Por Ezequiel Burgo
Harvard. Departamento de Economía. Allí se desempeña hoy Domingo Cavallo dictando clases. Sin la asistencia de una secretaria, es él mismo quien desde su despacho levanta el tubo con un castellanizado hello. Algo que describe la mansa realidad que vive uno de los hombres con más poder en la Argentina de los ‘90, hoy rodeado sólo por pizarrones y alumnos.
El ex ministro de Economía ocupa un cargo dentro de la cátedra Robert F. Kennedy of Latin American Studies administrada por el David Rockefeller Center, por el período 2003-2004. Se lo nota con un tono mucho más pausado y tranquilo que el que tenía aquellos días de furia. Pero al poco tiempo que comienza a hablar, se percibe que su contenido entusiasmo esconde en el fondo el carácter del Mingo que todos conocen. Como una especie de Doctor Jeckyll y Mr Hyde. La razón de esta calma, según sus propias palabras, no es otra que ese ambiente apacible que ofrece Harvard.
“Para mí es una cuestión muy agradable y muy sencilla porque lo único que me piden que haga es dictar conferencias y enseñar a partir de mi propia experiencia como policy maker. Yo no vengo a dar un curso de teoría sino más bien a hablar de la historia económica reciente de América latina, de la cual fui uno de sus actores en los últimos tiempos”.
El Economista: –En general los ’90 fueron un período al que hoy se ve con cierta desconfianza. Al paradigma neoliberal se lo acusa de muchas cosas, ¿no es así?
Domingo Cavallo: –Mire, para empezar yo creo que no existe tal cosa llamada paradigma neoliberal. En todo caso hubo un conjunto de reformas estructurales que en algunos países se aplicaron de manera más completa que en otros, pero que América latina necesitaba. Ahora, yo no creo que esas reformas estructurales sean un paradigma neoliberal sino que surgen de la experiencia exitosa de muchos otros países a los que les ha ido bien aplicándolas.
E.E.: –¿Pero cuáles son esas reformas que usted todavía defiende? ¿acaso no se encuentran en pleno revisionismo hoy en día en todo el mundo?
D.C.: –Vayamos caso por caso. Una de las reformas que se hizo por ejemplo fue la de la apertura económica, ¿no? Este proceso para mí ya es irreversible, aquí no hay revisionismo alguno, ¿me entiende? Esto tuvo un éxito muy claro en el caso de Chile y en el de México. En la Argentina yo creo que fue muy bueno también porque permitió aumentar la productividad y las exportaciones en la década del ‘90. Ahora yo creo que estas reformas van a continuar porque nadie las discute, nadie las critica, o por lo menos no se lo hace desde el punto de vista de la tendencia general. En todo caso, el debate gira en torno de cuál sería la mejor estrategia para avanzar, si convendría avanzar a través de negociaciones multilaterales (que hoy están en crisis) o si insistir con relaciones bilaterales como las que encararon Chile o México con Estados Unidos o si deberíamos concentrarnos en el Mercosur y luego negociar a través del ALCA. Como usted más le guste. Pero todo esto consolida ese proceso de apertura al mundo que iniciamos allá por principios de los ‘90.
E.E.: –¿Y el resto de las reformas?
D.C.: –¿El ajuste de las cuentas públicas por ejemplo? Sirvió para eliminar los déficit y sobre todo para eliminar su financiamiento inflacionario. Esta es otra reforma que está dispuesta a perdurar pese a todo lo que por ahí pueda decirse. Después está el proceso de privatización. Algunos fueron defectuosos, lo admito, pero los que fueron hechos bien significaron una mejora significativa en términos de la calidad de los servicios. En ese sentido la tendencia a consolidar las buenas reglas de juego que marcaron algunas privatizaciones y perfeccionar las que no se hicieron bien, es otro reforma estructural destinada a perdurar.
E.E.: –¿Pero entonces estuvo todo bien en los ‘90?
D.C.: –No, no, ahora viene la otra cara de la moneda. Durante esa década también se produjo un fenómeno que hoy en día está en discusión y es el de la gran apertura financiera de la economía global. La dinámica que tomó el enorme flujo de capitales hacia los países emergentes, las subsiguientes interrupciones y su salida posterior generaron muchas crisis, como por ejemplo la de la Argentina.
E.E.: –Ahora, ¿qué opina de esta especie de demonización que se hace hoy de los ‘90 en la Argentina?
