Primera nota.
Cuando uno visita Panamá comienza pensando que su riqueza es obra pura de la geografía, porque se trata de un país en el que Vazco Núñez de Balboa, en 1513, descubrió que marchando hacia el sur, desde las costas Caribeñas, a pocos kilómetros, había otro gran mar, al que él llamó “Mar de Sur”. Era, nada más y nada menos, el Océano Pacífico, la gran vía que separa, pero a la vez permite conectar navegando, a toda América con el Lejano Oriente. Pero la geografía no basta para explicar lo que es hoy Panamá .
Los españoles, hasta 1730, aprovecharon este excepcional accidente geográfico para embarcar desde Portobello, sobre las costas del Caribe, la mayor parte del oro y la plata que extraían de sus colonias americanas hasta que el acoso de los piratas los llevó a reemplazar a Portobello por Cartagena de Indias, en la costa caribeña de la actual Colombia, con mejores condiciones geográficos para la defensa frente a los ataques desde el mar.
Ya en el siglo XIX, cuando Panamá era todavía parte de la Colombia independiente, los panameños decidieron poner nuevamente en valor esta extraordinaria cercanía entre los dos océanos, construyendo el primer ferrocarril interoceánico, de 112 km de largo, que aún hoy conecta el Puerto de Colón sobre el Caribe, con Ciudad de Panamá, sobre el Pacífico. Ese ferrocarril, que se anticipó en varias décadas a los que construyeran los Estados Unidos para conectar su este desarrollado con su lejano oeste, jugó un rol importante para el transporte de bienes y personas entre ambas costas del norte americano.
Pero la geografía, si bien tenía sus aspectos positivos, también aportaba sus inconvenientes: las montañas y las enfermedades tropicales. Esto fue costosamente descubierto por los franceses que, con el conde Ferdinand de Lesseps a la cabeza, envalentonado por el éxito que había significado la apertura del Canal de Suez unos años antes, intentaron la construcción de un canal, a nivel del mar, para conectar el Mar Caribe con el Océano Pacífico. Este emprendimiento era fruto de una concesión que había otorgado el Gobierno de Colombia a la empresa francesa que estaba dispuesta a llevar a cabo la titánica obra. Las enormes excavaciones que demandaba abrir el paso del canal a través de montañas, en contraste con la planicie desértica que fue necesario remover en Suez y las enfermedades infecciosas que trasmitían los mosquitos tropicales, hicieron que este intento terminara en un estrepitoso fracaso.
Pero los panameños no se dieron por vencidos. Cuando tomaron conocimiento de que la tecnología desarrollada por los ingenieros norteamericanos y los capitales de esa nación permitirían construir un canal bastante por arriba del nivel del mar, con un sistema de exclusas para elevar y luego hacer descender a las embarcaciones, decidieron otorgar una nueva concesión, esta vez a los EE UU, en condiciones que el Gobierno de Colombia no quería aceptar. Los panameños, empeñados en que la obra se ejecutara, decidieron independizarse de Colombia y firmaron el contrato con Estados Unidos, en términos suficientemente imprecisos que llevaron a los norteamericanos a pensar que habían conseguido soberanía sobre lo que luego pasó a llamarse “la Zona del Canal”, mientras los panameños siguieron sosteniendo que la soberanía era de ellos.
Escribo este artículo en el avión que me lleva a Los Ángeles, camino de Beijing, luego de haber pasado 24 horas inolvidables en Ciudad de Panamá. Había estado varias veces en el pasado, pero en esta oportunidad tuve la fortuna de poder compartir varias horas con un amigo excepcional: Nicolás Ardito Barletta, ex Ministro, ex Presidente y , actualmente, el más prestigioso estadista vivo de Panamá. Los lugares que recorrimos juntos y las explicaciones que él me fue brindando en el transcurso de esas visitas, inspiraron el título de esta nota: quedé convencido que Panamá es el símbolo latinoamericano de lo que puede una visión estratégica.
Al principio de nuestra conversación, Nicolás Ardito Barletta me resumió la idea con la que él comenzó su gestión pública, allá por los años del legendario Presidente Omar Torrijos: convertir a Panamá en la Singapur de América. Después de esta visita, quedé convencido que si en los próximos años Panamá acompaña sus logros del pasado con un gran énfasis en mejorar la calidad de la educación de sus niños y jóvenes, como lo viene haciendo perseverantemente Singapur, en las próximas décadas el nivel de vida de los panameños no tendrá nada que envidiarle al país asiático que dio forma a la visión estratégica de los dirigentes panameños.