Desmond Lanchman, en un reciente artículo publicado en el Financial Times , compara la situación actual de Grecia con la de Argentina 10 años atrás. Su apreciación es correcta en cuanto a que los problemas de Grecia hoy son muy parecidos a los de Argentina al comienzo del año 2000.
En ambos casos la adopción de una moneda no-nacional como base del sistema monetario llevó a que existiese abundante financiamiento interno y externo para un creciente déficit fiscal y a que el aumento de salarios deteriorara la competitividad externa de las respectivas economías. Hoy Grecia, como entonces Argentina, tiene un alto déficit fiscal difícil de financiar, un nivel de endeudamiento público que se está tornando insostenible y un fuerte déficit en la cuenta corriente de su balanza de pagos.
Es cierto también que tanto el problema del déficit fiscal como el del endeudamiento y la pérdida de competitividad es más grave en Grecia hoy que en Argentina en el año 2000. El déficit fiscal era del 4 % en Argentina en el año 2000 y es más del 12 % en Grecia. El endeudamiento público representaba menos del 50 % del PBI en Argentina y es de más del 120 % de su PBI hoy en Grecia. La pérdida de competitividad por aumento de salarios ha sido mayor en Grecia que lo que había sido en Argentina, aunque en el 2000 Argentina sufría choques externos (devaluación de monedas de socios comerciales importantes y deterioro de sus términos de intercambio) que son probablemente menos gravosos para la Grecia de hoy. Grecia tiene hoy un déficit en cuenta corriente de su Balanza de pagos bastante mayor que la que tenía Argentina en el 2000.
Y es cierto también que algunos economistas, como el mismo Desmond Lachman, venían sugiriendo desde el inicio de los 90s que Argentina debía devaluar su moneda. En lugar de hacerlo, las autoridades Argentinas, con apoyo del FMI hasta septiembre de 2001, insistieron en tratar de superar el problema con ajuste fiscal y reducción de salarios nominales.
Lachman sugiere ahora a Grecia que se retire del Área del Euro y reintroduzca el Dracma. Descuenta, por supuesto, que eso significará una devaluación que, según su opinión, reducirá la dimensión y acortará los plazos de la recesión que “necesariamente debe preceder a la reactivación post-devaluación”.
Lo que Lachman no dice, o al menos no describe bien, es porqué tanto las autoridades argentinas de entonces, como las de Grecia hoy y los gobiernos e instituciones que aparecen apoyándolos, prefieren no cambiar el régimen monetario. Es sorprendente, porque la experiencia argentina aporta muchas evidencias al respecto. Devaluar, como finalmente lo hizo Argentina cuando el FMI dejó de aportar los fondos que habían prometido sólo unos pocos meses antes, produjo resultados desastrosos. Agravó la crisis financiera, licuó deudas y erosionó ahorros a un extremo que, hoy, casi 10 años después, el país tiene un sistema financiero muy reducido, un mercado de capitales insignificante y aún no ha terminado de normalizar su relación financiera con el exterior. El crecimiento de su economía entre el 2003 y el 2008 no es el resultado de la devaluación sino la consecuencia de la fuerte caída anterior (buena parte de la cual se produjo como consecuencia de la devaluación) y del vigoroso aumento de los precios de exportaciones tradicionales de Argentina que se produjo luego de la depreciación del Dólar frente al Euro y la mayoría de las otras monedas.
Para entender el comportamiento de los gobiernos de Argentina hasta el 2001 y de Grecia en la actualidad hay que comenzar advirtiendo que, en ambos casos, la estabilización y el crecimiento económico de los 10 años precedentes fue el resultado de la adopción de un nuevo régimen monetario que significó resignar la soberanía monetaria en aras de dejar atrás una historia de inestabilidad y estancamiento que había tenido su origen, precisamente, en el financiamiento monetario de sus respectivos déficit fiscales.
No es cierto lo que sostiene Lachman sobre que ,en Argentina, la fijación fuerte del tipo de cambio al Dólar no sirvió para revertir su tendencia crónica a la hiperinflación. Por el contrario, desde que se aplicó ese régimen monetario en 1991, Argentina ha dejado de vivir en el clima hiperinflacionario de los 8Os. No hay ningún país que haya sufrido hiperinflación que no haya salido de ese infierno sin algún tipo de fijación del valor de su moneda al Dólar o a otra moneda estable, al menos por un período de varios años. En todo caso, se puede discutir si hubiera sido conveniente ir a un régimen de flotación y de metas de inflación en forma más temprana, como lo hizo Brasil, pero no se puede discutir que la fijación inicial del tipo de cambio era ineludible para sacar a la economía de la hiperinflación.
El nuevo régimen monetario introducido en Argentina en 1991, no sólo ayudó a eliminar la hiperinflación sino que permitió conseguir apoyo popular para implementar reformas económicas que significaron una gran modernización de su economía a partir de una elevada tasa de inversión. Esto se refleja claramente en la evolución muy positiva que tuvieron las exportaciones en ese período, a pesar de que los precios de exportación fueron bajos durante la mayor parte de esos años. También en el mejoramiento de la infraestructura, el aumento de la productividad y la expansión de la agricultura y la industria manufacturera.
En la Argentina de 2000, como en la Grecia de hoy, el diagnóstico correcto sobre las verdadera causa de los problemas llevó a sus respectivos gobiernos a concluir que lo que se necesita es un ajuste fiscal, decidido e implementado con sinceridad y transparencia y, eventualmente, una reducción de los salarios nominales, decidida también a través del sistema político y las negociaciones colectivas.
