Ultima nota de seis
A esta altura, el lector habrá entendido porqué sostuve, en un artículo anterior, que elegir a Lavagna en reemplazo de Kirchner era como salir de la sartén para caer en el fuego. ¿Pero debemos resignarnos a esta sola opción? ¿Es imposible construir otra alternativa que tenga chances de ganar la elección presidencial de 2007?
En mi opinión, es difícil pero no imposible. Pero para imaginar una alternativa superadora a Kirchner hay que olvidar por un momento la discusión económica y poner el foco en los temas de seguridad, transparencia y espíritu republicano.
Desde mucho antes del Golpe Institucional de 2001, los argentinos sufrimos un problema creciente de inseguridad física, pero este fenómeno se ha agravado desde que los gobiernos, tanto el de Duhalde como el de Kirchner, por temor a ser acusados de represores o mano dura y por ceder a la filosofía “garantista” de muchos jueces, muy preocupados por no violar los derechos de defensa a los delincuentes, han dejado de priorizar la defensa de los derechos a una vida segura de millones de ciudadanos argentinos, especialmente de aquellos que no pueden contratar seguridad privada.
Además, desde la pesificación combinada con fuerte devaluación de 2002, se agregó una enorme sensación de inseguridad jurídica para los ahorristas, inversores, jubilados con haberes apenas superiores al haber mínimo, empresarios con contratos de concesión y todo tipo de relación contractual con el estado, trabajadores en sectores de servicios no protegidos por sindicatos amigos del gobierno, pequeños y medianos empleadores que han comenzado a sufrir nuevamente la industria del juicio laboral y los trabajadores de la economía informal, que no han encontrado forma de sustraerse de los efectos corrosivos de la inflación, porque ni siquiera tienen la protección de los sindicatos capaces de negociar aumentos de salarios nominales.
Es bien conocido que la inflación, reinstalada desde el abandono de la Convertibilidad, crea un angustiante sentimiento de inseguridad económica para los millones de trabajadores, jubilados y prestadores de servicios por cuenta propia, que saben que los precios suben siempre antes y más rápidos que sus ingresos.
Este terrible sentimiento de creciente inseguridad física, jurídica y económica no alcanzó a ser neutralizado por la disminución de la desocupación, a pesar de la indudable recuperación económica que se vivió desde 2003 en adelante y por eso la opinión pública señala a la inseguridad como el principal problema de la realidad actual.
La pesificación y la devaluación de 2002 reintrodujeron los mecanismos inflacionarios de redistribución, casi siempre regresiva, de los ingresos y de la riqueza. A diferencia de la época de la Convertibilidad, cuando para redistribuir ingresos y riqueza había que discutir en el Congreso Nacional impuestos, subsidios y el nivel y distribución del gasto público desde 2002 en adelante, basta con una fuerte devaluación y la consecuente inflación, para producir brutales reducciones de los salarios y las jubilaciones en términos reales y ajustes fiscales mucho mas extremos que los recomendados por los economistas fiscalmente más conservadores. La transparencia, aún insuficiente, que existía en la época de la Convertibilidad, desapareció por completo, y desde entonces, el grado de arbitrariedad y oscuridad de la intervención del estado en la economía es sólo comparable con la de la década del 80, cuando predominaron la stagflación (recesión con inflación) y la hiperinflación. Todo esto aumenta la sensación generalizada de inseguridad ciudadana.
En el plano político, desde la reinstauración de la democracia en 1983, nunca se vivió un clima de desprecio a las instituciones republicanas y federales tan acentuado como el que se vive en los últimos años. No hay diálogo con la oposición sobre ningún tema, ni siquiera existe diálogo entre los integrantes del mismo gobierno, el Congreso Nacional está pintado, los gobernadores se han resignado a la repartija arbitraria de recursos federales y la Justicia busca sin disimulo los sentimientos y pensamientos del Presidente, como criterio para discernir como debe pronunciarse sobre cuestiones fundamentales de la vida en sociedad.
Ante un panorama tan desolador en materia de inseguridad, transparencia y espíritu republicano, quien aspire a liderar una propuesta opositora con chances de ganar la Presidencia y luego poder gobernar con éxito, no se tiene que enredar en la discusión de temas puntuales de la economía. En esta materia tiene sólo que mostrar que cuenta con numerosos economistas capaces de analizar los problemas y resolverlos. Para enredarse con Kirchner sobre temas económicos hay que dejarlo a Lavagna para que con el apoyo de Alfonsín y algunos radicales le enrostre los supuestos desvíos en la ejecución del “Modelo Productivo” con tipo de cambio real alto.
La única bandera económica que un dirigente que aspire a liderar a la oposición debe levantar es la de la lucha contra la inflación y de todas las injusticias sociales que la misma acarrea. Ya hay muchas evidencias de esas injusticias y las habrá cada vez más elocuentes y aberrantes a medida que pase el tiempo, sobretodo si Lavagna lograra ganarle a Kirchner la elección del 2007. Pero las banderas que pueden ser la carta ganadora de un verdadero líder opositor son las de la lucha por la seguridad, la transparencia y la República. No como conceptos abstractos, sino como problemas que llenan de angustia a millones de familias argentinas.
Si yo no sufriera el acoso de la “justicia” antes “Menemista” y ahora “Kichnerista” y si no estuviera en la bancarrota en la que me han sumido anteriores campañas electorales, yo me lanzaría a ofrecer ese liderazgo desde Acción por la República. Pero no podré hacerlo en 2007.
Ojalá haya dirigentes con coraje y con recursos que puedan transformarse, sin demoras, en una alternativa verdaderamente superadora de Kirchner. Alternativa que, con aquellas banderas de la lucha contra la inflación, la inseguridad, la transparencia y la República, tiene chances de imponerse en la elección del 2007, y, si no lo logra, seguramente resultará triunfante en el 2011, como colofón de un gobierno de Kirchner, que con cuatro años más terminará como mínimo empantanado en el barro stagflacionario, o, Dios nos libre, de un gobierno de Lavagna quemado en la hoguera de la hiperinflación.