaba siendo procesada por numerosos hechos de corrupción, encontró la oportunidad de convencer a peronistas no kirchneristas, como los que lideraba Sergio Massa, de armar una coalición para recuperar el gobierno en 2019. Con ese propósito postuló a Alberto Fernández, el jefe de campaña de Sergio Massa, como candidato a la presidencia, reservándose para ella el cargo de vicepresidenta. Como Alberto Fernández había criticado el desorden institucional de la segunda y tercera edición del Kirchnerismo, su candidatura fue vista por el público como un reconocimiento de Cristina Kirchner de que había que corregir esos errores de sus gobiernos anteriores. Su estrategia electoral fue exitosa y Alberto Fernández fue elegido presidente para el período 2020 a 2023.

El cuarto gobierno kirchnerista, que ahora entra en su tercer año, fue caótico porque comenzó con una nueva declaración de default de la deuda, la reintroducción de controles de cambio y la suspensión del programa del FMI que había negociado Macri, justo cuando la pandemia del covid exigió un gasto adicional significativo y provocó una reducción de los ingresos fiscales. El déficit fiscal primario, que en 2019 se había reducido a menos del 1% del PIB aumentó hasta el 4% del PIB en 2021 y fue financiado en su totalidad por emisión monetaria y deuda interna de muy corto plazo. Se aceleró la inflación y aumentó la pobreza.

No se corrigieron los desequilibrios estructurales de la economía que se habían agravado desde las contrarreformas posteriores al abandono de la convertibilidad. Por el contrario, se re-estatizaron nuevas empresas privadas y los impuestos y regulaciones distorsivas acentuaron los desequilibrios en los mercados privados de bienes y servicios.

Después de tres años de políticas económicas muy confusas e inconsistentes, los movimientos tácticos de Sergio Massa como ministro de Economía han logrado al menos estabilizar la tasa de inflación mensual en torno al 6% con una brecha entre el tipo de cambio oficial y el tipo de cambio libre cercana al 100%. Si bien Massa hace lo mismo que había intentado hacer Guzmán luego de negociar el programa de facilidades extendidas con el FMI, las circunstancias críticas en las que accedió a su cargo actual y la sensación de los miembros de la coalición de gobierno de que corrían el riesgo de una explosión inflacionaria, hicieron replegar a la vicepresidenta y sus seguidores de su permanente oposición a cualquier medida asociada al programa del FMI.

La discusión sobre políticas económicas durante la campaña electoral de 2023

En términos políticos la coalición de gobierno no está ofreciendo ningún curso de acción alternativo para arreglar la economía que pueda ser atractivo para el electorado y la oposición, aunque todavía no tiene una propuesta completamente consistente en materia de reorganización de la economía y estabilización macroeconómica, está mostrando más vitalidad y determinación que en la campaña de 2015 para producir un gran cambio.

El surgimiento de una fuerte alternativa libertaria liderada por Javier Milei está teniendo una fuerte influencia en el tipo de discurso económico de la oposición. Hay mucho más énfasis en el papel del libre mercado, la apertura de la economía, la reforma del Estado, la disciplina fiscal y la libertad económica en general, que lo que estaba presente en el discurso de “Cambiemos” en 2015.

Por primera vez desde el abandono de la convertibilidad en 2002, las llamadas reformas neoliberales de los 90 son apreciadas y mencionadas como referencia para futuras reformas. Estas ideas están recibiendo apoyo entre jóvenes, trabajadores y personas de escasos recursos que en el pasado fueron atraídos por políticas populistas y estatistas. Este ha sido el resultado de la predica de Milei que, con un estilo muy particular, combinó un rescate de las políticas Menem-Cavallo de los años 90 con una interpretación de la Escuela Austriaca de las políticas económicas argentinas y propuestas de reforma basadas en la eliminación total de las restricciones a la libertad económica impuestas por decisiones discrecionales de los políticos.

El énfasis de la oposición en recuperar el clima de estabilidad de los 90 volvió a poner énfasis en la necesidad de producir un ajuste fiscal rápido e introducir una reforma monetaria que le dé un papel crucial al dólar como moneda de curso legal como sucedió bajo el plan de convertibilidad. Las propuestas van desde la legalización del uso del dólar en competencia con el Peso hasta la dolarización total de la economía, pero en todo caso, la reforma monetaria requerirá una completa reunificación y liberalización del mercado cambiario y un ajuste importante del gasto público para eliminar el déficit fiscal.

