¿Podría la «Era del Dólar» terminar en inflación global?

Esta es la pregunta que tendré que responder en un panel sobre el futuro de la “Era del Dólar” en el “Astana Economic Forum 2011” que se realizará en Astana, la capital de Kazakstán el 3 y 4 de Mayo de 2011. Para responderla escribí el artículo que acabo de subir a la página de “artículos en inglés” y cuya traducción al español realizada por Fernando Díaz también aparece en la página respectiva.

Mi experiencia, a partir del estudio y la acción sobre la economía Argentina, me indica que la inflación se transforma en un problema crónico cuando una crisis de deuda se resuelve tratando de evaporar los pasivos a través del mecanismo de la emisión inflacionaria de dinero.

Sostengo en el artículo, que la crisis global iniciada en 2008 en los Estados Unidos es una típica crisis de deuda, provocada por el exceso de endeudamiento de las familias, las empresas y algunos gobiernos estaduales. Si los Estados Unidos trataran de resolverla abandonando la meta de inflación del 2 % que vino siguiendo el Banco de la Reserva Federal hasta hace poco y emitiera dólares como para llevar la inflación al 4 o 5 % anual, provocando tasas de interés negativas por un período largo de tiempo, entonces sí, la «Era del Dólar» podría terminar en inflación global.

En mi opinión, será muy difícil que el resto de los países, incluida la Unión Europea, puedan sostener políticas monetarias apuntando a la meta tradicional de inflación del 2 % si los Estados Unidos apuntan a una del 4 ó 5 %. Si lo hicieran, sus monedas se apreciarían en una magnitud que dificultará la resolución de las crisis de deuda que afectan a algunos países y las que podrían sobrevenir en los demás, como consecuencia de la apreciación exagerada de sus monedas.

Para evitar que la «Era del Dólar» termine en una inflación global, es necesario que tanto en los Estados Unidos como en los países que están sufriendo crisis de deuda, éstas se resuelvan con reestructuraciones ordenadas de los pasivos. Los países afectados deben evitar transformar a las deudas privadas en deudas públicas y, si el nivel de deuda pública es ya excesivo, como ocurre en Grecia, Portugal e Irlanda, las reestructuraciones de deuda pública deben permitir reducir el nivel de las mismas por concesiones de los acreedores, sin tener que recurrir a la emisión monetaria desmedida.

Sobre un post de Cachanoski en el que habla de la Convertibilidad en su blog «Economía para todos»

Los visitantes de este sitio que leen los comentarios, van a encontrar que este post repite una de mis respuestas. Pero luego que terminé de escribir mi respuesta al comentario de Sergio, me pareció útil postearla.

Sergio me envió el siguiente comentario: Dr. Cavallo: Que lindo sería un respetuoso debate entre Ud. y el Dr. Cachanosky sobre el artículo que publica hoy en su revista virtual. Saludos
Mando nota publicada 04/04/2011. Al inicio de la semana / Roberto Cachanosky.A 20 AÑOS DE LA CONVERTIBILIDAD: LAS ENSEÑANZAS QUE NOS DEJA.

Esta fue mi respuesta a Sergio:

Yo lo respeto mucho a Cachanoski, pero siempre consideré que sus opiniones son, al menos, un poco ligeras y superficiales.

Yo leí sus artículos desde que él comenzó a escribir, en la época en la que yo ya había dirigido durante más de 10 años el principal Instituto de investigación económica de la Argentina, me había Doctorado en Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Córdoba y en Economía en la Universidad de Harvard, había sido profesor Universitario por más de 20 años , había sido Diputado Nacional, había manejado durante un año y medio la política exterior de la Argentina y comenzaba a manejar la política económica en medio de una crisis hipeinflacionaria provocada por un un Estado ineficiente, corrupto y totalmente desorganizado.

Por lo que escribe ahora sobre la convertibilidad, está claro que él no lee lo que yo escribía entonces y lo que escribí durante los últimos 10 años. En particular, es claro que no ha leído mi libro Estanflación ni mi artículo “Régimen Monetario y políticas cambiarias” que puede ser bajado de la página “artículos en Español” de este sitio. Digo todo esto porque para que sea útil un debate respetuoso entre Cachanoski y yo, él debería al menos leer lo que yo escribo, tanto como yo lee lo que él publica en su blog y en el diario La Nación.

Cahanoski dice que la convertibilidad no podía resolver todos los problemas de la Argentina porque era “sólo” una regla monetaria que yo no impuse sino que impuso la gente al elegir el dólar como moneda para proteger sus ahorros. Tiene razón, aunque lo que la gente había elegido era la dolarización, no la convertibilidad.

