Autor: Domingo Cavallo
Quienes eran los fondos buitres a los que aludí en mis discursos de diciembre de 2001?
Los fondos buitres a los que culpo de la situación de corrida bancaria y fuerte aumento del riesgo país en el mes previo a la implantación del corralito, no eran ni los tenedores de bonos que los habían comprado porque confiaban en el país y mucho menos los ahorristas que habían depositado sus fondos en los bancos y que, naturalmente, no querían perderlos.
Los fondos buitres eran los que vendían a futuro bonos argentinos que no tenían y que apostaban al default y la devaluación para poder comprarlos fuertemente desvalorizados y así hacer una suculenta ganancia por la diferencia con el precio al que los habían previamente vendido. Esta operación se conoce como ¨shortear¨ o ¨»vender en corto» en la jerga financiera, significa vender un activo que no se tiene porque se apuesta a que va a bajar de precio y se va a hacer una ganancia con la diferencia. No es una operación que sea ilegítima y es habitual en los mercados de capitales..
Pero en una situación de crisis financiera y cuando aquellos operadores consiguen socios internos que también se beneficiarían del default y la devaluación y políticos ¨»idiotas útiles¨ que no entienden que el default y la devaluación van a producir un fuerte perjuicio a toda la población, los ¨¨¨¨»shorteadores¨ son buitres, porque esperan beneficiarse de la pérdida de los ahorristas, de los legítimos tenedores de bonos y de los trabajadores y jubilados.
Algunos de los lectores del post que publiqué ayer creyeron que yo aludí a los ¨fondos buitres en el mismo sentido que lo hicieron y siguen haciéndolo los kirchneristas. Eso no es correcto. ¨¨Lamentablemente, varios años después, el kirchnerismo llamó fondos buitres a los tenedores de bonos que no quisieron aceptar las condiciones leoninas que les propusieron en los canjes del 2005 y del 2010 e iniciaron legítimos reclamos judiciales ante los tribunales de los Estados Unidos. Los verdaderos fondos buitres no se quedaron con los bonos defaulteados. Por el contrario, los habían vendido sin tenerlos e hicieron su gran ganancia entregando al vencimiento de esas ventas los bonos defaulteados que compraron a precio vil.
Quienes estaban fuertemente endeudados en dólares y bregaban por la pesificación y la fuerte devaluación para licuar sus pasivos, tenían el mismo interés que los fondos buitres. Se iban a beneficiar con el default y la devaluación. El gran lobbista de estos grupos era Ignacio De Mendiguren.
Los idiotas útiles, que quizás sin saberlo, trabajaron en favor de los fondos buitres, fueron los políticos que creyeron que destruyendo la convertibilidad iban a reducir la pobreza y mejorar los salarios reales. También los periodistas que aplaudieron mi renuncia y que echaban la culpa de la crisis a la convertibilidad. Produjeron el efecto contrario. Pero sólo lo advirtieron luego de cometer el gran error de voltear al gobierno de De la Rúa. Por supuesto no lo iban a reconocer y se dedicaron a buscar un chivo expiatorio. Me eligieron a mí y pusieron en marcha una endemoniada campaña de prensa que llegó, incluso, a pedirle a un juez que se estaba por jubilar, que decretara mi detención con al absurda acusación de que yo era responsable de la exportación de armas a Croacia y Ecuador.
Muy pocos argentinos se animaron a defenderme en ese momento. Tuve la suerte que muchas personalidades del exterior, incluidos cinco premios Nobel de economía, publicaron en el New York Times una solicitada que asustó a los funcionarios y a los jueces corruptos, por lo que conseguí la absolución despues de estar preso durante 60 días.
Mi anuncio del corralito el 3 de diciembre de 2001
He visto que hay periodistas y tweeteros que están presentando videos y reportajes de aquella época con un tono burlón, porque sólo treinta días después de mis intervenciones en las que dije que no habría default ni devaluación, el gobierno que se hizo del poder a partir del golpe institucional del 20 de diciembre de 2001, disponía el default de la deuda pública, aún la que ya estaba reestructurada a partir del préstamo garantizado y, pocos días después, destruía la convertibilidad al disponer la pesificación compulsiva de todos los depósitos y préstamos en dólares y de todos los crontratos que se habían pactado en esa moneda.
Me interesa que los seguidores de este blog, conozcan este material porque será útil para entender la discusión que estoy seguro que se va a desatar alrededor del 20 de diciembre, cuando los promotores de aquel golpe institucional y de las decisiones que provocaron el caos de enero de 2002, tratarán de volver a transformarme en el chivo expiatorio, tal como lo hicieron a lo largo de los años que siguieron a aquella tragedia.