El ejercicio cuantitativo elaborado para ilustrar cuál podría ser el mejor resultado de tal política de estabilización lanzada a principios de 2024 se basa en el supuesto de que el tipo de cambio tras la reunificación y liberalización del mercado cambiario se estabiliza en 700 pesos por dólar. Sería un desenlace como el de la reunificación y liberalización implementada en diciembre de 2015 por el recién promulgado gobierno de Macri cuando el tipo de cambio oficial estaba en 9 pesos por dólar y saltó inicialmente a 14 pesos y al cabo de un año a 17 pesos

Estimamos que durante los meses previos a la reunificación y liberalización, la inflación mensual se acelerará como consecuencia del reajuste de precios relativos provocado por la eliminación de los subsidios económicos y el efecto de la emisión monetaria pasada, pero una vez reunificado y liberalizado el mercado cambiario con el déficit fiscal tendiendo a desaparecer, la inflación comenzará a bajar rápidamente empujada por el tipo de cambio estabilizado en 700 pesos por dólar. Para obtener estos resultados, las medidas de ajuste fiscal deberían producir un superávit primario del 2% para posibilitar un déficit fiscal global del 0%.

Al mismo tiempo, la eliminación del sesgo anti exportador de la estructura de tipos de cambio efectivos debería ayudar a recuperar el superávit comercial de 2021 y facilitar la estabilidad del mercado cambiario.

La inflación anual durante 2024 aún puede estar alrededor del 100%, pero la inflación mensual al final de ese año debería estar por debajo del 2%, lo que permitiría alcanzar una inflación anual no superior al 20% en 2025. Si este fuera el curso de los acontecimientos durante 2024 y 2025 se asemejaría claramente al comportamiento de la economía en 1991 y 1992, los dos primeros años del plan de convertibilidad que se ha convertido en la referencia común de los economistas de oposición en la elaboración de las futuras políticas de estabilización y crecimiento.

La economía se encierra cada vez más

El manejo del sistema cambiario que está haciendo el gobierno lleva a un creciente encerramiento de la economía, tanto por el lado de las exportaciones como de las importaciones.

En materia de exportaciones, la producción de bienes está cada vez más desalentada no sólo por los impuestos que se le aplican sino también, y sobre todo, por las restricciones arbitrarias a las importaciones.

El avance en materia de exportaciones industriales está íntimamente ligado a la factibilidad de las denominadas cadenas de valor que integran partes y servicios producidos en países distintos para lograr competitividad para el producto final. Con el tipo de administración burocrática y arbitraria, que está haciendo el gobierno de las licencias de importación, es impensado que se desarrollen actividades de exportación que no sean de bienes primarios e, incluso, peligra la continuidad de actividades que se desarrollaron en el pasado.

Si, luego de las elecciones del año que viene, continuara la actual organización del mercado cambiario, es muy probable que la próxima etapa sería la estatización del comercio exterior que tanto pregonaban los ideólogos estatistas en las décadas del 50 al 70. Eso significaría el encerramiento completo de la economía argentina y su virtual aislamiento internacional por irrelevancia.

Con sólo entender las virtudes de los mercados libres, el equipo del ministro Massa y el Banco Central podrían aventar este riesgo y preparar, para el próximo gobierno, el terreno hacia una unificación y liberalización del mercado cambiario que permita volver a abrir la economía y avanzar hacia la derrota de la inflación. Sólo si éste fuera el rumbo que se imponga a la economía a partir de 2024, es posible pensar que en pocos años se logre mejorar la calidad de vida de las familias y se creen suficientes empleos productivos como para incluir a toda la población en el reparto de los beneficios del progreso.

Desdoblamiento formal y transitorio del mercado de cambio

La propuesta que vengo pregonando desde que se establecieron los controles de cambio significa transformar al actual MULC, “mercado único y libre de cambios” que no es ni único ni libre, en un mercado comercial en el que se compren las divisas de exportación y se vendan las divisas para importaciones que se muevan físicamente a través de las fronteras. Los controles de cambio se limitarán a las operaciones que obligatoriamente se deben realizar en este mercado.

