Escribo esta nota dentro del avión que me trae de regreso a Buenos Aires desde Johannesburgo, Sudáfrica. En este viaje de cinco días visité Zambia, Mozambique, Suazilandia y Sudáfrica como integrante del equipo de expertos que la Brenthurst Foundation organizó para discutir con autoridades y empresarios de esos países la forma de lograr transformar la agricultura de subsistencia en una agricultura comercial moderna, reducir la informalidad laboral y disminuir el desempleo urbano. Quince días atrás yo había estado cuatro días en Astana, la ciudad capital de Kazakstán, en el Asia Central, por un motivo parecido.
Todos los países que visité en estos dos viajes, incluida Sudáfrica, tuvieron en el pasado regímenes políticos y económicos mucho más cerrados, autoritarios y estatistas que los de Argentina. Sufrieron y aún sufren, las mismas consecuencias que esos regímenes produjeron en nuestro país entre 1930 y 1990. Pero a pesar de que partieron de realidades peores que la nuestra a fines de los ochentas y que contaban con mucho menos experiencia empresarial y política que la que disponíamos nosotros para avanzar hacia la democracia política y la economía de mercado, todos ellos siguen empeñados en avanzar en esa dirección. El camino no les resulta fácil y los resultados que han conseguido hasta ahora no son espectaculares, pero a diferencia de nosotros, siguen tratando de perfeccionar sus instituciones políticas y económicas.
En Argentina, lamentablemente, nos movemos en la dirección opuesta. Luego de haber hecho funcionar las instituciones de la democracia cada vez mejor entre 1983 y 2001 y de haber logrado derrotar a la hiperinflación, abrir la economía y organizarla sobre la base de reglas simples y claras, la crisis de 2001-2002, ha impulsado a nuestros dirigentes políticos, empresariales y sindicales a moverse en la dirección contraria. Están recreando todos los defectos institucionales que nos hicieron perder posiciónes en el mundo y que deterioraron la calidad de vida de los Argentinos.
Todos los países que visité y muchos otros países del mundo en desarrollo sufrieron crisis mientras iban implementando las reformas de las instituciones políticas en dirección a más democracia y de las instituciones económicas hacia la apertura al mundo y la liberación de los mercados. Pero en ninguno de ellos he encontrado que el diagnóstico al que los principales dirigentes arribaron luego de las varias crisis que sufrieron, sea el de que debían variar el rumbo y abandonar la idea de que la democracia y la economía de mercado son el tipo de instituciones que permite progresar a las naciones.
Por el contrario, en nuestro país, la crisis de 2001-2002 llevó a un diagnóstico que es totalmente equivocado. Se atribuyó la crisis a las reformas de mercado impulsadas por Carlos Menem: estabilización, apertura de la economía, privatizaciones, desregulación, eliminación de impuestos distorsivos y ajuste fiscal; y a la actitud buscadora de consenso, nunca autoritaria y respetuosa de la independencia del Poder Judicial de Fernando De la Rúa. Por supuesto, los dirigentes que sobrevivieron a la demanda popular de “que se vayan todos”, nunca mencionan como causa de la crisis el exceso de gastos y de endeudamiento con el sistema bancario de las provincias entre 1997 y 2000, tampoco las trabas que desde el Congreso Nacional y desde los gobiernos provinciales se le impusieron al Gobierno de De La Rúa durante 2000 y 2001,cuando el ajuste fiscal era ineludible y, mucho menos, el vergonzoso aprovechamiento que hicieron los gobernadores y empresarios endeudados de la errónea decisión del Director Gerente del FMI de quitar el apoyo a la Argentina en pleno proceso de reestructuración de su deuda pública. Prefirieron diagnosticar que la culpa era exclusivamente atribuible a la “ideología neoliberal” con la que yo, Domingo Cavallo, había supuestamente infectado a ambos presidentes y, en alguna medida, a la sociedad toda.
Es sabido, al menos desde que Maquiavelo lo escribió en El Príncipe, que, dentro de las estrategias que permiten conquistar y mantener el poder, está el buscar chivos expiatorios y asignarles todas las culpas, como para que los demás y, en muchas circunstancias, los verdaderos culpables, no sean identificados y gocen de impunidad. Yo no me quejo porque nos haya tocado a Menem, a De La Rúa y a mí ser elegidos chivos expiatorios. Este, al fin de cuenta, es un riesgo de la política del que uno tiene que ser consciente. Pero lo que sí me entristece es que en el diagnóstico sobre las causas de la crisis, se hayan creado dudas sobre la eficacia de la democracia y la economía de mercado como reglas capaces de asegurar el progreso de nuestra Nación.
