Hace 20 años cuando en la Fundación Mediterránea trabajábamos sobre los problemas económicos de Argentina yo introduje en la discusión sobre políticas públicas la distinción entre “dólares comerciales” y “dólares financieros”. En la página 99 de la primera edición de mi libro “Volver a Crecer” recomendaba dejar de perseguir los dólares financieros para pasar a buscar activamente dólares comerciales a través del aliento generalizado a las exportaciones. Un amigo bien interiorizado de mis escritos y conferencias de aquella época me acaba de escribir preguntándome si lo que dice ahora Lavagna no es exactamente lo que yo sostenía entonces.
Lavagna ha dicho hace pocos días que no está interesado en la entrada de capitales, porque éstos deprimen el precio del dólar y le quitan aliento a las exportaciones. Creo que incluso utilizó los mismos términos que yo acuñé en aquella época. Habló de la ventaja de conseguir “dólares comerciales” en lugar de “dólares financieros”. Y lo hizo como crítica a la convertibilidad, que, según su opinión, desalentó las exportaciones y llevó al endeudamiento excesivo.
La distinción que yo hice 20 años atrás era correcta y las recomendaciones de política económica que emergían de ella eran acertadas, como lo demostró la década del 90. Sin embargo, las conclusiones que extrae Lavagna en la actualidad haciendo, aparentemente, el mismo tipo de análisis, son equivocadas. Voy a explicarlo.
En primer lugar, la similitud del análisis es sólo aparente. Cuando Lavagna dice que no le interesa la entrada de capitales, es decir el ingreso de dólares financieros como los que atraía la convertibilidad, lo que está diciendo es que no le preocupa que los capitales tengan temor a la posible desvalorización o confiscación, porque, según él, Argentina no los necesita. Cuando yo decía hace 20 años que Argentina no debía perseguir dólares financieros, proponía cambiar el tipo de política comercial y monetaria de entonces. Por esos años los gobiernos trataban de mantener artificialmente bajo el dólar comercial, las mas de las veces separado del financiero, mediante controles de cambio y restricciones arancelarias y cuantitativas a las importaciones, combinadas con fuertes restricciones a la expansión del crédito interno en presencia de fuertes déficits fiscales. Como resultado se producían elevadísimas tasas de interés. Yo proponía reducir esas restricciones comerciales, liberar el tipo de cambio en un mercado unificado y aplicar una política monetaria que apuntara a tasas reales de interés más bajas. Por supuesto pregonaba la eliminación del déficit fiscal. De ninguna manera sostenía que Argentina debía despreocuparse de la recreación de confianza para mantener en el país al capital financiero. Por el contrario, las políticas recomendadas apuntaban esencialmente a la creación de confianza sobre la habilidad de Argentina para cumplir con sus obligaciones internas y externas. En síntesis, proponía lo que luego puse en práctica como Ministro de Economía, a partir de 1991.
En segundo lugar, la situación de la economía mundial era completamente diferente a la actual. Estados Unidos recién había iniciado la lucha contra la inflación a través de las políticas monetarias que aplicaba Paul Volcker desde la Reserva Federal y Estados Unidos tenía enormes déficits fiscales. Las tasas de interés en dólares eran muy altas, tanto en términos nominales como reales y predominaba la iliquidez en los mercados de capitales del mundo. Hoy predominan en los Estados Unidos y en las principales economías avanzadas políticas monetarias muy expansivas, porque el temor no es la inflación sino la deflación. Las tasas de interés se acercan a cero y existe enorme liquidez en casi todos los mercados financieros importantes.
En el mundo en que hoy vivimos, el costo del capital es un determinante mucho más importante de la competitividad de los países que el costo de la mano de obra, porque casi todas las actividades se han hecho mucho más intensivas en capital. Además, las políticas que procuran ganar competitividad bajando el costo de la mano de obra, restringen el tamaño del mercado interno y reducen la oportunidad de aprovechar el bajo costo del capital para crear infraestructura y servicios que, si bien contribuyen mucho al aumento de la competitividad, sólo se pueden financiar cuando hay suficiente demanda interna para su utilización eficiente.
Que el precio del dólar comercial no siga siendo mantenido artificialmente bajo por restricciones cuantitativas y arancelarias sobre las importaciones y por restricciones excesivas a la expansión del crédito interno sigue siendo tan importante como hace 20 años. Pero no tiene ningún sentido alentar un precio alto del dólar comercial y financiero a través de medidas que siembran la desconfianza entre los inversores y ahorristas, porque lo único que se consigue con ello es aumentar el costo del capital mucho mas que lo que bajan los costos laborales en dólares. Y el aumento del costo del capital tiene un efecto negativo sobre la competitividad mucho mayor que las ganancias de competitividad derivadas del abaratamiento de la mano de obra.
Escrito hace 20 años, el último título de mi libro comenzaba con los siguientes párrafos:
“Con altas tasas reales de interés en el mundo y una deuda externa que representa el 70 por ciento del producto bruto interno, no hay posibilidad de crecimiento mientras pretenda lograrse las divisas necesarias para superar la crisis de pagos externos restringiendo el crédito y tratando de que las tasas de interés internas superen suficientemente a las internacionales.”
“Solo hay una forma de salir de esa trampa: alentar masiva y generalizadamente los ingresos de divisas por exportaciones. De esa forma dejaremos de perseguir dólares financieros que casi no existen, para salir a buscar dólares comerciales, aprovechando…”
Si lo re-escribiera hoy debería decir:
Con tasas de interés bajas en el mundo y una deuda externa que en condiciones normales representaba sólo el 50 % del producto bruto interno, no hay posibilidad de crecimiento mientras se expulsen del país las divisas necesarias para superar la crisis de pagos externos y se desaproveche de esa forma el crédito externo barato a la vez que se hace desaparecer el crédito interno.
