El libro de Alfredo Saiat que lleva este título, constituye el marco conceptual en el que abreva el gobierno de Alberto Fernández para formular su política económica.
Para facilitar la interpretación de mis críticas al rumbo que está imprimiendo el gobierno a la economía, me permito reproducir algunas partes del capítulo primero de mi libro ¨Camino a la Estabilidad¨, que se refiere, precisamente, al libro de Alfredo Zaiat.
“Economía a contramano”
A Cristina Fernández de Kirchner le encantó el libro titulado “Economía a contramano” de Alfredo Zaiat. Luego de leerlo entiendo por qué. Comenzando con la introducción, Cristina debe haber encontrado que el libro probaría que ella es la líder política que está demostrando que el saber convencional en materia económica es totalmente erróneo y que, por fin, en Argentina, la política domina a la economía.
Dice Zaiat en la introducción, página 9:
“La debacle argentina de 2001, y años más tarde la profunda crisis de Estados Unidos y Europa sin un horizonte cercano de resolución, ha puesto bajo cuestionamiento a la economía ortodoxa y ha abierto una ventana para empezar a revisar sus postulados, en la teoría y en la práctica. Ofrece a la academia y también a gobiernos la opción de caminar a contramano del saber convencional, que no puede explicar por qué se desarrollan las crisis y no conoce soluciones sin agudizar la desigualdad. El derrumbe y posterior recuperación de la economía argentina, el apasionante proceso político que se desarrolla en Latinoamérica, y la crisis de las potencias mundiales han puesto en jaque a la economía ortodoxa. Esos sucesos exhiben en toda dimensión el matrimonio existente entre economía y política”
Un poco más adelante, en la página 10 explica que en realidad los economistas ortodoxos pretenden que la economía sea “una doctrina abarcadora y excluyente. Conquista lo más alto del altar de la racionalidad, como si la economía fuera una sucesión de ecuaciones matemáticas sin que puedan afectarla factores sociales y políticos imprevistos, como sucede”…”La ortodoxia concibe el orden natural en el mercado libre. Es una religión con sus sacerdotes. El predominio de los dictados de la economía sobre el poder político, durante décadas, ha provocado la incorporación del concepto celestial de modelo al discurso habitual en el espacio político”.
Ya en la página 11 aclara que en realidad los “neoliberales” han utilizado la noción de “modelo” para engañar a los políticos, pero ese intento permite descubrir que la política económica no es un modelo:
“El neoliberalismo popularizó el sentido de modelo económico, para, en realidad, proponer un plan político al gobierno de turno, como lo hicieron la Fundación Mediterránea (Cavallo), el CEMA (Roque Fernández) o FIEL (López Murphy). Estos casos muestran, precisamente, que la política económica no es un modelo. Fueron proyectos políticos con objetivos económicos muy claros, algo bastante distinto a la definición teórica de modelo.”
Y remata en la página 12 con un final a toda orquesta:
“El paradigma de la economía ortodoxa mostró ser un fiasco, y está en crisis. El desafío es interpretarlo desde la economía política. La propuesta es atreverse a cuestionar postulados tradicionales de la economía convencional, el lugar de los economistas en la sociedad, las causas de la inflación, la relevancia de las estadísticas, el dólar, la deuda, el poder financiero y el rol del Estado en la economía y el papel de la burguesía en el desarrollo nacional. Este libro tiene el objetivo de ser un aporte en esta tarea de transitar la economía a contramano”
A esta altura de la lectura, me imagino a Cristina ansiosa por leer el resto del libro. Esa noche debe haberla pasado en vela, devorando la prometedora autopsia de la ortodoxia (o “neoliberalismo”) y la exaltación del nuevo paradigma: la economía kirchnerista.
La economía según Zaiat.
