Sin lugar a dudas, el acuerdo logrado el 28 de junio entre los negociadores del Mercosur y los de la Unión Europea es auspicioso y tendrá efectos muy positivos para el crecimiento a mediano y largo plazo.
Si bien la implementación del acuerdo puede aún demorar dos años, la perspectiva de que nuestro país dé pasos importantes en la dirección de integrar cada vez más su economía a la del mundo, puede ayudar a aumentar la inversión directa, especialmente si, a partir de 2020, se adoptan medidas internas que eliminen el sesgo anti-exportador de la economía.
La reacción de Alberto Fernandez, que argumentó que el acuerdo es una ¨mala noticia¨, es un reflejo del condicionamiento al que está sometido por el kirchnerismo en materia de política exterior y de política económica. Su comentario se produjo dos horas después de que, seguramente sin consultarlo, Axel Kicillof caracterizara al acuerdo como una ¨tragedia¨ y que Pino Solanas hablara de ¨un día negro para los intereses nacionales¨.
Estoy seguro que, si Alberto Fernandez tuviera espacio para imponer sus propias ideas y no se sintiera obligado a replicar las del kirchnerismo, su valoración del acuerdo Mercosur-Unión Europea sería diferente.
Estas declaraciones de Alberto Fernandez no ayudan a despejar el horizonte del riesgo de explosión inflacionaria y de default de la deuda externa para el caso de un triunfo de la fórmula Fernandez-Cristina, por más vocación negociadora con el FMI que el principal candidato opositor se empeñe en demostrar.
También deberían hacerlo Peña y Durán Barba. Y, por supuesto, los activos libertarios que bregan por la primacía de la libertad como valor de la sociedad organizada.
Diana viene predicando desde hace, al menos, 18 años, la propuesta política que ahora parece estar naciendo. Sus ideas están muy bien reflejadas en su libro “El peronismo liberal y la Argentina: Bases de gobierno”, publicado en Amazon Kindle y dedicado a explorar los resultados que pueden esperarse de una colaboración estrecha entre el peronismo y el liberalismo.
Yo no estoy en condiciones de predecir que la apuesta política que han hecho Macri y Picheto producirá todos los beneficios para la Argentina que ella describe con la elocuencia de una intelectual que maneja muy bien no sólo el lenguaje, sino unas ideas claras de los aportes del peronismo y del liberalismo pueden hacer por el progreso y el bienestar de los argentinos.
Pero si existe alguna posibilidad de éxito, seguramente será por las razones que ella brinda en su libro reciente y en los posts que desde 2005 viene publicando en su blog. Es probable que algunos seguidores de mi blog los hayan leído. Sugerir esa lectura fue el propósito de incluir en el mío, el link a Diana Ferraro
Para facilitar la lectura de la parte de su libro más relevante para interpretar las posibilidades de la unión Macri-Picheto, me permito transcribirlo a continuación.
«Entre las tantas fantasías remanentes del pasado que continúan actuando en la definición e interpretación de todo aquello que es o se quiere ver como peronista, la consolidada oposición peronista-liberal se sigue destacando e imposibilitando nuevos razonamientos que tiendan a unir a las dos corrientes tradicionalmente contrapuestas.
«Se trate de un peronista o de un liberal y a menos que esa persona haya convenientemente filtrado su opinión a través de una información educada y una visión desprejuiciada de la realidad, lo más probable es que oigamos expresiones que definan al peronismo y al liberalismo como filosofías tan opuestas como el agua y el aceite, y, desde luego, como el bien o el mal para el país, alternando cada ideal en el rol del destructor o del benefactor según quien lo proponga.»