Sólo hay una forma de salir de esta trampa: alentar masiva y generalizadamente el ingreso de divisas. De esta forma atraeremos capitales a bajo costo para aumentar la competitividad sin destruir el mercado interno y podremos aprovechar “oportunidades a las que no prestamos suficiente atención en el pasado y que pueden llegar a reforzarse como consecuencia del fuerte déficit comercial externo norteamericano.”
“La integración prioritaria con América Latina permitirá que nos acostumbremos a la competencia internacional, aprovechemos economías de escala y obtengamos ventajas de la mayor especialización. La apertura comercial hacia el Pacífico ofrece seguridades de continuidad porque involucra a países altamente dependientes de un fluido intercambio comercial externo.”
“Para lograr el efecto sobre las exportaciones, de la forma menos costosa posible para el país, deberán tender a eliminarse las trabas cuantitativas y arancelarias a las importaciones (mientras no respondan a una política antidumping o a la necesidad de contar con herramientas de negociación de la reducción del proteccionismo de otros países), dejando que sea el tipo de cambio”, sin retenciones, “el gran instrumento que aliente las exportaciones y proteja la economía interna, simultáneamente”.
“La adopción de una política cambiaria y comercial como la señalada restablecerá de inmediato la confianza de los acreedores en el país, porque pondrá claramente de manifiesto la intención de cumplir con las obligaciones de manera genuina.
Con la economía destrabada y desburocratizada, y con el mundo como cliente, aumentará rápidamente la producción en múltiples actividades de exportación, creando oportunidades de inversión y empleo altamente productivas. Las industrias de exportación se transformarán en una especie de nueva frontera económica con niveles de actividad nunca antes alcanzados. La capacidad de los vendedores argentinos se volcará a los mercados mundiales y aparecerán oportunidades comerciales insospechadas”.
“Los nuevos empleos creados por la expansión de las exportaciones superarán ampliamente a los que puedan desaparecer por mayor competencia con las importaciones de actividades que estaban fuertemente protegidas, porque el alto nivel de la paridad cambiaria seguirá brindando protección, aunque de manera más pareja y menos arbitraria”.
“La reducción del gasto público, así como la política social encaminada a facilitar la reubicación de los trabajadores en actividades productivas, irán transformando la estructura del país y aumentará el nivel promedio de los ingresos familiares. Esto provocará, a la vez, aumento de la recaudación fiscal y de la demanda de bienes domésticos, con lo que el crecimiento alcanzará también a la producción de éstos últimos, pero sin que la brecha fiscal se grande como en el pasado”.
“El avance hacia un creciente equilibrio fiscal permitirá luchar contra la inflación y, a medida que ésta disminuya, el sistema de los precios comenzará a operar con mayor eficacia acelerando el proceso de elevación generalizada de la productividad”.
“La mayor moderación que podrá adoptar la política crediticia, al dejar de estar atada a la consecución del equilibrio externo y al disminuir el déficit fiscal interno, permitirá que existan mejores posibilidades de financiamiento del capital de trabajo y de la nueva inversión, lo que reforzará el aumento de la producción”.
“La economía en crecimiento y el mejoramiento de los ingresos por aumento de la productividad se trasformarán incentivos para el regreso de gente y capitales al país, con los que el proceso se verá reforzado por la acumulación más acelerada de capital físico y humano”.
“El crecimiento será sostenido porque al haberse iniciado por el lado de las exportaciones y la reducción del gasto público, a medida que se avance en la recuperación del nivel de actividad se alejarán los fantasmas de la crisis de pagos al exterior y del desequilibrio fiscal, que obligaba en el pasado a interrumpir drásticamente los procesos de crecimiento”.
“La actividad económica se revitalizará en todo el espacio nacional, pero será más febril en las áreas marginales y las economías regionales que tienen múltiples posibilidades de producción para la exportación. La apertura de nuevas rutas comerciales hacia el Pacífico redefinirá la orientación tradicional de los flujos de transporte, promoviendo una mejor utilización de la infraestructura y una conformación mucho más equilibrada de la población en el territorio. La pesca en el litoral marítimo y la minería en el área cordillerana se sumarán a las múltiples oportunidades que ofrecerán las actividades agropecuarias, industriales y de producción de petróleo y gas, hasta llegar a conformar una economía mucho más diversificada, tanto sectorial como geográficamente”.
“Con el crecimiento económico disminuirán las tensiones sociales y se consolidarán las instituciones políticas democráticas.”
“En pocos años la Argentina habrá recobrado ante el mundo la imagen de tierra de paz y promisión que atrajo en el pasado a gente emprendedora de todos los rincones del mundo.”
“Pero lo más importante es que los argentinos habremos recobrado la fe en nuestra capacidad y transformado el sentimiento de frustración en sensación de esperanza. Esto, y nada menos que esto, significa para los argentinos volver a crecer.”
Todo lo que está entre comillas fue escrito hace 20 años y aún tiene vigencia, salvo la descripción de las circunstancias mundiales, que hoy son muy diferentes a las de entonces.
Por eso la diferenciación entre dólares financieros y dólares comerciales ha dejado de ser relevante. Lo que sí es hoy muy relevante es el fuerte desaliento a las exportaciones que representan las retenciones a las exportaciones. Cualquier política sensata debe comenzar por eliminarlas.