Quienes favorecen un sistema monetario internacional basado en la existencia de monedas nacionales y bancos centrales independientes en lugar de un sistema con moneda global o de tipos de cambios fijos o semifijos ( como el que existió en la época del Patrón Oro, o el sistema creado en Bretton Woods en 1944, o el que actualmente tienen los países europeos que están en la zona del Euro) argumentan que en un sistema de cambios flotantes cada país puede elegir su meta de inflación y manejar su política monetaria con independencia a la de los demás países, en particular, con independencia de la política monetaria decidida por la FED de los EEUU de América.
Lo que está ocurriendo actualmente en el mundo demuestra que esta supuesta independencia no existe. La FED ha decidido implementar una política monetaria muy laxa, apropiada seguramente para evitar la depresión económica en su economía, pero que amenaza con generar inflación a escala global, algo que ya se insinúa en el comportamiento de los precios del oro y de las commodities.
Los países que tienen tipos de cambios flotantes y procuran mantener la inflación dentro de sus metas pre-establecidas ven apreciar fuertemente sus monedas nacionales, a punto tal que están preocupados por el efecto deflacionario y recesivo que esta apreciación amenaza provoca, por el lado del comercio exterior, y las burbujas especulativas que pueden desatar por el exceso de liquidez en dólares de sus respectivas economías nacionales.
El problema puede llegar a ser particularmente grave en Europa, porque las economías en las que existen riesgos de crisis financiera, Grecia, Irlanda, Portugal, España y, hasta eventualmente, Italia sufren mucho la apreciación exagerada del Euro dado que hace más difícil afrontar sus deudas en esa moneda y desalienta sus exportaciones, sobre todo, al turismo externo.
Por esta razón, casi todas las economías emergentes están haciendo lo que China viene haciendo de larga data: tratan de administrar la flotación cambiaria con fuertes intervenciones de sus bancos centrales comprando dólares y tratando de esterilizar sus efectos monetarios con emisión de deuda interna o aumento de los encajes bancarios. También se ha comenzado a echar mano a controles directos a la entrada de capitales de corto plazo, algo que sólo pueden hacer los países que están dispuestos a limitar la convertibilidad de sus monedas. Perú, por ejemplo, que tiene un sistema bi-monetario (y, por ende, de completa convertibilidad) no puede imponer restricciones a la entrada de capitales de corto plazo. Tampoco lo pueden hacer Europa y Japón, cuyas monedas son completamente convertibles y sirven como monedas de reservas.
Pero todas estas intervenciones de los bancos centrales y los gobiernos para prevenir la apreciación extrema de sus monedas, no son otra cosa que ir moviéndose hacia un sistema de tipos de cambios fijos o semifijos, opuesto al de la libre flotación generalizada. Por eso al sistema que emergió ad-hoc de la decisión de China de no dejar apreciar su moneda ha sido denominado “Bretton Woods II”.
Los países con regímenes de tipo de cambio realmente flotantes, es decir aquellos con monedas plenamente convertibles y que no pueden imponer restricciones a la entrada de capitales, si quieren evitar la apreciación exagerada de sus monedas no tendrán otra alternativa que relajar sus políticas monetarias, acompañando a la política de la FED. Por supuesto esto significará abandonar o modificar sus metas de inflación y soportar la inflación que resulte como efecto de la política monetaria de la única moneda que aún sigue jugando el rol de una moneda global: el Dólar de los EEUU.
A pesar de que los predicadores de la total flexibilidad cambiaria no lo reconocen, la crisis financiera global han creado las condiciones para que la reformulación del Sistema Monetario Internacional pase a ser nuevamente un tema en la orden del día. Ojalá sea reconocido por los líderes reunidos en el G-20 en Seul y entonces, el año 2011 sea para el Sistema Monetario Internacional lo que fue el año 1944, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Si eso llegara a ocurrir, es posible pensar que el actual clima de expansión de la economía global, motorizado sólo por las economías emergentes, pase consolidarse como un clima verdaderamente global y los países maduros salgan de la trampa deflacionaria en la que han caído, sin poner en peligro la estabilidad de precios a escala global.