Se elogia a Néstor Kirchner por haber recompuesto el poder presidencial, supuestamente ausente durante el período de De La Rúa, a pesar de que él no se privó de usar métodos autoritarios, arbitrarios y coartadores de las libertades individuales. También se lo elogia por haber vuelto a encerrar la economía, estatizado empresas, confiscado ahorros de los futuros jubilados, aplicado arbitrariamente controles de precios, distribuido subsidios con mecanismos que crean enormes oportunidades de corrupción y, sobre todo, haber aumentado el gasto público sin recurrir al endeudamiento externo pero echando manos a cuanto impuesto distorsivo y ahorro acumulado pudo identificar.
Y, casi con unanimidad, los dirigentes políticos y gremiales y no pocos analistas políticos y económicos consideran a Duhalde como quien sacó al país de la crisis y volvió a ubicar a la Argentina en el camino del crecimiento. Otro craso error. Duhalde, quien ahora pregona políticas de estado para asegurar la estabilidad de un futuro gobierno radical, en realidad fue el beneficiario, si no líder, de la confabulación Peronista Radical que produjo el golpe institucional de 2001-2002, aprovechando el grueso error cometido por el entonces Director Gerente del Fondo Monetario Internacional de suspender los desembolsos que esa institución había comprometido para apoyar una reestructuración ordenada de nuestra deuda pública como solución a la terrible crisis financiera que azotaba al País.
Lamentablemente, de los candidatos que quedan en carrera para la próxima elección Presidencial con cierta presencia en las encuestas, no hay uno que tenga la interpretación correcta de las causas de la crisis de 2001-2002. Reutemann nunca entró en carrera, Macri, Cobos y Sanz se bajaron de la contienda presidencial y ni Rodríguez Saá, ni Solá, que podrían tener una mejor apreciación de las verdaderas causas de la crisis 2001-2002, logran aparecer en las encuestas.
Peor aún, todos los que quedan en carrera, contribuyeron, en mayor o menor medida, a boicotear los avances económicos del Gobierno de Menem y el diálogo democrático del Gobierno de De la Rúa. Cuando escucho a Duhalde hablar de políticas de estado y su preocupación por asegurar la estabilidad de un eventual futuro gobierno radical me viene a la memoria las evasivas con las que respondió a mi pregunta sobre porqué se negaba a participar en el diálogo político al que había convocado el Presidente De la Rúa en noviembre de 2001. Mientras me pedía que le enviará mas dinero al Gobernación de Buenos Aires para que pudiera pagar los sueldos de una provincia cuyas finanzas él había desquiciado, me explicaba que no podía asistir a un diálogo político al que también había sido invitado Carlos Menem que por entonces era todavía el presidente del Partido Justicialista.
En realidad, luego de escuchar el último discurso de Cristina Kirchner en la que con absoluta claridad se quejó de las presiones de las corporaciones sindicales y empresarias, pienso que probablemente sea ella la que la que está en mejores condiciones de revisar el diagnóstico equivocado de la crisis 2001-2002 y prepararse con inteligencia para la crisis que ineludiblemente se viene, como consecuencia del rumbo equivocado que ha seguido nuestro país desde enero de 2002. No creo que la bonanza externa permita encubrir, durante cuatro años más, las graves consecuencias de haber retrocedido hacia un país mucho más autoritario en lo político y mucho menos abierto, estable y eficiente en lo económico que el que habíamos logrado construir en los noventas.
Si yo dispusiera del mínimo dinero necesario para apuntalar una candidatura presidencial, me lanzaría a buscarla con este discurso. Al menos para abrir los ojos y las mentes de los argentinos que no quieren dejarse engañar. Pero, lamentablemente, tengo que dedicar mi tiempo a recomendar soluciones a países lejanos, como los que mencioné en el comienzo de esta nota, para poder sustentar apenas mi vida familiar y los honorarios de los abogados que me defienden de las infames acusaciones que los verdaderos corruptos y delincuentes lanzaron en mi contra para adobar la estrategia del chivo expiatorio.
Escribí esta nota pensando en aquellos visitantes de este blog que me recriminan el haber bajado los brazos en política. Tengan la seguridad que si las circunstancias lo llegan a permitir, me van a volver a ver peleando por el progreso de nuestra querida Argentina, también desde la política.