Pero su falta de experiencia lo lleva a subestimar todo lo que la convertibilidad permitió hacer en la década de los 90s, al menos mientras yo estuve en el Gobierno.

Sin convertibilidad no podríamos haber eliminado las retenciones agropecuarias para ser reemplazadas por recaudación efectiva del Impuesto al Valor Agregado y a las Ganancias, no podríamos haber abierto la economía al mundo, tanto para el comercio como para la inversión y la importación de tecnologías avanzadas, no podríamos haber privatizado y transformado en unidades productivas eficientes a las viejas empresas del Estado.

Cachanoski dice que  en aquellos años aumentamos el gasto público. Craso error. Desde 1990 hasta 1996 al menos, el Gasto público se redujo en casi el 10 % del PBI (tanto como ha vuelto a aumentar desde 2003 en adelante) y desapareció el déficit fiscal, gracias, precisamente, a la privatización de las empresas públicas. Las inversiones (muy ineficientes, mal planeadas y plagadas de corrupción) y el alto costo operativo de las viejas empresas del Estado eran las principales responsables del descontrol del gasto público durante las décadas del 70 y del 80. Todo el déficit fiscal estaba explicado por la ineficiencia y la corrupción de las Empresas del Estado. Esto no se podría haber revertido de no haber sido posible eliminar la inflación de cuajo y si no se hubiera conseguido el respaldo político que significó para el Gobierno de Menem el éxito de la convertibilidad.

La inconsistencia del análisis que hace Cachanoski salta a la vista cuando menciona como error el que el tipo de cambio se hubiera fijado a 10.000 australes (o un Peso convertible) por dólar y nó a un tipo de cambio nominal más alto. A renglón seguido dice que la inflación no bajó a cero de inmediato sino que, durante el primer año de la convertibilidad, fue del 20 %, argumentando que esto era inconsistente con el tipo de cambio fijo. Si el tipo de cambio se hubiera fijado a 20.000 australes por dólar (a 2 pesos convertibles por dólar) cualquiera que entienda cómo funciona una economía monetaria de mercado debería saber que en el primer año la de esa convertibilidad la inflación hubiera sido del 120 %!. Esto es lo que ocurrió precisamente cuando Ecuador dolarizó su economía con un Sucre inicialmente extremadamente devaluado. Y ésto ocurre, porque el tipo de cambio real nunca es decidido por el Estado sino por las circunstancias reales por la que atraviesa una economía.

Quienes han estudiado cuáles son los determinantes del tipo de cambio real, en todas las economías, como lo hicimos varios de mis colaboradores y yo durante la década de los 70 y de los 80s, en la Fundación Mediterránea, sabe que el tipo de cambio real depende al menos de las siguientes variables reales: los términos del intercambio externo, la política comercial externa del país (retenciones, aranceles, restricciones cuantitativas al comercio exterior), el nivel y composición del gasto público, el tamaño del déficit fiscal y su fuente de financiamiento, la liquidez internacional y el grado de confianza que inspira la economía (como determinantes de la entrada o salida neta de capitales).

Hoy por ejemplo, el tipo de cambio real no es bajo en Argentina porque el Banco Central haya decidido no sostener el tipo de cambio nominal. Todo lo contrario, el Banco Central ha estado comprando dólares casi continuamente. Hoy el tipo de cambio real es bajo porque los términos del intercambio del país son muy favorables, porque hay mucha liquidez externa y porque el gasto público es muy alto. Pero sería más bajo aún si el gobierno no cobrara las retenciones a las exportaciones, si hubiera confianza en la economía Argentina y si el gobierno no financiara subrepticiamente su déficit fiscal con emisión monetaria. No es difícil descubrirlo. Los países de América Latina que gozan de la misma bonanza externa que Argentina, pero tienen políticas monetarias y fiscales más ortodoxas y no han creado desconfianza, tienen hoy monedas mucho más apreciadas, en términos reales, que la moneda argentina . Me refiero a Brasil, a Chile, a Perú, a Colombia, a Uruguay y a México.

