Kicillof acaba de decir que la «Convertibilidad» fue el verdadero «Cepo Cambiario». Seguramente se lo ha explicado así a la Presidente. Si «Cepo Cambiario» y «Convertibilidad» fueran sinónimos, Cristina tendría razón cuando dice que hoy no hay «Cepo Cambiario»: quiere decir que no hay «Convertibilidad». Y eso es cierto! Lástima que la confusión de términos los lleve a desconocer tanto los costos que supone el «Cepo Cambiario» como las virtudes que despliega la «Convertibilidad». Afortunadamente la gente tiene buena intuición y en esta materia no está confundida.
Es claro que Kicillof no sabe lo que significa «Convertibilidad». En la literatura de raíz marxista que el ha leído, el término «Convertibilidad» nunca aparece. Por si llega a leer este artículo, voy a tratar de explicarle qué significa.
«Convertibles» son las monedas que pueden ser canjeadas por otras monedas con total libertad y sin ningún tipo de restricción. El Dólar, El Euro, el Peso Chileno, el Peso Mejicano, el Peso Colombiano, el Sol Peruano, el Real Brasileño y casi todas las monedas de los países bien organizados, hoy por hoy, son «convertibles» porque si uno las tiene y las quiere canjear por otras monedas, lo puede hacer con entera libertad. «Inconvertibles» son el Bolívar Venezolano, el Peso Argentino y las monedas de algunos países africanos que aún tienen estrictos controles de cambio y no le dan a sus habitantes la libertad de elegir la moneda en la que quieren ahorrar.
Cuando una moneda deja de ser convertible, en un país que gozó de la Convertibilidad, el gobierno está enviando la señal de que se va a valer de la desvalorización de esa moneda para financiar su déficit fiscal. En otros términos, pre-anuncia que va a cobrar el impuesto inflacionario: el impuesto que pagan quienes mantienen sus ahorros en la moneda no convertible. Lo pagan a través de la pérdida de poder adquisitivo de esos ahorros. Al Gobierno le resulta muy fácil recaudar ese impuesto: basta poner a funcionar la máquina de imprimir billetes y utilizar a la emisión monetaria como fuente de financiamiento de sus desequilibrios fiscales.
Mientras rigió la Ley de Convertibilidad en nuestro país nunca escasearon los dólares. Aún el día en que se decretó la pesificación de los depósitos bancarios el Banco Central tenía los dólares necesarios para cambiar todos los pesos que habían sido emitidos por el Banco Central. Es decir, si la gente decidía que sólo quería tener dólares y no pesos, se podría haber satisfecho su deseo, tal como se lo hizo a lo largo de todo el año 2001. Que la gente eligiera libremente la moneda era la esencia de la «Convertibilidad».
Todos los dólares que circularon en la Argentina durante el período de la Convertibilidad no eran del Banco Central sino de la gente. Si estaban en el Banco Central, era porque la gente había decidido que para algunas transacciones y para parte de sus ahorros, también quería tener pesos. Entonces llevaba sus dólares al Banco Central y los canjeaba por pesos. Por eso, desde los 4 mil millones de dólares que tenía el Banco Central respaldando 4 mil millones de pesos el 1 de abril de 1991, llegó un momento que el Banco Central tuvo más de 30 mil millones de dólares que la gente decidió canjear por pesos. Para llevar a cabo ese canje el Gobierno imprimió pesos, pero los puso en circulación sólo en la medida que la gente se presentaba con dólares al Banco Central. Al ser respetuoso de ese principio, el Banco Central dispuso, hasta el final de 2001, de todos los dólares necesarios para canjear, 1 por 1, todos los pesos que se le presentaban. Y así lo hizo.
Con al menos una moneda que la gente nunca dejó de demandar, el Dólar, nuestro País pudo gozar de la misma estabilidad monetaria y de precios de que gozan los países avanzados y los que han sido monetariamente disciplinados por muchas décadas. Nosotros, que habíamos vivido 45 años con inflación y habíamos desembocado en una terrible hiperinflación, no podríamos haber eliminado ese flagelo si no usábamos al Dólar como patrón (o puntal) para el Peso Convertible que, algún día, podría haber llegado a ser tan creíble como el Dólar. O incluso más creíble, como llegaron a serlo muchas monedas que durante un tiempo también estuvieron apuntaladas por el Dólar y, cuando comenzaron a flotar, lejos de dejar de ser convertibles, se transformaron en monedas más demandadas que el mismo Dólar. Eso pasó con el Yen japonés, con el Marco Alemán, con el Franco Francés, con el Dólar Australiano, con el Dólar Canadiense, con el Dólar de Singapur y, sin ir más lejos, ha estado pasando durante los últimos años con el Peso Chileno, el Real Brasileño y el Peso Colombiano que, lejos de depreciarse, se han estado apreciando!