«Desde luego, se trata de dos filosofías con diferentes orígenes, con diferentes expresiones políticas y, sobre todo, con contextos históricos y objetivos diferentes. En la Argentina, sin embargo, ambos idearios se contradicen mucho menos de lo que muchos quisieran creer: el peronismo histórico, con su estatismo pudo haber contradicho en su etapa revolucionaria post-Segunda Guerra Mundial a un liberalismo cuya base doctrinaria es la libertad, tanto de los individuos como de las instituciones y empresas, para regirse por sí mismos sin la tutela del Estado. El peronismo, sin duda, fue antiliberal en esta etapa y, más aún, explícitamente opuesto a los países que como Inglaterra y los Estados Unidos representaban al liberalismo en el mundo. Esta oposición, fundamentada durante la etapa revolucionaria, fue muy específica: Inglaterra aún dominaba todos los sectores de la economía y las finanzas en nuestro país y una revolución de ascenso popular como la que proponía Perón no estaba en sus planes, ni en los de unos Estados Unidos que quizá hubieran sido más laxos de no mediar sus propios compromisos con Inglaterra. La historia sucedió de ese modo y, para muchos liberales, esta actitud de Perón resulta aún imperdonable del mismo modo que para los peronistas resulta inimaginable aún hoy una clara amistad o incluso sociedad—como la que se proponía en tiempos del ALCA—con los Estados Unidos y, ni qué decir, con Inglaterra, con todas las heridas de las Malvinas aún abiertas.»
«Este pesadísimo lastre histórico ciega hasta el día de hoy a ambos bandos, aunque el mundo y las necesidades argentinas hayan cambiado drásticamente. Aunque en los tiempos de Carlos Menem y Domingo Cavallo, mucho se reparó, demostrando que las afinidades eran posibles y beneficiosas para el país, la torpeza de los años kirchneristas, rescatando del pasado la vieja enemistad y el arraigado odio de unos por otros, volvió la historia para atrás.»
«El hecho real es que la historia del mundo, al volverse éste totalmente interconectado por la tecnología y la facilidad del comercio, caminó en dirección a una organización regida, en primera instancia, por la diseminación global de las democracias representativas y de las economías de libre mercado. El aparente reciente paso atrás de esta tendencia con el resurgir de los nacionalismos intervencionistas no es más que una explosiva reacción destinada a fracasar ya que no se puede combatir la cada día más creciente interconexión e interdependencia. Por lo tanto, el peronismo que ya supo ser liberal en los años 90, no tiene otra solución, si de verdad cree en el bienestar y la prosperidad de los argentinos, que aceptar el marco global de referencia que es liberal y adaptarse a éste.»
«Tal vez a los resentidos liberales que preferirían que todo peronismo desapareciese del mapa, les agrade por su parte revisar el tipo de comunidad que el General Perón visualizaba en su libro La Comunidad Organizada, compuesta por individuos libres, organizados libremente y fuera de toda tutela del Estado, interesados tanto en su propia felicidad como en la felicidad de la comunidad. Quizá sea esa la única gran diferencia, después de todo, entre el peronismo real—el profundo, el desprendido de los avatares revolucionarios de sus inicios—y el liberalismo: mientras el peronismo, fiel a su origen cristiano, no puede imaginar al individuo sin su dimensión comunitaria (“Un ser humano no puede realizarse dentro de una comunidad que no se realiza” Gral. Perón 1973), el liberalismo cree más bien en la felicidad individual del hombre, sin que le importe de sus circunstancias otra cosa que la máxima libertad para lograrla.»
«Las reyertas del siglo XX, aunque aún pesen en el imaginario colectivo, resultan sin embargo menos importantes que dos realidades que emparentan estrechamente al liberalismo y al peronismo en lo que han hecho por la grandeza de la Argentina. Debemos al liberalismo del siglo XIX y a la exótica condición argentina de colonia informal del Imperio Británico, única en Latinoamérica, con la excepción de Uruguay, el asombroso desarrollo alcanzado hasta el final de la década de 1920. Ese descomunal progreso que se cita tan a menudo, recordando la expresión habitual en Europa “Rico como un argentino” y nuestro desarrollo semejante al de las otras prósperas colonias inglesas como Australia, Canadá y Nueva Zelanda fue, en efecto, admirable.»