Revisando el capítulo Uno, titulado “La economía”, entre muchos lugares comunes encontré la piedra filosofal de la economía “heterodoxa” que alaba Zaiat y que enamora a Cristina. Está en la página 19 bajo el subtítulo “La economía de un país no se asemeja a una economía familiar”:
“Las familias administran su presupuesto destinando dinero al consumo inmediato y, cuando pueden, ahorran para poder gastar en el futuro. En cambio, los gobiernos pueden adquirir todos los bienes y servicios que quieran siempre y cuando los puedan comprar con la moneda que ellos emiten. Los gobiernos nunca se pueden quedar sin dinero porque lo emiten; Las familias no emiten dinero. Es una diferencia substancial para destruir el argumento de la austeridad, que está construido sobre falsedades. Este discurso lo padecen ahora los europeos, como aquí lo sufrimos en los noventa.”
“Los problemas de deuda de una economía nacional no son equiparables con los problemas de deuda de una familia individual. El cuentito de la ortodoxia dice que una familia que ha acumulado una deuda excesiva debe apretarse el cinturón y, por lo tanto, el Estado en una situación similar debe hacer lo mismo”.
Una primera advertencia para ayudar a Cristina: esta afirmación de Zaiat, que él atribuye a los economistas heterodoxos, es absolutamente falsa.
La verdad es que los gobiernos, como las familias, no pueden adquirir todos los bienes y servicios que quieran, salvo que tengan recursos genuinos (las familias ahorros o ingresos, en el caso de los gobiernos ahorros o recaudación) o gocen de crédito. Un gobierno, lo mismo que una familia, sin crédito, no puede gastar más de lo que recauda, incluido, por cierto, lo que recauda a través del impuesto inflacionario.
Zaiat indica en varios lugares que Estados Unidos y Europa son los ejemplos más claros de que el gasto público se puede pagar con el dinero que emiten sus respectivos bancos centrales. Está muy equivocado. Lo debería haber advertido si leyó sobre las consecuencias de la negativa republicana a autorizar la elevación de los límites al endeudamiento del tesoro que se discute anualmente. Cada vez que se trata ese tema y los republicanos se niegan a aumentar ese límite, los demócratas los hacen responsables de la paralización del Estado. De hecho, en 1995, Clinton dispuso cerrar el grueso de las oficinas del Estado y suspender sin goce de sueldo a millones de empleados públicos federales, porque el tesoro no se podía endeudar más. Recién cuando los republicanos votaron un incremento en el tope de endeudamiento, se reabrieron las oficinas públicas y los empleados volvieron a cobrar sus sueldos.
¿Cómo se financia el gobierno de los países bien organizados?
Cuando en Estados Unidos (o en cualquier otro país bien organizado) el gobierno decide gastar más de lo que recauda y no desea utilizar ahorros del pasado, no tiene otra alternativa que emitir títulos de deuda. Pueden ser bonos a largo plazo o letras del tesoro a plazos más cortos. Por eso se habla de que una política fiscal expansiva es una política que produce un déficit y ese déficit se financia con endeudamiento, es decir, accediendo al crédito público. Y una política fiscal contractiva es una que genera superávit y permite reducir el endeudamiento (es decir, honrando el crédito público).
La FED (el Banco Central de los Estados Unidos) no puede prestarle directamente al gobierno. Lo que la FED puede hacer, y de hecho hace todo el tiempo, es comprar y vender bonos y letras del tesoro en el mercado secundario.
Si quiere aplicar una política monetaria expansiva, compra letras o bonos y las paga con dólares que emite. Si quiere aplicar una política monetaria más restrictiva vende letras o bonos que tiene en su activo y de esa forma reabsorbe dólares. La razón por la que se dice que la FED maneja la tasa de interés y no la cantidad de dinero es, precisamente, porque si quiere reabsorber dinero tiene que ofrecer una tasa de interés un poco mayor, para que el mercado le compre las letras y viceversa si lo que quiere es expandir la cantidad de dinero.
Hay que entender esta cuestión porque si no, se confunde a la política fiscal con la política monetaria. Y esa confusión lleva a graves errores. Puede ocurrir, sobre todo en circunstancias de recesión con riesgos de deflación, como ocurrió en Estados Unidos a partir de 2007 y en Europa a partir de 2008, que las políticas correctas sean política fiscal expansiva (es decir aumento del déficit y endeudamiento público) y también política monetaria expansiva (es decir la FED comprando bonos y letras del tesoro, o incluso hipotecas y otras deudas del sector privado y pagándolos con dólares).