Se ha instalado en nuestro país la errónea interpretación de que la crisis de 2001 fue una crisis de la Convertibilidad. Craso error! No fue una crisis del régimen monetario sino una crisis financiera, que ocurre con cualquier régimen monetario. Por ejemplo, ocurrió en los Estados Unidos en 2008 y aún está produciendo muchos problemas, a pesar de que los Estados Unidos tienen una moneda propia y altamente demandada: el Dólar. Y está ocurriendo en Europa a pesar de que el Euro, desde 2002 en adelante, pasó a ser más valioso que el Dólar ( si lo fue, es precisamente, porque fue más demandado que el mismo Dólar). Las crisis financieras se producen cuando los activos de los bancos, es decir las cuentas a cobrar por los préstamos que los bancos han concedido, comienzan a tornarse incobrables. Si los depositantes y los demás acreedores de los Bancos advierten que la solvencia de esas instituciones está en peligro, comienzan a tratar de recuperar los fondos que habían depositado o le habían prestado a esos bancos. Eso es lo que se llama una «corrida bancaria». Las corridas bancarias son difíciles de parar, salvo que alguien actúe como prestamista de última instancia. En el caso de los Estados Unidos, lo hizo el Banco de la Reserva Federal. En el caso de Europa lo está haciendo, en forma demasiado lenta, el Banco Central Europeo.
En nuestro caso, el único que podría haberlo hecho es el FMI. Lamentablemente, para regocijo de quienes querían destruir la Convertibilidad y licuar sus pasivos, el FMI , que en agosto de 2001 se había comprometido a prestarnos los dólares necesarios para sostener la estabilidad del sistema financiero y apoyar la re-estructuración ordenada de la deuda pública, dejó de desembolsar los fondos comprometidos a partir de noviembre, cuando estábamos en medio de la re-estructuración y se produjo otra fuerte corrida bancaria. La crisis financiera se transformó en una crisis del sistema monetario. Quienes esperaban beneficiarse del abandono de la Convertibilidad, aprovecharon el cambio de Gobierno para decretar la pesificación compulsiva de todos los depósitos en dólares. Eso es precisamente la forma de pasar de una moneda convertible a una inconvertible. Nadie quería tener Pesos y en la desesperación por volver a convertirlos en Dólares, el Precio del Dólar salto de 1 a 3 pesos en pocas semanas. A partir de allí, la inflación volvió a instalarse como una enfermedad crónica en nuestra economía.
Aún con todo el despojo que significó la pesificación compulsiva, si desde enero de 2003 el Banco Central hubiera dejado flotar libremente el Peso, como lo hizo el Banco Central de Brasil desde el comienzo del gobierno de Lula, nuestra moneda se hubiera apreciado en la misma proporción y al mismo ritmo que lo hizo el Real. En ese caso, la inflación podría haber bajado sin necesidad de congelar precios y tarifas. Pero aquí todavía reinaba la «teoría del tipo de cambio real alto» y no se dejó que el Peso se apreciara. La consecuencia fue que los precios y salarios libres comenzaron a ajustarse al precio del Dólar y los precios y tarifas congeladas quedaran cada vez más rezagadas. Es así como aparecieron y crecieron los subsidios que provocaron y siguen provocando un peligroso descontrol del gasto público.
Cuando ya todo el efecto de la devaluación se había trasladado a los precios y salarios, la inflación se mantuvo alta porque era empujada no ya por la devaluación sino por la emisión monetaria. Pero la emisión monetaria lleva inexorablemente a más devaluación. Es aquí cuando la gente comienza a advertir que mantener sus ahorros en una moneda inconvertible es muy desventajoso. Y, frente a la fuerte demanda de dólares para proteger ahorros, el Gobierno tira por la borda su estrategia de crecimiento basado en el tipo de cambio real alto y decide evitar que el precio del Dólar suba. Para ello, acentúa de manera extrema los controles de cambio. La moneda pasa a ser aun mas inconvertible y la gente trata desesperadamente de desprenderse de ella. Este es el fenómeno que estamos viviendo. Y a este fenómeno la jerga popular le ha denominado «Cepo Cambiario». Sin duda, «Cepo Cambiario» es una denominación no técnica, pero intuitivamente comprensible de la denominada «Inconvertivilidad» de la Teoría Monetaria.
En otros términos, Kicillof tiene una gran confusión y se la ha trasmitido a la Presidente. «Cepo Cambiario» y «Convertibilidad» no son sinónimos sino antónimos. La gente, afortunadamente, no está confundida.