No cabe ninguna duda que una economía bien organizada tiene que tener un mercado cambiario único y libre. Si en algún momento se justifican restricciones cambiarias, será sólo para atenuar los movimientos de capitales de corto plazo, con más efectividad para limitar la entrada excesiva que para prevenir la salida. Pero fuera de estas restricciones de dudosa efectividad, lo normal en economías bien organizadas y conectadas con el mundo es que el mercado cambiario en el que se compran y venden las monedas extranjeras sea único y libre. Esto es bien conocido y aceptado por la mayoría de los economistas profesionales en todo el mundo.
En Argentina, esta premisa será relevante para un futuro Gobierno elegido por el voto popular en reemplazo del de Cristina Kirchner. Si ese gobierno se prepara bien para introducir la reorganización institucional que permitirá a nuestro país recuperar la estabilidad y volver a crecer, tendrá, inexorablemente, que organizar un mercado único y libre de cambios.
Lamentablemente es imposible que, a esta altura de su gobierno y con todos los desequilibrios que se han acumulado, Cristina Kirchner pueda dejar que el mercado de cambios funcione como un mercado único y libre sin poner en riesgo una explosión inflacionaria del tipo Rodrigazo de 1975 o Hiperinflación de 1989. La razón es simple: se ha acumulado una enorme inflación reprimida (reflejada sobre todo en el atraso tarifario de los servicios públicos), el grado de monetización de la economía es muy alto (existe una gran cantidad de dinero que la gente no desea mantener como activo) y el gobierno no consigue ni conseguirá en el corto plazo crédito interno o externo para financiar su enorme déficit fiscal. En otras palabras, el Gobierno ha perdido los márgenes mínimos de credibilidad que permitirían sincerar el funcionamiento de una economía desequilibrada , sin arriesgar una explosión inflacionaria incontrolable.
Sin embargo, es imprescindible que el actual Gobierno deje que al menos funcione un mercado cambiario libre y legal para el turismo, el atesoramiento y todo tipo de movimientos puramente financieros. En este mercado, el Banco Central no debe intervenir, salvo a través de la política de tasas de interés y colocación de Lebacs. La existencia de un mercado semejante tendría dos ventajas fundamentales: 1) permitiría que se derive a este mercado toda la demanda de divisas para turismo en el exterior, atesoramiento y pagos financieros en general, incluidos repatriación de capitales y remisión de dividendos y 2) lograría que también se abastezca a este mercado con divisas provenientes del turismo extranjero que llega al país y entrada de capitales para financiar inversiones.
Hay quienes sostienen que este mercado libre ya existe, sea a través del denominado «blue» o a través del contado con liquidación o dólar Bolsa. Pero esos dos mercados no permiten que haya un abastecimiento fluido e importante de divisas. El mercado blue es ilegal y, por lo tanto, no puede ser vehículo para la entrada de capitales de gran magnitud y que se mueven en la economía formal. El mercado del dólar Bolsa y el «contado con liquidación» (el que surje de comprar bonos dolarizados con dólares y venderlos en pesos o viceversa) es un mercado legal pero que el Gobierno y la AFIP miran con desconfianza, además de que no está claro que puedan registrarse coomo inversiones extranjeras las entradas de capitales que por él se efectivicen. Por otro lado, implica un costo transaccional que le quita eficiencia. Obviamente al ser el blue un mercado ilegal, el gobierno no puede decirle a quienes viajan al exterior o desean comprar dólares para atesoramiento que consigan estos dólares en ese mercado. Sería como obligarlos a operar en un mercado ilegal. La gente de hecho lo hace, pero sólo con dineros que están fuera del circuito formal de la economía.
Además de las ventajas antes mencionadas, un mercado libre y legal permitiría que el actual mercado oficial pueda abastecer sin dificultades a los demandantes de dólares para pagos de importaciones necesarias para asegurar una fluída producción de bienes y servicios, tanto para abastecer al mercado interno como para la exportación. Y si bien los exportadores estarían obligados a vender sus divisas en el mercado oficial, en caso de existir un cierto superávit comercial, el Gobierno podría disponer que para algunas exportaciones, por ejemplo las de las economías regionales y actividades manufactureras muy intensivas en mano de obra, un porcentaje de las divisas de exportación se puedan liquidar en el mercado libre. La generalización de este mecanismo es la forma más eficiente para avanzar de manera gradual hacia la unificación total del mercado cambiario, cuando la economía haya recuperado el crédito y un nuevo gobierno pueda comprometerse a aplicar una política de estabilización con chances de éxito.
Finalmente, al funcionar un mercado libre y legal para el turismo, el atesoramiento y las transacciones financieras, la política monetaria (es decir el manejo de la tasa de interés y la colocación de Lebacs) se haría mucho más efectiva. Un aumento de la tasa de interés podría atraer capitales de la economía formal al mercado financiero con mucho más efectividad que la que hoy tiene para inducir a exportadores a anticipar sus divisas de exportación o a los importadores a demorar sus pagos. En el caso de los capitales financieros, la tasa de interés manejada por el Banco Central tendrá que superar la expectativa de devaluación en el mercado libre. Como en éste se parte de un precio muy superior para el dólar, la expectativa de devaluación, hasta la unificación total, va a ser necesariamente menor a la que existirá en el mercado oficial.
Sólo prejuicios ideológicos contra la libertad económica pueden explicar que el Gobierno de Cristina Kirchner no siga el curso de acción que vengo sugiriendo desde bastante tiempo atrás. Sigo haciendo votos para adviertan el error antes de que sea demasiado tarde; es decir, muy pronto.