Pocos dias después de este discurso, concedí entrevistas a los periodistas, incluídos los que eran más opositores. Vale la pena leer el que me hicieron para página 12, Maxi Montenegro y Sergio Moreno.
La crisis económica actual se parece mucho más a la de 1974 que a la de 2001
Para salir del atolladero en el que se encuentra Argentina se necesita un giro de 180 grados en la organización económica y un gran compromiso con la ética y la justicia. Sólo un gobierno que tenga esto en claro y que convenza primero a sus partidarios y elabore una propuesta sincera y generosa, puede liderar este giro.
No puede esperarse que la propuesta surja de una o de varias reuniones de las fuerzas políticas y de las representaciones corporativas donde cada uno lleve sus ideas e intereses sin que antes el propio gobierno haya unificado su visión.
A partir del 15 de noviembre, más que una convocatoria a las demás fuerzas políticas y a los sectores sociales, el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner tiene que unificar personería y lograr que todos sus integrantes demuestren pertenecer a un equipo que ha saldado sus diferencias internas y que están dispuestos a trabajar durante los dos años que le quedan de mandato sin peleas ni contradicciones. Si esto no se logra, lejos de avanzar hacia un futuro mejor, se seguirá profundizando la decadencia y agravando la inflación.
La experiencia de la crisis de 1974-1975 (post Plan Gelbard) mucho más que la de la crisis 2001-2002 (post Plan de Convertibilidad), es la que puede aportar elementos de juicio para entender los peligros que Argentina enfrentará en el período 2022-2023.
El anuncio de la ¨iniciativa¨ que hoy reporta La Nación en su primera página, recuerda la descripción de la ¨mesa del diálogo argentino¨ que, en el relato oficial, permitió, supuestamente, salir de la crisis del 2001 y 2002.
Iniciativa. El Gobierno reflota la idea de un «gran acuerdo» para después de las elecciones. La Casa Rosada convocará a empresarios, sindicalistas y legisladores de la oposición para encarar los últimos dos años de la gestión de Alberto Fernández; “Es el momento”, dijo el Presidente; coinciden Cristina Kirchner, Massa y Manzur
Amén de que la mesa del diálogo argentino del 2002, lejos de aportar soluciones, permitió producir la transferencia de riqueza (desde ahorristas a endeudados en dólares) y de ingresos (desde trabajadores y jubilados a la industria sustitutiva de importaciones) más injusta de toda la historia argentina, la situación actual es totalmente diferente a la que existía en 2001.
Una comparación mucho más relevante es entre la situación que se vive hoy con la que se vivió entre el segundo semestre de 1974 y el primer semestre de 1975. El peligro para 2022 y 2023 es que se repita la experiencia de 1975-1976.
La crisis actual es completamente diferente a la del 2001
Es muy frecuente escuchar a economistas argumentar que antes de que el actual gobierno pueda avanzar hacia una estabilización exitosa, se necesita que algún ¨Remes Lenicov¨ haga la ¨tarea sucia¨ de devaluar fuertemente el Peso. Y es aquí donde se filtra el argumento de que fue la ¨mesa del diálogo argentino¨ la que permitió sentar las bases de la recuperación económica y el crecimiento que se logró durante el gobierno de Néstor Kirchner. Se sostiene que la clave fue generar los famosos superávits gemelos.
Lo que no se dice, y más bien se esconde, es que no fue el aumento del precio del dólar de 1 a 1,40 que dispuso Remes Lenicov la que generó los superávits gemelos, sino la pesificación compulsiva de todos los contratos pactados en dólares que pregonó y consiguió el entonces ministro de la producción, Ignacio de Mendiguren, el lobista de los industriales que siempre vivieron de la protección arancelaria y del encerramiento de la economía. Fue la decisión de ¨des-dolarizar¨ compulsivamente la economía, la que llevó que el precio del dólar saltara a casi 4 pesos, provocando una brutal reducción de los salarios y de las jubilaciones en términos de poder adquisitivo y un aumento inédito en la historia argentina de los índices de pobreza y de desocupación.
La crisis del 2001 fue una crisis bancaria y de deuda pública provocada fundamentalmente por el endeudamiento de las provincias con el sistema financiero y por las dificultades de los deudores privados para cumplir con sus obligaciones debido a la recesión, al aumento de las tasas reales de interés y al deterioro de los términos del intercambio externo.