No es cierto que en Argentina el ajuste fiscal y las reducciones de los salarios nominales hayan sido la causa principal de los disturbios sociales que provocaron la caída del gobierno que se negaba a cambiar el régimen monetario. Los disturbios comenzaron precisamente cuando la gente advirtió que por la crisis financiera estaban en peligro sus ahorros, algo que ocurrió después que el FMI comenzara a enviar señales claras de que no seguiría apoyando el mantenimiento del régimen de convertibilidad monetaria en Argentina. Si, a principios del 2000, cuando aún no había comenzado el ajuste fiscal ni las reducciones de salarios nominales, la gente hubiera sospechado en Argentina que el Gobierno planeaba abandonar el régimen de convertibilidad y todos los ahorros en dólares de la población se transformarían en pesos devaluados, los disturbios de diciembre de 2001 se hubieran anticipado dos años, pero no hubieran sido menos costosos en términos económicos, sociales y políticos.
Algo parecido puede ocurrir en Grecia si en algún momento, ahora o en el transcurso de los próximos años, como lo sugiere Lachman, el Gobierno de Grecia y sus autoridades deciden reemplazar el Euro por el Dracma. Si ello ocurriera, incluso si ocurriera inmediatamente, sin demoras y sin mayor endeudamiento, como lo propone Lachman, el estado de crispación social que hoy se vive en Grecia se acentuaría peligrosamente, porque a los trabajadores disconformes se sumarían los sectores medios que verían peligrar los ahorros de toda su vida. Seguramente, el problema de la deuda se transformaría en una crisis financiera de magnitudes espeluznantes, como la que se dio en Argentina en 2002. La crisis financiera sería consecuencia del inevitable default de la deuda pública y de casi todas las deudas privadas a que llevaría el reemplazo del Euro por el Dracma.
Cabe preguntarse porqué habría de darse una crisis financiera tan grave en Grecia, como la que ocurrió en Argentina, si en muchas oportunidades del pasado, las devaluaciones no tuvieron estos efectos en otros países. Por ejemplo, la devaluación de 1999 no tuvo ese efecto en Brasil.
La gran diferencia en el caso de Grecia y de la Argentina del 2000 con el caso de Brasil, es que en este último país, las deudas y créditos internos estaban denominados en su moneda nacional, mientras que en Grecia hoy, como en Argentina entonces, todos los contratos financieros internos están denominados en la moneda que no se puede devaluar. En el caso de Grecia, obviamente en Euros.
Lo que propone Lachman a Grecia y lo que terminó haciendo Argentina en 2002 no es simplemente abandonar un tipo de cambio fijo e ir a una flotación monetaria. El está proponiendo abandonar un régimen monetario que constituye la piedra angular de todo el sistema contractual de la economía y que es clave para la medición y verificación de los derechos de propiedad de los ciudadanos.
Consiente de esta diferencia, cuando Ricardo Haussman sostuvo que Argentina debía dejar flotar el Peso, en setiembre de 2001, lo hizo acompañado de una propuesta de pesificación compulsiva de todos los activos y pasivos de la economía, los que estarían sujetos a un ajuste por inflación, de tal forma que la devaluación real del peso no provocara el default de los deudores y se evitara una crisis financiera.
Pero la sola mención de la posibilidad de que el Gobierno fuera a decretar una conversión compulsiva de todos los activos y pasivos de la moneda externa a la nueva moneda doméstica lleva a una desesperada fuga de capitales y a la compra de dólares o euros billete que provoca, instantáneamente, la crisis financiera. Se trata de un típico efecto «Boomerang». Además, si antes de decretar su libre flotación se convierten compulsivamente los depósitos bancarios del público, la devaluación inicial de la moneda doméstica será mucho mayor que lo que habría sido en ausencia de dicha conversión, porque los ahorristas buscarán desesperadamente reconvertir sus portafolios a Euros. Semejante mega-devaluación provoca una acentuación inicial de la recesión muy superior a la que se habría dado de mantenerse el antiguo régimen monetario con el ajuste fiscal y la reducción de salarios nominales.
Antes de descartar totalmente la posibilidad de que el cambio de régimen monetario pueda ser una solución para Grecia, cabe preguntarse, que debería hacer Grecia si deja de contar con el apoyo de los otros miembros del Área del Euro y se viera obligada a reintroducir el Dracma como moneda.
Si Grecia es obligada a dejar el Euro, lo que debería hacer es continuar con el ajuste fiscal y las reducciones de salarios nominales que había iniciado a implementar, solicitar que el apoyo de los gobiernos extranjeros y los organismos multilaterales y regionales continúe por el tiempo necesario para completar un proceso ordenado de reestructuración de la deuda pública y de las deudas privadas de corto plazo que permita al sistema financiero soportar la devaluación de la moneda doméstica. La nueva moneda debe ser introducida sólo a partir de que esté asegurada la estabilidad del sistema financiero y la gente advierta que sus depósitos no se van a devaluar. A partir de ese momento, el Banco Central deberá implementar una política monetaria que persiga mantener baja la inflación.
Para seguir la comparación con Argentina, si en el 2001 Argentina hubiera conseguido mantener el apoyo externo hasta completar la reestructuración ordenada de su deuda pública, que a principios de diciembre de ese año ya había sido ventajosamente reestructurada en más de un 50 %, podría haber dejado flotar el Peso sin convertir los depósitos bancarios en forma compulsiva de dólares a pesos y los resultados del abandono del tipo de cambio fijo no habrían producido los efectos muy negativos que aún se están viviendo a 10 años de aquel traumático cambio de régimen monetario.
En algo coincido con Desmond Lachman: Grecia debe evitar por todos los medios que su salida del Euro sea la consecuencia de una crisis económica, social y política como la que vivió Argentina alrededor del Año Nuevo de 2002. Para ello debe evitar que una eventual salida del Euro signifique la devaluación compulsiva de los activos financieros de sus ciudadanos y de los ahorristas externos que confiaron en Grecia.