Todas las demás transacciones cambiarias, sean exportaciones o importaciones de servicios, típicamente las del turismo, así como las de naturaleza financiera, incluidas las vinculadas al atesoramiento o des atesoramiento de ahorros presentes o futuros y a las transferencias financieras, tanto de salida como de entrada de capitales, deberán cursarse en un mercado totalmente libre, en el que no participe el Banco Central, ni para comprar ni para vender.

Las virtudes de este tipo de organización del sistema cambiario son varias.

En primer lugar, todo el superávit comercial, que sigue siendo positivo, se transformará en compra de reservas por el Banco Central.

Al no tener que vender divisas para ningún otro motivo, tampoco enfrentará el dilema de fijar precios diferenciales según el motivo de la demanda, con lo que se evitarán las arbitrariedades que existen actualmente, Cualquiera sea la razón por la que la gente demanda divisas, el precio será único y determinado por la oferta y la demanda en el mercado libre.

Ya no tendrá razón de ser la existencia de un mercado negro porque la gente que ahorró en dólares billetes o en depósitos bancarios en el país y en el exterior, lo mismo que los turistas, podrán venderlos en el mercado libre al que deberán concurrir los que quieran transformar sus pesos en dólares para atesoramiento o cualquier tipo de pagos al exterior que no sea por importaciones.

Al habilitarse la entrada de capitales en forma plenamente legal, a un tipo de cambio que no está distorsionado por intervenciones discrecionales del Banco Central, la entrada y salida de divisas actuará como estabilizador del precio en el mercado libre.

El sector privado que consiga crédito en el exterior podrá ingresar esas divisas por el mercado libre con lo que se habilitará una fuente de financiamiento que hacia el mediano y largo plazo resultará seguramente más barata que el endeudamiento en pesos a tasas de interés que necesariamente tendrán que ser superiores a la tasa de devaluación en el mercado comercial. Como a la postre se producirá una unificación completa del mercado cambiario, la tasa de devaluación en el mercado libre terminará siendo muy inferior a la del mercado comercial.

¿Habrá espacio para utilizar herramientas como la del dólar “soja”?

La fijación de un precio especial por un tiempo determinado al dólar de algún tipo de exportación es una herramienta inadecuada e ineficiente. Las exportaciones aumentan cuando previamente ha aumentado la producción de bienes exportables. Para que ello ocurra, es importante que el productor, antes de decidir la inversión en capital de trabajo para producir el bien exportable, espere un precio que supere los costos de producción. El anuncio de un tipo de cambio más favorable por un tiempo determinado sólo sirve para adelantar ingresos de exportación, pero no para aumentarlos. Por el contrario, la incertidumbre que agrega este tipo de manejo cambiario puede desalentar la producción futura de los bienes exportables.

El aliento genuino y sostenible de todo tipo de exportación se producirá cuando se unifique totalmente el mercado cambiario, se eliminen las retenciones y los impuestos que encarecen los costos de la producción exportable y no haya trabas a las importaciones más allá del pago de los aranceles de importación, sin ninguna restricción de tipo cuantitativa.

¿Cómo se produciría la unificación cambiaria sin riesgo de Rodrigazo?

Desde el momento en que comience a funcionar el mercado desdoblado, la brecha entre los dos tipos de cambio no tiene porqué ser superior a la que hoy existe entre los dólares bolsa, contado con liquidación y blue y el precio oficial fijado por el Banco Central. Pero en la medida que el gobierno vaya logrando disminuir el ritmo de crecimiento del gasto público y de la emisión de pasivos del Banco Central, la brecha tendría que comenzar a cerrarse. Cuando renazca mínimamente la confianza en el manejo responsable de la emisión y el endeudamiento, el tipo de cambio libre tenderá a apreciarse y acercarse al tipo de cambio comercial. Cuando la brecha sea reducida, se podrá avanzar hacia la unificación sin un salto cambiario que desate expectativas inflacionarias por arriba de las determinadas por la inercia inflacionaria y la eliminación de la inflación reprimida. En ese momento el gobierno podrá y deberá anunciar un plan de estabilización y crecimiento capaz de revertir las expectativas desestabilizadoras que se alimentan en la actual desorganización de la economía. Desorganización de la que un ingrediente crucial es el sistema cambiario.