«Pero, debemos al peronismo la otra cara de la grandeza: el progreso como pueblo en la también admirable y asombrosa gigantesca clase media, única en Latinoamérica, consciente de sus derechos y embarcada en un seguro ascenso social por medio del trabajo. Ambos movimientos hicieron de la Argentina un país excepcional y único en Latinoamérica, pero también la lucha interminable entre ambos, hasta los años 90, hicieron de la Argentina el fracaso que hoy es, un fracaso sólo redimible aceptando lo que cada uno ha hecho por el país y recuperando lo que en los 90 se demostró no sólo era posible sino que representaba la única solución estable para el progreso de la Nación y la estabilidad del pueblo: la unión de las dos grandes tradiciones para el bien común. La tan proclamada unidad nacional por la que todos juran no es nunca, sin embargo—con la excepción de los años 90—expresada claramente como la unión de estos dos específicos opuestos: el liberalismo y el peronismo.«
«Si el peronismo debe aceptar la realidad global liberal e incluirla en toda organización de la economía, el liberalismo debe hacer el trabajo complementario de aceptar a los sindicatos, base de la más genuina organización peronista para la defensa y progreso de los trabajadores, como socios actualizados y no como enemigos.»
«La síntesis de una macroeconomía a tono con la economía global, de una economía de libre mercado y de un sindicalismo con la misma misión pero con instrumentos compatibles y complementarios de esa economía global, puede no sólo hacer regresar el armónico clima de los años 90 sino sentar bases aún más sólidas para un mayor crecimiento y un mayor despliegue de las clases medias en su ascenso.»
«Los opuestos, al unirse una vez más como durante la larga década de los 90, retomarán así la senda perdida con las enmiendas necesarias y, si la alianza está bien comprendida y aceptada en su razón histórica por la mayoría de la población, la Argentina no deberá ya jamás temer por su futuro ni por su lugar en el mundo. Volverá a tener aquel futuro promisorio que los hermanos opuestos, de un modo u otro, soñaron.»
Durante abril y mayo la inflación bajó del entorno del
4%, en los meses anteriores, a alrededor de un 3% mensual y el comportamiento
del incremento de los precios online, en los últimos 30 días, sugiere que puede
seguir bajando.
Los pronósticos de producción agrícola son muy buenos
y como los precios internacionales están subiendo, especialmente los del maíz,
las perspectivas en materia de exportaciones de este origen, también son
alentadoras. No ocurre lo mismo con las exportaciones de las economías
regionales y de las manufacturas industriales, muy afectadas por retenciones
que antes no pagaban y por la reducción de los reembolsos de exportación.
Sin embargo, la demanda interna de la mayor parte de
los bienes y servicios se mantiene muy baja y la producción de estos sectores
no tiene visos de reactivarse a corto plazo. Sólo algunas modificaciones
importantes en la política monetaria y financiera podrían ayudar a impulsar una
cierta reactivación, pero el gobierno no parece decidido a implementar cambios
por temor a que vuelva a desbarrancarse el mercado cambiario.
Continúa una fuerte incertidumbre política, pero es
probable que comience a haber mayor claridad una vez que se conozcan las
alianzas y los precandidatos que se presentarán a las PASO. Las definiciones en
materia económica a que se verán obligados los candidatos, también ayudarán a
reducir la incertidumbre.
El gobierno no debería rehuir un debate sincero sobre
las políticas que se aplicarán a partir del 10 de diciembre. En la medida que
el gobierno se limite a decir que continuará con las políticas actuales y no
explicite los cambios que se propone implementar, dejará más espacio para que
la oposición se monte sólo en las críticas y no se sienta obligada a explicitar
lo que hará si gana las elecciones.