El único gasto público que aumentó como porcentaje del PBI mientras yo fui ministro, es el que corresponde al pago de Jubilaciones y Pensiones. Y aumentó porque desde septiembre de 1992 comenzamos a cumplir con las leyes que habían sido aprobadas muchos años antes y que habían creado derechos adquiridos. No sólo aumentaron esas erogaciones en 2 % del PBI, sino que a partir del año 1994, cuando las empresas privatizadas comenzaron a pagar sueldos mucho más altos a sus gerentes, los jubilados de las viejas empresas del Estado que aún mantenían sus beneficios como porcentaje de los sueldos cobrados por el personal en actividad, recibieron enormes aumentos. Tuvimos que discutir la Ley de Solidaridad Previsional para poner límites a ese aumento del Gasto, cosa que es muy difícil de hacer en cualquier democracia, como se está viendo hoy en Europa y en los propios EEUU. Cumplir con los Jubilados significó también reconocer la deuda que estaba escondida, pero que había sido devengada durante la década del 80 y tenía sentencia firme de la Justicia que obligaba a su pago. Todo el endeudamiento público contabilizado desde 1991 hasta fines de 1995 se originó en el reconocimiento de ese tipo de deudas devengadas con anterioridad. Por eso, decir que la convertibilidad se sostuvo por vía del endeudamiento es, al menos, una ligereza.

El orígen de la crisis Argentina está en el aumento del gasto público y del déficit de las provincias desde 1997 en adelante, aumento que fue financiado con préstamos a tasa flotante del sistema financiero argentino y que fueron garantizados con los recursos de la coparticipación federal de impuestos, algo que las provincias no podían hacer cuando yo fui Ministro, porque se lo habíamos prohibido por decreto. No recuerdo que Cachanoski haya argumentado contra ese fenómeno, al menos no con el énfasis con que yo lo hice en aquellos años, cuando fui el principal crítico del Gobierno de Menem.

Cachanoski cree que no es posible volver a un régimen de convertibilidad monetaria. Yo creo que no sólo es posible sino que será imprescindible hacerlo cuando la inflación se haya transformado en un fenómeno insoportable para la gente. Ya no será convertibilidad con tipo de cambio fijo, sino convertibilidad con tipo de cambio flotante, acompañado por la regla monetaria que se denomina de “metas de inflación”.

Cuando ello ocurra, si los términos del intercambio siguen siendo tan favorables como ahora, la liquidez internacional tan abundante, pero al mismo tiempo,un gobierno comprometido con la estabilidad elimina subsidios y retenciones, crea confianza, disminuye el nivel de gasto público y deja de financiar déficit fiscal con emisión monetaria, el Peso Argentino, en términos reales, estará mucho más apreciado que ahora, es decir el precio del dólar en términos reales será tan bajo como lo es hoy en Brasil, en Chile, en Perú, en Uruguay y en México. Claro que, por entonces, tendremos también la baja inflación que hoy beneficia a los ciudadanos de esos países. Igual que durante los años 90s.

El origen monetario de la inflación

La inflación siempre tiene un origen monetario. Para entenderlo hay que comenzar diferenciando al proceso inflacionario del simple aumento de precios y salarios. Este puede provenir de shocks externos o internos e incluso de decisiones del gobierno o de algunos agentes económicos con cierto grado de poder monopólico. En economías estables, es decir no infectadas de inflación, muy a menudo se producen aumentos de precios, por diversas razones. Por ejemplo, porque aumentan en el exterior los precios de bienes  que el país exporta o importa. O porque se fusionan dos empresas importantes que antes competían y comienzan a aplicar precios de monopolio. O porque algún sindicato poderoso consigue imponer un importante aumento de salarios para sus afiliados. Pero si el Banco Central de esos países no flexibiliza su política monetaria y la mantiene firme detrás de metas precisas de inflación, esos aumentos de precios o salarios tendrán como contrapartida disminuciones de otros, con lo que sólo se producirá un cambio en precios relativos.Ese cambio de preecios relativos terminará deprimiendo la demanda del bien cuyo precio aumentó.

Normalmente, el shock inicial de precios, si no es convalidado por la política monetaria, produce un ajuste recesivo, salvo cuando los que aumentan son los precios externos y no empeoran los términos del intercambio para el país (es decir aumentan igual los precios de las exportaciones y de las importaciones o aumentan más los de las exportaciones, como ha venido ocurriendo a lo largo de los últimos ocho años) . Normalmente si el shock proviene de los precios externos y los términos del intercambio no se deterioran, la política monetaria restrictiva provoca la apreciación de la moneda local con lo que el efecto del aumento de los precios se neutraliza sin que deba caer la demanda del resto de los bienes. Pero cuando los precios o salarios que aumentan son internos, o teniendo origen externo, se deterioran los términos del intercambio, la no convalidación de los aumentos por la política monetaria obliga a que disminuya el gasto de los consumidores y de las empresas en el resto de los bienes que no aumentaron y retrae también las compras de los bienes cuyos precios aumentaron primero. Es este ajuste el que mantiene estable el nivel general de precios a pesar del aumento inicial de algunos precios o salarios. Cuando los gobiernos , para evitar estos ajustes recesivos flexibilizan la política monetaria y la acomodan al nuevo nivel general de precios resultante de los aumentos iniciales no acompañados por disminuciones del resto de los precios, entonces sí se inicia un proceso inflacionario. Por supuesto si quienes tienen poder para aumentar inicialmente los precios advierten que el Gobierno es propenso a flexibilizar la política monetaria y transformarla en acomodaticia, se verán inducidos a acentuar esa práctica, con lo que los aumentos de precios serán cada vez más frecuentes y fuertes. Lo mismo ocurrirá con los salarios, porque los sindicatos, aún cuando no sean muy poderosos, tendrán buenos argumentos para pedir aumentos de salarios compensatorios.