La solución menos traumática para aquella crisis hubiera sido la conclusión de la reestructuración ordenada de la deuda pública, que, préstamo garantizado mediante, ya había alcanzado a más del 50% del stock en circulación y disponer la libre flotación del peso manteniendo inalterados todos los contratos en dólares, es decir, dejando que el dólar siguiera siendo la moneda principal de la economía hasta tanto el peso adquiriera confianza como moneda fiduciaria. Pero la tragedia fue que en la ¨mesa del diálogo argentino¨ resonara como solución atractiva la ¨desdolarización¨ que pregonaba De Mendiguren y los industriales que añoraban el proteccionismo del pasado y la evaporación de sus deudas a través de la inflación.
Era cantado que la ¨desdolarización¨ compulsiva de la economía abriría la puerta a la estanflación, el estado típico de la economía argentina en todos los períodos durante los cuales el Banco Central utilizó la emisión monetaria para financiar déficits fiscales o crear artificialmente crédito para el sector privado. Si la estanflación demoró varios años en hacerse evidente fue por el fenomenal ¨boom de las commodities¨ que se produjo entre 2003 y 2010 y por la utilización hasta su agotamiento, por parte del gobierno y de los sectores protegidos de la economía, de los ahorros del sector privado que se habían depositado en el sistema bancario y en los fondos de pensiones, además de las reservas del Banco Central.
También ayudaron a demorar la aparición de la estanflación varias características de la economía de aquellos años, que son muy diferentes a las de hoy.
En 2001 veníamos de 10 años de estabilidad y dos años de deflación. No había atraso tarifario ni controles de precios. Hoy el principal problema a resolver es el de la inflación. La inflación no sólo es elevada (50% anual), sino que está reprimida por congelamiento de tarifas y controles de precios.
En 2001, la economía estaba totalmente des-indexada y no existía inercia inflacionaria. Hoy, la inercia inflacionaria, potenciada por más de 10 años de inflación alta y creciente, se refleja en la indexación generalizada de los contratos pactados libremente y las altas tasas de interés nominales
En 2001, la base monetaria, el único pasivo monetario del Banco Central, era igual a las reservas de libre disponibilidad. Hoy los pasivos monetarios del Banco Central son 2 veces y media más altos que las reservas externas de libre disponibilidad.
En el 2001. los ahorros de los argentinos estaban depositados en el sistema bancario, fundamentalmente en dólares y en los fondos de pensiones. En total representaban el 60% del PBI. Hoy los ahorros están invertidos en dólares, pero muy pocos en el sistema bancario. Están en cajas de seguridad, en los domicilios o en el exterior. Los depósitos en dólares en el sistema bancario representan sólo el 4% del PBI y los depósitos totales menos del 30%.
En los años anteriores al 2001, los precios de exportación habían sido muy bajos, mientras que, en la actualidad, los precios de exportación son cinco veces más altos. Por consiguiente, ya hace varios años que existe un superávit comercial importante. El problema es que pese a un impresionante aumento de la presión tributaria, el déficit fiscal es más alto que el que existía en 2001.
En la actualidad los bancos están muy líquidos y el endeudamiento del sector privado con los bancos es muy reducido (menos del 10% del PBI). No hay crisis bancaria en puerta, pero el peligro de que se reedite un fenómeno parecido al del 2002 existe a causa de que es muy frecuente escuchar en los círculos del gobierno decir que el problema de la economía es el bi-monetarismo y que la solución va a pasar por otra des-dolarización compulsiva. Volveré sobre este tema, luego de comparar la situación actual de la economía con la de 1974-1975.
Semejanzas con la crisis post Plan Gelbard
La situación actual de la economía argentina tiene rasgos comunes con la que precedió al fenómeno que la historia económica denominó ¨el Rodrigazo¨.
El plan Gelbard que se elaboró en base a una negociación entre la CGT de entonces y la Confederación General Económica que era el ámbito empresarial donde siempre había militado José Ber Gelbard, generó fuertes desequilibrios macro-económicos y de precios relativos que recién se pusieron de manifiesto luego de la muerte de Perón. Esos desequilibrios eran muy parecidos a los que se observan hoy en la economía argentina.
Con un gobierno débil, desgastado además por fuertes diferencias ideológicas y políticas internas, un sector del gobierno liderado por López Rega compró la idea de que era necesario pegar un giro de 180 grados en el rumbo de la economía reemplazando al Pacto Social de Gelbard por un programa “ortodoxo”. Este incluía un tope del 30% a los aumentos salariales a acordarse en las convenciones colectivas de trabajo, con un 150 % de aumento en las tarifas de servicios públicos y una devaluación que significó la duplicación del precio del dólar en el mercado oficial.