Pero cuando desaparece el riesgo de deflación y, por el contrario, la tasa de inflación supera la meta, puede que la mezcla correcta sea una política fiscal todavía expansiva con una política monetaria que se torna contractiva. Esto es lo que la FED preanuncia que hará si la tasa de inflación supera la meta del 2%. Por eso se está hablando de “tapering” (reducción de los montos mensuales de las compras de bonos y letras por parte de la FED) y eventuales aumentos en la tasa de interés en el futuro. La política fiscal seguramente seguirá siendo expansiva mientras la tasa de desempleo no baje al 6.5 % y no haya claros síntomas de crecimiento sostenido.
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El sentido común neoliberal.
La parte que más me asombró del capítulo uno del libro de Zaiat es la que comienza en la página 29, donde afirma:
“Instituciones académicas, organismos internacionales y economistas han orientado su labor a la producción de sentido común neoliberal en circuitos socio-comunicacionales, apuntando con ello a la formación de opinión pública a escalas lo más amplias posibles”
“Las ideas neoliberales son parte del sentido común de grupos de población y, eventualmente, incluso de mayorías electorales y no sólo de ciertos partidos políticos, grupos empresarios y otros grupos de interés”[1]
Si no fuera así, sería difícil comprender la aceptación que alcanzaron, en ciertas coyunturas, esas ideas y quienes las preconizaron. Basta recordar la popularidad de Carlos Menem y Domingo Felipe Cavallo durante los noventa”
A Zaiat le resulta difícil comprender nuestra popularidad en los 90. Es realmente asombroso que le parezca raro que un presidente y un ministro que entre 1991 y 1994 lograron derrotar a la hiperinflación, llevándola de varios miles % anual a 4 % en 1994; que lograron reactivar y hacer crecer la economía 10.5 % en 1991 y 34 % en cuatro años; que además consiguieron aumentar el empleo total, a pesar de haber reducido en 700 mil personas el empleo público; que a través de las privatizaciones consiguieron que desaparezcan los cortes de electricidad que habían agobiado a las familias en los veranos anteriores: que también lograron que aumentara la producción y al mismo tiempo las reservas de gas y petróleo como no lo habían hecho desde la época de Frondizi; que produjeron una modernización de la agricultura, la industria y los servicios; y podría agregar muchas cosas más.
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Los economistas según Zaiat
En su largo capítulo dos, para Zaiat los economistas más conocidos son “hombres de negocios dedicados a comercializar información económica”, “que hacen futurología abusando de la inocencia de la opinión pública”, “se dedican a señalar en los medios de comunicación, con mandato auto-delegado, qué es lo se debe hacer en economía”, “en realidad están influyendo, haciendo lobby, presionando”, “sostienen un discurso que exponen como técnico pero resulta fundamentalmente político e ideológico”
“Casi siempre se equivocan con sus pronósticos” y los hacen “para alarmar a la gente e imponerles sus ideas a los gobiernos”. Menciona muchos nombres y da ejemplos. A Ricardo Arriazu, Carlos Melconián, Migel Angel Broda, Nadín Argañaraz, Juan Luis Bour, Nicolás Bridger, Miguel Kiguel, Martín Lousteau, Mario Brodersohn, Javier Gozález Fraga, Martín Redrado y Alfonso Prat Gay los señala como ejemplo de los malos pronosticadores porque entre agosto y diciembre de 2011 predijeron que para 2012 el precio de la soja en el mercado de Chicago bajaría a 500 dólares y terminó subiendo a 655 dólares.
Destaca que hubo un solo pronosticador que acertó: Miguel Bein. Seguramente por eso Cristina ha decidido adoptarlo como consejero.