El gran desafío, para evitar la acentuación del clima estanflacionario y aventar el riesgo hiperinflacionario luego del 10 de diciembre, es que se recupere la confianza de los ahorristas e inversores argentinos, paso previo a la recuperación de la confianza de los financistas e inversores del exterior.
La marcha de la
inflación
En el gráfico 1, se presentan los últimos datos
disponibles de la tasa mensual de inflación estimadas en base a los precios
on-line, es decir, los precios de los bienes y servicios que se comercializan
en mercados libres y que se conocen a través del internet. Como el gobierno ha
decidido no seguir aumentando los precios regulados en los próximos meses a un
ritmo más alto que el del resto de los bienes, es probable que no haya grandes
discrepancias en las mediciones del Índice de precios al Consumidor del INDEC y
la tasa de inflación que anticipan los precios on-line.
Al 26 de mayo, la tasa de inflación promedio mensual (equivalente a la que mide el INDEC) era 3,2% y la de los últimos 30 días del 2,9%. La tendencia es claramente a la baja y no es imposible que, estabilizado el tipo de cambio en 45 pesos por dólar, con perspectiva de que hacia fin de año llegue gradualmente a no más de 50 pesos, la tasa de inflación vuelva a ubicarse en el entorno del 2% mensual, no muy diferente del promedio en el que se ubicó desde junio de 2016 hasta la crisis cambiaria de mayo de 2018.
Sigue la recesión de la
producción para el mercado interno
La recesión continúa y no hay señales de reactivación del mercado interno, a pesar de las mejores perspectivas en materia agropecuaria y de exportaciones tradicionales. Tal como surge del cuadro 1, los indicadores del nivel de actividad económica disponibles para el primer trimestre y el mes de abril, así lo sugieren.
Este clima recesivo es sin duda consecuencia de: el
esfuerzo que el gobierno hace para bajar el gasto público, las altas tasas
reales de interés y el deterioro que han experimentado los salarios reales.
Ni en este
año ni en el próximo, el gobierno estará en condiciones de utilizar el gasto
público como herramienta para estimular la reactivación de la demanda interna,
porque será necesario perseverar en el ajuste fiscal si es que se quiere crear
condiciones para el futuro crecimiento sostenido de la economía.
El gráfico 2, en el que se comparan las tasas de
interés de LELIQs con la tasa de inflación, muestra la
persistencia de las altas tasas reales de interés observadas desde el mes de
noviembre de 2018.
El deterioro de los salarios reales, que al mes de marzo era superior al 10% difícilmente vaya a revertirse en lo que resta del año. Pero si la inflación baja al 2% mensual, los aumentos que se están negociando para los próximos 12 meses, que son del orden del 30%, permitirían, al menos, que el poder adquisitivo de los asalariados no se siga deteriorando.
Las tasas de interés y
el tipo de cambio
Desde
que el gobierno logró que el FMI le autorizara a usar reservas para intervenir
en el mercado cambiario dentro de la zona de no intervención y evitar subas
abruptas del tipo de cambio, el precio del dólar se estabilizó sin que el Banco
Central tuviera que vender reservas. El sólo anuncio hizo el trabajo e incluso
permitió una tenue reversión de la tendencia al aumento de la tasa de interés pagada
para colocar LELIQs.
El tipo de cambio de 45 pesos por dólar está lejos de reflejar el tan temido ¨atraso cambiario¨ que siempre crea argumentos para predecir un ritmo de devaluación por arriba de la tasa de inflación. Esta observación encuentra su fundamento en la comparación entre el tipo de cambio de mercado y los cálculos del tipo de cambio de paridad del poder adquisitivo y del tipo de cambio de convertibilidad, todos ellos representados en el gráfico 3. Allí se puede constatar que el tipo de cambio de mercado está por arriba de los otros dos indicadores.