Los sindicatos no aceptaron el tope salarial y consiguieron igualar el ajuste salarial a la devaluación. En un clima infernal de conflictividad social y descomposición política del gobierno, la inflación saltó del 50 al 800% anual y se produjo una fuerte recesión.
Una pregunta frecuente de quienes quieren saber qué es lo que puede ocurrir en los dos próximos años, se refiere a la posibilidad de que se dé algo parecido al Rodrigazo.
A pesar de que la imagen del gobierno de Alberto Fernández tiene ciertos parecidos al de Isabel Perón, especialmente en materia de diferencias ideológicas y de posicionamiento político de sus principales integrantes, no es imaginable que pueda intentar un viraje hacia la ¨ortodoxia¨ como el que quiso implementar Celestino Rodrigo. El gobierno se niega a presentar un plan que permita negociar con el FMI porque sospecha que el mismo exigiría incluir medidas como las que provocaron el Rodrigazo.
Mi impresión es que la iniciativa de la que ha comenzado a hablar el gobierno para después de las elecciones, apunta más bien a un Pacto Social como el que logró Gelbard bajo el liderazgo de Perón. El problema es que ni Cristina Fernández de Kirchner y mucho menos Alberto Fernández tienen hoy un liderazgo indiscutible y esperanzador como el de Perón en su regreso al País en 1973. Amén de que cuando se negoció el Pacto Social la economía no estaba aún plagada de desequilibrios.
La cuestión que cabe preguntarse es qué tipo de acuerdos puede buscar el gobierno en la nueva mesa del diálogo argentino.
La estrategia probable en materia cambiaria
Así como es seguro que el gobierno no admitirá avanzar hacia la eliminación de los controles de cambio, tampoco aceptará pegar un salto devaluatorio significativo en el mercado cambiario oficial porque temerá que la devaluación precipite un Rodrigazo. En realidad, las tarifas de los servicios públicos, especialmente energía y transporte, están más rezagados que el precio oficial del dólar. Una devaluación significativa, sin un aumento al menos equivalente en las tarifas de los servicios públicos significa un agravamiento del déficit fiscal por el aumento de los subsidios que se pagan a los prestadores para asegurar su provisión.
Este dilema se transará aumentando el ritmo de devaluación mensual del 1% al 3% o a lo sumo al 4% mensual. Probablemente se pacte también que el aumento de los salarios y el de las tarifas de servicios públicos sea igual al ritmo de devaluación. Si al mismo tiempo el gobierno logra mantener el aumento del gasto público y la emisión monetaria alrededor de esos porcentajes, puede ocurrir que la inflación anual se mantenga dentro del rango del 50% al 60% anual.
Si con esta tasa de inflación, que no va a permitir ni el aumento del empleo formal ni la disminución de la pobreza, el gobierno logra mantener la paz social, es posible que se evite una hiperinflación antes de las elecciones presidenciales de 2003.
La cuestión clave para discernir si será posible evitar la hiperinflación en la transición del gobierno actual al que lo suceda en diciembre de 2023, como no se la pudo evitar en la transición del gobierno de Alfonsín a Menem en 1989, pasa por las ideas que predominen en la discusión entre partidarios de la dolarización voluntaria y de la desdolarización compulsiva.
Si predomina la idea de que es conveniente permitir la dolarización voluntaria y se habilita el funcionamiento de un mercado cambiario totalmente libre para todo tipo de transacciones financieras y pagos y cobros de servicios, se podrá evitar la hiperinflación, porque la brecha cambiaria podrá mantenerse acotada con un manejo realista de las tasas de interés en pesos.
Si, por el contrario, predomina la idea de la des-dolarización compulsiva y se acentúa el cepo cambiario, extendiéndolo a las transacciones del contado con liquidación, dejando además que comience a cundir la sospecha de que en algún momento el gobierno avanzará hacia la pesificación compulsiva de los 15 mil millones de dólares que aún mantiene el sector privado depositados en el sistema bancario, la hiperinflación se producirá por una corrida contra esos depósitos y un aumento extremo de la cotización del dólar en el mercado paralelo.
¿Qué reforma laboral?
Este es el título de una nota de Armando Caro Figueroa publicada en Clarín el 24 de Octubre pasado. Algunos de mis amigos liberales y, en particular, libertarios, me consultaron sorprendidos. Saben que Armando Caro Figueroa es la persona en la que yo más confío cuando se trata de discutir cómo debería ser una reforma laboral.
Recomiendo a los dirigentes de Juntos por el Cambio y también a los sindicalistas, prestar atención a esta nota y escuchar este reportaje que le hizo Ceferino Reato en Radio Cultura.