Y luego de enumerar la lista de pronosticadores neoliberales que se equivocan para alarmar a la gente, llega, en la página 54, la sentencia inapelable:
“El recorrido de la economía argentina en la primera década del nuevo siglo los ha puesto en ridículo en más de una ocasión. Los economistas devenidos en pitonisas hablan, sugieren, recomiendan, exigen, ordenan, prescriben lo que hay que hacer”
“No se trata de un grupo de especialistas aislados en laboratorios de investigación, sino que irrumpen en el escenario del debate público como batallón de lobby del poder económico. La angustia por el devenir económico es aprovechada por el establishment ofreciendo su elenco de economistas para orientar a los gobiernos. Este desvarío político alcanzó el clímax con el gobierno de la Alianza 1999-2001 integrando el gabinete con seis economistas: José Luis Machinea (Economía), Juan José Llach (Educación), Ricardo López Murphy (Defensa), Adalberto Rodríguez Giavarini (Cancillería), Chrystian Colombo (Jefe de Gabinete) y Fernando de Santibañez (SIDE). Cargos clave de la administración en manos de economistas, para depositar su suerte final en manos de otro: Domingo Felipe Cavallo”
“Así le fue al gobierno de Fernando de la Rúa. Renunció el 20 de diciembre de 2001 en medio de un caos social y de violencia”
“Domingo Felipe Cavallo es el símbolo del vínculo promiscuo de economistas con el establishment, hacedores de políticas para preservar e incrementar privilegios del poder económico. Un grupo de argentinos residentes en París realizó un relevante aporte para que Cavallo volviera al lugar que le corresponde en la historia, y no el que aspira a ocupar”[2]
“Sólo la impunidad del poder ha permitido que Cavallo regresara a los medios de comunicación a realizar pronósticos de catástrofes y a brindar consejos sobre lo que se debe hacer en materia económica”
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El Dólar y la fuga de capitales
En el capítulo tercero, Zaiat utiliza varias páginas para demostrar algo que todo el mundo sabe: Argentina es el país en el que circulan más dólares billete per cápita y desde mucho tiempo atrás, los argentinos se han sentido más seguros teniendo sus ahorros en dólares que en la moneda local.
Pero lo notable es su explicación del alto grado de dolarización. Luego de descartar que se explique por la inflación, por la falta de confianza, porque el tipo de cambio oficial estuvo atrasado y porque los activos en dólares han rendido más que los activos en pesos, concluye en lo siguiente:
“La conducta rentista ha alterado históricamente el funcionamiento de la economía argentina, pero el régimen financiero ultra-liberal instalado por la dictadura en 1976 y la convertibilidad, en los noventa, definieron el carácter bi-monetario de la economía. La ortodoxia y los sectores conservadores rifaron la soberanía monetaria”
¡Es asombroso ver cómo las anteojeras ideológicas pueden llegar a confundir tanto a un periodista que a su vez es licenciado en economía! No advierte que antes que la dolarización de derecho, admitida por la convertibilidad, existió en Argentina una fuerte dolarización de hecho, y que esa dolarización fue la forma de proteger sus ahorros que encontraron millones de ciudadanos enfrenados con episodios como los del Rodrigazo de 1975, la estanflación del período 1975-1988 y la hiperinflación de los años 1989 y 1990. Esta ceguera ideológica no permite a Zaiat, escribiendo en octubre de 2012, advertir el fenómeno de la dolarización de hecho y de sus causas. Es sorprendente porque en octubre de 2012 el cepo cambiario ya tenía más de un año y la brecha entre el Dólar oficial y el Dólar paralelo superaba el 40 %, Obviamente no leyó en 2008 mi libro “Estanflación”[3] que bajo el subtítulo “Si la gente se asusta y sale a comprar dólares…” describe exactamente lo que viene ocurriendo desde 2011 en adelante[4].
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El papel del FMI
Zaiat sostiene que el FMI fue una institución que alentó el endeudamiento irresponsable de Argentina. Y luego goza contando que Bush hizo que el FMI nos quitara el apoyo a finales del 2001. Obviamente no sabe de lo que habla.