A pesar de que en circunstancias normales los operadores económicos no deberían esperar que continúen las fuertes devaluaciones, el Banco Central parece convencido de que si facilita la reducción de la tasa de interés de LELIQs, puede volver a aparecer la inestabilidad cambiaria que predominó desde mayo de 2018 hasta el mes de abril de 2019. No parece faltarle razón si se observa el comportamiento de los rendimientos de los bonos, en especial cuando se comparan los rendimientos de los de corto plazo (representados en el gráfico 4 por el BONAR24) con los de largo plazo (representados por el PAR38).
El efecto fiscal de las
altas tasas de interés
En el corto plazo, las altas tasas reales de interés provocan efectos
recesivos en los sectores de producción para el mercado interno. Pero, además,
las altas tasas nominales de interés muy por arriba de la tasa esperada de
inflación por períodos largos de tiempo, tienen efectos aún más dañinos en el
mediano plazo.
Las altas tasas nominales de interés, que ex post significarán altas
tasas reales si la lucha contra la inflación resulta exitosa, crean a la vez,
riesgos de insolvencia de las empresas privadas, de los bancos y del propio
sector público. Son estos riesgos los que generan presiones económicas y
políticas que en la mayor parte de los episodios semejantes de la historia
llevaron a explosiones inflacionarias destinadas a licuar pasivos en pesos y a
defaults para reducir la carga de las deudas en dólares.
El cuadro 2, que presenta la evolución comparada de las cuentas fiscales,
pone de manifiesto que pese al importante esfuerzo que el gobierno está
haciendo para contener el aumento del gasto primario y cerrar el déficit fiscal
antes de intereses, el déficit fiscal total sigue aumentando a un ritmo incluso
superior al de la inflación, debido a la evolución de la factura de intereses
de la deuda pública.
El gasto primario creció 32% entre el cuatrimestre enero-abril de 2019
con respecto a enero-abril de 2018, frente a un aumento de los ingresos
fiscales del 39%. Esto significó una caída del 51% en el déficit primario, en
línea con lo comprometido en el programa negociado con el FMI. Pero para ello,
el gobierno debió contener mucho el aumento del gasto de capital (que fue sólo
del 22%) y limitar el aumento de los salarios públicos (aun así, el gasto
corriente sin intereses aumentó el 43%).
Pero como la factura de intereses subió un 97%, el gasto público total aumentó 40 %, algo más que el aumento en los ingresos fiscales. Ello explica que el déficit fiscal total haya aumentado 54%.
El salto del precio del dólar entre los dos períodos (enero a abril de
2018 y enero a abril de 2019) es la primera explicación que aparece como
plausible para semejante incremento de la factura de intereses. Los intereses
de la deuda en dólares se pagan en esa moneda. Pero como una parte de la deuda
pública está en pesos, no cabe duda que las altas tasas nominales de interés de
esa deuda explican también que el aumento de la factura de intereses supere
tanto a la tasa de inflación. Y esto ocurre, a pesar que los intereses pagados
por el Banco Central por las LELIQs no se computan como erogaciones fiscales.
Esto significa que el riesgo de insolvencia del sector público es resultado, a
la vez, de la devaluación del peso como así también de las altas tasas
nominales de interés.
En la medida que se logre la estabilidad cambiaria, se atenuará el
aumento de la factura de intereses originada en la deuda en dólares, pero si
para lograr esa estabilidad se tienen que mantener las altas tasas nominales de
interés en pesos, la factura de intereses seguirá aumentando significativamente
por arriba de la tasa de inflación. Sería diferente si toda la deuda pública
estuviera pactada en dólares o ajustable por precio del dólar o por inflación.
El compromiso del gobierno (sea el Tesoro o el Banco Central) de pagar altas
tasas de interés nominales por su deuda en pesos, puede constituirse en un
factor de inercia inflacionaria tan o más grave que los esquemas de indexación
por la inflación pasada.
¿Tiene el Banco Central
algún margen para bajar las tasas de interés?
