Con el alto grado de dolarización de facto que tiene la economía argentina, no se puede pensar en lograr una reducción significativa de la tasa mensual de inflación sin que se haya conseguido eliminar completamente el cepo cambiario y sea posible estabilizar el precio del dólar para quebrar la inercia inflacionaria.
Para que la reducción de la tasa mensual de inflación sea sostenible en el tiempo, la clave será que el gobierno aproveche la popularidad que le brindará ese éxito en el frente antiinflacionario para profundizar las reformas estructurales que permitan abrir plenamente la economía al comercio internacional y a las inversiones internas y externas capaces de movilizar los recursos naturales y humanos, afortunadamente abundantes, con que cuenta Argentina.
Un descontrol inflacionario tipo Rodrigazo de 1975 o hiperinflación de 1989 puede acortar o alargar los plazos para que pueda aplicarse un buen plan de estabilización, dependiendo de si se produce antes o después del cambio de gobierno. La razón de esta diferencia radica en el enorme costo social y el efecto demoledor del poder político que tiene la hiperinflación.
La estrategia política que tiene en mente Cristina Kirchner, seguramente basada en los razonamientos económicos de Axel Kicillof, consiste en evitar a toda costa que se desate una hiperinflación antes de la entrega del poder al nuevo gobierno pero que sea inevitable en el transcurso del próximo mandato presidencial. Sólo así se puede entender porqué la vicepresidente apoya la gestión de Sergio Massa como Ministro de Economía mientras reitera su adhesión al socialismo del siglo XXI de inspiración chavista.
Seguramente sabe por Axel Kicillof que, si Sergio Massa no consigue apoyos externos suficientes, el descontrol inflacionario extremo se puede producir en los próximos meses. Pero, al mismo tiempo, no quiere que se implementen ajustes fiscales y de precios elativos que puedan facilitar la gestión económica del nuevo gobierno.
En este contexto económico y político, los candidatos de la oposición tienen que ser muy cautelosos con sus propuestas y acciones iniciales para sortear la trampa que quedará activada sobre todo por la existencia del cepo cambiario.
Mientras exista el cepo cambiario, la tasa de inflación mensual tenderá a subir
El cepo cambiario, incluso si se limitara al comercio exterior de bienes, permitiendo que todas las demás transacciones sepudieran realizar en un mercado enteramente libre, sin intervención del Banco Central, obliga a ajustar el tipo de cambio controlado al ritmo de la inflación para evitar que se agrave el deterioro de la balanza comercial. Esta virtual indexación retrospectiva del tipo de cambio comercial se constituye en el principal factor de inercia inflacionaria.
Si el Banco Central insiste en aplicar el cepo cambiario a todo tipo de transacciones e impide que funcione al menos un mercado libre y legal para la entrada de capitales financieros, como viene ocurriendo desde su imposición a fines de 2019, la inercia inflacionaria se agrava porque la acelerada pérdida de reservas lleva a predecir que el ritmo de ajuste del tipo de cambio comercial va a tener que ser incluso superior a la inflación retrospectiva.
El monitoreo de las cuentas fiscales de aquí a que se conozcan los resultados de la próxima elección es la clave para dilucidar si será factible llegar al momento del cambio de gobierno sin que se haya desatado la hiperinflación.
El ministro de economía Sergio Massa puede derivar los pagos externos no comerciales a un mercado libre sin uso de reservas del Banco Central y seguir afrontando los pagos externos financieros con apoyos circunstanciales del FMI, de China y de Brasil.
Pero lo que no puede hacer impunemente es financiar un creciente déficit fiscal con más emisión monetaria y colocación de deuda en pesos indexados al tipo de cambio oficial sin que se desate una corrida contra los depósitos bancarios en pesos y en dólares. Si esto último ocurriera, la hiperinflación ya sería inevitable.
Si la hiperinflación licúa los pasivos remunerados y no remunerados del Banco Central antes del cambio de gobierno y reduce gastos del sector público en términos reales y, sobre todo, permite el sinceramiento de todos los precios internos que están atrasados en relación al precio del dólar oficial, será más fácil la aplicación por parte del nuevo gobierno de un buen ajuste fiscal.
Si no se produce antes de la entrega del poder, el nuevo gobierno podrá evitar la hiperinflación demoledora del poder político sólo si decide ajustar las cuentas fiscales mediante la reforma del estado, las privatizaciones y la apertura de la economía para eliminar el cepo cambiario del mercado comercial, recién cuando esas decisiones hayan llevado a una fuerte apreciación del tipo de cambio en el mercado libre.
Si en lugar de hacerlo con esa metodología decide eliminar de inmediato el cepo cambiario con la ilusión de producir el ajuste fiscal recurriendo a una fuerte devaluación que licue deudas, salarios y jubilaciones, al estilo del ajuste de enero de 2002, no encontrará régimen monetario alguno capaz de derrotar a la inflación en un mandato presidencial.
Puede parecer paradojal, pero si para evitar la inercia inflacionaria que crea el cepo cambiario, el nuevo gobierno decide eliminarlo de inmediato para todo tipo de transacciones, sin que haya habido tiempo para implementar un ajuste fiscal y la economía haya digerido toda la excesiva emisión monetaria anterior, el resultado puede ser una explosión hiperinflacionaria, costosísima desde el punto de vista social y demoledora desde el punto de vista político.