El FMI, que no había apoyado el lanzamiento del Plan de Convertibilidad porque estaba en desacuerdo que se eliminaran las retenciones y se bajaran muchos impuestos, luego de ver el éxito estabilizador conseguido en los dos primeros trimestres, estuvo de acuerdo en apoyarnos a reestructurar la deuda externa que había caído en default unos años antes.
Este apoyo permitió que entráramos en el Plan Brady, que además de una quita en el capital de 35%, nos permitió alargar plazos y bajar la tasa de interés a 6.5 % anual. Hasta el cierre de este proceso reestructurador de la deuda, los únicos capitales que entraban al país atraídos por el nuevo clima de seguridad y estabilidad que creó el Plan de Convertibilidad, eran capitales argentinos que habían salido al exterior en años anteriores o estaban guardados en forma de billetes en cajas de seguridad o en los colchones.
Normalizada nuestra relación financiera con el exterior, comenzaron a entrar capitales externos que permitieron que se redujera mucho el costo de financiamiento, no sólo del gobierno, sino también del sector privado.
Por supuesto, no sólo entraron capitales financieros sino mucha inversión directa. Por eso pudieron explorarse y explotarse las reservas de gas y petróleo, construirse muchas centrales de generación, construirse oleoductos, gasoductos, líneas de transmisión eléctrica, redes de distribución de electricidad y de gas, modernizar los puertos existentes y construir nuevos, dragar el río Paraná y los accesos a los puertos sobre el Río de la Plata y el Océano Atlántico, mejorar y expandir la infraestructura para el abastecimiento de agua potable y servicios sanitarios, construir autopistas, mejorar la infraestructura de transporte ferroviario, desarrollar el sistema telefónico e instalar miles de kilómetros de fibra óptica, producir avances tecnológicos formidables en la agricultura y modernizar y reequipar a industrias competitivas con el exterior.
El apoyo del FMI y del gobierno de Japón, que fue aún más importante, nos permitió aprovechar el Plan Brady y fue realmente valioso para la Argentina.
El FMI volvió a ayudarnos en 1995, en oportunidad de sufrir un duro impacto por la crisis mexicana que llevó a muchos financistas e inversores a pensar que el próximo país en caer en crisis sería el nuestro. Adecuadas medidas internas y el apoyo de la FMI liderado por Michael Camdessus y Stanley Fisher fueron cruciales para que la recesión que sufrimos fuera muy corta y que ya a principios de 1996 estuviéramos creciendo nuevamente.
Desde entonces, el FMI prácticamente no intervino más, salvo a través de sus auditorías anuales, en las que advertía, sobre todo a partir de 1997, que las provincias estaban llevando a cabo una política fiscal demasiado expansiva, basada en el crédito que le daban los bancos, a plazos largos, pero con tasas de interés flotante que podrían llegar a ser muy onerosas.
Mal se puede culpar a esa institución del endeudamiento irresponsable de las provincias entre 1997 y 1999, siendo que sus técnicos advirtieron del peligro, lo mismo que lo hacía yo desde la tribuna política, como líder del partido Acción por la República.
En 2001, a pesar de la posición que tenía el secretario Paul O’Neill, bien descripta por Zaiat en párrafos ya citados, el FMI siguió dándonos apoyo hasta septiembre de 2001, luego que viera que el Congreso Nacional y los gobernadores se comprometían con las medidas de austeridad que eran necesarias para asegurar que, cuando terminara la restructuración de la deuda, el país no necesitaría endeudarse por algún tiempo. En otros términos, que el déficit fiscal fuera cero luego de la reducción de la factura anual de intereses que se obtendría con la reestructuración.
¿Por qué cambió la posición del FMI a partir de septiembre? Por una ridícula puja entre Horst Köhler, su director gerente y el Presidente Bush. Esto yo lo he explicado en varias oportunidades, incluso en conferencias pronunciadas en el exterior[5]. Bush había presionado al FMI y a los gobiernos europeos para que aportaran dinero a Turquía, porque después del ataque a las torres gemelas, el presidente norteamericano pensaba que iba a necesitar apoyo de Turquía para invadir Afganistán. El FMI y los países europeos hicieron un aporte importante a Turquía.