En mi libro Estanflación, cuando describo la historia de la inflación en la Argentina, presento diferentes ejemplos de shocks iniciales que se transformaron en procesos inflacionarios porque las políticas monetarias se flexibilizaron y transformaron a esos aumentos en causas de inflación persistente. Un caso fue el de los fuertes aumentos de salarios que decretó el gobierno entre 1943 y 1946, cuando Perón era Secretario de Trabajo y Previsión primero y Presidente de la Nación después. Esos aumentos de salarios provocaron inflación porque el Banco Central emitió mucho dinero para permitir que las empresas contaran con el capital de trabajo que necesitaban para pagarlos. El aumento de los salarios convalidado con emisión monetaria provocó un fuerte aumento de la demanda de bienes y servicios, por arriba del crecimiento que podía llegar a tener la producción. Ese aumento de la demanda se transformó gradualmente en inflación. El proceso inflacionario se acentuó cuando los controles de precios y la presión impositiva que se impuso a la producción de alimentos, llevó a caídas en la producción, como ocurrió en los últimos años con la carne y el trigo.

La inflación que soportamos desde 2002 en adelante tuvo un punto de partida muy diferente. El Gobierno quiso que aumentaran los precios de los bienes exportables e importados así como los sustitutos de importaciones. Para ello provocó una fuerte devaluación inducida por la emisión monetaria. Inicialmente, a partir de enero de 2002, la fuerte emisión de pesos se originó en la denominada “pesificación”, porque todos los dólares que la gente tenía depositados en los bancos se convirtieron a pesos. La gente no quería tener pesos y corrió a cambiarlos nuevamente por dólares. Eso hizo que la devaluación terminara siendo mucho más fuerte que lo que hubiera sido de no mediar la pesificación. El shock inicial que significó la fuerte devaluación siguió siendo convalidada monetariamente en los años siguientes cuando el Banco Central intervino para evitar la apreciación del Peso, algo completamente distinto a lo que hizo Brasil. La consecuencia  es que mientras en Brasil la inflación tendió desaparecer, en nuestro país asistimos a un nuevo episodio de inflación persistente. No se puede argumentar que la inflación que hemos vivido desde 2002 en adelante tenga que ver con los aumentos salariales. Estos aumentos sólo persiguieron recuperar los niveles de salarios reales  que fueron fuertemente rebajados por la devaluación inicial.

En los últimos años, además de la inflación originada en la convalidación monetaria de la fuerte devaluación inicial, se ha agregado una inflación originada en el aumento del gasto público, también financiado, directa o indirectamente, por emisión monetaria. Es muy difícil descartar que el fuerte aumento de recaudación que permite financiar el gasto público adicional no tiene su origen precisamente en la inflación convalidada por la emisión monetaria. Si no existiera inflación el Banco Central no generaría las ganancias que luego aparece repartiendo al Tesoro y las empresas y los trabajadores no estarían pagando impuesto a las ganancias sobre rentas e ingresos laborales que son pura ilusión monetaria.

El Gobierno de Cristina argumenta, como lo hacían muchos gobiernos de países emergentes hasta principios de los 90s, que no es posible enfrentar a la inflación porque ello significaría enfriar la economía. Hoy casi ningún país aplica esta filosofía económica, porque todos los dirigentes responsables han advertido que la inflación crea muchas injusticias sociales y se transforma en una fábrica de pobres. Dilma Rouseff, sin ir mas lejos, lo ha dicho con todas las letras. Lamentablemente nuestra Presidente y sus colaboradores prefieren ignorar que la inflación se está transformando en una enfermedad muy peligrosa para nuestra sociedad. Ojalá la campaña electoral sirva para que nuestra dirigencia y nuestra gente tome conciencia plena de que se está recreando un problema que mientras más nos demoremos en enfrentar, más costos sociales terminará provocando.