D.C.: –Ha habido una gran confusión respecto de las causas de la crisis de 2001. Los que fueron críticos de la apertura, de las privatizaciones y de la mayor disciplina fiscal, han puesto todas estas reformas bajo el título del paradigma neoliberal y atribuyen el desplome del país al neoliberalismo. Y no es así. Lo que pasa es que esta etiqueta de neoliberalismo puede tener gancho y resultar útil a la hora de utilizar un discurso político. Pero no constituye un análisis correcto, algo serio. La gente acá en la universidad, por ejemplo, no usa slogans o rótulos de este tipo, ¿me entiende? En general, la idea que prevalece en el mundo hoy es que los problemas se derivan no de las reformas que efectivamente se hicieron, sino de las que no se hicieron. Y yo creo que en la Argentina todavía falta mucho por reformar. Los sistemas de educación y salud no fueron modernizados, y los de la lucha contra la pobreza tampoco. Chile, por ejemplo, logró grandes avances en su políticas de contención social mediante la elaboración de un padrón para los beneficiarios. En conclusión, diría que todos los que dicen repudiar las reformas neoliberales de los ‘90 deberían explicar cuál es el nuevo conjunto de reformas que va a producir mejores resultados en esta primera década del Siglo XXI y luego veremos.
E.E.: –¿Ve algo de original en este último acuerdo entre la Argentina y el Fondo Monetario?
D.C.: –La única diferencia con las negociaciones anteriores es que este acuerdo no ha habido plata de por medio, el país no ha recibido ningún dinero nuevo. Se ha hecho un roll over de la deuda y listo. Para colmo ese roll over no es muy perfecto que digamos, porque en algún momento la Argentina va a tener que pagar y deberán prestarle dinero otra vez.
E.E.: –¿Pero piensa que el Gobierno negoció bien o no?
D.C.: –Primero, y antes que nada, dejemos en claro que el Gobierno argentino ha considerado que no necesitaba una nueva asistencia para llegar a la reestructuración de la deuda y a una normalización de las relaciones financieras con el exterior. Sin embargo yo creo que hubiese sido mucho más justo que el FMI pusiese dinero para atraer, por ejemplo, a todos los tenedores de bonos para que se presenten y aceptaran una reestructuración viable. A mí me parece muy injusto que a los que compraron bonos de la Argentina se les pida una quita muy significativa mientras que al Fondo no. El FMI logró que se le paguen totalmente los intereses, que se le devuelva íntegramente el capital y que no sufra ninguna quita. Eso es injusto. Creo que lo lógico hubiese sido que el FMI pusiera dinero adicional y que esa plata se usara para pagar parte de los intereses vencidos, al que tienen derecho los tenedores de bonos. Con este incentivo se habría atraído el 100% de los acreedores a aceptar la quita que la Argentina necesita para hacer frente a su deuda de una manera consistente con la tasa de crecimiento de largo plazo, ¿me sigue? Ahora, a mí me parece que el Fono la está pasando demasiado bien. Yo creo que el FMI cometió un gravísimo error cuando indujo a la Argentina al default y a la devalución a fines de 2001. Por eso digo que la Argentina debió haberle hecho pagar el precio de ese gravísimo error.
E.E.: –¿Y cómo hubiese sido esa forma?
D.C.: –Comprometiendo al Fondo a aceptar una quita semejante a la que le pide al resto de los acreedores o que la Argentina le pide a los tenedores de bonos. O, en todo caso, que aportara dinero nuevo para hacer más llevadera las quitas de capital a la que serán sometidos los actuales acreedores de la Argentina. Incluso el dinero nuevo hubiese servido para que el sector bancario termine de reintegrar todos los fondos que no le ha devuelto a los depositantes
.E.E.: –¿Entonces el Fondo se sigue equivocando?
D.C.: –Totalmente. Y lo peor es que lo viene haciendo desde fines de 2000 con la Argentina. Hablaron del moral hazard y que los acreedores deberían soportar las pérdidas cuando le prestan a un país. Después lanzaron la idea de un sistema de quiebra de bancarrota de países. Con todas estas discusiones lo único que lograron fue provocar una suerte de retirada, de retracción de tenedores de bonos que habían traído capitales a los países emergentes. Pero el punto es que no aportaron ninguna solución. Nunca encontraron la manera viable de imponer el moral hazard o de crear un sistema de bancarrota de países soberanos. El único caso al que indujeron al default y a la consiguiente bancarrota es a la Argentina, por eso creo que nos tomaron como conejitos de Indias para un experimento absurdo que, es obvio, le ha significado un costo tremendo al pueblo argentino, porque ha provocado un enorme aumento de la pobreza vía efecto de la devaluación. Y además hay que ver cuánto va a costar en términos de crecimiento para el futuro.
E.E.: –Precisamente por el mediano plazo le quería preguntar, ¿cómo ve el panorama ahí para la Argentina?