Pero cuando Köhler le planteó a Bush que esperaba que su gobierno acompañara al aporte que había comprometido el FMI para Argentina, el gobierno norteamericano no le prestó atención. En un rapto de capricho irresponsable y sin consultar al comité ejecutivo de la institución, Köhler decidió no hacer el desembolso comprometido para noviembre y anunciar, los primeros días de diciembre, que el programa que debía apoyar la segunda etapa de la restructuración de la deuda estaba suspendido.
Yo le expliqué, tanto al Presidente de la Rúa, como a Duhalde, a Alfonsín y a los principales dirigentes radicales que se ocupaban de temas económicos, los riesgos que estábamos enfrentando, sobre todo si no nos mostrábamos muy unidos dentro de Argentina para torcerle el brazo a Köhler. Salvo el Presidente de la Rúa, los demás dirigentes, en lugar de apoyarme, se comenzaron a deleitar con lo que podría presentarse a la opinión pública como mi fracaso, el de la convertibilidad y el de todas las reformas de los 90.
Podemos pasar ahora al último capítulo del libro de Zaiat.
El estado y la burguesía.
Este largo capítulo es el que más me desilusionó del libro de Zaiat. Es prácticamente una repetición desprolija y muy desactualizada de los argumentos que comenzaron a desarrollarse con la tesis doctoral de Aldo Ferrer en los años 50, titulado “El Estado y el Desarrollo Económico”[6].
Se pueden encontrar cientos de libros escritos con los mismos argumentos, que son los que inspiraron las políticas económicas en nuestro país desde mediados de la década del 40, cuando los dos partidos principales, el naciente Peronismo y el tradicional Radicalismo, se embarcaron en políticas de discriminación tributaria y cambiaria contra la agricultura y la ganadería, de proteccionismo industrial para la sustitución de importaciones, crédito subsidiado al sector privado y fuertes déficits fiscales financiados preponderantemente con emisión.
Estas políticas cubrieron prácticamente todo el período 1945-1990, con la sola excepción del período desarrollista, que comenzó en 1959, después del fuerte ajuste inflacionario de 1958, y extendió sus efectos estimulantes y relativamente estabilizadores hasta 1970.
Desde 1971 en adelante, precisamente con Aldo Ferrer como Ministro de Economía del gobierno militar de entonces, recomenzó el proceso de desarrollo dirigido desde el Estado con el tipo de políticas del período 1945-1958. El clímax de esas políticas se alcanzó entre 1973 y 1974 con el Plan Gelbard del período Cámpora-Perón- Isabel y provocó la explosión inflacionaria que la historia registra con el nombre de Rodrigazo, a pesar de que Celestino Rodrigo lo único que hizo fue destapar la olla. No era el responsable de la presión que se había levantado en su interior.
La historia del período estanflacionario, 1975-1990, es precisamente la historia de la incapacidad de los gobiernos para cambiar el rol del Estado en relación al Desarrollo Económico y, por ende, el fracaso de todos los intentos de estabilización de la economía. El período culminó con la hiperinflación de 1989-1990.
La mejor descripción de cómo estuvo organizada la economía argentina en este período, le pertenece a Adolfo Sturzenegger, definición que yo utilicé como centro argumental de mi libro Volver a Crecer. Nuestra economía era una mezcla rara de “Socialismo sin Plan y Capitalismo sin Mercado”. Aquí se escriben “Plan” y “Mercado” con mayúscula, para señalar que se trata de las instituciones que normalmente los países utilizan para coordinar y hacer eficiente al área socialista o estatal de una economía y al área capitalista o privada, respectivamente.