Yo creo que lo tiene, si se anima a introducir cambios de política
monetaria bien explicados. Aquí va mi sugerencia:
Reemplazar la colocación de LELIQs por encajes remunerados sobre los depósitos a plazo fijo, tal como lo propuse en un informe anterior. Esto significará que el Banco Central no tomará créditos en el sistema bancario a tasas activas de interés. Absorberá la capacidad prestable de esas instituciones al costo que a las mismas le significa captar los depósitos. Las tasas de interés de los depósitos y de los préstamos al sector privado resultará de la oferta y demanda de los ahorristas y demandantes de crédito privado, sin que la tasa de interés activa que está dispuesta a pagar el gobierno tenga efecto alguno sobre las tasas de mercado. Obviamente, la magnitud de los encajes remunerados influirá en el spread entre tasas activas y pasivas para el sector privado, pero esa influencia se da en cualquier caso, sea que el Banco Central le imponga encajes remunerados o le coloque LELIQs a los bancos.
Habilitar a los bancos a hacer préstamos en dólares a empresas y personas del sector privado, aunque no generen ingresos por exportación o ligados al precio del dólar, con el reparo de que se trate de empresas y personas que tengan un nivel prudente de endeudamiento. Por supuesto, para ello utilizarán la capacidad prestable que le generen los depósitos en dólares luego de cumplir con los encajes impuestos por el Banco Central. Estos encajes también deberían ser remunerados a una tasa que induzca a los bancos a pagar una tasa positiva a los ahorristas que quieran tener sus ahorros en dólares dentro del sistema bancario. El endeudamiento en dólares del sector privado, al partirse de un nivel del tipo de cambio que no denota ningún síntoma de atraso, significará menor riesgo de insolvencia que el endeudamiento en pesos a las altas tasas nominales de interés.
El Tesoro no debería emitir LECAPs sino satisfacer todas sus necesidades de financiamiento con LETES en dólares o con deuda en pesos ajustadas por tipo de cambio o por inflación. Debe evitar tomar deuda a más de 30 días de plazo a tasas nominales de interés en pesos. De esta forma, la factura de intereses no aumentará a un ritmo superior al del precio del dólar y la estabilidad cambiaria contribuirá al ajuste fiscal de una manera claramente positiva.
La introducción de estos cambios en la política monetaria permitirá
comenzar a convencer a los operadores económicos que, en el contexto de un plan
de crecimiento con las reformas estructurales imprescindibles, el régimen
monetario evolucionará en la dirección del sistema bimonetario que tanto éxito ha
tenido en países como Perú y Uruguay. O, como lo quieren los que son
definitivamente pesimistas sobre la habilidad del Banco Central para
implementar políticas sostenidamente anti-inflacionarias, hacia la dolarización
completa de la economía.
Dejar abierta la posibilidad de que la eventual insolvencia del sector
privado, de los bancos y del sector público se solucione con un golpe
inflacionario y un default de la deuda externa, es un riesgo muy peligroso para
el futuro post elecciones, cualquiera sea el candidato que resulte elegido.
En este trabajo Cottani explora una forma de indagar si existe desequilibrio en el tipo de cambio real, utilizando una metodología desarrollada por la Fundación Mediterránea en la década del 80. Consiste en examinar la evolución del gasto público medido en dólares.
Como se descubrió en los 80s, ese indicador señala la existencia de un umbral a partir del cual, la presión que el gasto público y su financiamiento (cualquiera sea la forma que adopte), pone sobre el valor agregado por la producción de bienes comercializables internacionalmente (bienes de exportación y sustitutos de importaciones), se torna insostenible. Para mediados de los 80s, ese umbral se ubicaba en 20 mil millones de dólares. En la actualidad ese umbral se ubica en los 200 mil millones de dólares.
La muy interesante conclusión de su análisis es que el cociente entre el gasto público y el tipo de cambio nominal, presupuestados ambos para el año en curso, está muy cerca de esa cifra. Ello, a pesar de que entre 2012 y 2018 estuvo bastante por arriba de ese umbral, claro signo de que se había acumulado un atraso cambiario.