D.C.: –Es muy difícil hacer un análisis en estos momentos porque no queda claro de dónde surgirá el financiamiento de la inversión de aquí en más. Habiéndose estafado a los ahorristas internos y externos, yo creo que el tema es complicado. Yo lo que sí digo es que si la Argentina no crece al 6% o 7% anual nunca va a resolver los problemas de pobreza y empleo. Chile lo ha logrado desde mediados de los ‘80. Nosotros en los ‘90 crecimos a ese ritmo en 8 años consecutivos con la excepción del ‘95 cuando nos agarró el tequila, pero nos quedamos a mitad de camino. Con esto quiero decir que es perfectamente posible crecer a ese ritmo porque la Argentina ya lo hizo. Ahora el crecimiento requiere inversión y aumento de la productividad. El crecimiento es un fenómeno del lado de la oferta y no de la demanda. Un país sin inversión y sin aumento de la productividad no puede tener crecimiento por más que sea verdad que saliendo de una profunda recesión puede haber una expansión vía mayor consumo, por ejemplo. Pero insisto, si no hay un proceso de inversión que aumente la productividad no se puede hablar de crecimiento.
E.E.: –¿Le gusta o no la gestión de Lavagna?
D.C.: –Yo creo que nadie puede dar una opinión seria al respecto porque no hay definiciones sobre temas fundamentales todavía. Acaso, ¿cuál es la estrategia de crecimiento? ¿cómo se va a financiar la inversión? ¿cómo se van a crear incentivos para que vuelva esa inversión? ¿cómo va a aumentar la productividad? ¿cómo se va recuperar el capital de humano perdido? ¿cómo se va a reformar el sistema de salud y de educación? Nada de esto está definido y entonces no puedo ser ni optimista ni pesimista. Son muchos interrogantes.
E.E.: –¿Pero según usted, tiene o no un plan económico?
D.C.: –Mire, yo creo que uno puede hablar de un programa fiscal o monetario, es decir, de un programa macroeconómico que efectivamente está produciendo resultados satisfactorios en estos momentos porque la economía se está reactivando. Pero yo voy más allá. Lo que me pregunto es lo que bien decía Juan Llach en un reportaje el otro día, ¿cuál es la estrategia de crecimiento a largo plazo?
E.E.: –¿Cómo ve el orden político del país?
D.C.: –Luego de un terrible problema de alteración institucional en lo político y en lo económico, a mí no me queda para nada claro que en la Argentina se esté avanzando hacia la reinstitucionalización del país de una manera promisoria. El quiebre del orden constitucional en diciembre de 2001 y todas las medidas inconstitucionales consiguientes que afectaron los derechos de propiedad, provocaron un daño tal que tomará muchos años recomponer. Definitivamente no queda muy claro que hoy se esté yendo hacia una reconstrucción institucional vigorosa de la Argentina
.E.E.: –¿Pero le agrada el presidente Néstor Kirchner?
D.C.: –Tácticamente Kirchner se está manejando muy bien porque no sólo ha accedido al poder sino que además está incrementándolo de manera progresiva. Entre los poderes que el Presidente consiguió creo que es fundamental el apoyo logrado de la opinión pública. Desde el punto de vista táctico me parece muy bien, muy inteligente. Sin embargo, lo que no me queda muy claro es cuál es la estrategia de mediano plazo tanto en lo político, como en lo económico, como en lo social de la Argentina.
Qué hace Cavallo en Harvard
Domingo Cavallo dicta un curso en la Universidad de Harvard sobre economía latinoamericana. En el segundo semestre dará otro sobre regímenes monetarios en el mundo con especial énfasis en la experiencia argentina y de América latina.La cátedra Robert F. Kennedy of Latin American Studies que ocupa Cavallo está reservada únicamente para personalidades destacadas de la región. En Harvard en estos momentos también se encuentra Arminio Fraga, ex presidente del Banco Central de Brasil, y anteriormente también pasó Mario Vargas Llosa, por el departamento de Literatura. Mientras tanto se espera contar con la presencia de Fernando Henrique Cardoso para el segundo semestre.De esta manera el nuevo presidente de Harvard, Larry Summers –ex secretario del Tesoro de Estados Unidos–, parece estar dejando su huella en su nuevo hábitat. Quiere una universidad que brinde una enseñanza basada más en los acontecimientos reales que suceden en el mundo y no tanto la abstracción académica. Claro que la tarea no le resulta nada sencilla cuando enfrente tiene una tradición de tantos años. Una extensa nota en New York Times hace algunas semanas le valió a Summers el mote de “Harvard Radical”, para describir a alguien que viene a romper con esquemas y códigos de antaño.
Cavallo mientras tanto dice disfrutar de los almuerzos y cenas con viejos amigos. “Por ejemplo me encuentro muy seguido con quien fue director de mi tesis, Martín Feldstein”. Este último, es presidente del National Bureau of Economic Research y también profesor en Harvard.