“Socialismo sin Plan”, porque el Estado, aun siendo de gran tamaño medido por el gasto en relación al PBI y tener una enorme injerencia en muchas empresas y mercados, no tenía capacidad para asegurar una baja inflación, generaba permanentes déficits fiscales, no tenía formas sostenibles en el tiempo de financiarlos sin emisión monetaria y demostraba creciente incapacidad para ocuparse de sus funciones más vitales, la seguridad, la justicia, la educación y la salud.
No tenía planes claros en ninguna de estas áreas y mucho menos en materia macroeconómica, porque ni siquiera trataba en el Congreso Nacional los presupuestos anuales antes de que comenzara cada año fiscal. El manejo de las empresas del Estado era corrupto e ineficiente.
“Capitalismo sin Mercado”, porque el mismo Estado le había dado un fuerte poder monopólico a muchas empresas al restringir tanto la competencia externa como, en muchos casos, la competencia interna. Los precios, para muchos productos, no se fijaban por la oferta y la demanda en mercados con competencia, sino que eran fijados por el gobierno, generando numerosos casos de desabastecimiento.
El gobierno daba protección, pagaba subsidios, cobraba impuestos discriminatorios y repartía beneficios con total discrecionalidad y sin ningún criterio transparente. Los empresarios debían dedicarse al lobby y a conseguir créditos subsidiados, que como tales, fueron crecientemente racionados. Por supuesto, la corrupción y la ineficiencia en el ámbito capitalista de la economía no eran muy diferentes al de las empresas del Estado. En realidad, la principal causa de ineficiencia y corrupción de aquellas es que operaban como monopolios, sujetas a reglas de intervención discrecional, no muy diferentes que las que se aplicaban a las empresas privadas.
La propuesta de “Volver a Crecer”, que en buena medida se llevó a la práctica durante los 90, al menos mientras yo estuve en el Ministerio de Economía, no consistió en reducir y mucho menos en hacer desaparecer al Estado, sino en reforzarlo en su rol organizador de la economía y conseguirle más recursos genuinos para que pudiera cumplir sus funciones fundamentales.
El Estado de los 90 fue mucho más poderoso que el de los últimos 13 años en las cuestiones que son de su exclusiva responsabilidad: conquistar la estabilidad de precios y un crecimiento basado en la inversión eficiente y el aumento de la productividad, legislar sobre relaciones laborales y sistema impositivo de tal forma de favorecer la creación de empleos productivos por parte del sector privado, lograr que se desarrolle la infraestructura energética, de transporte y de comunicaciones, ocuparse de la seguridad, de la justicia, de la educación y de la salud.
El mejor ejemplo que se puede demostrar del Estado eficaz de los 90 es la organización del sector energético. Veníamos de décadas de pésimas inversiones que nunca llegaban a producir, enormes déficits y corrupción generalizada en las empresas del sector, altos precios de la energía para los usuarios que la conseguían, fuertes, largos y penosos cortes de electricidad y ausencia casi total en exploración de gas y de petróleo para descubrir nuevas reservas.
El dictado de tres leyes claves, la de reestructuración de YPF y federalización de los hidrocarburos, la ley que organizó el sistema eléctrico y la ley que organizó el sistema de gas natural, permitieron organizar y privatizar el sector. A partir de allí se consiguieron inversiones muy eficientes, los mercados funcionaron con competencia en todos los espacios en los que era tecnológicamente posible, se regularon de manera efectiva los servicios de transporte y distribución que por su naturaleza eran monopólicos, se produjo un aumento impresionante de la producción y cayeron los precios.
El caso de la electricidad es muy elocuente. El precio del kilowatt hora en la etapa mayorista disminuyó a la mitad del que tenía a fines de los 80 y hubo pleno abastecimiento de electricidad, con servicios de mejor calidad. Un Estado capaz de organizar el sector de la energía como lo hicimos en los 90, gracias a la inteligencia y dedicación de Carlos Bastos y Pepe Estenssoro y al apoyo de dirigentes políticos como Carlos Menem y Néstor Kirchner, es, sin duda, un Estado eficaz.
Volvamos a leer a Zaiat. Transcribo lo que dice en la página 312.
