Es imposible estabilizar si antes no se normaliza el funcionamiento de los mercados eliminando, simultáneamente, subsidios e impuestos distorsivos y regulaciones anti-productivas.
Los macro-economistas muchas veces no prestan suficiente atención a esta cuestión. Está ocurriendo en la actualidad cuando se trata de comparar el desafío de estabilización que enfrenta el gobierno de Macri con el que enfrentó el gobierno de Patricio Aylwin en Chile en 1990. Se argumenta que, así como Chile, con adecuadas políticas macroeconómicas pudo bajar gradualmente la inflación del 26% en 1990 a menos del 10 % en 1995 y a menos del 5% en 1999, en Argentina será factible bajar la inflación con políticas semejantes a las aplicadas allá, sin necesidad de apelar a reformas más integrales como las que acompañaron, por ejemplo, al Plan de Convertibilidad de 1991.
El desafío que enfrenta el gobierno de Macri es mucho más complejo que el que enfrentó en Chile el gobierno de Aylwin. Chile funcionaba en 1990 como una economía normal, con mercados libres no distorsionados ni por subsidios, ni por impuestos y mucho menos por regulaciones anti-productivas y trabas al comercio exterior. Tampoco tenía Chile los problemas fiscales que enfrenta hoy Argentina. Además, gozaba de buen crédito interno y externo porque había evitado el default de su deuda. Se trataba de una economía que nunca se había dolarizado, porque habían evitado las tasas reales de interés fuertemente negativas y, por consiguiente, la gente utilizaba la moneda local tanto para sus transacciones como para sus ahorros sin preocuparse por protegerse con dólares.
La situación de Argentina en 2016 es muy diferente a la chilena de 1990. La economía funcionó hasta 2015 como una economía reprimida y desequilibrada, no muy diferente a la que dejaron como herencia los gobiernos peronistas en 1955 y 1976 o los que heredaron los gobiernos de Frondizi en 1958, de Alfonsín en 1983 y de Menem en 1989. En todos los casos mencionados, fue necesario pasar por un período de normalización económica antes de poner en marcha un plan creíble de estabilización. Y ese período de normalización o ¨sinceramiento¨ de la economía, siempre fue política y socialmente penoso.
Recién ahora el gobierno de Macri parece estar tomando conciencia de lo costoso que será la normalización de la economía. Seguramente, sus asesores políticos que no entienden nada de economía, deben estar buscando chivos expiatorios sin advertir que, lo hicieran como lo hicieran, iba a doler mucho.
El Banco Central está haciendo una tarea eficaz para reducir la inflación que se refleja en los precios de mercado. Pero con los desequilibrios heredados esa tarea no es suficiente.
Todo el esfuerzo del gobierno debería concentrarse, en estos momentos, en la difícil tarea de remover subsidios e impuestos distorsivos, eliminar regulaciones anti-productivas, remover obstáculos al comercio exterior y a las inversiones, eliminar de los gastos del Estado, tanto los engrosados por la corrupción como los que resultan de las ineficiencias y despilfarros que se dan en todos los niveles de gobierno. Esto requiere no sólo adoptar las decisiones correctas sino explicarlas a la población, mostrando, al mismo tiempo, que se redoblan los esfuerzos para atenuar el sufrimiento de los más pobres y que se les exige, a quienes tienen gran poder económico y gozan de altos niveles de riqueza, que dejen de reclamar privilegios ni evadan impuestos y responsabilidades.
Es un desafío titánico, pero nada se conseguirá por demorar en el tiempo las decisiones más difíciles. Cuanto antes la economía se haya normalizado, más rápido la gente comenzará a tener buenas expectativas.