El desequilibrio del período 2012 a 2015 era evidente, porque lo marcaba la brecha con el mercado paralelo. Pero a muchos sorprende que haya continuado habiendo atraso cambiario después de la eliminación del cepo y de la adopción de la tan mentada libre flotación por parte del gobierno de Macri. Sólo sorprende a quienes creen que el atraso cambiario es siempre consecuencia del tipo de cambio fijo. Craso error!
Si bien en el caso de tipo de cambio fijo, un deterioro de los términos del intercambio provoca atraso cambiario (que luego es difícil de corregir porque requeriría deflación de salarios, como ocurrió entre 1999 y 2001), en nuestro país es mucho más frecuente que el atraso cambiario se origine en un desfasaje entre el aumento del gasto público y el ritmo de la devaluación nominal.
Por esa razón, cuando el Banco Central pretende reducir la tasa de inflación controlando la cantidad de dinero o la tasa de interés, pero el gasto público en términos nominales sigue creciendo, la estabilización del tipo de cambio lograda por política monetaria, también termina en atraso cambiario. En este caso, la libre flotación no elimina ese riesgo.
En este momento, la siguiente es una cuestión clave: ¿qué características debería reunir un plan de estabilización para ser exitoso?
En primer lugar, no debería pretender crear un colchón cambiario como el que resultó de la pesificación cum devaluación explosiva del año 2002. Eso significaría acentuar el actual clima estanflacionario, sin ningún beneficio para la estabilización posterior, porque a diferencia de lo que ocurría a fines del 2001, hoy la economía está indexada por la inflación pasada, lo que proyecta la inflación hacia adelante. El actual nivel del tipo de cambio real es un buen punto de partida para una estabilización exitosa. No hace falta mayor devaluación real.
En segundo lugar, la mejor estrategia estabilizadora consiste en anunciar una regla nominal tanto para el aumento del gasto público como para el tipo de cambio. Lo mejor sería poder estabilizar de manera completa ambas variables. Para hacerlo posible, es necesario encontrar la forma de des-indexar de manera completa a la economía. Es aquí donde aparece como crucial una reforma monetaria.
La reforma monetaria, sea dolarización completa o simple legalización del uso del dólar como moneda de curso legal, permitiría obligar a que los contratos y presupuestos, expresados en dólares, dejen de incluir clausulas de ajuste por inflación pasada.
Otra cuestión que surge claramente de la investigación de Joaquín Cottani, es que aunque el gasto público en términos de dólares está en un nivel soportable para las actividades de exportación y sustitutivas de importaciones, la presión del gasto público sobre el valor agregado del resto de los sectores, es claramente excesiva. Por consiguiente, es imprescindible que la estabilización se logre sin que siga cayendo el nivel de actividad económica. Por el contrario, lo que se necesita es que comience a crecer, tal como se lo logró en 1991.
Para conseguir este efecto, el Banco Central debe dejar de controlar la cantidad de dinero y no debe preocuparse por mantener altas las tasas de interés nominal. Debe dejar que ambas variables busquen también su equilibrio espontáneo. Si el ancla nominal de la economía es el gasto público y el tipo de cambio, es importante que la economía se re monetice y reaparezca el crédito al sector privado a tasas normales de interés. De otra manera, la recesión continuará y el gasto público como porcentaje del PBI seguirá aumentando.
Obviamente, todo lo que acabo de decir, deja bien en claro, que el plan de estabilización que está aplicando el gobierno, no llevará a la economía a buen puerto, a pesar de que los esfuerzos y sufrimientos de los tres últimos años, han permitido eliminar el desequilibrio heredado del tipo de cambio real y, a pesar de que, más por necesidad electoral que por decisión económica racional, ahora el Banco Central anuncie que no seguirá aumentando el techo de la zona de flotación.