“Hemos desarrollado los dos primeros movimientos del kirchnerismo en su objetivo de reconstruir la burguesía nacional. Uno, el voluntarismo político de incentivar condiciones macroeconómicas que impulsaban el crecimiento. El segundo, la decisión política de cambiar la cúpula extranjera por grupos económicos locales en empresas de servicios públicos privatizadas. El resultado poco alentador de ambas iniciativas tuvo como desenlace el tercero, que consistió en un ciclo intenso de estatizaciones, hasta la recuperación para el Estado de la petrolera nacional YPF.”
“El cuarto movimiento, con resultado aún incierto, es el estratégico. Es la apuesta a crear una burguesía nacional, nueva o sobre base de la existente, como lo han realizado otros países con éxito a partir de una política deliberada de sustitución de importaciones, presencia del Estado en áreas estratégicas de la economía, como la de hidrocarburos, intervención necesaria para la expansión, precisamente, de la burguesía nacional”
“La acción disciplinadora del Estado sobre la burguesía nacional existente, o la nueva que nazca por la sustitución de importaciones y el proteccionismo, es la apuesta final para que la elite empresarial, sujeto económico esquivo en comprometerse en el destino del país, sea un actor activo en la ampliación de la frontera productiva, en la creación de empleo, en el aumento de las exportaciones y, en definitiva, en el desarrollo nacional.”
¿En que difiere lo que los Kirchner ya hicieron o lo que se propone hacer en la etapa que Zaiat llama “estratégica”, de las políticas de desarrollo del período 1945-1958 y 1970-1990? Absolutamente en nada. Lo que Zaiat propone y los Kirchner han venido ejecutando o planean ejecutar en el futuro es, ni más ni menos, que el “Capitalismo sin Mercado” que experimentamos en aquellos años, combinado con un “Socialismo sin Plan”, como el que hemos vuelto a vivir desde 2002 en adelante.
¡Pobre Argentina si éste es el futuro que nos espera! Pero el lector no debe afligirse: la mayor parte de los economistas que asesoran a los candidatos a suceder a Cristina piensan muy diferente a Zaiat y a sus economistas heterodoxos.
[1] Aquí Zaiat está citando a Matos Daniel, “Think Tanks, fundaciones y profesionales en la promoción de ideas (neo)liberales en América Latina”, artículo en Cultura y neoliberalismo, de CLACSO, 2007
[2] “El Colectivo Argentino para la Memoria y el Observatorio Argentino hicieron un cacerolazo contra Domingo Cavallo cuando se aprestaba a dar una conferencia en la Universidad de La Sorbona, el lunes 8 de diciembre de 2008”. Esta es la cita de Zaiat. Yo debo agregar, que el cacerolazo de no más de 6 personas y una cámara de televisión contratada por ellos, estaba encabezada por el representante de la SIDE en la Embajada en París, resentido porque no había conseguido hacer invitar por La Sorbonne a la Presidenta, que había visitado París unas semanas antes. Después del disturbio, la conferencia se realizó en un piso diferente al que había sido convocada. Los caceroleros no se preocuparon en seguir obstaculizándola, porque su único objetivo era enviar la filmación a los canales oficiales de Buenos Aires. Al día siguiente cuando yo llegué de París a Ezeiza, me organizaron otro cacerolazo, también de poca gente, pero con más de 10 cámaras de televisión preparados para filmarlo. Los métodos del gobierno Kirchnerista no se diferencian de los que utilizaban los nazis para escrachar a quienes consideraban sus enemigos. En este caso consiguieron repercusión internacional, porque yo soy uno de los dos argentinos galardonados con un Doctorado Honoris Causa en La Sorbonne. El otro fue Jorge Luis Borges.
[3] Domingo Felipe Cavallo, “Estanflación”, Sudamericana, 2008.
[4] Esa sección del libro “Estanflación” se reproduce en el tercer capítulo de este libro.
[5] Ya citadas en la nota a pie de página 14
[6] Aldo Ferrer, “El Estado y el Desarrollo Económico”, Editorial Raigal, 1955.